José Eduardo
Tappan Merino
La vida y la
muerte son los aspectos más importantes para la humanidad, así pues para su
tratamiento, es necesario contemplar muchas superficies, planos y densidades
teóricas. ¿Cómo abordar algo tan complejo, tan sabidamente inabarcable, que se
encuentra en el mismo lindero de lo imposible? El psicoanálisis propone:
“seamos realistas, busquemos lo imposible”.
Freud intenta
a partir de una influencia poderosa de la filosofía, articular las nociones de
vida y muerte, para ello, se propone entender las dinámicas que se esconden e
influyen en la constitución del psiquismo, y las maneras en que determinan la
existencia de los seres humanos. Para ello, emplea primeramente la noción detrieb,
que ha sido traducida como pulsión; su teoría de la pulsión de vida y pulsión
de muerte, se va desarrollando progresivamente hasta que alcanza su expresión
más clara en 1920, en su trabajo Más allá del principio del placer, sin embargo
comenzaré por los antecedentes filosóficos, para después encontrar la fuerza
que tiene la propuesta freudiana aún en nuestros días.
Es justamente
a los presocráticos, a quienes debemos dirigir nuestra atención, ya que son
ellos, los que primeramente se preguntan sobre la naturaleza del hombre. El
pensamiento de Parménides es relevante puesto que muestra una actitud, una
forma de pensar, que se ha repetido a lo largo de la historia, podríamos
llamarla esencialista-estática. Que anima a las formas de conocimiento basadas
en clasificaciones y nosologías. Dice “del Ente es ser; del Ente no es no ser
[...]” (Parménides. 1984 p. 39). El ente es, por lo tanto, tiene un plano de
existencia como ser y se separa de la especulación de aquello que no es, es
decir, un no-ser, es un no-ente. Para Parménides no existe ni es pensable
un no-ente, ni un no-ser. Diríamos que con Parménides, reflexionar sobre la
no-existencia, el no-ser o el no-ente, serían puras figuraciones de una mente
enferma. El ser es único e inmutable, en cuanto a que es por sí mismo, ya que
si el ser fuese móvil o mutable, en cada movimiento o mutación se transformaría
en otra cosa, por lo que el ser sólo tiene referencia a “sí mismo”, en que es
“el sí mismo”. La mutabilidad o el cambio para Parménides consisten en dejar de
ser algo para ser otro. Siguiendo su pensamiento tendríamos ahora que
encontrar aquello esencial y característico de un fenómeno, para poder
identificarlo como tal. Se trata de reconocer las esencias, las características
que le otorgan identidad, que determinan su mismidad.
Sin
embargo, la propuesta de Parménides aunque posterior a la de Heráclito, no
tiene la fuerza, ni el vigor de Heráclito, de hecho se ha señalado que el
pensamiento de Parménides y de Heráclito mantienen una franca oposición,
mientras el primero destaca el carácter inmutable del ser, el segundo elabora
una filosofía del devenir del ser. Podríamos decir de manera preliminar, que
Parménides mantiene una fuerte influencia en las maneras de pensar psicológicas
y psiquiátricas, que buscan la etiología o la esencia en una causa necesaria.
Mientras que la forma de abordar el ser por parte de Heráclito es propiamente
la base del pensamiento psicoanalítico.
Para
Heráclito, podríamos considerar que el aspecto central de su doctrina es el λóγος.
El logos es a la vez, discurso, razón y condición de ser de
las cosas. Se trata de una verdad única. Él mismo propone que el logoses
también la ley universal del devenir, de la que derivan, o corresponderían
derivar, todas las leyes humanas. Será Lacan quien reviva ésta perspectiva
heraclitiana, al destacar la importancia del logos, comprendido ahora como
significante en la constitución de la condición humana, y como el parámetro de
los parámetros.
Para
Heráclito es fundamental la idea de que la esencia de las cosas, es un asunto
de tránsito, de movimiento, de cambio constante. No hay un “algo” que defina,
caracterice o represente a las cosas del mundo, no hay “un ser de la cosa”.
Nada propiamente es, esta siendo transitivamente, toda pregunta a lo que soy
obtendrá diferentes respuestas dependiendo de los momentos de mi historia en
que se haga la pregunta.
“No hay manera
de bañarse dos veces en la misma corriente; que las cosas se disipan y de nuevo
se reúnen, van hacia el ser y se alejan de ser” (Heráclito. 1984 p. 247)
Esta
idea del movimiento constante como característica de la esencia de las
cosas, y como condición necesaria para que ellas existan, rivaliza con las
perspectivas que buscarán algún tipo de esencialidad, de materia prima, de
alguna manera “fija”, que hace que las cosas sean lo que son, es decir, que
garantizarían su condición de ser por su sustancia, con lo que es absurdo
determinar límites y caracterizaciones tipológicas, como por ejemplo: los
asesinos son personas con ciertas características particulares, bajo la
perspectiva heraclitiana cualquiera puede ser un asesino, si es fuertemente
empujado a ello. Windelband dice sobre este fluir:
“Heráclito
[...] recalca que el intento de encontrar una materia cósmica permanente, es
una faena sin perspectivas de éxito. No existe nada estable: ni en cosas en
particular, ni en el universo en general. No solo las apariencias concretas;
también el universo en su integridad está sometido a una incesante y eterna
mudanza: todo fluye nada permanece. No se puede decir que las cosas sean, sólo
devienen y sucumben en el juego eternamente cambiante del movimiento universal.
De ahí que lo único invariable [...] no sea ninguna cosa, ninguna materia, sino
el movimiento, el acontecer, el devenir mismo” (H. Windelband: 1960 p.37).
Esta
perspectiva del continuo devenir, ha sido llamada dialéctica heraclitiana, por
lo que si bien, se trata de movimiento y de cambio permanente; se trata de un
movimiento que es resultado de una lucha entre los opuestos, por lo tanto, del
conflicto que busca el equilibrio, es ésta dinámica lo que caracterizaría el
motor de la condición de ser de las cosas, podemos ver que ésta es también una
de las características del aparato psíquico freudiano, el conflicto en el que
se encuentra, y lo fecundo y necesario que resulta esta lucha, para desplegar
nuestra existencia. Así encontramos en el filósofo:
“Lo distendido
vuelve a equilibrio; de equilibrio en tensión se hace bellísimo coajuste, que
todas las cosas se engendran de la discordia” (Heráclito. 1984 p. 240)
Podemos
desprender de lo anterior que el cambio, es un eterno retorno, una compulsión a
la repetición a los estado previos, que es motivada por la dialéctica del choque
de los opuestos, con lo que no es sólo importante que no nos bañamos en el
mismo río, sino que si bien el río es uno, el río nunca será el mismo. Quizá
ahora, ya no resulte extraño en nuestra comprensión de estas dinámicas, cuando
el propio Heráclito nos dice: “Y uno son bien y mal.” (Heráclito. 1984 p. 244),
¿de qué “uno” estará hablando? Si no existiera más que claridad, no podríamos
concebir la oscuridad, por lo que en realidad tampoco podríamos nombrar a la
claridad, la claridad existe únicamente y en contraposición a que existe la
oscuridad, lo mismo podríamos decir de la presencia, si una persona se
encuentra siempre presente, no tenemos la distancia subjetiva para advertir su
presencia, podemos saber de su presencia únicamente por la posibilidad de hacerse
ausente, sería en la ausencia que podríamos reconocer la condición de
existencia de la presencia. Con lo que no hay claridad sin oscuridad, presencia
sin ausencia, bueno sin malo, arriba sin abajo, Eros sin Tánatos. Ese será
precisamente el orden significante como lo llamara Lacan: significante,
entendido como posibilitador de la diferencia. El “uno” que son bien y
mal. El uno es la característica señalada por Heráclito: el λóγος.
El pensamiento
de Heráclito jugó un papel decisivo en la época moderna, Hegel lo reivindicó
como el antecedente más antiguo de su concepción dialéctica, también podemos
encontrar sus influencias en el pensamiento de Marx y Freud. Nietzsche
consideró a Heráclito como el más puro manifestante del pensamiento frente a la
corrupción de la filosofía que es protagonizada por parte de Sócrates y Platón,
“representantes de un pensamiento ficticio del ser”. De la misma manera
Heidegger subrayó una cierta proximidad entre su propio pensamiento con el de
Heráclito, ya que ambos proponen la importancia de la verdad que se produce
como develamiento: alétheia. Pero dirijámonos sobre el tema mismo del
presente artículo, en el que el dinamismo, el movimiento, fuerza y la
transformación anidan en el concepto de pulsión, para la filosofía alemana. Se
trata de unir en el concepto esencial es Freud, y al parecer lo fue también
para Fichte.
Así disecciona
el problema Etcheverry:
“intentaremos
fundamentar nuestra opción terminológica (<<pulsión>>) mostrando
que el término se aloja mejor dentro de la filosofía clásica alemana. Escogemos
para ello Los principios de la doctrina de la ciencia (1794-95) de Fichte. El
lector advertido <<oirá>> ciertos temas que Freud desarrolla en
<<Pulsiones y destinos de pulsión>>” (Etcheverry, 1981, p.50).
Si bien diferimos
de Etcheverry en cuanto a que es la filosofía clásica alemana el lugar en dónde
se obligarían a comenzar nuestras pesquisas sobre la pulsión, ya que
cual ha sido expuesto, esta problemática debe rastrearse hasta los
presocráticos, testimoniando la importancia de la concepción dinámica sobre el
ser, no se puede negar que en la filosofía alemana de ese periodo finales del
XVIII, representa un escaparate ideal para comprender la importancia y
complejidad de la pulsión. Le tocará a Freud transformar dicho concepto en una
categoría, para después proponerlo como un principio que fundamenta la teoría y
la práctica psicoanalítica.
En Los
principios de la doctrina de la ciencia, Fichte desarrolla una compleja
apuesta, al intentar abordar las preocupaciones de parménides desde una
perspectiva heraclitiana, eso es un verdadero reto intelectual: juntar a los
antagónicos, y el ejercicio más claro de la dialéctica, de la que puede
denominársele padre moderno. Fue él, precisamente, quien
continuando las tres categorás de Kant: afirmación, negación, limitación,
“designó el proceso del espíritu como <<tesis>>,
<<antítesis>> y síntesis” (Fischl 1994. p. 320). Lo primero
que muestra es que la esencialidad de la cosas, sí puede ser considerada por la
investigación filosófica, sin embargo, le parece claro que esta esencialidad es
producida por fuerzas opuestas que buscan que algo sea por un lado y que no sea
por el otro, a estas fuerzas opuestas a las que llamó pulsiones, vemos que para
que algo “sea”, implica que su condición de “ser” es por la lucha entre las
distintas tensiones, lo que permitan la existencia de ese ser particular. El
ser es efecto de las luchas entre las posiciones opuestas que luchan unas
contra otras, para que nosotros mismos seamos lo que somos. Se trata de una
conflictiva entre el “yo” y el “no-yo”, en el que la negación aparece para
Fichte, como suprema referencia de la negatividad, es en este diálogo y sólo
por él, que aparece como posibilidad el “yo”. Citemos nuevamente a Etcheverry:
“En el
parágrafo 8 de su obra, Fichte define trieb: la pulsión es una
fuerza interna que determina ella misma la causalidad; un querer-alcanzar (Streben)
[...] Mantenerse en su ser: ninguna cosa natural conservaría su forma
determinada si no tuviera una fuera interna, centrípeta, que se define como
inercia (Trägheit). [...] Pero esa inercia no es mera ausencia de
movimiento, sino, por sí misma, una fuerza: actividad centrípeta. Mejor dicho:
si a la cosa se le aplica una fuerza opuesta, su inercia se convertirá en
actividad, a causa de esa relación suya con la actividad opuesta. ¿No estaremos
sobre el rastro de la pulsión de muerte del último Freud?” (Etcheverry, 1981,
p.50-51).
Para
Sigmund Freud, inscrito a la problemática del dinamismo del ser, existen dos
pulsiones antagónicas que constituyen la subjetividad, sobre el que los hombres
construyen su destino. La pulsión de vida y la pulsión de muerte. Con esta
perspectiva de una lucha permanente y constitutiva entre Eros y Tánatos,
es que los hombres forjamos la tragedia de nuestra existencia. Con esta
perspectiva que hoy podría parecernos que no tiene mayor relevancia es que
Freud se aleja de las corrientes psicologistas de corte rousseniano,
en las que los seres humanos veníamos al mundo en una condición objetalizable de
sanos-buenos. Eran las instituciones sociales: familia, religión, gobierno,
educación etc. las que corrompían el alma, por lo que la verdadera naturaleza
humana se encontraba al nacer en una condición de pureza. Lo que la podía
enrarecerla, era el ambiente y las condiciones sociales. Los niños eran buenos
al nacer, todo problema psicológico por lo tanto, debía rastrearse en la
educación, en las relaciones familiares, pero para Rousseau existía
una condición ontologizable se trataba de un absoluto, inamovible,
para él los seres humanos somos buenos por naturaleza.
Lo que propone
Freud, es que lo realmente constitutivo es el conflicto, de hecho de eso esta
hecho el psiquismo. La condición humana es el efecto de la desnaturalización,
del trastrocamiento del instinto en pulsión, además la sexualidad es efecto de
otro de los avatares del camino de la hominización, con lo que la infancia es
perversa polimorfa, lo masculino y lo femenino, luchan por la hegemonía en las
identificaciones como en los objetos, lucha que inclinará en un sentido o en
otro a las personas. Freud, a éstosrepresentantes y empujes, a
éstas fuerzas que luchan las llama pulsiones, tomando la idea con mucha
probabilidad de Fichte, y considera que dos son las protagónicas en la
constitución del psiquismo y de lo que sería propiamente la condición humana: Eros y Tánatos.
Vida y muerte se enfrentan tratando de atraer a la criatura a sus territorios.
Se trata por lo tanto de un sistema de opuestos en los que uno depende del
otro, no puede existir uno sin la presencia del otro, como lo dijo Heráclito
son “uno” en la medida en que no puede existir el uno sin el otro. Una forma de
representar a las pulsiones sería: la de la acción de crear, por un ladoversus la
de destruir, por el otro, o bien siguiendo el ejemplo de la música podemos
pensar en las pulsiones: toda la algarabía de los sonidos, tendría que ver con
la pulsión del Eros, mientras que la pulsión tanáticatendría
que ver con la destrucción de esa algarabía, con la aniquilación de las notas,
es decir, con el silencio, la música como la existencia depende del las notas y
los silencios, la una requiere de la otra, en la que los excesos de cualquiera
de las dos pulsiones, llevan necesariamente al aniquilamiento de su
contraparte: un puro y constante silencio o un puro y constante ruido, con ello
la música como la existencia desaparecen. Además Freud, saca a la pulsión del
“yo” que era el lugar donde la situaba Fichte para que tenga una nueva morada:
el “ello”, de un “eso” más cercana a la noción de “ente” de la filosofía, pero
lejana a “yo”. Siguiendo el hilo del razonamiento de Etcheverry:
“en la
negación, de 1925, se lee que la afirmación en el juicio pertenece al Eros, en
tanto la negación pertenece a la pulsión de destrucción. Ahora bien, el juicio
como operación, las supone a ambas” (Etcheverry, 1981, p.55).
Freud comprendía
a las pulsiones y las caracterizaba dinámicamente, de la pulsión erótica o
de autoconservación engendraba muchas de las mociones de agresividad, y también
de odio, como mecanismo de defensa, mientras que la destrucción caracteriza a
la pulsión de muerte, las pulsiones mantienen en tensión al aparato psíquico,
en la medida en que una pulsión depende de la opuesta, se trata por lo tanto de
una interdependencia, de la misma manera que Kant, Freud no concibe la maldad o
la destrucción como una mera ausencia de bienestar o del bien, sino como una
acción decidida y permanente dirigida en contra de bien.
La existencia
entonces no puede ser localizada en algún objeto, sustancia o fenómeno ontologizable a
la manera de Parménides. El ser es efecto del movimiento, del conflicto
psíquico, de la manera en que nos posicionamos subjetivamente en el mundo y que
se va transformando en nuestra existencia. Se trata de arrebatarle un instante
a la muerte, no pretender que somos inmortales porque siéndolo se posterga la
propia vida, solo aquel que es conciente de su propia muerte, obtiene el regalo
de la prisa, con lo que puede encontrar el significado de la vida, en cuanto a
que sea vivida. El psicoanálisis nos enseña que vivir no es durar, ni morir es
desaparecer. “En pulsiones y destinos de pulsión Freud explica que la pulsión
no actúa como una fuerza (Kraft) de choque momentánea, sino como una fuerza
constante” (Etcheverry, 1981, p.56).
Para Freud la
diferencia que establece Aristóteles entre psique y soma,
es artificial, ya que es precisamente a través del concepto de pulsión que se
hace fronterizo lo somático respecto de lo anímico, es el gozne entre cuerpo y
alma, es en la manera en que se expresa esa dialéctica representada por la
pulsión, que mostrará su conflictiva proyectada en los síntomas ya sea
psíquicos, somáticos o como trastornos psicosomáticos. Además de que comienza a
comprender que las pulsiones se presentan fenomenológicamente como pulsiones
parciales, es decir, localizables a partir de los objetos o características que
son investidos. Dicho de otra manera, en la medida en que las pulsiones actúan
inconscientemente, únicamente tenemos noticia de su existencia por sus efectos,
por los objetos que ha investido, y de los que se sirve para obtener su meta
(satisfacción y/o destrucción), con lo que las pulsiones de vida y muerte en
tanto puras son inasequibles, o bien, lo son únicamente de forma en que las
pulsiones parciales en forma de mezclas y desmezclas pulsionales. Freud es
claro al sostener que una pulsión nunca puede pasar a ser objeto de la
conciencia; sólo puede serlo la representación, que es su delegado. La pulsión
es un esfuerzo, una fuerza, un empuje constante, por lo que de la pulsión
tenemos noticia únicamente por el objeto empujado, la fuerza en sí, no es
representable de ninguna manera.
Podríamos
resumir lo expuesto, al mostrar la dialéctica del Eros y de Tánatos en
cuanto a su despliegue existencial y a la necesidad recíproca de ambas
pulsiones en la constitución del psiquismo, como expresiones de fuerzas
inconscientes y constantes, que se tejen y destejen, mostrándose en
aquellos objetos o fenómenos que nos permiten deducir su presencia. Podemos
avanzar a otros niveles de la dialéctica que establece el psicoanálisis con lo
principios del Eros y el Tánatos.
En el
libro El erotismo, de George Bataille, propone que Eros en su batalla
contra Tánatos , se expresa primeramente como una lucha, entre naturaleza y
cultura, entre lo animal (instintivo) y lo humano (pulsional), entre la
necesidad y el deseo, que lleva a constitución de interdicciones, entendidas
como prohibiciones: el no, que hace posible el sí (el “uno” del que hablaba
Heráclito); la negación como juicio que instituye límites y genera
delimitaciones: placer-displacer, bueno-malo, permitido-prohibido,
crudo-cocido, muerto-vivo. Esta expresión de la vida como fuerza cultural y humanizante,
la llama el erotismo, el amor a la existencia. Por ejemplo, en el momento que
surgió en un grupo la necesidad de dar sepultura o de quemar a sus muertos, implicó
una nueva forma de ver el mundo; ahora el cadáver debe recibir un tratamiento
ceremonial, y de preparación, ya no pueden los miembros del grupo dejar el
cadáver a la intemperie como una excrescencia, o como si se tratara de una
simple cáscara. Aparece un imperativo, “debe ser erogenizado”, es decir,
pintado, preparado para que los miembros del grupo tramiten su dolor a través
del duelo. Esa es la diferencia que les permite enfrentarse de forma diferente
frente al cadáver, ahora con una pujante pérdida que debe ser tramitada
afectivamente. El Eros de Bataille, combate directamente lo proporcionado
espontáneamente por la naturaleza, no nos adaptamos al entorno, lo adaptamos lo
transformamos, es la condición del orden humano, entendido el erotismo no
solo como logos, sino también como pathos, es el
vínculo entre el símbolo y el afecto. En una doble dialéctica que se inscribe
entre: Eros, lo humano, frente al Tánatos, la
naturaleza, y el Eros delimitado, frente a la porneia (entendida
como abuso, como exceso); dialécticas paradojales ya que en última instancia,
si nos situamos desde la perspectiva del Eros, se ve amenazado por la demasía
tanto como por la carencia, la destrucción es la expresión de Tánatos, se
dirigen a aniquilar los interdictos, que lo mantienen “en el reino de lo
humano”. Erogenización del cuerpo humano, implica escribir en él (in-scribir)
el logos y el pathos, desnaturalizarlo, haciendo
que pierda su dimensión de organismo y se sujete al orden simbólico,
transformado en un cuerpo erógeno.
Por otro
lado, en esta compleja dialéctica debemos diferenciar: Eros y anakhé.
Freud se ve precisado a emplear en varios momentos el concepto de Platón de anankhé,
para diferenciarlo de Eros al de anankhé, entendida como algo más
que necesidad que surge de la pura sobreviviencia, concepto empleado
primeramente en las conferencias de introducción al psicoanálisis y
posteriormente en: El malestar en la cultura, de 1930. Anankhépara
dar cuenta de ese principio vital, irreductible al orden simbólico,
esa fuerza que busca la sobrevivencia y que se opone al Tánatos , entendido
como retorno a lo inorgánico, como el envejecimiento que va acompañando día a
día, a la vejez y a la destrucción propiamente orgánica. La anakhé rige
la condición animal, desorganizada, carente de un telós o
finalidad. Es una fuerza arcaica que busca perpetuarse y que debe ser vencida
para organizar y ordenar el mundo bajo parámetros y condiciones humanas y
transformarlo en un cosmos. Por eso encontramos en Freud esta afirmación: “Así, Eros y Anankhé pasaron
a ser también los progenitores de la cultura humana” (Freud. 1979. p. 99). Se
trata de fuerzas que en sus diálogos y confrontaciones gobiernan lo propiamente
humano y de las que no podemos escapar.
Por otro lado,
sumando mayor complejidad a la dialéctica y a las fuerzas que nos constituyen y
determinan, aparece el filos, ya que de Eros se ha
mostrado suficiente, sin embargo, no se ha presentado su relación con el amor
en este ensayo. Han sido traducidos indistintamente Eros y filos por
amor, sin embargo deben ser diferenciados: Eros es el amor con
expresión de la forma humana, como deseo que se enfrentan a la simple
necesidad, mientras que filos da cuenta del amor directamente dirigido a una
persona, a un fenómeno, a un tema. Filos-sofía, que es el amor al conocimiento.
Su opuesto es el fobos, que se puede entendido como miedo, odio o
aborrecimiento, filos y fobos, dialogando y
construyendo las características de nuestras relaciones con los prójimos y con
el mundo. Un mundo en el que a partir de estas fuerzas somos sus arquitectos y
no pasivos inquilinos.
De la
misma manera en que mostramos matices esenciales en la pulsión de vida
entendidos como erotismo, la anankhé, y el filos, es
necesario diferenciar los planos que se presentan al interior de la pulsión de
muerte, de Tánatos. En una primera instancia sería necesario
comprender las condiciones axiológicas de Tánatos, y nada mejor para hacerlo
que comprender el concepto heideggeriano, de dasein, que podríamos comprender
como: “el ente que es, siendo para la muerte”. Como puede verse el ser se
traslada a la existencia, pero ésta se encuentra marcada por la conciencia de
su finitud, de su muerte, sin ésta idea de nuestra condición mortal, podríamos
creer que somos inmortales y posponer las cosas importantes de nuestra vida,
aquellas que tememos que enfrentar, pero es el saber que moriremos lo que nos
empuja a vivir. Fenómeno que ha sido advertido por infinidad de poetas. Jaime
Sabines dice: “[...] Alguien me habló al oído despacio lentamente, me dijo:
vive, vive, vive, era la muerte”.
Sin esta
concepción de la muerte como fin y límite a la existencia no hay apremio de
vida. Aquellos que huyen de aceptar su condición mortal, de hacerla jugar con
su dramatismo y crudeza, no tiene otra posibilidad, que estar como seres
automatizados, atrapados en las repeticiones, evitando las preguntas, es decir,
aquello que cuestione y exponga los engaños que nos hacemos. Huir de la muerte
conduce a confundir: que durar no es vivir, que lleva a pensar que la seguridad
se encuentra en los automatismos, esta sería una muerte-viviente, como un
zombi, transformarse autómata, esa es la dicotomía que sobre la muerte nos
presenta, a “grosso modo” Heidegger: a) ser un muerto viviente ó b) vivir la
muerte para caer en la cuenta de que somos únicamente en las cosas que revelan
nuestra existencia, son esos encuentros con nuestro deseo, lo que nos hacen
sentir que estamos vivos.
Otra
muerte que debe ser comprendida es la pérdida del Eros en la
existencia, tiene que ver con que no hay un lugar para nosotros en nuestra
vida, y morir físicamente podría ser menos doloroso que llevar una “vida como
muertos”, se trata de un sordo sufrimiento que nos amordaza, que se muestra
como melancolía, como el penar doloroso de una existencia que se va desangrando
de Eros, “me muero porque no me muero” (Santa Teresa de
Ávila), es decir, la existencia como una insufrible condena, como una agonía.
Podemos
concluir que para el psicoanálisis, el despliegue del Eros y
Tánatos, parten necesariamente de la nociones de: fuerzas, empujes, choques; de
movimiento dialéctico, caracterizado por la oposición de una multiplicidad de pulsiones
que Freud llama parciales, pero que pueden ser agrupadas sin mucha dificultad
en dos grupos: pulsiones de vida y pulsiones de muerte, son fuerzas constantes
que constituyen al aparato psíquico, como necesaria y permanentemente en
conflicto. Sin embargo la complejidad de Eros y Tánatos va más allá al
señalar otra clase de dinámicas mucho más complejas que han seguido de cerca la
filosofía y la poesía, por lo que el psicoanálisis en sus descubrimientos y en
sus investigaciones no camino solo, es mucho lo que podemos aprender ampliando
los diálogos, siguiendo distintas propuestas disciplinarias y dirigirnos a
responder las grandes preguntas de la humanidad.
Bibliografía
citada.
Cortés Jordi,
y Martínez Antoni. Diccionario de filosofía en CD-ROM. Editorial Herder.
Barcelona.1996
Etcheverry
José Luis. Sobre la versión castellana. En Obras completas es XXIV Volúmenes.
Ed. Amorrortu. Buenos Aires 1981.
Fischl Joham.
Manual de historia de la filosofía. Ed. Herder. Barcelona 1994.
Freud Sigmund.
El malestar en la cultura. En Vol. XXI. Ed. Amorrortu. Buenos Aires 1979
Heindelband Windelband Historia
de la filosofía. Ed. Ateneo. México 1960.
Jenófanes,
Parménides, Empédocles Heráclito .... Los presocráticos. Col.
Popular 177. Ed. FCE . México 4ª Edición. 1984.
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