George-Henri Melenotte
Yo! Yo, que me he dicho mago o
ángel, absuelto de toda moral, soy devuelto al suelo en busca de un deber, para
abrazar la áspera realidad.
Arthur Rimbaud
Traducción del francés por:
Joëlle Rorive y Ricardo Vinós
El terreno de estudio de la
toxicomanía permanece sin certidumbres. Las definiciones que lo recubren son
inestables y están en evolución constante. Las discusiones que las rodean están
sujetas a esa inestabilidad. ¿Quién podría, hoy en día, llegar a un consenso
sobre la definición del término "toxicómano"? Se trata de una
pregunta demasiado enorme para no ser planteada, ya que estamos viendo aparecer
toda una serie de conceptos nuevos, que no nos parecen más sólidos que los
antiguos (por ejemplo, ¿cuál es la prevención en esta área hoy en día?, ¿Qué es
lo que se trata de prevenir?)
En estas líneas se reflexionará
en torno a la parte excluida del discurso vigente sobre las bases de la
toxicomanía, y se propondrá un cierto número de términos, no para saturar un
campo ya bien cargado, sino para intentar articular dos preguntas: ¿qué está
pasando con el placer y el uso del placer, según los últimos avances?, y ¿cuál
acepción del sujeto ha sido puesta en cuestión?
Procederemos a plantear una serie
de preguntas que nos llevará a abordar la toxicomanía como uso particular del
placer, y entonces pasaremos a definir dos entidades, que son la enfermedad del
placer y la enfermedad del riesgo. Por último, haremos un análisis de la
reducción de riesgos y sus insuficiencias.
¿Cómo se usa el placer?
A primera vista, se puede
responder que de varias maneras. Es decir: no existe un solo uso del placer,
sino varios. Existen los usos del placer1. La pluralidad
corresponde al uso, cuando se trata del placer. Nos será posible declinar su
gama, estableceremos una clasificación y examinaremos el repertorio de
practicantes.
Por poco que infiramos de esos
usos, nuestro sujeto será universal. Esa universalidad se finca en que nadie
escapa al uso del placer. Todo el mundo busca y encuentra, en la multiplicidad
de usos, el retazo que le conviene. Calificaremos a tal sujeto como sujeto del
placer.
El toxicómano es aquel que ha
encontrado su retazo en una substancia. Su respuesta se formula así: yo no uso
del placer sino por medio de la substancia que lo produce. El "no ...
sino" subraya la exclusividad acordada a la substancia, o sea, la
imposibilidad de encontrar ninguna otra fuente de placer comparable. El gesto
producido es un gesto de exclusión. Queda excluido todo lo que no es la
substancia y, por este hecho, queda desclasificado. Sólo importa su insigne
efecto de placer. 2 Aquí ya no existe la jerarquía de los placeres, sino la
edificación de uno de ellos con exclusión de todos los demás. El único placer
válido es aquel que la substancia procura.
Adoptar esa posición propone toda
una serie de preguntas. ¿Sería posible que un placer desclasifique el placer
sexual? ¿Existe un placer aún más fuerte que el orgasmo? ¿Podemos suponer que
existe otro placer que el buscado por un compañero sexual, en la cima de la
escala de los placeres? Los toxicómanos contestan que sí a esas preguntas y
describen ese placer como el efecto procurado por la substancia en sus cuerpos.
¿Será que existe un placer no sexual, infinitamente superior al coito?
La repuesta dada por el
toxicómano a la pregunta sobre el uso del placer es una respuesta entre
otras. Pertenece a la paleta de las respuestas posibles a la pregunta sobre
los usos del placer. Mantiene al sujeto que la da, en su acepción universal de
sujeto del placer.
Ahora bien, actualmente
encontramos una tesis dominante entre los agentes del cuidado a la salud en el
ámbito de la toxicomanía, que viene a poner en duda esa posición: sostiene que
existe una categoría específica de la población, caracterizada por la respuesta
unívoca que da a la pregunta sobre los usos del placer. Y nombra "toxicómanos"
a aquellos que dan esa respuesta como axioma 3. Diremos que esta tesis hace de
los "toxicómanos" una clase definida por el conjunto de
aquellos que se refieren a este axioma.
De ello se deduce un sujeto. Se
le define así: es sujeto de esa clase todo aquel que toma como predicado el
axioma de la clase. Así que el sujeto "toxicómano" es aquel
que hace uso del placer solamente por medio de la substancia. Tal sujeto no es
universal (éste es nuestro desacuerdo con la definición hecha por la tesis
dominante: tener un uso exclusivo del placer no implica que el sujeto implicado
quede limitado a ese uso; sigue siendo sujeto de placer), sino que ha sido
reducido, al ejercer ese uso, a la clase a que pertenece. El sujeto "toxicómano"es
sujeto de un grupo, de una colectividad, de un comportamiento particular en el
ejercicio del placer. No se le define por identificar la especie caracterizada
por la multiplicidad de sus prácticas con respecto al placer.
Dicha identificación del sujeto
"toxicómano" como sujeto de una clase, en las tesis
dominantes, tendrá una consecuencia notable. Reside en tapar la problemática
del placer con otras, que la ocultarán. Puede pasar por paradoja.
El sujeto "toxicómano"
será presentado, en efecto, tras una serie de rostros identificables. Reconoceremos
el rostro del enfermo potencial (forma médica reintroducida por la reducción de
riesgos), del enfermo real (forma médica prescrita por la neurobiología), del
enfermo mental (forma psiquíatrica que argumenta a favor del sujeto de riesgo),
de un comportamiento patológico (forma psicológica made in USA), de
una complexión desviada de la norma (forma sociológica señalada entre otras,
por ende no exhaustiva), de un excluido (forma política de la segregación
moderna del capitalismo). Esa multiplicidad de rostros enumerados devolverá la
unidad al sujeto, quedando regulado en su relación a una axiomática del placer.
Pero dicha subsunción de rostros por un sujeto jugará un rol de máscara. El
sujeto "toxicómano" que se identifica así, recubre, cada vez
que lo hace, al sujeto del placer con un velo de decencia.
Cada uno de los rostros apareados
con atributos de la ciencia (medicina, biología, sociología, psicología,
psicoanálisis, psiquiatría) enmascara un uso particular del placer. La
proliferación de los estudios actuales sobre la toxicomanía da fe del estado de
abandono en el cual ha caído la problemática del placer. El yermo del placer
contrasta con el esplendor de los estudios científicos sobre el toxicómano. Nos
encontramos con un acto de segregación en el lugar del placer.
Se podría creer que el sujeto de
un uso particular del placer se manifiesta tras esos rostros identificables y
cuantificables que lo reinvindican, y que así se ofrecería al estudio, pero indirectamente .
Ese es un aspecto engañador. Y hay razón, ya que el placer como tal no admite
ninguna medida, ninguna cuantificación susceptible de prestarse para la
constitución de su ciencia.
Esos rostros, a los que se otorga
tantas formas como se conozcan, no se estudian sino que crean la
ilusión de haberlo hecho. Lo que se da como fachada observable del sujeto
del placer, o sea del sujeto " toxicómano", no es más que
una ilusión de óptica. Esos estudios enmascaran aquello que se resiste a toda
anexión científica, a la vez que lo delimitan: el placer. La química de una
preparación de opio no rinde cuentas a la alquimia del placer, aunque lo haya
reducido al término miserable de euforia. 4
¿Se puede enfermar de placer?
Procuraremos aquí no dar al
término "enfermo" un significado estrictamente médico, o sea, el de
una patología. El punto de enfoque es una falla. 5 Para hacerlo así, nos
apoyaremos sobre dos consideraciones prácticas en relación a la heroína 6
1. La heroína es causa de placer.
2. Su efecto es corporal 7
Si quisiéramos precisar la
relación entre la heroína y el placer, diríamos que la heroína es un pedazo de
materia 8 que produce un efecto de placer en el cuerpo.
Decir que no habría cuestión de
placer sin solicitar del cuerpo puede pasar por una perogrullada. Ya no lo es
si admitimos que el cuerpo puede llegar a fallar en su función: la de
recipiente de un efecto. El cuerpo, entonces, sólo sirve para deletrear la gama
de dicho efecto. Mientras que el cuerpo esté sano, es decir, mientras que
cumpla con esa función, no está enfermo. Cuando la heroína ya no da el efecto
esperado, o sea, el placer, cae enfermo. Así, la enfermedad es una pérdida,
para el cuerpo, de su capacidad de experimentar el placer. Nos enfermamos de
placer cuando el cuerpo deja de producirlo como efecto de una substancia. Lo
que eso indica no es la existencia de un agente patógeno como causa de la
enfermedad, sino la falla de calidad del cuerpo cuando ha dejado de prestarse a
ser recipiente de placer. Con las causas de tal falla puede formarse un
repertorio, muchas veces ligado al producto mismo 9
Si la enfermedad es una falta de
placer, y no su uso exclusivo, lo que el sujeto sufre es una pérdida de placer
ahí donde la substancia le daba provecho. El sujeto del placer está amenazado
por una pérdida de conciencia cuando se declara un déficit en su uso. Y cuando
el placer desaparece, el sujeto se suprime: de eso es testigo aquel que se
enferma de placer.
El practicante de heroína cae
enfermo al perder afecto hacia su cuerpo como sitio de la sensación de placer.
Esa enfermedad del placer, como vemos, es completamente subjetiva y no plantea
nada al médico, que no sabe qué hacer con ese déficit. No entra en la acepción
que la medicina da al cuerpo, la de reconocer esa función en el lugar del
placer.
Cuando el placer desaparece bajo
sus pies, el practicante de heroína -identificado con el sujeto
"toxicómano"- ya no permanece como sujeto de una clase, sino que
accede a la universalidad que confiere a todos y cada uno la falla del placer
esperado. Accede a la universalidad del desconcierto engendrado por la pérdida
del placer. A ese estado lo llamaremos desencanto.10 Esta declaración no está
de acuerdo con el discurso dominante que se mantiene sobre la toxicomanía. Pues
que, para este discurso, no existe la enfermedad del placer. Que el sujeto del
placer se suprima por la falla del cuerpo como recipiente del placer, le es en
sí indiferente. La toxicomanía está en otro lugar. La buscan "globalmente",
pero no allí donde el placer esté implicado por un uso.
Ahora bien, es cuando se ha
destituido al sujeto del placer que vemos nacer al "toxicómano" en la
literatura especializada. Si señalamos que la dependencia de un producto indica
la ausencia de placer al mismo tiempo que su necesidad, bajo pena de conocer su
carencia -física o psicológica-, uno se da cuenta que dicho sujeto
"toxicómano" no solamente aparece con atraso, sino que ya no lo es,
en vista de su definición como sujeto de una clase de usuario exclusivo de una
substancia como fuente de placer.
Existe, pues, una distinción que
debe hacerse entre sujeto "toxicómano" como sujeto -lo cual es
discutible- de una clase, pero referida al placer, y el
"toxicómano"como sujeto no erotizado, tal y como hoy en
día aparece en el discurso de los especialistas. Así que las enfermedades, sean
reales, potenciales o de otra clase, no son solamente rostros que enmascaran al
sujeto del placer. Son las formas del "toxicómano" desafectado de eros.En
efecto, constatamos que los estudios actuales sobre el "toxicómano"
son el deletreo del vocabulario del desencanto que afecta al sujeto cuando
pierde el uso de su placer, mucho más que estudios sobre el sujeto del placer.
El concepto de toxicomanía ha
resbalado, pues, en su acepción soberana, referida al placer, y de tal manera
que sus usuarios caen en otra, deserotizada y degradada.
Eso nos lleva a detenernos un
momento sobre lo que llamaremos la enfermedad del riesgo, tan común en la corte
hoy en día. Su función será la de cubrir con un velo el campo de ejercicio del
sujeto del placer.
¿Existe una enfermedad del
riesgo?
Por más que la justifiquen las
epidemias causadas por los virus del SIDA y los de la hepatitis B y C, la
política de reducir riesgos ha desempeñado el rol de recubrir el uso del placer
implicado en la toxicomanía. Promueve la enfermedad del riesgo. Eso no tiene
nada que ver con el placer.
Si queremos mostrar cómo la
enfermedad del riesgo le hace pantalla al uso del placer, conviene detenernos
primero en algunas declaraciones fundamentales.
Recordemos aquí la frase de
Bernard Kouchner: " Los usuarios de drogas son enfermos".
11 Esa afirmación vale para franquear un paso. Pero no exactamente como se
suele entender, o sea, hacerse cargo de un comportamiento
"patológico", calificando el cuerpo médico a la persona . Observemos
más bien, que si relacionamos el uso de la droga con una práctica del placer,
esta última se encuentra colocada bajo jurisdicción médica, y de hecho,
descalificada. La operación de recubrimiento está hecha: conserva el término de
uso, pero excluye el de placer, sustituyéndolo por el de droga. El uso de
placer cede su lugar al uso de droga. 12 Por una simple sustitución de
términos, el placer se relega al olvido y aparece el uso de droga, ofrendado al
apetito de la investigación. La operación producida es fundamental, ya que
califica al usuario de droga de enfermo. En el mismo movimiento, calla la
exclusión decisiva que efectúa. Una vez que la enfermedad ha llegado al mundo,
no queda otra que dotarse de todo equipo adecuado para producir las normas del
recién llegado. ¡Ha nacido una enfermedad, saludémosla! Como no tiene nombre,
la llamaremos enfermedad del riesgo. Y el placer se quedará discretamente sobre
la mesa de operaciones.
Nos apoyaremos en otra de esas
fórmulas de choque que decoran las publicaciones contemporáneas: "Las
epidemias de droga, como las civilaciones, son mortales".13 Aquí, el
hecho de la enfermedad se ha confirmado. Se ha vuelto histórico, ya que la
metáfora se remonta a la noche de los tiempos y da a entender que las epidemias
de drogas son tan antiguas como las civilizaciones. Se ha dado carta de nobleza
a la novísima enfermedad del riesgo, que así se encuentra dotada de un pasado.
La precisión de la fórmula no importa tanto como la fabricación de una
enfermedad, que requiere sus cartas de recomendación.
Las dos fórmulas que acabamos de
ver indican claramente los términos de la política de reducción de riesgo.
Intentemos precisar cuál es esa enfermedad del riesgo.
Se trata de trasladar el concepto
de toxicomanía de la nosología psiquiátrica ("manía" indica que se
trata de una locura del tóxico) al campo general de la
política de cuidado a la salud. 14 Dicho movimiento se hace a costa de la
cuestión del placer, de la substancia tomada como su causa material y del
cuerpo como su sitio de efectuación.
Es así como leemos que la
toxicomanía es una "conducta determinada por una historia", algo que
se ha "escogido", una "diátesis" o una
"enfermedad" 15 justificando la analogía con el asma o la diabetes.
16 Esos términos, más o menos pertinentes, no deben llamar a engaño. La nueva
entidad morbosa se construye bien y bonito con la reducción de riesgo, y hasta
podemos poner en evidencia sus parámetros particulares: su causa es no un
agente, sino el riesgo infeccioso; su cliníca es no una
sintomatología, sino un comportamiento; su tratamiento no es
curativo, sino preventivo. Su característica es el aspecto potencial y
no real de su agente causal: el toxicómano porta potencialmente el
VIH o el virus de la hepatitis B o C. La conducta terapéutica se deduce de ahí.
Así aparece un nuevo espacio médico, abierto por el carácter potencial de su
agente causal, determinando prácticas sociales marcadas por preocupaciones
sanitarias en torno a la prevención.
La enfermedad del riesgo es
virtual, es decir, sin lesiones. Requiere un dispositivo terapéutico,
más que un tratamiento. 17 Pone la mira en la modificación del comportamiento
de riesgo. 18¿Será la metadona tan excelente medicamento 19porque desarma las
conductas de riesgos al permitir a muchos hacer un alto duradero de sus
consumiciones por vía inyectable, 20 así como emanciparse de toda
dependencia?21 Señalamos que la calidad intrínseca del producto importa menos
que su uso razonado.
Es así como cobra existencia una
enfermedad del riesgo. Pero no existe sino potencialmente y,
sobre todo, ya no tiene, por sí sola, la menor relación con lo que venía
constituyendo su factor determinante, o sea, el placer. La morbilidad argumenta
a favor de los buenos fundamentos del dispositivo terapéutico metido en el
cuadro de la reducción de riesgos. Eso no impide que la enfermedad del riesgo,
por más virtual que sea, no exista en realidad, ya que al llegar la infección
desaparece.
Esa enfermedad toma el lugar de
un uso del placer. Enmascara ese uso, e impele a quien le preste interés tras
una pista falsa. Es tentador tomar esa mala dirección, que por sí sola es
atractiva: está sembrada de trampas, el trayecto terapéutico obliga a los
agentes de salud a inventar nuevas prácticas. De esto último, brota una fuente
incomparable de estímulos y resultados.
¿Qué efecto produce la
enfermedad del riesgo?
La distinción que hemos
introducido entre enfermedad del placer y enfermedad del riesgo no mantiene la
diferencia necesaria entre el discurso del usuario de placer y el de los
agentes de salud en el campo de la toxicomanía. Esa distinción es resultado del
evento político de la reducción de riesgos.
Si decidimos presentar ambas
formas discursivas, podremos aclarar ciertos aspectos propios de cada
enfermedad. Así, la enfermedad del riesgo, a diferencia de la precedente, ya
está presente en el sujeto (o en el sujeto del placer, según el punto de vista
que se adopte). Se puede decir incluso que en mayor proporción que el sujeto
"toxicómano" en que no se preocupa nada -o poco- del riesgo incurrido
al considerar una práctica que requiere, por ejemplo, inyecciones reiteradas y
diarias de producto.
La política de reducción de
riesgos, en esas modalidades discursivas, postula la correspondencia entre la
clase del sujeto "toxicómano" y la de la enfermedad del riesgo. A
cada sujeto "toxicómano" le corresponde una enfermedad de riesgo (se
habla, además, de conducta de riesgo). La clase de tal sujeto es la de la enfermedad.
La enfermedad del riesgo es, consecuentemente, anterior a la enfermedad del
placer. Alcanza al sujeto "toxicómano" afectado de placer. A los ojos
del partidario de la política de reducción de riesgos, sólo ella importa. Como
venimos diciendo, la enfermedad del riesgo recubre de hecho la práctica de
placer que le es correlativa. Al volverse tema único de interés para los
servicios de salud, enmascara el uso exclusivo del placer derivado del
producto.
Un primer efecto reconocible de
la introducción de esa enfermedad del riesgo es, en efecto, que emerge el
sujeto del riesgo. Esa aparición se ejerce a expensas del sujeto
"toxicómano" (en tanto que hay un uso exclusivo del placer) que se
queda enmascarado. El objeto exclusivo de atención es un sujeto así. Es a él a
quien afectan los gastos del estado. Es para él que se abren centros de salud,
de albergue y de orientación, y se crean redes de atención médica, y se
introducen tratamientos de sustitución. Se cura previniendo el riesgo. El
tratamiento consiste en informar al "usuario de droga", en cualquier
nivel de su práctica. No se le habla del placer procurado por la substancia. Se
le informa del riesgo incurrido por su comportamiento y de las modificaciones
que debe hacer en sus conductas para evitarlo. Se le educa para corregir su
comportamiento de riesgo.
Sin embargo, al desconocer el
sujeto de placer al que se dirige, se desconocen, a la vez, los efectos
producidos sobre él por ese gesto educativo.22 Porque corregir un
comportamiento de riesgo, al informar, por ejemplo, vuelve a dar miedo al
sujeto en su uso del placer. Ese miedo es prohibitivo. No permite la búsqueda
del uso bajo pena de muerte. Condena el uso. Pone en peligro al sujeto por
relación con su opción exclusiva. Amenaza la raíz misma de su ser. Además, la
condena de un uso de placer no puede ser sino moral. Proscribir la substancia
en virtud del bien vital de la persona es condenar moralmente una práctica que
lo eleva en su soberanía. La política sanitaria de reducción de riesgo, a su
vez, sienta las bases de la reprobación moral que golpea al uso del placer.
También se ve como el Estado, en
nombre de una política sanitaria legitimizada por la catástrofe de las
epidemias del SIDA y de las hepatitis B y C que han devastado a los
toxicómanos, interviene para reglamentar nuestros usos del placer, ejerciendo
una presión disuasiva sobre uno de ellos con el fin de exterminarlo. Lo hace
bajo el disfraz del tratamiento de otra enfermedad, que es la enfermedad del
riesgo.
Otro efecto: si la enfermedad del
placer justifica un tratamiento que restituye al cuerpo su capacidad de placer,
la enfermedad del riesgo justifica un tratamiento que suprime el riesgo por la
prevención. En tanto que la enfermedad del placer implica una carencia por
desafecto del cuerpo, la del riesgo implica otra, su carencia real. En un caso
como en otro, se ve que el lugar central de acción de cada enfermedad es, como
debe ser, el cuerpo.
Sin embargo, eso no significa que
sea lo mismo en cada caso. Porque ese cuerpo es un cuerpo para la infección en
un caso, y un cuerpo para el placer en el otro. El cuerpo biológico no es el
cuerpo como sitio de placer. Es un cuerpo sin placer, reducido puramente a su
funcionalidad. El cuerpo del placer es otro, aunque se disfrace de las mismas
aparencias que el primero. Goza exclusivamente de su función de placer. 23 Y el
ataque viral le tiene sin cuidado.
Captamos, pues, al hacer ese
recorrido, la enorme disparidad que afecta a esas dos acepciones del cuerpo.
¿Cómo podemos reconocer los
efectos de dicho análisis?
Los elementos que acabamos de
presentar son, en efecto, reconocibles por el rastro que deja la aparición de
esa enfermedad del riesgo. Algunos comentarios de carácter histórico ilustran
esta declaración.
En Francia, en relación con la
experiencia de la promulgación de la ley de 1970, la introducción de esa nueva
enfermedad ha producido tres modificaciones decisivas en torno al cuerpo, la
profesión médica y el análisis del síntoma mórbido.
A propósito del cuerpo, la
extrema importancia atribuida durante muchos años al significante tenía que ver
con una versión psicoanalítica de la toxicomanía vista como síntoma. No hace
falta remontarnos al hecho de que Lacan ha consagrado muy poco de su enseñanza
-dos frases- a la cuestión, para preguntarnos si dicha aplicación del
psicoanalisis a la toxicomanía está justificada. El hecho es que la ley de
1970, agitando la zanahoria de la terapia con el bastón de la ley (amenazando,
por lo tanto), curiosamente ha abierto el campo a una práctica de
"escuchar analíticamente" al toxicómano, a quien hoy en día se mide
únicamente por su boleta de calificaciones. Recordemos que el cuerpo ha sido
excluido 24. La enfermedad del riesgo ha devuelto cuerpo al cuerpo, ahí donde
un cierto tratamiento psicoanalítico lo reducía a porción congruente.
La atención preventiva le ganó el
paso a la curación por la palabra. La profesión médica retomó sus prerrogativas
en un abordaje multicéntrico a la toxicomanía, en proporción con la primacía
otorgada por los médicos a la prescripción de productos de sustitución. La
medicalización puede tomarse como una revancha de los médicos sobre los
trabajadores sociales, los psicólogos y los sociólogos. El cuidado preventivo
que trata la enfermedad colocó al servicio médico en el corazón del
dispositivo. Y aun si los médicos pusieron al mal tiempo buena cara desde que
tuvieron que compartir sus prerrogativas con otros agentes de salud en las
redes de atención médica, permanece lo esencial: se han vuelto actores
inamovibles del dispositivo, lo cual no había sucedido hasta entonces. Pero
dicha práctica preventiva no es una curación de un cuerpo enfermo de placer. Si
fuera prevención de la devastación causada por el placer, no sería
rehabilitación del cuerpo en sus prerrogativas de sitio de placer. El
tratamiento tiene por objetivo preservar el cuerpo contra la infección y su
correlativo, la muerte. 25
La cuestión de la analicidad del
síntoma morboso dio un paso gigantesco. Lo que se trataba de un síntoma
inconsciente o psicológico o, dicho de otra manera, irreductible a la
particularidad del caso, se volvió comportamiento. Ahora bien, todo
comportamiento se ofrece al estudio por su medida y su comparación. Por tanto,
puede ser referido a una media. Y se puede juzgar su evolución en función de
los parámetros que se sienten determinantes. Se impusieron las bases de una
terapia médica centrada en la evaluación de sus resultados. El éxito de esa
metodología fue fulminante, porque daba lugar a pensar que el " toxicómano"
iba por fin a revelarnos sus secretos. El placer es, por supuesto, lo que tan
bello entusiasmo deja de lado. Pero ¡qué importa eso ante el avance del
conocimiento! El placer, de todas maneras, padece el incurable defecto de no
dejarse medir. Así, la no-analizabilidad del síntoma morboso ha dejado su sitio
al análisis de síntomas de enfermedad en términos de comportamiento, junto con
el de su evolución.
Estos breves comentarios de
carácter histórico permiten entender la impresión de progreso que acompaña el
desarrollo del estudio de la enfermedad del riesgo.
Entre otros efectos, notemos que
la instalación de la nueva enfermedad en sus penates no se hizo sin algo de
confusión. La más evidente hoy en día es la de asimilarla a la toxicomanía. 26
La toxicomanía sería la enfermedad de riesgo que convendría tratar mediante la
reducción. De ahí se pasa a la idea fachendosa de que se pone en tratamiento a
la toxicomanía al reducir el riesgo.
El placer está afectado hoy por
un riesgo vital: así se hace el juego, hoy en día. 27 Algunos aprovechan la
ocasión para ver ahí el dedo de Dios apuntando a los pecadores. Otros, que
confían más en la fuerza de la razón, se alzan para responder el nuevo desafío
hecho a la ciencia. Sin embargo, todos dan incesantes redobles sobre el riesgo,
guardando de común acuerdo un silencio piadoso sobre el placer. Ciertamente, un
comportamiento favorece -o no- el riesgo infeccioso. Pero el placer, también,
puede hacer grandes estragos. Además, tal es el riesgo. Y al disuadirse o al intentar
disuadir a otros, para no limitarse nada más a una acción sobre la conducta, se
puede dejar en el olvido esa verdad tan vieja como el tiempo: se puede morir de
placer. El placer puede perseguirse hasta la muerte, con pleno conocimiento de
causa. Falta reconocer que todo discurso sobre la prevención del riesgo no
dejará de ser tomado como la buena nueva traída por gente de fe, y será
rechazado. Será una gran lástima, y todo acto militante quedará desnudo ante
tal constatación.
Constatamos, en la conclusión del
presente texto, que nos hemos expuesto a que se nos critique por contribuir a
la proliferación de significados utilizados en torno al sujeto. 28 Si nos
atenemos a la multiplicidad de las acepciones que sostenemos aquí (sujeto del placer,
"toxicómano"o de riesgo), habremos acordado tres usos diferentes del
término. Pero, cada vez, el sujeto deberá tomarse con el doble significado de
ser una suposición (lo que se supone que significan placer, riesgo,
"toxicómano") y una sujeción (sujeto sometido al placer, etc.)29
Se ha tomado al sujeto de placer
en sus alcances universales. El sujeto "toxicómano" y el sujeto de
riesgo se ejercen en un campo parcial, limitado en cuanto a sus prerrogativas.
Al mismo tiempo, cada uno se encuentra dotado de consistencia propia. El sujeto
"toxicómano" se identifica por su adscripción minoritaria. El sujeto
de riesgo se verifica en evaluaciones epidemiológicas actuales que nos
presentan, apoyados por curvas y diagramas, sus parámetros. La forma científica
que su presentación le otorga no engaña a nadie. Solamente riza el efecto de la
máscara cuyo escaparate hemos desmantelado, que intenta cerrar definitivamente
el capítulo del placer en las movidas aguas de la toxicomanía.
Si el sujeto de una substancia de
placer y el sujeto de riesgo son formas particulares y reducidas de un sujeto
consistente, ¿qué pasa con el sujeto del placer al introducir el placer erótico
-o incluso al sujeto del desencanto- en sus atribuciones? En cuanto a eros,
la consistencia de dicho sujeto no solamente está cuestionada, sino que procede
de la del sujeto cortado del que trata Lacan. 30
El sujeto del placer, en su
alcance universal, ya se encontraba parcelado y restringido por el sujeto
"toxicómano". Esa reducción se ha visto acentuada al emerger el
sujeto de riesgo, pues el riesgo no tiene el alcance universal del placer. Está
restingido, referido a una práctica limitada que reduce su campo acción a una
fracción de la población.
Se ve, entonces, cómo opera un
doble movimiento que apunta a retirarle al sujeto su calificación universal, al
tiempo que lo dota de consistencia.
Así, el campo de la toxicomanía
se ha vuelto hoy apuesta en una cuestión más grande: la de la situación legal
del sujeto en cuestión de dicha práctica. 31 Las formas contemporáneas de
entendimiento dejan ver una operación de reducción de su dominio y atribución
de calidades. De algo inconsistente y universal, se ha trastocado al sujeto en
sus prerrogativas, en benefício de su restricción y densificación. Se vuelve compacto.
32
La apuesta no es solamente
teórica. Es real. Porque al producir un sujeto comunitario, lo inscribimos en
un registro particular, léase peligroso: el de la segregación. Al distinguir un
sujeto de otro por su uso o por su riesgo, favorecemos su discriminación. Mientras
que al referir el sujeto al placer, levantamos la segregación que lo
estigmatiza en beneficio de lo universal, y excluimos la exclusión cuyo
principio habíamos intentado postular.
Notas
1 Nos inscribimos en la línea de
Michel Foucault cuando escribe, en su Historia de la sexualidad,
esta frase programática: "convenía investigar cuáles son las formas y
modalidades en relación consigo mismas por las cuales el individuo se
constituye y se reconoce como sujeto" (Michel Foucault, "el uso de
los placeres", enHistoire de la Sexualité, 2, París, Gallimard,
1984, p.12).
2 Iba a escribir
"especia". Pero es cierto que no estamos en Dune, ese
maravilloso libro de Frank Herbert sobre lo que aquí llamamos "la
substancia".
3 Hablamos de axioma en la medida
que dicha proposición se propone de antemano como verdadera, en vista de que se
ha excluido que el toxicómano experimente toda la gama de placeres para
verificar si existe uno superior al que le procura la substancia.
4 Citemos este breve pasaje
consagrado al efecto de la morfina: "La morfina tiene otros efectos aparte
de la analgesia. Si el producto es administrado a un sujeto sin antecedentes,
provoca a menudo una disforia, asociada a veces con náuseas, y a veces una
euforia acompañada de somnolencia o hiperactividad". (Aimé
Charles-Nicolas,"Toxicomanies", en Encyclopedie
Médico-Chírurgicale, Psychiatrie, 37-396-A-10, París, Elsevier, 1998,
p.11.)
5 No excluye que se entienda
"enfermo" en el sentido de la pasión, como cuando se dice:
"Estoy enfermo de amor".
6 Esa elección no ha sido hecha
al azar. Hubiéramos podido usar la cocaína, por la nitidez con que su uso
exclusivo produce placer.
7 Estos comentarios siguen la
lectura del trabajo de Jean-Claude Milner, "Le triple du plaisir",
París, Verdier, 1977.
8 Ídem, p.12
9 Sí; la determinación de esas
causas es útil, su clasificación, su lazo con la molécula, permiten hacer
adelantos indispensables en nuestros conocimientos sobre la cuestión.
10 No se trata aquí de hacer una
historia política de las religiones, aunque nos referimos a Marcel Gauchet, en
su trabajo: "Le désenchantement du monde", París, Gallimard, 1985.
11 Bernard Kouchner, "Non
assistance á personnes en danger", en Les Temps Modernes, #
567, París, octubre de 1993, p. 5.
12 Recordemos a propósito de esto
el comentario de Jacques Derrida: " Ya hace falta concluir que el concepto
de la droga es un concepto no científico, establecido a partir de evaluaciones
morales o políticas: lleva consigo la norma de lo prohibido"
("Entretien avec Jacques Derrida: Rhétorique de la drogue", L’esprit
de drogues, en Autrement, París, Editions Autrement, 1993, p. 253).
13 Anne Coppel, "Épidémies
de drogue et lutte contre la toxicomanie. Approche historique", en Toxicomanie
Hépatites SIDA, París, Les empecheurs de penser en rond, 1994.
14 Es notable que en este lugar,
alguien tan enterado como Claude Olievenstein persevere en usar la acepción
"toxicómano" sin tomar en cuenta el despliegue de definiciones
actuales. El toxicómano no está "domesticado" , sino redefinido por
un resbalón que erradica el placer. Hay mucho que decir sobre su inepta guerra
en contra de la metadona. Cf. Su artículo "Dans le piege du
controle social, Le toxicomane domestiqué" , en Le Monde
Diplomatique, #524, noviembre de 1997, p. 22.
15 Atestiguando esa
insatisfacción, R.G. Newman escribe: "Es imperativo que consideremos a esa
enfermedad como cualquier otra, y la metadona como cualquier medicamento [ ...
] Ese es el precio (¿cuál?) de ayudar más a los toxicómanos y a toda la
comunidad."(R.G. Newman, "La maladie de la toxicomanie: un défi por
la clinique et la santé publique", en Les traitements de
sustitutions pour les usagers de drogue, París, 1997, Arnette, coll.
Pharmascopie, trabajo realizado con la colaboración de los laboratorios Mayoly
Spindler, p. 243) . Tal insistencia da fe de un forzamiento del cual uno se
puede preguntar ¿por qué razón? Pues si la toxicomanía se da de manera evidente
como enfermedad, ¿por qué insistir en hacerla entrar en esta categoría?
16 D. Touzeau, C. Jacquot,
"Les traitements de substitution pour les usuagers de drogue", en Les
traitements..., op. cit. Prefacio, p. XI.
17 Abunda la literatura sobre
este tema. Vamos de una toma de responsabilidad "global", a un
tratamiento médico-psico-social, cuando no se agrega que debe de ser político,
económico o planetario. En breve, este conjunto tiene en lamira la modificación
de un comportamiento peligroso. Cf. sobre este tema el artículo de
Annie Mino, "Evolution de la politique de soins en matiere de toxicomanie:
la reductión des risques", en T.H.S., op. cit., p.131. La
autora estudia la evolución de las estrategias en materia de atención médica de
tal manera que demuestra la existencia de un dispositivo terapéutico, en vez de
un tratamiento puesto en marcha sobre la base de un producto de substitución.
18 Convendría decir corrección
más que modificación. Corregir el comportamiento en riesgo para eliminar el
riesgo: tal es el objetivo de la atención médica. El tratamiento regresa a
poner en su sitio la efectividad de dicha corrección
19 R.G. Newman, "La maladie
de la toxicomanie: un défi pour la clinique de la santé publique", in Les
Traitements...op. cit., p.237.
20 La referencia es: United States General Accounting
Office. Methadone maintenance, 1990 Publ No GAO/HRD-90-104. El estudio
indica que en los 24 programas de metadona elegidos en los Estados Unidos, un
promedio del 85% de los pacientes había dejado de consumir heroína, después de
un seguimiento regular de sies meses. En Nueva York, en particular, sobre la
base de 4 programas estudiados, un 95% de los pacientes era abstinentes después
de un corto tiempo. Citado por R.G. Newman.
21 Que esté incluída la metadona
entre ellas está de sobra. No es raro que al buscar emanciparse de la metadona
se susciten la más grandes reservas. Así, B. Lagarde ("La intervention du
personnel enfermier: un charnier des dispositifs de soins", en Les
Traitements...,op.cit., p.190) escribe, en un capítulo titulado "El
mantenimiento, continuidad del tratamiento": "En cuanto la
estabilización es efectiva, el paciente pasa por un periodo de vulnerabilidad
personal, de hecho porque se siente generalmente "fuera de lugar".
Tanto así que a menudo repite su incredulidad de "mantener" su tratamiento:
"estoy curado, quiero bajar, paren la meta!", dice. Sin embargo, no
es realmente buen momento, porque...". ¿Por qué decidir que no ha llegado
el momento de disminuir las dosis? ¿Por qué debe el mantenimiento dar respuesta
a dicho requisito?
22 Un índice de este
desconocimiento está, por ejemplo, en la constitución de un sujeto toxicómano
repartidor de los déficits de su yo. El sujeto tiene una finalidad
conservadora. La meta de su acción es la rehabilitación de su yo en toda su
integridad, no el acceso al placer: "Desde un ángulo psicopatológico, el
uso de drogas constituye una tentativa que el sujeto hace por reparar los
déficits del yo, intentando regular su disfunción. (Didier Touzeau, "
Psychiatrie et toxicomanie", en Actualités Médicales Internationales
- Psychiatrie, No. 203 supl. octubre de 1997, documento coordinado por
el doctor D. Touzeau y Y. Edel, realizado gracias al apoyo de Schering Plough,
p. 5); P. Jeammet vuelve a tomar casi los mismos términos cuando define el
objetivo terapéutico para aquellos pacientes que son toxicómanos:
"Devolver al aparato psíquico su función de elaboración de conflictos, de
manejo y de mediatización de constricciones internas y externas, y de
proyección del sujeto" (P. Jeammet, "Psychanalyse et substitution: un
faux antagonisme", Les traitement ..., op. cit., p. 267).
23 Jaques Lacan es sensible a
esta distinción, que desarrolla en una corta intervención dirigida a los
médicos, titulada "Psychanalyse et médicine" (Petits écrits et
conférences, S.I), con fecha de 1966. Habla de
"cuerpo-para-el-goce", indicando por "para" una función
inamovible del cuerpo. El goce aquí no puede ser tomado por placer.
24 Ha sido excluido en la
estricta medida en que el Psicoanálisis practicado entonces estaba marcado por
la primacía otorgada al significante en toda una porción de sus enseñanzas. La
palabra se hallaba dotada de poderes exhorbitantes. El cuerpo se abordaba al
bies por medio de su imagen en el espejo. Lacan había de corregir los efectos
de este período mediante la introducción del nudo borromeo. Este punto, que
reviste gran importancia, se trata en las publicaciones de la revista L’
Unebévue, de ediciones EPEL, Paris.
25 Nótese que un cuerpo muerto ya
no puede ser recipiente de placer.
26 Esta confusión ha tenido lugar
al ponerse en equivalencia las toxicomanías, el SIDA y las hepatitis como
objetos de estudio. Hay que concluir que los tratamientos propuestos
concernerían a cada una de las afecciones.
27 No es tan nuevo, ya que las
enfermedades venéreas preceden al SIDA ¡y por mucho!
28 Jean-Luc Nancy, "¿Un
sujet?" en Homme et sujet, La subjectivité en question dans les
sciences humaines, Éditions L’Harmattan, Collection Logiques Sociales,
París, 1992, p. 53.
29 Ídem, p. 56.
30 Por sí solo, este punto pide
ser desarrollado más allá del alcance del presente artículo. Nos contentaremos
aquí con ofrecerlo a título de opinión. Cf. Jacques Lacan, "La
science et la vérité", en Ecrits, París, Seuil, 1975, p. 855.
Freud nos indica que hay un más allá del principio del placer, una intervención
decisiva a partir de la que Lacan construirá su teor/ía del significante. (Cf.
Sigmund Freud, "Au dela du principe de plaisir", en Essais de
Psychanalyse, petite bibliotheque payot, París, 1981, pp. 41-115).
31 Reconocemos aquí la importancia
del debate sobre la cuestión de la co-morbidez psiquiátrica de las
toxicomanías. Si nos ponemos a favor, de ahí se desprende la confirmación de un
sujeto con alto riesgo psicopatológico que justifica reducir su acción a una
clase. Sin embargo, nada en la actualidad autoriza ese sentido (Cf. Bouchez
A. Charles-Nicolas, "Pathologies psychiatriques et toxicomanies"; en
particular: J. Boucher, Ph Carriere, "Place du psychiatre dans le soins
aux toxicomanes", en Actualités Medicales Internationales, op.
Cit., pp. 6-12).
32 Con lo cual se cuestionan las
adquisiciones de la modernidad.
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