Luis Tamayo
Pérez
Hombre y de
mujer, no son más que significantes enteramente ligados al uso cursocorriente
[coucourant] del lenguaje
J. Lacan
Introducción
Son
innumerables los textos que, a lo largo de la historia de la humanidad, se han
escrito acerca de la naturaleza femenina y la masculina. Desgraciadamente
la enorme mayoría de ellos han sido escritos con una enorme ausencia de rigor,
desde una ceguera que en ocasiones resulta asombrosa.
De entre
cientos de volúmenes elijo uno[1]: La inferioridad mental de la
mujer[2] publicado en 1900 por el prestigiado
neurólogo Paul Julius Möbius (1853-1907), el mismo que describió el síndrome
que lleva su nombre e hizo el primer estudio en forma de la locura de F.
Nietzsche[3] (y antes estudió la patología de
Rousseau, Goethe y Schopenhauer). En su texto, el neurólogo alemán discurre
acerca de los elementos que le permitían explicar la debilidad mental propia de
las mujeres y que justificaban su apagado rol social. En ese estudio Möbius
afirma, siguiendo lo probado por la anatomía comparada, que si la capacidad
intelectual de una especie es directamente proporcional a la cantidad de la
masa cerebral (materia gris, circunvoluciones), es evidente que las mujeres,
cuyo cerebro es, en promedio, significativamente menor que el de los hombres,
ellas debían, forzosamente, ser inferiores intelectualmente a ellos. En la
actualidad este argumento sólo provoca nuestra risa. En esa época no era así.
Estoy seguro de que a muchos no les hizo reír.
El estudio
Möbius es serio, se basa en la observación de cadáveres a quienes diseccionó,
pesó, etc. Su método fue científico, riguroso. Su conclusión, sin embargo,
sabemos que es absurda. ¿Cómo contradecirlo con el mismo rigor que él presenta?
Desde mi punto de vista, Möbius cae en el mismo error en el que tropieza el
sentido común y una multitud de estudiosos de la cuestión, los cuales
consideran, de entrada, que está perfectamente claro eso que se denomina
“hombre” o “mujer”.
Al comienzo:
Freud y Lacan
En su texto Ideas
directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina J. Lacan
(1966, pp.704-715) señala una larga serie de cuestiones que tendrían que ser
consideradas para poder realizar, con el rigor correcto, un congreso sobre
dicha temática:
-esclarecer el
sentido del vocablo “femenino”[4]
- esclarecer
los fenómenos ligados al coito y al embarazo.
-revisar la
posibilidad de una organización deseante diferente entre hombres y mujeres.
-revisar la
manera como esos descubrimientos afectan a la tesis de la bisexualidad
planteada desde el inicio del psicoanálisis.
-revisar la
tesis freudiana del desconocimiento de la vagina por parte de la niña.
-estudiar la
cuestión de si no será una simple fantasía masculina la tesis del masoquismo
femenino.
-revisar la
tesis freudiana de que sólo hay una libido y que ésta es de tinte masculino
(Lacan, 1966, p.714).
La
lista, como se apreció, es larga. Sin embargo, no se le hizo mucho caso. El
congreso de Ámsterdam sobre la sexualidad femenina de 1960 se desarrolló sin
tomar plenamente en cuenta tales cuestionamientos. Pero la crítica lacaniana no
era nueva. Freud mismo ya había cuestionado con certeza la falta de rigor con
el que se emplean habitualmente los vocablos “masculino y femenino”.
Actividad
vs. pasividad
En la nota 19,
agregada en 1915 a sus Tres ensayos de teoría sexual señala:
Es
indispensable dejar en claro que los conceptos de “masculino” y “femenino”, que
tan unívocos parecen a la opinión corriente, en la ciencia se cuentan entre los
más confusos y deben descomponerse al menos en tresdirecciones. Se
los emplea en el sentido de actividad y pasividad,
o en el sentido biológico, o en el sociológico (Freud, 1905, p.200).
Y Freud nos
presenta su opinión respecto a tales sentidos:
El primero de
estos tres significados [la tesis de que masculino significa “activo” y
femenino “pasivo”] es el esencial, y el que casi siempre se aplica en el
psicoanálisis. A eso se debe que en el texto la libido se defina como activa,
pues la pulsión lo es siempre, aun en los casos en que se ha puesto una meta
pasiva. El segundo significado, el biológico, es el que admite la más clara
definición. Aquí, masculino y femenino se caracterizan por la presencia del
semen o del óvulo, respectivamente, y por las funciones que de estos derivan.
La actividad y sus exteriorizaciones colaterales (mayor desarrollo muscular,
agresión, mayor intensidad de la libido) suelen, en general, ir soldados con la
virilidad biológica; pero no es un enlace necesario, pues existen especies
animales en las que estas propiedades corresponden más bien a la hembra.
El tercer significado, el sociológico, cobra contenido por la observación de
los individuos masculinos y femeninos existentes en la realidad. Esta
observación muestra que en el caso de los seres humanos no hallamos una
virilidad o una feminidad puras en sentido psicológico ni en sentido biológico.
Más bien, todo individuo exhibe una mezcla de su carácter sexual biológico con
rasgos biológicos del otro sexo, así como una unión de actividad y pasividad,
tanto en la medida en que estos rasgos de carácter psíquico dependen de los
biológicos, cuando en la medida en que son independientes de ellos (Freud,
1905, pp.200-201).
Permítanme
reiterar una de las últimas frases: “en el caso de los seres humanos no
hallamos una virilidad o una feminidad puras en sentido psicológico ni en
sentido biológico”, por ello Freud opta por la dualidad activo-pasivo
para diferenciar a los hombres de las mujeres. Esta tesis, sin embargo, no
durará mucho. Algunos años después, en El malestar en la cultura sostiene,
luego de exponer la tesis de la bisexualidad humana, que:
“demasiado
apresuradamente hacemos coincidir la actividad con lo masculino y la pasividad
con la femenino, cosa que en modo alguno se corrobora sin excepciones en el
mundo animal. La doctrina de la bisexualidad sigue siendo todavía muy oscura, y
no podemos menos que considerar un serio contratiempo que en el psicoanálisis
todavía no haya enlace alguno con la doctrina de las pulsiones. Como quiera que
sea, si admitimos como un hecho que el individuo quiere satisfacer en su vida
sexual deseos tanto masculinos cuanto femeninos, estaremos preparados para la
posibilidad de que esas exigencias no sean cumplidas por el mismo objeto y se
perturben entre sí cuando no se logra mantenerlas separadas y guiar cada moción
por una vía particular, adecuada a ella (Freud, 1930 [1929], p. 103).
Permítanme
reiterar la frase esencial: “demasiado apresuradamente hacemos
coincidir la actividad con lo masculino y la pasividad con la femenino”. Recordemos
que en el estudio anterior, Freud había señalado que la clave para diferenciar,
en el plano psicológico a los hombres de las mujeres era la actividad para unos
y la pasividad para otras. Ahora eso ya tampoco le satisface. Vuelve entonces a
la tesis de la bisexualidad, la cual sólo en apariencia resuelve la cuestión
pues sigue manteniendo la diferencia pero sin definir los términos: “el
individuo quiere satisfacer en su vida sexual deseos tanto masculinos cuanto
femeninos”.
¿A qué se
refiere con eso de “deseos femeninos” en oposición a los “masculinos”? La
cuestión no es clara. Y Freud no podrá desembarazarse de esa falta de rigor.
Años después hablará del Edipo del niño en oposición al de la niña y afirmará:
“En la niña
falta el motivo para la demolición del complejo de Edipo. La castración ya ha
producido antes su efecto, y consistió en esforzar a la niña a la situación del
complejo de Edipo. Por eso este último escapa al destino que le está deparado
en el varón; puede ser abandonado poco a poco, tramitado por represión, o sus
efectos penetrar mucho en la vida anímica que es normal para la mujer. Uno
titubea en decirlo, pero no es posible defenderse de la idea de que el nivel de
lo éticamente normal es otro en el caso de la mujer. El superyó nunca
deviene tan implacable, tan impersonal, tan independiente de sus orígenes
afectivos como lo exigimos en el caso del varón. Rasgos de carácter que la
crítica ha enrostrado desde siempre a la mujer —que muestra un sentimiento de
justicia menos acendrado que el varón, y menor inclinación a someterse a las
grandes necesidades de la vida; que con mayor frecuencia se deja guiar en sus
decisiones por sentimientos tiernos u hostiles— estarían ampliamente
fundamentados en la modificación de la formación-superyó que inferimos en las
líneas anteriores. En tales juicios no nos dejaremos extraviar por las objeciones
de las feministas, que quieren imponernos una total igualación e idéntica
apreciación de ambos sexos; pero sí concederemos de buen grado que también la
mayoría de los varones se quedan muy a la zaga del ideal masculino, y que todos
los individuos humanos, a consecuencia de su disposición (constitucional)
bisexual, y de la herencia cruzada, reúnen en sí caracteres masculinos y
femeninos, de suerte que la masculinidad y feminidad puras siguen siendo
construcciones teóricas del contenido incierto (Freud, 1925, p.276).
Sólo la última
frase salva a Freud de una severa crítica a su ideologizada opinión contra las
“inmorales” mujeres: que “masculinidad y feminidad puras siguen siendo
construcciones teóricas del contenido incierto”.Afortunadamente otros
analistas abordaron la cuestión… y la problematizaron.
A. Green y
su género neutro
A. Green, el
conocido psicoanalista, autor, entre otros estudios, de L’intrapsychique
et l’intersubjectif en psychanalyse (1998) y Le temps éclaté
(2000), escribió, ya hace casi tres décadas, un estudio que tituló “El
género neutro”, en el cual muestra de manera fehaciente que la diferencia
biológica hombre-mujer no es clara. Permítanme que les transmita lo que mi
imprecisa memoria recuerda de tal artículo.
En su estudio,
Green, narra la visita de una mujer que sufría un síntoma no demasiado raro: no
podía tener hijos. La exploración simple ofrecía un dato claro: la presencia de
caracteres sexuales femeninos poco marcados, los cuales permitían suponer alguna
deficiencia hormonal. Acto seguido indica un estudio de laboratorio y
posteriormente radiológico cuidadoso. El resultado fue impactante. La persona
si podía llegar a tener hijos… ¡pero como hombre! Tan sólo era necesario hacer
descender un pene y unos testículos perfectamente desarrollados que se
encontraban al interior de su abdomen, ocultos tras una vagina infantil. Cuando
comunicó su peculiar hallazgo a la “mujer” la respuesta fue inmediata: ¡saque
eso de allí! Ya no estaba más interesada en la progenie. Le importaba
solamente conservar una identidad que poco tenía que ver con hormonas, DNA o
“caracteres sexuales secundarios”. El estudio de A. Green sólo muestra algo que
Jakobson[5]y luego Lacan[6] ya habían dicho: que el núcleo de la
identidad es simbólico.
Lacan y la
inexistencia de la mujer
En su
seminario Encore (1972-1973)[7] Lacan vuelve a la cuestión de la
diferencia genérica para establecer una serie de formulaciones precisas: La
mujer, esa entidad que se supone ontológicamente opuesta al hombre corresponde
simplemente a la fantasía del niño de poseer una madre que lo completa, que lo
hace pleno, que erradica su angustia y lo hace feliz. Esa mujer, La mujer con
mayúscula, no existe ni existió verdaderamente nunca. Masculino y femenino son
presentados en esa obra de Lacan simplemente como posiciones ante el goce que
nada tienen que ver con la dotación peneana o vaginal. Lo que Lacan define ahí
como el goce femenino en oposición al masculino simplemente implica aquél goce
que anula los límites, que posibilita una vivencia de completud, mientras que
el goce masculino implica el límite, es momentáneo y supone la castración
simbólica.
Por tal razón
no podemos sino cuestionar lo que los diccionarios indican en la entrada macho:
(del latínmasculus, macho), originariamente: “macho cabrío”, por
extensión: pene, “tronco de la cola de una animal” (Corominas, 1976). En otra
fuente[8]: “aquél ente dotado de los órganos para
fecundar”. Dotación que estaría en la base de su potencia y su capacidad de
sucesión.
La
masculinidad representa en la Historia del Derecho la preferencia del varón
para suceder, con relación a la hembra. […] En los pueblos arios esa
preferencia […] fue el resultado de la creencia, común en las edades
primitivas, de que el poder reproductor residía exclusivamente en el varón.
Consecuencia inmediata fue la de que el culto doméstico sólo se propagaba de
varón a varón.[9]
Asombrosamente
la historia del vocablo es acorde a la definición freudiana que considera a la
vagina como un órgano disminuído o, incluso, inexistente. Eso, lo sabemos bien,
no tiene mucho sentido. “Hombre” y ”mujer” son sólo significantes ubicados en
una red de lenguaje, que variarán según se indique en dicha red y, de ninguna
manera atados universalmente a una configuración biológica o sociológica
determinada.[10] ¿Qué hay de común entre la actitud
de esas juchitecas que a grito pelado “apartaban” a Don Andrés Henestrosa para
acostarse con él y las musulmanas que soportan el velo durante todo el día?
Pero ambas las nombramos “mujeres”, porque “mujer” es solamente un
significante, uno que se opone a “varón” y cuyo genérico es “hombre” o
“humano”.
El problema
que se nos presenta cuando aceptamos una afirmación tal es que se hace
increíblemente difícil saber cuando tenemos enfrente a un hombre o a una mujer,
pues todo depende de lo que se denomine así en la red significante en la que
nos encontramos insertos.
Nos
encontramos, entonces ante una situación cartesiana, en la cual no podemos sino
dudar de los datos de los sentidos: ¿Cómo podría yo saber si a quien tengo al
lado es un hombre o una mujer? ¿Cómo podría yo saber si el esquimal con quién
hablo es un hombre o simplemente una mujer ronca?
El paisaje se
confunde. Y en vez de entrar a las cuestionables “convenciones” (afirmar en
cónclave que denominaremos “mujer” a aquellos dotados de tales o cuales
características o a partir de tal rango de estrógenos y progesterona o luego de
análisis del DNA, independientemente de los signos físicos) considero que lo
único que se puede hacer es volver a los fundamentos. Y es ahí cuando la
filosofía viene en nuestro auxilio.
El otro
comienzo: Heidegger
M. Heidegger,
en su texto Sein und Zeit[11] nos
permite establecer las cualidades básicas del ser humano, elDasein, ese
que “somos en todo caso nosotros mismos”[12] con el máximo rigor. Los denomina
“existenciarios” y los enumera así:
El Dasein “se
cura”, es decir, se preocupa, se interesa por su ser, por su existencia, por su
libertad, por su muerte.
El Dasein está
“abierto”: se pregunta y, por tanto, conoce su mundo.
El Dasein “se
encuentra”, es decir, se angustia, tiene afectos y reacciones.
El Dasein “comprende”,
se relaciona con su mundo comprendiéndolo activamente.
El Dasein “habla”,
es decir, se encuentra ensamblado “en un todo articulado de significación”.
El Dasein se
encuentra “en el mundo” desde el origen.
El Dasein es
“con” otros desde siempre.
El Dasein “es
yecto”, es decir, está arrojado al mundo.
El Dasein es
“ser para la muerte”, “finito y temporal”, el tiempo es el ser mismo del Dasein:
“el fundamento ontológico original de la existencialidad del ‘ser ahí’ es la
‘temporalidad’ (Ibidem, p.256).
Y el Dasein que
puede ser “propio” o “impropio”:
el Dasein propio
se encuentra lanzado a su más peculiar poder ser (ser sí mismo);
su
comprender es del “ser deudor”, es decir, sabe que no tiene fundamento, sabe
que su vida no tiene un sentido predeterminado;
su
encontrarse es en la angustia, pues ha precursado la muerte;
su habla
es la silenciosidad pues la voz de la conciencia habla callando;
estos
elementos conforman su “estado de resuelto”, aquél donde el sujeto puede decir
“yo soy”. Además el “estado de resuelto” es lo único que permite al Dasein “dejar
ser” a los otros (Ibidem, p.324).
Por otro lado:
el Dasein impropio
está en “estado de perdido”;
se
encuentra arrojado en el mundo de la cotidianidad;
se
encuentra envuelto en la avidez de novedades;
ha
olvidado su finitud;
se halla
perdido en un mundo de entes y en las habladurías.
Para que el Dasein sea
sí mismo debe precursar la muerte advenidera, es decir, asumir la finitud, pero
sin quedarse en un mero “esperar la muerte” pesimista, sino, con base en la
comprensión de su finitud, lanzarse a desarrollar verdaderamente sus
posibilidades, proyectándose y ¿De dónde extrae tales posibilidades? Pues
de su sido propio, de su historia personal y social, de su “tradición
heredada”.
Dicho de otra
manera, el precursar la muerte advenidera hace al Dasein encontrarse
con la angustia, angustia producida por esa “posibilidad de la imposibilidad”
que es la muerte. El precursar la muerte hace al Daseinretrotraerse
al sido, hallando ahí su tradición, su ubicación histórica y sus posibilidades
más propias, lo cual le permite ubicarse en su presente, gestarse
históricamente, pudiendo ser un Dasein propio, que vive para
sí, y que es un hombre de su tiempo.
Gracias a este
análisis, la tesis heideggeriana del hombre como un “ser para la muerte” cobra
su real sentido: no es una tesis pesimista sino vital, permite la decisión y la
resolución del destino individual, permite el vivir la vida propia inserto en
el momento histórico-social.
En la
temporalidad extática, heideggeriana, por tanto, el pasado y el futuro dejan de
estar “atrás” o “adelante”, para encontrarse en el presente. El Dasein porta
su sido como historia en su presente y también su advenir, el cual determina,
bajo la forma de la utopía, su actuar presente. ¿Donde queda, en este análisis
ontológico, la cuestión de la masculinidad y la de la feminidad? Simplemente no
está contemplada. Desde el punto de vista de la ontología rigurosa, y Heidegger
es el mejor ejemplo de ello, no se puede plantear una diferencia hombre-mujer,
no hay un deseo masculino opuesto a uno femenino pues la falta es inherente a
todo ser humano y es de su fuente de donde abreva el deseo. No hay,
ontológicamente hablando, un deseo masculino en oposición a uno femenino.
Conclusión
Con este
trabajo no estoy negando que haya entes dotados de pene o de vagina, lo que
estoy cuestionando es la relevancia de ello para la clínica analítica. No hay
un deseo masculino en oposición a uno femenino, como tampoco hay, como podría
entonces esperarse, un fin de análisis masculino en oposición a uno femenino.
Podemos hablar
del particular “deseo de hijo” que tienen las madres, pero no todas las que se
denominan mujeres son madres y, además, hay algunos hombres que incluso sufren
los malestares del embarazo en lugar de sus esposas, tarquinianos los llaman,
por la Tarquinia romana donde primero se describió la sintomatología.
El sujeto no
es masculino ni femenino. Es un efecto significante, ubicable en una red
significante, cultural e histórico por ende. Ubicarlo de otra manera, como se
hace habitualmente, es simplemente una falta de rigor.La mujer no
existe, esa madre completante es sólo una fantasía, un objeto perdido que
nunca se tuvo. Una fantasía. Y el hombre, ese dechado de potencia y poder, ese
dotado de los órganos de la generación, ese padre ideal que puede conducir
familias y legiones sin dudar y con eficacia… es sólo una ilusión digna de los
hermanos Grimm. Y respecto a los sexos, esos definidos por su objeto de amor,
tal como lo plantea Freud en sus Tres ensayos de teoría sexual, son
muchos: heterosexual, homosexual, trasvestista, transexual, voyeur,
sádico, masoquista, etc. Ese jardín de las delicias es realmente exuberante. No
considero correcto confinarlo en un modelo bipolar.
Referencias
Bibliográficas
ALLOUCH, J.
(1990). Marguerite ou l’Aimée de Lacan. Paris: EPEL
COROMINAS, J. (1976). Diccionario
crítico etimológico de la lengua castellana. Madrid: Gredos
DICCIONARIO DE LA
REAL ACADEMIA ESPAÑOLA (1976). Madrid: Espasa, XVIII edición
ENCICLOPEDIA
UNIVERSAL ILUSTRADA (1972). Madrid/Barcelona: Espasa-Calpe, Vol.
XXXIII
FREUD, S.
(1905). Tres ensayos de teoría sexual. En Obras Completas, trad.
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(1925) Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los
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(1930[1929]. El malestar en la cultura. En Obras Completas,
trad. J.L. Etcheverry, Buenos
Aires: Amorrottu, 1979 vol. XXI, pp. 57-152
FLIESS. W. (1914) « Männlich
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GREEN, A.
(1993) Narcisismo de vida, narcisismo de muerte. Bs. As. : Amorrortu.
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Fondo de Cultura Económica, 1983
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LACAN, J.
(1972-1973). Encore (le Séminaire, livre XX), Paris: Seuil,
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------- (1902). Über das
pathologische bei Nietzsche. Wiesbaden: Grenzfragen Nerv. U
Seelenleben, H. 17
[1] Hubiera sido también interesante elegir
otro Männlich und Weiblich (Masculino y femenino) de W. Flieβ.
En tal texto a la vez que se indica que los sexos se encuentran mezclados “cada
hombre porta algo de femenino, cada mujer de masculino” y ello se manifestaría
en el lado izquierdo del cuerpo, se sostiene de manera muy curiosa, una teoría
numerológica donde, dado que el 28 es el número de días que en promedio dura el
gameto femenino y 23 el masculino, no se encuentran sólo regidos por ellos los
días de la menstruación y la fecha del parto sino “todos los procesos vitales,
nacimiento, desarrollo, el hecho de enfermar y la muerte” Flieβ 1987, p. 63-69.
[2] Möbius 1900.
[3] Möbius , 1902.
[4] “Interesa al punto mismo sobre el que
quisiéramos en esta coyuntura llamar la atención: a saber la parte femenina, si
es que este término tiene sentido…”, Op. Cit., p. 704.
[5] Recordemos lo que respecto al “tren de
las 10:30” sostiene en sus Ensayos de lingüística general.
[8] Diccionario de la Real Academia
Española, 1976.
[9] Enciclopedia Universal Ilustrada
Espasa-Calpe , 1972, Vol. XXXIII, p. 690.
[10] Añadamos lo descubierto por el
psicoanálisis: Cuando alguien se encuentra declarándose “Yo” (Je) como
macho o hembra ocurre algo extraño: “el escamoteo simbólico de una cosa
totalmente singular, el órgano de la copulación, es decir, de aquello que, en
el real, es el mejor destinado a probar lo propio del macho o de la hembra”. Lacan (1967), Petit discours au
psychiatres, material inédito. Citado por Allouch (1990, p. 247).
[11] En la versión castellana: El
ser y el tiempo, 1983.
[12] “Este ente que somos en cada caso
nosotros mismos y que tiene entre otros rasgos la ‘posibilidad de ser’ del
preguntar, lo designamos con el término de ‘ser ahí” (Heidegger, 1927, p.
17).
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