sábado, 16 de junio de 2012

LAS RELACIONES DE PAREJA COMO EXPRESIÓN DE LA SEXUALIDAD


LAS RELACIONES DE PAREJA COMO EXPRESIÓN DE LA SEXUALIDAD




La relación de pareja representa la trascendencia de la sexualidad hacia una dimensión interaccional, esencialmente social, donde tiene lugar el encuentro con el otro y se establecen vinculaciones afectivas y eróticas a través de la comunicación física y espiritual. (Castellanos y González, 2003).
Pudiera decirse  que es en la relación de pareja donde la sexualidad se expresa en su forma más plena. Como afirma Viktor E. Frankl “la sexualidad humana es más que la mera sexualidad. Y lo es en la medida en que viene a ser la expresión de una relación amorosa”. (1983, p.27).
Refiriéndose a este tipo particular relación que se estructura en el marco de la sexualidad, Patricia Arés expresa que “constituye el vínculo interpersonal más complejo del ser humano. Multiplicidad de factores de índole personológico, sociológico e interactivos influyen en su estabilidad, solidez y satisfacción. ” (2002, p. 49).
Sin dudas, esta es la más íntima de las relaciones humanas, de elevada selectividad e implicación personológica, donde los sujetos involucrados en este tipo de unión demandan uno del otro la satisfacción de necesidades mutuas de aproximación, de comunicación, de entrega, de identificación, de atracción sexual y emocional-psicológica. Aunque socialmente condicionada, su forma de expresión es totalmente única e irrepetible en cada vínculo. 
Autores como R. Sternberg han orientado sus investigaciones hacia el tema del amor, este en 1986, plantea Como puede verse, el modelo de amor presentado por el autor tiene una  capacidad descriptiva, predictiva y diagnóstica.
En los intentos de explicar el surgimiento y mantenimiento de una relación de pareja Sternberg (Citado en Serrano y Carreño, 1993) plantea un esbozo de teoría general sobre el amor. En un intento por abarcar tanto los aspectos estructurales como la dinámica de los mismos señala tres componentes fundamentales: Intimidad (I), Pasión (P) y Decisión-Compromiso (C) que, siguiendo una metáfora geométrica, ocuparían los vértices de un supuesto triángulo. El área del triángulo nos indicará la cantidad de amor sentida por un sujeto; su forma geométrica, dada por las interrelaciones de los elementos, expresaría el equilibrio o el nivel de carga de cada uno de los componentes. De esta manera, las relaciones amorosas estarán definidas tanto por la intensidad como por el equilibrio de los elementos. Los triángulos de amor variarán en tamaño y forma y ambos aspectos definirán cuánto y cómo siente una persona hacia otra. (Rodríguez y Barragán, 1989; Serrano y Carreño, 1993). De esta manera  toda relación amorosa se fomenta y estructura o se puede llegar a convertir en disfuncional en función de la combinación de estos componentes.
El autor español Luis García Vega agrega a esta configuración subjetiva del amor otros dos elementos, el afecto y el interés, el primero diferente a la pasión es la vivencia emocional que hace dependiente al sujeto y el segundo referido a los intereses de cada miembro respecto al nivel profesional y status socioeconómico del otro, aunque en palabras del propio autor “podríamos hablar de pentágono del amor, pero sin cerrarnos a otra posible figura con más ángulos, debido a la gran complejidad de este sentimiento”. (1999, p.20).
Varias investigaciones se han realizado basadas en la teoría formulada por Sternberg, o en un intento de enriquecerla, como es el caso de un estudio desarrollado en España con 412 personas con el objetivo de indagar en el curso temporal de estos componentes a lo largo de una relación de pareja, como resultado del análisis global de los componentes se apunta la existencia de tres fases fundamentales en la evolución del amor: “enamoramiento”, “amor pasional” y “amor compañero”. (Yela, 1997.)
Existen siete aspectos esenciales que Álvarez -Gayou (2006) plantea se deben considerar para mantener una buena relación de pareja, y son: atracción física, atracción intelectual, atracción afectiva, comunicación, empatía, respeto y actualización, pero sobretodo, la existencia de una vida erótica satisfactoria.
En este sentido un estudio realizado por Álvarez-Gayou, Honold y Millán en el 2005 con el objetivo de conocer los elementos componentes del significado psicológico que hombres y mujeres mexicanos atribuyen a la satisfacción sexual, arrojó como resultados que el amor y la comunicación parecen ser igualmente relevantes para ambos géneros, lo que nos habla de la importancia que los participantes le otorgan al aspecto afectivo en la relación sexual. Es notoria la importancia que se le da, en ambos géneros, a diferentes aspectos emocionales vinculados con el afecto, cariño y ternura, siendo de menor peso los aspectos físicos del placer erótico y el orgasmo.
Buena parte de los problemas en las relaciones amorosas y sexuales tienen su primer origen en la ignorancia y en falsas creencias que provocan decepciones, frustraciones y desengaños. Si la gente en general o las parejas aprende y  reconoce que la intensidad de los distintos componentes amorosos tiende, en general, a fluctuar de una determinada manera a lo largo de la relación amorosa, quizás no se produzcan tantas expectativas incumplidas, ni se viva con gran pesar y decepción lo que son procesos absolutamente normales y naturales como por ejemplo el deterioro progresivo de la pasión sentida los primeros meses o años.
En este sentido, y coincidiendo con autores como Álvarez-Gayou (2006), García Vega (1999), Rodríguez y Barragán (1989), consideramos de vital importancia conocer que toda relación de pareja transita por una serie de etapas, cambia, se va formando, evoluciona, madura.
La investigadora cubana Lourdes Fernández Rius (2006) plantea una serie de etapas a partir del momento inicial en que comienza a configurarse la unión. El Encuentro-Atracción ocurre cuando se produce el flechazo inicial imprevisto, violento, poco reflexivo, es un proceso de seducción y de despertar emocional que genera un fuerte erotismo y conduce a sentir el deseo y la necesidad de ver y estar junto a la otra persona que se ha encontrado en una búsqueda mutua espontánea de proximidad física.
La Selección del otro en el vínculo amoroso ocurre cuando luego de ese encuentro inicial y en función del sistema de necesidades y motivos se va transitando hacia un reconocimiento e identificación con el otro, se entrecruzan las mutuas expectativas e ideales con respecto al otro y a la relación en general lo que lleva a  la ratificación o decisión de elegir al otro para conformar el vínculo amoroso.
El Enamoramiento sobreviene cuando se “vivencia” una impulsividad excesiva, urgente e impaciente hacia el encuentro y fusión con el otro, donde la sexualidad es muy intensa. En esta etapa los sujetos se buscan como personas únicas, inconfundibles e insustituibles, aumenta mutuamente las expectativas e idealización del otro, ignorándose los defectos, se  concibe la vida amorosa sólo como proveedora de satisfacciones.
La siguiente etapa se denomina Del enamoramiento al amor, ocurre cuando sobrevienen las ambivalencias y contradicciones naturales de este tipo tan complejo de relación interpersonal. La elevada idealización del otro comienza a declinar al sentir uno o ambos sujetos que sus necesidades no se pueden satisfacer en el vínculo, aparecen las decepciones y frustración ante las expectativas creadas, florecen las diferencias, las imperfecciones y las críticas, experimentándose intensos momentos de desilusión y mucha agresividad, vivenciándose la fusión como amenaza, se pone en cuestionamiento la pertinencia de continuar la vida en pareja. Se desencadena así una crisis que no implica necesariamente como único camino la disolución del vínculo, sino que este momento puede convertirse en un recurso desarrollador en virtud del cual pareja reestructure su funcionamiento propio.
Al respecto Fromm decía “el enamoramiento es por su misma naturaleza, poco duradero. Las dos personas llegan a conocerse bien, su intimidad pierde cada vez más su carácter milagroso, hasta que su antagonismo, sus desilusiones, su aburrimiento mutuo, terminan por matar lo que pueda quedar de la excitación inicial”. (1979, p.6).
Como conclusión de esta parte, quisiéramos aclarar que la evolución en etapas de cada relación dependerá de un numeroso conjunto de variables biológicas, histórico-culturales, sociológicas, demográficas, interpersonales, y psicológicas que hacen que cada pareja sea única e irrepetible, por lo que el camino que recorran puede variar de una a otra, así, hay quiénes comienzan por el amor cultivando luego la pasión.
De esta manera, el transcurrir de un estadio a otro del vínculo amoroso dependerá fundamentalmente de la madurez y los recursos personológicos con que cuenten las subjetividades en interacción.
En el proceso de configuración de la relación y del tránsito del enamoramiento al amor y en la consolidación de este último, la Intimidad psicológica resulta uno de los elementos vitales.
En este sentido, la destacada investigadora cubana  señala que “la intimidad psicológica apunta hacia aquella posibilidad que tiene el sujeto, a partir de su personalidad, de revelar sus sentimientos y pensamientos más profundos y que el otro con el cual se relaciona, comparta también los suyos. Es una exigencia para el desarrollo de afectos profundos y de un vínculo duradero” (p.149).
De este modo, la intimidad supone la capacidad de apertura, de autenticidad al compartir y expresarle responsablemente, a través de la comunicación afectiva, nuestro mundo interno a la otra persona.
Retomamos a Sternberg (1986) cuando señala que la intimidad es un fundamento del amor difícil de lograr, que se desarrolla lentamente, y que una vez que comienza a afirmarse origina cierto temor e incomodidad emocional en cuanto a los peligros que uno comienza a sentir con respecto a su existencia como persona independiente y autónoma. El resultado es un incesante balance entre la intimidad y la autonomía, que continúa a lo largo de la vida de muchas parejas, un balance en el cual nunca se logra un equilibrio completamente estable. (Citado en Yela, C., 1996).
Tenemos entonces un eje de conflicto crucial en el vínculo amoroso, la relación independencia-intimidad. Esto nos lleva a reafirmar la concepción del vínculo amoroso no como algo estático o como si se tratase de alcanzar una meta, sino como un proceso que está en constante movilidad, donde los sujetos interactuantes son los responsables de ir buscando siempre ese punto de equilibrio dónde a la vez que se contribuya a crear ese espacio común intersubjetivo se mantenga la propia identidad.
La intimidad psicológica exige madurez psicológica, suficiente autoconocimiento y una autoestima favorable que garantice cierta seguridad en sí mismo como para mantener íntegra la identidad personal ante el hecho de exponerse al otro, capacidad de descentrarse para comprender al otro desde su óptica y lograr así el entendimiento mutuo.
En el  camino hacia una relación de amor funcional es una cualidad necesaria empero muy difícil de adquirir. Pero una vez más, como nos señala Viktor E. Frankl (1991) “el amor constituye la única manera de aprehender a otro ser humano en lo más profundo de su personalidad. Nadie puede ser totalmente conocedor de la esencia de otro ser humano sino le ama” (p.112) y como diría Fromm “el primer paso a dar es tomar conciencia de que el amor es un arte, tal como es un arte el vivir….hay que aprender acerca del amor”. (1979, p.2).
Nos parece oportuno precisar que varios autores como Fromm (1989), Morris (1989), Naifeh y White (1985) establecen una distinción entre intimidad psicológica e intimidad corporal, entendiendo esta última en el sentido del contacto físico-corporal y sexual. Aunque todos coinciden en señalar que ambos están muy interrelacionadas, así  para el primero la intimidad corporal puede preceder e incluso ir consolidando la psicológica o reemplazarla cuando  esta falte, para el segundo la intensificación del contacto corporal favorece el acercamiento psicológico, mientras que para los últimos cuando ambas logran enriquecerse mutuamente el resultado es una clase de relación total también conocida como amor. (Citado en Sariol y Rojas, 2009).
Hasta aquí,  no hemos profundizado en la habilidad o condición más necesaria para crear y mantener las relaciones amorosas: la comunicación interpersonal. Esta constituye el vehículo, el puente, el recurso mediatizador por excelencia de la interacción que se establece entre los sujetos unidos en una relación amorosa. A través de ella es que los sujetos implicados en la relación exteriorizan e intercambian las emociones, los intereses, las necesidades, motivaciones, sentimientos, expectativas, los valores, los deseos y el afecto, este último ya sea mediante caricias, palabras y gestos.
De la comunicación que los sujetos interactuantes sean capaces de lograr dependerá la definición y compromiso para con el vínculo que cada uno establezca, la comprensión, el conocimiento y  la tolerancia mutua, el logro o no de la intimidad psicológica y de un acople sexual, y  la resolución de los conflictos y contradicciones propias de la relación propiciando así el crecimiento personal.
No todos los sujetos pueden lograr establecer un proceso comunicativo abierto, congruente y recíproco en sus relaciones amorosas, pues ello depende de las capacidades comunicativas y  de los recursos personológicos que tengan desarrollados en este sentido.
Carl Rogers (1989) planteó que para comunicarse de modo funcional era necesario incorporar a nuestros recursos personológicos determinadas capacidades comunicativas como son la mutua autenticidad o congruencia, la expresividad afectiva, la comprensión empática y la tolerancia.
La comunicación sexual es un elemento que afecta la estabilidad de la pareja, Masters y Johnson ya desde 1967 en su libro La Respuesta Sexual Humana señalaban la influencia de este aspecto en el mantenimiento de la propia relación por largo tiempo. Los cambios en la vida sexual afectarán la satisfacción sexual, el compromiso y el amor entre la pareja. Así mismo un intercambio efectivo de información de índole sexual puede contribuir a la calidad de las relaciones sexuales.
Ruth Nina Estrella en 2008 realizó un estudio con 60 personas, 35 mujeres y 25 hombres, residentes de la ciudad de San Juan (Puerto Rico) sobre la comunicación sexual desde el contexto de la relación de pareja, los principales resultados arrojaron que la razón principal para compartir sexualmente con la pareja es por amor, y en el caso de evitarlo, es por cansancio; diversas estrategias se utilizan para expresar deseo o evitación sexual, y la pareja asume un estilo sexual propio.
Como se observa la razón principal para no tener relaciones sexuales es el cansancio, mostrando como las exigencias sociales que tiene que enfrentar la persona en la vida cotidiana pueden afectar su relación de pareja. Actualmente la dinámica tan agitada en que se debaten las personas, entre tareas, compromisos laborales o estudiantiles y los deberes sociales,  hacen que el tiempo sea efímero y nunca alcance provocando ambigüedad y contradicciones en los mensajes arrastrando muchas veces a las parejas a un distanciamiento emocional que a la larga convertirá a la relación en disfuncional.
Comunicarnos de modo más amplio y rico con otros seres humanos y siendo a la vez capaces de hacerlo con verdadera empatía y respeto, nos permitirá ser reconocidos, valorados y aceptados como individualidad, y definir un espacio común de bienestar asertivo que es el camino hacia la realización personal y el ajuste emocional en toda relación diádica.
No se equivoca Berrueta (1997) cuando afirma que en la pareja la comunicación es el aceite que hace que la máquina funcione. “La habilidad de comunicarse abiertamente es el sello distintivo de las parejas exitosas que se aman”. (Citado en Pérez  y Estrada, 2006, p. 144)
Las últimas décadas han sido escenarios importantes de transformaciones económicas, científico-técnicas, culturales y de valores. Todo ello ha impactado la vida amorosa y las relaciones humanas. Los avances en materia de anticoncepción han permitido mayor libertad a la hora de decidir la procreación, así  mientras que las  funciones tradicionales eran casarse y procrear, y se media como criterio de éxito la durabilidad, la pareja del siglo XXI se nutre de una auténtica búsqueda de satisfacción, amor  y felicidad.
La mayor aceptación social del divorcio y una mayor facilidad para la separación han provocado transformaciones de valores, hoy, por citar algunos ejemplos, la infidelidad aparece más tolerada, como una posibilidad real, ya no es asociada necesariamente a la presencia de insatisfacciones en la pareja, sino más bien a la búsqueda de emociones, excitaciones, o incluso como tonificadora y estimuladora de relaciones debilitadas, lo cual no quiere decir necesariamente que haya perdido su valor la fidelidad, sino que comienza a ser vista tal problemática de un modo más flexible. (Fernández, L., 2001).
En la actualidad se han asumido nuevas formas y prácticas de relaciones de pareja, prueba de ello es la creciente diversidad de estilos de convivencia surgidos en las últimas décadas. Hoy, por ejemplo, se habla de concubinato, convivencia solo en determinados períodos de tiempo, polirrelaciones, intercambio de pareja, etc.
Sin embargo, a pesar de todo lo expresado, diversos autores como Bequer, 1992; Fromme, 1986; Gindín, 1992; Masters y Johnson, 1988; Tordjman, 1989; Buscaglia, 1985 coinciden en señalar que resurgirá un nuevo retorno a la monogamia o hacia una nueva monogamia. (Citados en Sariol y Rojas, 2009).
Además de lo anterior, creemos que los humanos necesitamos y continuaremos necesitando del vínculo amoroso en nuestra vida, por lo que “nada apunta hacia la desaparición de la pareja humana, pero sí hacia una ruptura y un distanciamiento con modelos tradicionales de relación, que ya no son funcionales ni a los individuos ni a la sociedad en su conjunto” (Arés, 2002, p. 49).
Varios autores señalan que al eliminarse o debilitarse los resortes externos que apuntalaban la  estabilidad de la pareja, emergen la capacidad para el amor, la intimidad psicológica, la comunicación, la propia subjetividad, como única condición para  la durabilidad de la pareja, que hoy sólo puede decidirse desde su interior. (Ares, 2002 y Torres, 2006).
Profundizar en la naturaleza compleja, dinámica y en evolución constante en que se encuentra inmersa la relación amorosa no es una empresa fácil, pero si deseamos promover una sexualidad saludable con el desarrollo del individuo hacia esta esfera de la vida, resulta de vital importancia educarlo para que aprenda a convivir desde el amor como fuente de bienestar y disfrute. 
Referencias Bibliográficas:
Álvarez-Gayou J. L, Honold J.A y Millán, P. (2005). ¿Qué hace buena una relación sexual?: Percepción de un grupo de mujeres y hombres mexicanos y Diseño de una escala auto aplicable para la evaluación de la satisfacción sexual. Archivos Hispanoamericanos de Sexología, 11, (1), 91-110.
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Castellanos, B. y González, A. (2003) Sexualidad y géneros. Alternativas para su educación ante los retos del siglo XXI. La Habana: Científico-Técnica.
Fernández, L. (2001). Amor, sexo y el fin del Milenio. Revista Cubana de Psicología. 18, (2).
________ (2006). Personalidad y relaciones de pareja. La Habana: Félix Varela. 
Frankl, V. E. (1991). El hombre en busca de sentido. (12ma. ed.).Barcelona: Herder.
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Masters, W. y Johnson, V. (1967). La Respuesta sexual humana. La Habana: Científico-Técnica.
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Rodríguez, A y Barragán, F. (1989). Sexualidad y Amor en Canarias. Tenerife: Secretariado de publicaciones Universidad de La Laguna.
Rogers,  C. R. (2004). El proceso de convertirse en persona. (17ma.ed). Barcelona: Paidós Ibérica, S.A.
Sariol, L.Y. y Rojas, V. (2009). Estudio comparativo del componente motivacional de la autorregulación en miembros de parejas estables. Tesis de diploma. Santa Clara, Universidad Central “Marta Abreu” de Las Villas.
Serrano, G. y Carreño, M. (1993). La teoría de Sternberg  sobre el amor. Análisis empírico. Psicothema. 5 (1), 151-167. Recuperado  el 10 de mayo de 2011 de http://www.psicothema.com/psicothema.asp?id=1135
Yela, C. (1997). Curso temporal de los componentes básicos del amor a lo largo de la relación de pareja. Psicothema.  9 (1), 1-15.

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