CARACTERÍSTICAS PSICOLÓGICAS Y SOCIALES DEL ADULTO JOVEN.[1]
M. Adriana Soto Martínez[2]
Las notas que voy a presentar son eso, algunas notas, algunas vetas de reflexión que seguramente muchos de ustedes ya han pensado, elementos con los que probablemente ustedes ya se han topado, ya han discutido. Sin embargo me gustaría presentarlas y que con ello pudiéramos ir profundizando en el diálogo y la reflexión.
Más que exponer aquí una un listado de características sobre los jóvenes, me interesaría plantear algunos ejes de reflexión que nos permitan pensar sobre las formas que los estudiantes tienen de significar la condición universitaria.
Dicho de otro modo, la pregunta que puede cabalgar en esta reunión podría ser: Cuáles son las dimensiones imaginarias del estudiante sobre la universidad, sobre su condición de estudiante universitario.
Sobre el concepto de juventud
Sin embargo, antes de ello es importante puntualizar una idea, y ésta tiene que ver con el concepto mismo de juventud. De qué hablamos cuando hablamos de jóvenes, a qué hacemos referencia con la idea del joven adulto o bien qué queremos decir cuando hablamos de los jóvenes adolescentes.
Desde algunos campos, la edad ha servido como parámetro para designar como jóvenes a aquellos sujetos que se encuentran dentro de un determinado parámetro de años, por ejemplo, en la Carta Iberoamericana de los Derechos de la Juventud expedida por la Organización Iberoamericana de la Juventud (OIJ) se señala que “[…] las/los jóvenes conforman un sector social que tiene características singulares en razón de factores psicológico-sociales, físicos y de identidad que corresponden exclusivamente al tramo de vida humana que transcurre entre los 15 y 25 años de edad. […]” De la misma manera, tenemos que en la Ley de las y los Jóvenes del Distrito Federal se anota que el joven es un sujeto de derecho cuya edad comprende el rango entre los 15 y 29 años de edad.[3]
Sin embargo, más allá de las diferencias que se puedan encontrar en los marcos institucionales, es decir, en los límites de edad establecidos para la implementación de planes y programas oficiales respecto de los jóvenes, hay que decir que la juventud, por su heterogeneidad y diversidad, difícilmente puede quedar definida a partir de un rango de edad. Las condiciones sociales, económicas y políticas, los valores culturales, los aspectos religiosos, etc., son todos ellos elementos que, sabemos, orientan y dirigen la vida de los individuos que constituyen una sociedad.
“No podemos generalizar la condición juvenil a partir de un indicador tan relativo como la edad, ya que esta fase no tiene la misma duración en el campo (donde hay quienes la consideran inexistente) que en la ciudad; en las clases sociales dominantes, que en las subalternas; en las sociedades modernas que en las tradicionales; en los momentos de paz y tranquilidad, que en los de crisis y cambios bruscos; incluso ni siquiera entre los hombres que entre las mujeres. En cada una de estas situaciones, el espacio juvenil tiene una duración distinta; en cada una de ellas se inicia y termina en momentos diferentes.” (Brito, 2000:8)
Otro de los aspectos involucrados al tratar de definir quiénes son los jóvenes es la poca discriminación entre conceptos tales como adolescencia, incluso pubertad y juventud; éstos, por un lado, han sido categorías que se utilizan como sinónimos, y por el otro, se presentan como sistemas de referencia que se excluyen unos a otros. El campo médico ha señalado que habría que entender a la pubertad como un proceso de maduración biológica que incluye aspectos relacionados con el crecimiento, el desarrollo nervioso y muscular del individuo y otros cambios fisiológicos que lo preparan para reproducir la especie. Por su parte la psicología, particularmente algunas teorías psicoanalíticas, retomando los cambios biológicos del individuo, plantea, entre otras cosas, a la adolescencia como una fase de cambio que implica lo que se ha llamado el “segundo nacimiento” o la “reactualización del complejo de Edipo”; es un fenómeno, dice Lapassade, que los psicoanalistas tienen por universal, de la misma manera que el complejo de Edipo, y por las mismas razones. (Lapassade, 1973)
No podemos dejar de mencionar que los paradigmas criminalistas también han figurado en las formas de definir a la adolescencia. Plantea Luisa Passerini cómo hacia 1950 en Estados Unidos, la adolescencia se había convertido en un estado legal y social al que disciplinar, someter y proteger. La creación de institutos gubernamentales, dice la autora, fueron actos realizados por el gobierno que
“[…] tenían el cometido de reflexionar sobre el modo de detectar a los jóvenes peligrosos para la sociedad y para sí mismos, y a la vez necesitados de protección y de una ayuda especial. […] Kett ha observado que la mentalidad que creó al delincuente como tipología se parece a la que creó la tipología del adolescente: en primer lugar, se establece una caracterización de rasgos físicos y mentales y posteriormente la definición se utiliza para explicar el comportamiento de los jóvenes”. (Passerini, 1996: 421)
Por otro lado los sociólogos, antropólogos y psicólogos sociales para tratar de despejar algunas confusiones, han definido a la juventud como una construcción histórico - social, producto del conjunto de relaciones instituidas en una sociedad determinada; así, el principio de universalidad en relación a la juventud queda claramente cuestionado y abre la reflexión en torno a la cultura, las condiciones sociales, las normas, los comportamientos e instituciones.
Así entonces, a partir de una psicología social interesada por los procesos de constitución de lo colectivo, yo y otros compañeros hemos retomado el concepto de juventud, no sólo porque destaca la importancia de estos fenómenos –de los fenómenos colectivos-, sino porque también reconoce el papel de lo histórico social. Hemos observado que el concepto de adolescencia es un concepto que se centra más en los procesos individuales y el concepto de juventud es un concepto que, a nosotros los psicólogos, nos permite pensar en este cruce de las estructuras psíquicas y las estructuras sociales.
Decíamos además que la categoría de juventud está en función de construcciones histórico sociales; esto quiere decir que las significaciones sociales imaginarias que hacen ser al joven han sido distintas en tiempo y espacio. Encontramos que las diferentes culturas han atribuido sentidos distintos a aquellos que no son niños ni adultos; la edad y los cambios biológicos que ésta conlleva, no ha sido el único referente para definir quiénes son o no jóvenes, sino que los aspectos culturales o religiosos y las condiciones económicas o políticas han sido determinantes en las formas de representar a este sector de la población. Así, en distintos tiempos y lugares la juventud ha estado en estrecha relación con las ideas de educación y sexo; trabajo, obediencia y silencio; fuerza, guerra y patriotismo; problema e inadaptación; desorden, violencia y delincuencia.
Parafraseando a Castoriadis (1988) podemos decir que más allá de definiciones puramente anatómicas o biológicas, la juventud es lo que es en virtud de las significaciones imaginarias sociales que la hacen ser eso.[4]
Queremos subrayar que la imagen que las sociedades han construido sobre los jóvenes no sólo da cuenta de las formas en que las sociedades se han representado a sus jóvenes, sino que también ofrecen elementos que permiten comprender cómo una sociedad va instituyendo sus valores, sus formas de sentir, de actuar y de transformar el mundo. Las imágenes de una juventud entendida como vivacidad y fuerza, creatividad y entusiasmo, fueron sin duda consolidándose a raíz del ascenso de la sociedad industrial capitalista que instituyó como valores la ganancia o rentabilidad, la eficiencia y la competencia. Tomando palabras de Ana María Fernández (1997) psicóloga argentina, podríamos decir que los procesos de nominación de la juventud son piezas clave para comprender las construcciones que realizan los actores sociales para producir sus representaciones de la realidad sociohistórica que viven.
Por otro lado también hay que decir que no sólo en el transcurso de la historia ha habido formas distintas de representar a los jóvenes, sino que en sociedades como la nuestra resulta ser que la juventud no es sólo una; cuestiones como la condición de género y la clase social imprimen en este sector de la población diversos matices de sentido. Ser una joven o un joven no es lo mismo, la institución patriarcal de nuestra sociedad va estableciendo claramente las diferencias; por ejemplo, las significaciones sobre el cuerpo de la mujer van construyendo no sólo su estar en el presente, sino también en el futuro; ideas como la virginidad, la maternidad o la reproducción guardan para la joven determinadas “propiedades”. De la misma manera, a la condición de género se suman otros determinantes tales como la religión, la pertenencia étnica, o la clase social; deberíamos entonces referirnos no a la juventud, sino a las juventudes.
Hemos dicho entonces cómo la definición del ser joven se ha llevado a cabo desde los parámetros de edad pero también desde los campos disciplinarios. Sin embargo no quisiera dejar de señalar el enorme peso que tiene en el imaginario social la idea de que la juventud es el signo del nihilismo de nuestra época.
La imagen que en la actualidad se tiene de los jóvenes hace de éstos sujetos sin proyecto y sin futuro, nihilistas que atraviesan la vida adoptando la violencia y el rencor; delincuencia, drogadicción, destrucción, irresponsabilidad, desesperanza, etc., son algunas de las palabras que en nuestra sociedad, acompañan y definen a la juventud. Este desprestigio no parece haber sido siempre el mismo. En algún momento los jóvenes fueron símbolos de la fuerza y el vigor, eran jóvenes guerreros, deportistas y artistas, que portaban una especie de promesa de la continuidad; en otro momento la juventud fue la promotora de la contracultura y del cambio, destinatarios de un nuevo futuro y dueños del mundo. Actualmente los jóvenes no parecen ser ni una cosa ni la otra, definidos como rebeldes sin causa, sujetos que no se comprometen con nada y que no encuentran sentido para su vida en el mundo.
Estas imágenes en torno de la juventud, corren paralelas a la idea de que el joven es aquel que todavía no es adulto; y el “adulto”, por su parte, en tanto significación social, es una condición, una realización definitiva, que porta significados tales como madurez, experiencia, conocimiento, juicio, sensatez, prudencia, sabiduría, etc. Tenemos entonces que el joven está en proceso de llegar a ser eso: maduro, experto, sensato, prudente, sabio. Lo anterior significa entonces que la juventud es un paso, un estado pasajero, inacabado e imperfecto, un proceso de formación o preparación para llegar a ser algo.
Los alcances de estas formas colectivas de representar al joven son interesantes y dan cuenta de la complejidad a la que nos enfrentamos. Se puede pensar o argumentar que significar a los jóvenes como algo “no terminado” traería para éstos algunas ventajas en función de “los deberes” sociales; sin embargo, debemos reconocer que en nuestra sociedad vamos a encontrar, paradójicamente, una fuerte capitalización de este sector; por ejemplo, en el ámbito de la producción es mano de obra barata, no calificada y fuerte. La paradoja es la siguiente: en una sociedad como la nuestra, soportada en un sistema de ideas básicas tales como el utilitarismo y el consumo, la competencia y la eficiencia productiva, la juventud –que insistimos- es mano de obra barata, no calificada y fuerte, es un engranaje necesario más para el sistema; en una sociedad como la nuestra, centrada en una lógica individualista y racionalista que “entiende al mundo como es y no como podría ser” (Racionero,2000) y que niega el papel de la imaginación, la creación y el vitalismo de los sujetos, la juventud es una amenaza que hay que vigilar y controlar.
Los jóvenes universitarios.
Este es pues el panorama o el contexto que también habitan los jóvenes universitarios. Éstos, como muchos otros jóvenes no son ajenos a las problemáticas de la juventud en México, problemáticas que tienen que ver sí con cuestiones escolares y laborales, pero también con aspectos referidos a la sexualidad, las adicciones, la violencia, los valores, la participación política y la ciudadanía, etc.
Sabemos que los jóvenes universitarios han sido ya objeto de investigaciones. Los movimientos estudiantiles ocuparon hace algunas décadas a varios estudiosos, sin embargo se puede observar que el acento ha sido puesto en la figura del estudiante -en el contexto de los movimientos o transformaciones políticas- más que en la especificidad del sujeto joven. En la actualidad los jóvenes universitarios son poco estudiados y es muy probable que la razón de ello sea que los universitarios han sido clasificados dentro de los llamados jóvenes incorporados o instituidos.
Desde los años ochenta el estudio de los llamados juvenólogos fue centrándose cada vez más en los jóvenes “disidentes” que conformaron las llamadas bandas y que pertenecían básicamente a las clases populares; en esa misma línea los últimos quince años ha habido una enorme producción en torno a las llamas culturas juveniles: los rokeros, punks, darketos, cholos, patinetos, etc. En ambos casos la tendencia ha sido estudiar a esos jóvenes “marginales”, alternativos o no incorporados al “deber ser” del joven en nuestra sociedad. Como señala Feixa, los llamados jóvenes fresa no merecieron mayor interés. Y este es más o menos el caso de los jóvenes universitarios que, salvo algunas excepciones como la de Adrián de Garay o Miguel Casillas, no han sido objeto de interés por parte de los investigadores.
Es muy importante aquí una acotación para evitar confusiones. No estamos tratando de desconocer importantes acercamientos que se han llevado a cabo sobre los hábitos de estudio, el rendimiento escolar, el desarrollo de habilidades o el dominio de conocimientos de los estudiantes. Aquí mismo en la universidad contamos con interesantes investigaciones al respecto. Sin embargo sí queremos hacer énfasis en la necesidad de no diluir o eclipsar al sujeto juvenil. Establecer puentes, como señala de Garay, entre el campo de la investigación educativa y el campo de los estudios sobre jóvenes. “En la medida en que no seamos capaces de reconocer que los estudiantes de la universidad también son jóvenes, estaremos dejando de lado una dimensión analítica fundamental para comprender los distintos procesos en los que se ve inmerso este grupo social.” (De Garay, Adrian y Miguel Casillas, 2002: 248)
Otra breve acotación. Las complejidades que atraviesan el campo de los jóvenes universitarios cuestiona de manera casi virulenta categorías, o mejor dicho tipologías tales como la de jóvenes incorporado y jóvenes alternativos o disidentes. Si bien es cierto que de los más de 13,000 jóvenes de esta universidad por ejemplo, comparten la característica de ser estudiantes, también es cierto que debemos reconocer con urgente necesidad la diversidad y heterogeneidad que ocupa cada vez más los pasillos y salones de esta casa de estudios. Observamos entonces jóvenes incorporados efectivamente a la institución escolar, pero no necesariamente partícipes de posturas ideológicas y políticas instituidas; nuestros estudiantes punks, anarquistas o militantes de movimientos de izquierda son un ejemplo de ello.
Ahora bien, esta heterogeneidad no sólo incluye la pluralidad de proyectos políticos, sino que incorpora también la diversidad sexual y religiosa, las problemáticas que tienen que ver con las adicciones o la anorexia y la bulimia, e incluso la delincuencia. De esta manera podríamos plantear que los estudiantes universitarios no necesariamente son jóvenes incorporados, pero vallamos todavía más allá al decir que los jóvenes universitarios no necesariamente son jóvenes privilegiados porque lograron “acceder” o “entrar” a la universidad. Esas viejas frases, que en algún momento casi todos hemos escuchado o pronunciado, de “¡aprovecha la oportunidad que se te está dado!, ¡estudia, ya quisieran otros tener tu suerte!, etc., etc., olvida el principio de que la educación es un derecho y no una oportunidad. Dicho sea de paso, la educación es un compromiso que el gobierno mexicano ha firmado y ratificado en el Pacto Internacional de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales.
Insistimos entonces, los jóvenes universitarios no necesariamente son jóvenes afortunados, -efectivamente son una minoría, la mayoría está afuera-, sin embargo nuestros estudiantes comparten con otros jóvenes mexicanos e incluso latinoamericanos enormes problemas de exclusión, pobreza, salud, bienestar, libertad, etc.
Sobre los procesos subjetivos
Bien, estas vetas de reflexión que hemos enunciado van a ayudarnos a tratar de comprender algunos de los procesos subjetivos que hacen que los jóvenes universitarios vivan de tal o cual manera la universidad. Retomamos entonces las preguntas del inicio Cuáles son las dimensiones imaginarias del estudiante sobre la universidad, cuáles son las significaciones y los sentidos que atribuyen a su condición de ser estudiantes universitarios.
Estos aspectos que se refieren a la atribución de sentidos, a la creación de significados y a las formas que los sujetos tienen de representarse el mundo son elementos que nos ayudan a pensar sobre los modos en que se constituyen las estructuras subjetivas, dicho en otras palabras son elementos que nos ayudan a pensar sobre los modos de ver, significar, vivir o vivirse como estudiante.
Yo voy a referirme específicamente tres ejes que, insisto, son importantes para tratar de comprender cómo los jóvenes significan su condición de estudiantes.
1) Un elemento tiene que ver con los encargos. Cuando hablamos de encargo nos referimos a esa especie de mandato social que dice, en este caso al joven estudiante, qué tiene que hacer, cómo hacerlo y cómo actuar. Una serie de expectativas y demandas familiares, universitarias y sociales son generalmente depositadas para que los estudiantes se hagan cargo de su ejecución. Sin lugar a dudas, creemos que los procesos subjetivos, los procesos psicológicos de los estudiantes están fuertemente atravesados por aquello que se espera del ser estudiante. La institución escolar, la institución científica, pero también la institución familiar y la sociedad esperan de este sujeto un buen rendimiento, una fidelidad disciplinaria, una recompensa o una mejora de estatus social. Ahora bien, estos y otros encargos operan en conjunto frente a los estudiantes creando tensiones y ansiedades. Tensiones entre uno y otro encargo que no siempre se corresponden y ansiedades porque todo proceso de aprendizaje genera movimiento, Pichon-Rivière plantea que “…cuando se está aprendiendo, forzosamente, aunque no del todo concientemente, estamos abandonando otras maneras de ver el mundo o la realidad….” (Pichon-Rivière, 1995:24) y este miedo al cambio, miedo a la nueva situación provoca ansiedad en el sujeto.
Por otro lado, estos mandatos no necesariamente son explícitos, pueden circular de manera latente en los mensajes familiares, en la calificación, en los discursos de los docentes, en los proyectos institucionales o perfiles disciplinarios. ¿De cual de todos estos encargos habrá que hacerse cargo? ¿cuál o cuáles privilegiar? Hemos observado que los estudiantes no necesariamente van a acatar o a obedecer a todos y cada uno de ellos. Un breve ejemplo: cuando nosotros en la licenciatura constantemente insistimos en tratar de pensar en el compromiso social de la profesión y nos cuestionamos “¿La psicología para qué?” “¿La psicología al servicio de quien?” muchas veces generamos enormes confusiones en aquellos estudiantes que tienen como proyecto profesional la psicología industrial o laboral. Y por supuesto eso hace tambalear también, en muchos casos, las expectativas de movilidad social encargadas por el ámbito familiar. Pero este es un ejemplo ligero si lo comparamos con los casos de suicidio que hemos tenido en los últimos años de jóvenes que no han sido aceptados para cursar los estudios superiores. Cito brevemente las palabras del padre de una chica que se suicido tras recibir la noticia de no haber sido aceptada en la Escuela Normal: “…Ella veía en la escuela un medio para que nosotros ya no sufriéramos, porque veía que batallamos para subsistir y tenía miedo. “(La jornada, 6 de agosto de 2003)
“Tanto la familia de origen como el peso de las socializaciones del pasado son fundamentales para explicar las diferencias que caracterizan la experiencia estudiantil y distinguen a los estudiantes universitarios. En el mismo orden, el capital cultural de que disponen los estudiantes y sus familias explica las acentuadas diferencias entre la población estudiantil […]” (De Garay, Adrian y Miguel Casillas, 2002: 254)
De esta manera, podemos observar cómo los encargos van operando para que el estudiante se posicione ante su formación profesional –incluso ante la vida- de tal o cual manera, estos encargos permiten ir construyendo cierto tipo de vínculos sociales con los compañeros, docentes u organizaciones extra universitarias. Ser estudiante entonces, no sólo significa aprehender lecciones o teorías y aplicarlas. Ser estudiante universitario parece aludir a un proceso en el que las teorías, los encargos o mandatos y los deseos se tensan; alude a un proceso en el que se dibujan y tejen nuevas formas de significar al mundo, alude incluso a un trabajoso y desgastante proceso de discriminación: qué quiero, hacia dónde voy. De esta manera la universidad deja de ser un espacio exclusivo de aprendizaje teórico, la universidad en tanto marco referencial ofrece muchas más posibilidades.
2) Con esto último quiero tocar brevemente en un segundo eje este aspecto del espacio universitario. No es difícil observar cómo para muchos de los alumnos la universidad no necesariamente es sinónimo de estudiar, aprender conceptos o teorías y ejercer un dominio sobre cierto campo de conocimiento. Para muchos estudiantes la universidad es un espacio de socialización, de búsqueda de amigos, un espacio para ligar y pasarla bien. Pero es también un espacio para poder vender, compartir ideologías o religiones. Es un espacio que incluso ofrece contención y abrigo, un espacio que permite abandonar la violencia familiar, el riesgo de la calle y los abusos que se dan en el trabajo.
Ante la falta de espacios para reunión en esta y otras ciudades, los espacios abiertos de la universidad con sus jardines se convierten en un atractivo lugar para tejer relaciones. Así, nuevos significados se atribuyen a los pasillos, las escaleras, los jardines e incluso biblioteca. Los espacios colectivos se van reconfigurando, nuevas apropiaciones y consumos se llevan a cabo.
La mayoría de los jóvenes de nuestra sociedad no cuenta con espacios para reunión; los bares o cafés cuestan y en la calle, los jóvenes -especialmente los jóvenes clase media para abajo- son elementos de sospecha. Y en la casa difícilmente hay espacio cuando menos para vivir.[5]
Es probable y seguramente justificable que este “uso” del espacio universitario sea reprobable; ¡aquí se viene a estudiar! señalarían las buenas conciencias. Sin embargo las cosas no son tan simples, por ejemplo para Gabriel Medina y otros autores lo espacial tiene una importancia fundamental en el proceso identitario juvenil, En suma , señala este autor, “si bien ‘la clásica definición socioespacial de identidad, referida a un territorio particular, necesita complementarse con una definición sociocomunicacional’ (García Clanclini,1995:31), el proceso relacional sobre espacios territoriales o físicos específicos no ha perdido importancia para la configuración identitaria de los individuos jóvenes” (Medina, 2000:99)
No obstante si ampliamos nuestro foco de reflexión podemos observar que esta apropiación del espacio seguramente no sólo tiene que ver con los procesos individuales que constituyen al sujeto, sino que resulta un fuerte analizador de las condiciones sociales que los jóvenes viven.[6] En esta apropiación de los espacios los jóvenes seguramente contribuyen a revertir la fuerte tendencia individualista que atomiza cada vez a la sociedad. Y por otro lado, nos parece que abren espacios de reflexión que en otros lugares están prácticamente negados. Las plazas comerciales por ejemplo, que en muchas ciudades han sustituido casi por completo los sitios de interacción social y esparcimiento, parecen ser espacios en donde se escapa a los problemas de la sociedad. “Al construirse como una burbuja crean sus propias condiciones naturales y sociales y, tienen la posibilidad de presentar una serie de simulaciones, ajenas a la realidad nacional que se ha quedado afuera.” (López, 1999: 190)
En este sentido la universidad ofrece la posibilidad de interactuar, reflexionar y construir lazos y vínculos. Ser universitario entonces no se limita únicamente a la función específica de ser estudiante; el ser universitario ofrece otras más posibilidades.[7]
“La universidad se presenta como un espacio unificado pues aunque el mundo de la universidad extiende sus horizontes hacia los de las profesiones y el trabajo, se presenta para la experiencia de los estudiantes como un mundo propio, con contornos precisos. De esta manera, la socialización en la universidad va articulando los procesos afectivos, con el aprendizaje de las jerarquías, con el de los códigos simbólicos y prácticos de las profesiones y disciplinas en un espacio específico, geográficamente localizado, delimitado de la ciudad por sus muros, jardines y autonomías.” (De Garay, Adrian y Miguel Casillas, 2002: 260)
3) Un tercer punto que quiero mencionar respecto de los modos en que los jóvenes van constituyéndose como universitarios tiene que ver con la noción de proyecto, específicamente con la noción de futuro. En este sentido podríamos decir que los jóvenes universitarios no son ajenos en lo absoluto a este momento histórico que nos está tocando vivir, momento histórico que parece no ofrecer horizontes y que limita por lo tanto el campo de las decisiones y las posibilidades. La dimensión de la posibilidad y la construcción de horizontes son elementos centrales de la experiencia humana, por lo tanto son ejes fundamentales en los modos de estructuración subjetiva; el imaginario se despliega formulando y reformulando, dice Hugo Zemelman, la relación entre lo vivido y lo posible. Cito a este autor: “Si la realidad como estructuración social dada en el presente contiene una potencialidad de futuro debe descomponerse en situaciones que contengan diversas alternativas para su construcción. […] En efecto, dotar de sentido a las prácticas sociales no significa que se les confiera capacidad para construir opciones y para viabilizarlas. Es solamente en el plano de la experiencia donde se puede reconocer la posibilidad de transformar la realidad, porque la noción de experiencia da cuenta de la objetivación de lo potencial, es decir, de la transmutación de lo deseable a lo posible…” (Zemelman, 1995:16)
Bien, me parece que para la actual generación de jóvenes cada vez aparecen más eclipsadas las alternativas y las opciones. Cómo entonces podrán acceder al campo de la experiencia para transformar su realidad, cómo no hacer del presente incierto una especie de extensión que ocupe también la esfera del futuro. Esas son preguntas que nos quedan pendientes.
Sin estos elementos, es decir sin alternativas y opciones, los jóvenes difícilmente pueden construir proyecto, y el proyecto retomando a Zemelman es la conciencia para la construcción del futuro y la determinación de las prácticas requeridas para lograrlo.
Amartya Sen, premio Nobel de ciencia económica en 1998 plantea una interesante tesis al señalar que el desarrollo de un país no se encuentra necesariamente en el progreso tecnológico y científico o en la modernización social, sino en la expansión de las libertades; y las conexiones entre los diferentes tipos de libertad hacen que éstas se refuercen mutuamente (Sen, 2000). Si muchos de los jóvenes universitarios contaron con la libertad de decidir en dónde y qué estudiar, ahora deberían de tener el derecho a decidir en qué trabajar; es decir deberían de contar con las alternativas y opciones para elegir; de otro modo la primera libertad de la que hablamos pierde sentido.
El tema de las libertades es también tema central cuando hablamos de estructuración subjetiva, puesto que la expansión de las libertades, como dice este último autor, no sólo enriquece nuestra vida y la libera de restricciones, sino que también nos permite ser personas sociales más plenas, que ejerzan su propia voluntad.
Por supuesto que un elemento central en la noción de futuro de los estudiantes universitarios es la cuestión del ejercicio laboral-profesional, -y digo laboral-profesional porque muchos de nuestros estudiantes trabajan, estudian y trabajan, pero no necesariamente el trabajo tiene relación con los estudios realizados-. Llama la atención cómo en algún momento esto era básicamente tema de aquellos que ya estaban casi por salir, ahora cada vez más va determinando incluso el entrar. La encuesta nacional de juventud del 2000 señala que “el 69% de los jóvenes consideran que la característica más importante de un trabajo es que paguen bien, mientras que 6.4 % señala que ofrezca servicio médico y prestaciones.[…] La satisfacción individual o la realización personal a través de la actividad laboral se encuentra disminuida frente a la función pragmática e instrumental del trabajo como mediación para la obtención de mejores condiciones de vida, o, por lo menos, como recurso mal pagado de sobrevivencia.” (Miranda, 2002: 90)
Sin lugar a dudas esta incertidumbre laboral, este crecimiento escandaloso de desempleo promueve cada vez más lo que podemos llamar por el momento “la moratoria universitaria”, que se dibuja en el rezago, la deserción y en el mejor de los casos bajo la forma de posgrados.
Finalmente sólo quiero señalar la importancia de un cuarto eje, eje que de alguna manera se va a ver atravesado por los tres puntos anteriores, me refiero a la condición universitaria pensada desde la perspectiva de género. Los encargos, las formas de significar la universidad y los sentidos que se atribuyen al porvenir seguramente van a mostrar diferentes matices entre las y los estudiantes.
A modo de cierre sólo quiero señalar que estas reflexiones intentan rescatar la complejidad del panorama que tenemos frente a nosotros; se trata, como dice Edgar Morin, de evitar la visión unidimensional que adjudica a los jóvenes los atributos de la pereza, el desinterés y la incapacidad.
Bibliografía
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Castoriadis, Cornelius (1988) Los Dominios del Hombre: Las Encrucijadas de Laberinto. Gedisa, Barcelona, España.
De Garay, Adrian (2000) “El consumo cultural de los jóvenes universitarios de la Ciudad de México: Una realidad ignorada” en La juventud en la Ciudad de México. Políticas, programas, retos y perspectivas. DPG, GDF. México.
De Garay, Adrian y Miguel Casillas (2002) “Los estudiantes como jóvenes. Una reflexión sociológica” en Nateras, Alfredo (Coord.) Jóvenes, culturas e identidades urbanas. UAM, I-Porrúa, México.
Fernández, Ana María (1997) El campo grupal. Notas para una genealogía. Nueva Visión, Argentina.
Lapassade, Georges (1973) La entrada en la vida (Ensayo sobre la no terminación del hombre). Fundamentos, España.
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Lapoujade María Noel (Coord.) Espacios Imaginarios. Primer Coloquio Internacional. FFyL, UNAM, México.
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Morin, Edgar. (2001) Introducción al pensamiento complejo. Gedisa, España.
Passerini, L. (1996) “La juventud, metáfora del cambio social (dos debates sobre los jóvenes en la Italia fascista y en los Estados Unidos durante los años cincuenta.” en Levi, Giovanni y J.C. Schmitt (coord.) Historia de los jóvenes. La Edad Contemporánea. Tomo II. España: Taurus.
Pichon-Rivière, Joaquín (Comp.) (1995) Diccionario de términos y conceptos de psicología y psicología social. Nueva Visión, Argentina.
Racionero, Luis (2000) Filosofías del Underground. Anagrama, España.
Sen, Amartya (2000) Desarrollo y Libertad. Planeta, México
Soto, Adriana. (2002) “La sospechosa relación entre juventud y violencia” Revista El Cotidiano, núm. 111, enero-febrero 2002, UAM,A. México.
Zemelman, Hugo (1995) Determinismos y alternativas en las ciencias sociales de América Latina. Nueva Sociedad-CRIM,UNAM, México.
[1] Este trabajo forma parte de la investigación que llevo a cabo ya desde hace algunos años. Me he interesado por el tema de los jóvenes, específicamente sobre las culturas juveniles y las dimensiones subjetivas que las constituyen.
[2] Profesora – Investigadora del Departamento de Educación y Comunicación, UAM, X.
Correo: adriana_soto@hotmail.com
[3] Para la Organización Mundial de la Salud (OMS) los jóvenes son aquellos individuos que se ubican entre los 20 y 24 años. Y señala a la adolescencia como una etapa previa, es decir a quienes tienen entre 10 y 19 años. Además este organismo organiza ambos sectores en subgrupos de tal manera que plantea pubertad, adolescencia -temprana, media y tardía-, juventud y juventud adulta. (Medina, 2000)
[4] “La institución de la sociedad (en el sentido general que doy a esta expresión) está evidentemente hecha de múltiples instituciones particulares. Estas forman un todo coherente. Aún en situaciones de crisis, aún en medio de conflictos interiores y de las guerras intestinas más violentas, una sociedad continúa siendo todavía esa misma sociedad; si no lo fuera no podría haber lucha alrededor de los mismos objetos, objetos comunes. Hay pues una unidad en la institución total de la sociedad; considerándola más atentamente, comprobamos que esta unidad es, en última instancia, la unidad y la cohesión interna de la urdimbre inmensamente compleja de significaciones que empapan, orientan y dirigen toda la vida de la sociedad considerada y a los individuos concretos que corporalmente la constituyen. Esa urdimbre es lo que yo llamo el magma de las significaciones imaginarias sociales que cobran cuerpo en la institución de la sociedad considerada y que, por sí decirlo, la animan.” (Castoriadis, 1988:68)
[5] “Estudiar en la casa no siempre es fácil, para una proporción del 30% de los jóvenes es preciso hacerlo en la sala o el comedor, junto con los hermanos menores, negociando cotidianamente si se prende la televisión para ver caricaturas o telenovelas o MTV […] La sala, como dice César Abilio, filtra los gustos, es el espacio de la disputa, pero también de la tolerancia.” (De Garay, 2000:117)
[6] “Por analizadores entiendo los elementos de la realidad social que manifiestan con mayor virulencia las contradicciones del sistema.” (Lourau, 1980:62)
[7] Nos parece que ésta es una de las vetas de reflexión más importantes que atraviesan al tema de la deserción o la exclusión que miles de jóvenes están experimentando al ser rechazados de la educación media superior y superior. El dolor sentido de muchos jóvenes al no haber aprobado el excluyente examen del CENEVAL, seguramente está relacionado con los encargos de los que hablamos antes, pero también con estas dimensiones imaginarias y simbólicas que dan sentido a la escuela (la prepa o universidad). Llama la atención, por ejemplo, cómo los jóvenes cuando hablan de la universidad recurren constantemente a las frases “hacer amigos”, “tener o encontrar amigos”. Este es un eje de reflexión que por el momento tenemos en construcción.
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