José Carlos Bermejo
Religioso Camilo
Doctor en Teología Pastoral Sanitaria
Director del Centro de Humanización de Madrid
Profesor del Capítulo de Relación de Ayuda
Curso Integrado Cínicas Médico Quirúrgicas
4º año de Medicina, 1997
Religioso Camilo
Doctor en Teología Pastoral Sanitaria
Director del Centro de Humanización de Madrid
Profesor del Capítulo de Relación de Ayuda
Curso Integrado Cínicas Médico Quirúrgicas
4º año de Medicina, 1997
La relación de ayuda
está teniendo buena acogida en los contextos donde está siendo presentada. Cada
vez más los diversos profesionales sanitarios y los estudiantes reconocen que
han sido preparados técnicamente para la asistencia a los enfermos, pero que su
formación respecto a la relación personal con ellos, de modo especial a la de
los momentos difíciles, ha sido escasa o nula.
Todos los
profesionales reconocen la necesidad de un adiestramiento para conocer técnicas
y actitudes que permitan moverse con una cierta soltura en algunas
circunstancias, como por ejemplo cuando el enfermo habla de su enfermedad, de
su futuro, de su propia muerte, cuando hace alguna consideración sobre el
sentido de su vida en medio de tanto sufrimiento y lucha, cuando plantea algún
problema ético, como por ejemplo cuando le dice al médico ¿para qué me pone
este tratamiento si no cree realmente en él?; cuando hay que comunicarle un
diagnóstico fatal, o sencillamente cuando encontramos al paciente deprimido,
ansioso, angustiado o irritado. Situaciones como la muerte de un paciente a la
vista de otros nos lanzan un reto a nuestra competencia relacional. ¿Lo
afrontamos o huimos de él por falta de preparación?
La relación de ayuda como arte
La relación de ayuda
es un arte. Consiste en apropiarse de algunas actidudes fundamentales que se
despliegan en habilidades concretas para que la relación sea competente.
Diríamos que el que posee este arte ha hecho un camino en tres direcciones:
En el campo del
saber: interesándose por el fenómeno de
la comunicación interpersonal, por las dinámicas más frecuentes, por el impacto
de la enfermedad en la vida de la persona.
En el campo del saber
hacer: interesándose y ejercitándose en
algunas técnicas de comunicación y de relación, habilidades que hacen que el
encuentro con el enfermo sea eficaz para ayudarle y permita al profesional
desenvolverse con una cierta soltura en la comunicación verbal y no verbal.
En el campo del saber
ser: trabajando sobre sí mismo para
interiorizar las actitudes fundamentales que hacen que la persona del médico
sea percibida como alguien que se interesa realmente, que acepta, que
comprende, que se implica sin quemarse en el proceso de interrelación.
La relación de ayuda
se sitúa entre la relación espontánea y la relación de los profesionales de la
ayuda psicológica o psicoterapeútica. Consiste en establecer una relación con
el paciente que nada tiene de particular a primera vista, si no es el hecho de
que tiende a la ayuda y está centrada en la persona y no sencillamente en el
problema, lo que implica una actitud facilitadora y no directiva o autoritaria.
Tal relación pretende acompañar al enfermo a hacer un camino de apropiación de
la propia situación, de dominio de las propias reacciones impulsivas y de los
propios sentimientos (sin anestesiarlos), un camino de crecimiento personal que
permita abrirse a la realidad, explorarla y activar las propias energías, el
propio curador interno que influye sobre la salud global de toda la persona,
dada la relación existente entre todas las dimensiones de la persona. Piénsese,
por ejemplo, en la relación entre estado emotivo y sistema inmunitario y que
nos viene subrayada cada vez más por el incipiente desarrollo de la
psico-neuro-inmunología.
La relación de ayuda
intenta encontrar un modo eficaz de promover en el enfermo una mejor adaptación
a la situación que está viviendo, favorecer en él la experiencia de mayor salud
posible y propiciar una vivencia de la propia enfermedad y de la angustia en
clave de relación sana, que es la vía para abrirse al sentido en medio de la
enfermedad y luchar contra ella cuando es posible. En el fondo, se trata de
acompañar al enfermo a que se ayude a sí mismo, a que sea protagonista de su
propia situación y utilice al máximo los recursos existentes. Descubrir y
apoyar, en medio del sufrimiento, las cosas y relaciones que son significativas
para el enfermo, constituye el objeto de la relación de ayuda.
Las reacciones
espontáneas más frecuentes y que habría que superar son:
·
la tendencia a moralizar sobre el modo
como el enfermo se comporta o ha contraído la enfermedad;
·
la tendencia a dar consejos o indicar
vías de solución prefabricadas, a decidir por el paciente sin contar con él,
sin respetar el principio de autonomía y el necesario consentimiento informado;
·
la tentación de consolar con frases
hechas y, con frecuencia, no sentidas, que pueden llegar a caer en un
"encarnizamiento consolatorio";
·
la tendencia a intentar explicar
racionalmente la situación del enfermo interpretada con criterios externos,
incluso allí donde no hay explicación posible, porque las cuestiones que se
plantean versan sobre el sentido último de cuanto está sucediendo.
TRES ACTITUDES FUNDAMENTALES
Superadas las
reacciones espontáneas, la relación de ayuda se propone como la relación movida
por tres actitudes fundamentales, la aceptación incondicional, la empatía y la
autenticidad. Estas actitudes se despliegan en técnicas y habilidades
concretas, como la escucha activa, la personalización, las respuestas
comprensivas, la confrontación, la destreza de iniciar, la autorrevelación, la
inmediatez, la asertividad, etcétera.
Presentaremos
brevemente el significado de la triada actitudinal.
La aceptación incondicional
La disposición de
aceptación incondicional o consideración positiva, según los términos usados
por la psicología humanista, (especialmente Roger y Carkhuff), significa
acercarse al enfermo libre de toda tendencia a moralizar y con la confianza
puesta en los recursos humanos aún presentes en la persona del ayudado, para
que sea él el protagonista del proceso de ayuda.
No juzgar en la
relación de ayuda, aceptar incondicionalmente al enfermo, es una disposición
interior que nada tiene que ver con la ingenuidad de quien da siempre la razón
por piedad o despersonaliza, como lo haría un padre irresponsable y
superprotector.
Aceptar
incondicionalmente en la relación con el enfermo significa, ante todo,
aceptarle como persona, más allá de los comportamientos precedentes y actuales,
quizás contrarios a la promoción de la salud. Es, sin duda, una actitud
exigente. Aceptar incondicionalmente en la relación de ayuda supone no
moralizar tampoco los sentimientos y las reacciones del enfermo. Supone, por
tanto, ser capaces de aceptar la angustia que el enfermo vive y comprenderla.
Las actitudes de regresión y de pacto o negociación, propias de comportamientos
infantiles y que encontramos también en los enfermos, deberán ser aceptadas en
la medida en que sirven para mantener un cierto equilibrio mientras se preparan
momentos de depresión y reflexión, que suelen llevar a la interiorización de la
situación real y a una mayor o menor aceptación de la misma.
La aceptación
incondicional no tenderá a favorecer los mecanismos de defensa, sino a
comprenderlos y acogerlos, considerándolos como recursos que el individuo
utiliza para vivir su propia situación. El respeto llevará a favorecer un
proceso de apropiación de su situación por parte del enfermo, más que la
dirección hacia un determinado comportamiento.
Si una perspectiva es
digna de ser subrayada en la persona del que sufre, es la de ser acogido en el
modo personal y único de vivir la enfermedad, es decir, en los sentimientos. La
destreza de escuchar activamente favorece el despliegue de esta actitud. La
escucha auténtica es un acto profundamente espiritual, que reconstruye a la
persona, permitiéndola drenar el mundo emotivo y sentirse acogido como en un
templo, esto es, en la persona del otro. La escucha activa es una caricia positiva
que resulta terapeútica para la persona que sufre, porque libera de la soledad
y de la marginación, tanto social como emotiva.
La comprensión empática
Por más que la
cultura hospitalaria y una cierta tendencia en la formación de los futuros
médicos proponga la neutralidad afectiva para regular las relaciones entre el
personal sanitario y los pacientes, la persona nunca puede prescindir
totalmente del impacto emotivo, de modo especial en las circunstancias en las
que el trabajo se convierte en hemorrágico, es decir, destructivo del propio
rol y de la propia persona, en cuanto exige una energía superior a la
comprensión recibida (piénsese en la relación con enfermos terminales y
incurables).
Si la aceptación
incondicional es el ejercicio de la dimensión femenina del ayudante (sea hombre
o mujer), la comprensión empática es la actitud más propiamente masculina, que
consiste en hacer el esfuerzo por entrar en el mundo del enfermo para intentar
comprender su experiencia y transmitir comprensión.
A partir de la
disposición a acoger, quien funciona empáticamente en las relaciones de ayuda
intenta adoptar el punto de vista del enfermo para comprender su situación y
poder así dar el importante paso de conseguir transmitir comprensión. La
empatía entonces significa captar el significado personal y único que la
enfermedad tiene para el enfermo concreto. Para ello es necesario identificarse
con su situación y desidentificarse a la vez; ser capaz de entrar en su
"pozo" de sufrimiento, vibrar con él y restablecer la distancia
emotiva. Son tres fases necesarias para que la actitud pueda vivirse realmente.
Encontrar el equilibrio entre implicación y retirada emotiva es el secreto de
una persona madura, que no ha caído en el síndrome del burn-out, que no se
quema en el trabajo con los enfermos ni mantiene la distancia defensiva que se
traduce en frialdad en el trato.
Requisito
imprescindible para comprender la experiencia del enfermo es captar las
numerosas pérdidas que va experimentando y el significado real y simbólico que
ellas tienen para el enfermo concreto: la pérdida de las habilidades físicas o
de la armonía corpórea para quien cultivó una especie de omnipotencia
imaginaria o para quien siempre anduvo a la búsqueda de la propia identidad, la
pérdida de los lazos afectivos para quien los vivió complejos o para quien ya
perdió personas queridas; la pérdida a veces de la autoestima hasta el punto de
sentirse indignos de ser atendidos.
La autencidad
Ser auténticos en la
relación con el paciente es algo más que ser sinceros. Es ser coherentes al
comunicarse con el enfermo, mantener sintonía entre lo que se comunica y
aquello que se cree, se espera, se siente, se percibe y se sabe. La persona
auténtica sabe lo que siente y dice lo que sabe, no se anda con falsas ilusiones
ni frases hechas o hermosas teorías racionales que pasan por encima de la
situación existencial concreta del enfermo.
La autenticidad hace
humildes a los que quieren ayudar a los enfermos, para asumir el coraje de la
impotencia y ser capaces de convivir con ella y de expresarse sin escaparse de
la crudeza de la realidad. Por eso, el que es auténtico es capaz de decir,
cuando así lo experimenta, que no sabe qué decir; es capaz de decir que tampoco
él entiende por qué hay que sufrir tanto, es capaz de utilizar un lenguaje
lleno de sentido, aunque se refiera al sinsentido de la vida o a la
desesperación que en ella se experimenta en medio a tanta limitación y tan poca
esperanza. La autenticidad, por tanto, implica hacer un proceso de elaboración
del propio sufrimiento, de la propia sexualidad y de la propia muerte,
integrándose debidamente.
La autenticidad
llevará también a hacer un esfuerzo por purificar el lenguaje sobre el
sufrimiento, para evitar todo tipo de frases que la cultura laica y religiosa
han ido acuñando sobre él y que tienen resabio de fatalismo, dolorismo o
incluso que presentan a un "dios sádico" poco o nada en línea con el
mensaje liberador del Evangelio de los creyentes.
Y allí donde el
agente de salud encuentre un conflicto ético por cualquier situación creada en
torno a un enfermo, si funciona con la actitud de la autenticidad, no caerá en
el extremo de la manipulación de la conciencia ajena ni tampoco en la huida de
la presentación humilde, pero valiente, de los propios valores a la búsqueda
del bien.
Empatía, autenticidad
y aceptación incondicional son las tres actitudes fundamentales de la relación
de ayuda que hacen de ella un encuentro eficaz de comprensión de la situación
en la que se encuentra el enfermo y permiten que la relación sea humana y
humanizadora, dando calidad a la vida y haciendo saltar una chispa de sentido
cuando parece que la enfermedad lo dificulta.
REFERENCIAS ESCOGIDAS
1.- Bermejo JC,
Bringas A, Burgaleta J, Elizondo F, Galve M, González A, Lázaro R, Ruiz J.
Vivir Sanamente el Sufrimiento. Reflexiones a la luz de experiencias de
enfermos.Tercera edición. Colección Iglesia y Mundo de la Salud, España 1994
2.- Bermejo JC.
Relación Pastoral de Ayuda al Enfermo. Segunda edición. Colección: San Pablo,
España 1995.
3.- Bermejo JC.
Apuntes de Relación de Ayuda. Centro de Humanización de la Salud. España 1996
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