Artículo:
participación laboral femenina en el escenario económico cubano (1950-1995). Revista Del Caribe No 31/2000.
Desde las luchas decimonónicas por la
independencia de Cuba, las mujeres han desempeñado un papel determínate en el
ámbito político, social, cultural e incluso económico del país. Este protagonismo es tanto más destacado
cuanto que se ejerce a diario en todas las esferas de la vida desde la
militancia política y la actividad laboral hasta la atención a la familia y el
acondicionamiento del propio hogar.
Interesa saber cómo se ha ejercido precisamente este protagonismo en el
escenario económico al correr de esta centuria, cómo ha evolucionado en la
segunda mitad del siglo y cuáles son las principales características sociodemográficas de estas feminas activas y
sus categorías ocupacionales.
Este amplio cuestionamiento plantea,
por lo menos dos problemas metodológicos
agudos. El primero estriba en la
dificultad de cuantificar satisfactoriamente
dicha participación. Como consecuencia
de la frecuente inadaptación de la frecuente inadecuación de los
cuestionarios de los censos o de la
contabilidad nacional, que solo ponen énfasis en las actividades económicamente
retribuidas, así como por el hecho de que las propias mujeres suelen declararse
inactivas aún cuando realizan
actividades dentro del hogar, es harto difícil valorar acertadamente la contribución del trabajo doméstico a la
economía de Cuba. Además con la
situación de crisis que, desde 1990, existe en el país, parte de la fuerza laboral
femenina se ha reorientado havia sectores no siempre convencionales u oficiales
(alquiler de pisos, venta ambulante, etc.).
Por todo ello, los datos actualmente disponibles subregistran notablemente el aporte laboral femenino al
desarrollo económico cubano.
El segundo problema es la escasa
información estadística disponible.
Varios organismos internacionales como el Banco Interamericano de
Desarrollo (BID) o el Banco Mundial, no incorporan a Cuba en sus series de
datos. Nuestra opción metodológica se
apoya en datos obtenidos por encuestas de otros organismos oficiales,
principalmente la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (PREALC), el Centro
Latinoamericano de Demografía (CELADE).
Así mismo se basa en los últimos censos de población realizados por las
instituciones cubanas, principalmente el Comité Estatal de Estadística
(CEE). También se apoya en
numerosas ocasiones, en la base del
proyecto de investigación “Mujeres latinoamericanas en cifras” elaborado en
1992 por el Instituto de la Mujer y la
Facultad latinoamericana de Ciencias Sociales y desarrollado en Cuba por la
FMC.
Sobre estas bases conceptuales y metodológicas, la primera parte del
presente estudio hace hincapié en la evolución de la participación laboral
femenina en el desarrollo económico del país desde 1950 hasta 1995. A continuación la segunda parte destaca las
principales características
sociodemográficas y socioprofesionales
actuales de dicha población.
Evolución de
la participación laboral femenina en la economía nacional (1950-1995)
En cuba los grandes cambios
contemporáneos parecen haber condicionado la participación laboral femenina. Desde el inicio del siglo hasta 1970, la progresiva
incorporación de las mujeres al mercado del trabajo creció conforme se
modernizó y se urbanizó el país. De
acuerdo con las series que compone CELADE para América Latina, realizadas sobre
la base de los datos censales, en 1950,
trabajaba el 12% de las cubanas mayores de 10 años frente al 14% en 1960 y al
15.9% en 1970. Después con la llegada de
los años 70 se inició otra etapa de mayor crecimiento de la participación
económica femenina. Durante el decenio
de los 70 y 80 el Ministerio de Trabajo Cubano adoptó la resolución 47 que
privilegió la inclusión femenina en determinadas ocupaciones. Paralelamente la FMC dirigió una eficaz
política para facilitar dicha inclusión (planes educacionales y de reconversión
para antiguas criadas y prostitutas, creación de círculos infantiles,
etc.). Gracias a estos apoyos directos
se registró un rápido y cuantiosos incremento de mujeres en la fuerza
laboral. Según las estimaciones
realizadas por CELADE, dicha participación económica femenina ascendió al 26.7%
en 1980 y al 34.8% en 1990. Dicho de
otra forma, el número de mujeres económicamente activas pasó de unas 250 000 en
1950 a más de un millón y medio en 1990, o sea 6 veces más.
Este aumento queda claramente visible
a la hora de compararlo con la evolución de la participación económica masculina. Todos los datos censales tienden a indicar
mayor incremento de la participación de las mujeres en la actividad económica
en comparación con la de los hombres. De
acuerdo con el Boletín Demográfico elaborado por la CELADE, la tasa de
actividad femenina creció del 12% al 34.8% entre 1950 y 1990, mientras que la
correspondiente de hombres disminuyó del 82.7% al 67.8%. Asimismo la participación económica activa
femenina creció en 224% entre 1970 y 1990 frente al 42% de la masculina.
La decisión adoptada por el gobierno
cubano, desde fines de los 60, de incorporar a la mujer
en la actividad económica a la par que determinaba incluso la preferencia
femenina en ciertas ocupaciones es, sin duda, uno de los factores explicativos
de este fenómeno.
También este aumento queda claramente
visible al compararlo con la evolución de la participación económica en el
resto de América Latina. Los datos
elaborados por CELADE con información procedente de los censos de población de
19 países latinoamericanos indican que entre 1960 y 1990, el número medio de
mujeres económicamente activas aumentó solo en 211% en este subcontinente
mientras que en Cuba creció un 300% en el mismo período.
A comienzos de los ´90 Cuba alcazaba
el segundo lugar de los países latinoamericanos
con mayor tasa de actividad económica femenina, solo Uruguay la superaba con una tasa de 39.5% frente a un
34.8 que presentaba Cuba. Este
desatacado lugar puede explicarse por la voluntad explícita de los políticos
cubanos de atender las necesidades prácticas de las mujeres y de incorporarlas
al desarrollo y por otra parte por las acciones
de varias federaciones femeninas cuyo enfoque llamado “enfoque de
eficiencia” consiste, en esencia, en brindar a todas las mujeres los recursos
necesarios (como la salud y la educación) para su realización personal así como
en reconocerles jurídicamente sus derechos familiares, sociales, políticos y
económicos.
Después de esta fase de masiva
incorporación femenina al mercado de trabajo, se ha iniciado a partir de 1991,
una nueva etapa que se caracteriza principalmente por una participación acrecentada
de la mujer cubana en todas las esferas de la vida familiar, social e incluso económica
a pesar de la crisis actual y del crecimiento del paro. Si bien las autoridades cubanas apuntan sistemáticamente al pleno empleo, el paro se sigue
incrementando, desde el retorno masivo, en 1998, de los contingentes militares
y civiles enviados a Angola y más desde el inicio del período especial en
tiempos de paz. Desde aquella fecha el
desempleo se ha agudizado en numerosos sectores productivos y esencialmente en
el sector industrial de modo que en diciembre de 1995, quedaron excedentes 120
000 trabajadores, 10 900 de los cuales permanecen todavía sin ubicar.
Este mal social afecta
mayoritariamente a los hombres. En el
proceso de desempleo la mujer sufre una afectación más tenue gracias a que las
leyes cubanas prohíben la discriminación laboral por causa de género o etnia,
al tiempo que protegen su derecho al trabajo.
Su alta calificación así como su presencia dominante en el sector de los
servicios le otorgan ventajas significativas para conservar su puesto de
trabajo.
En lo que se refiere a las mujeres
desocupadas de la industria, el gobierno ha realizado esfuerzos para reubicar
esta fuerza de trabajo sobrante en otros sectores económicos. Regido por el decreto 6194, vigente desde
septiembre de 1994 este proceso de reubicación laboral, en el que influyen
criterios como la edad, la idoneidad, la calificación y resultados, favorece a
la mujer por su alto nivel técnico. De
hecho se ha redistribuido a esta población entre el turismo o en trabajos
asistenciales próximos al domicilio o en los contingentes destinados al plan
alimentario donde se estima que trabajan unas 200 mil mujeres. Amén de estas políticas de fomento de la reubicación laboral, el
gobierno cubano legalizó en febrero del ´94, el empleo privado en aras de
incrementar la productividad y de luchar contra el desempleo masculino y
femenino. De ahí que se incrementara la
participación en 144 284 trabajadores por cuenta propia, el 23% de los cuales
eran mujeres (33 330).
A dicha incrementada participación de
la población femenina en actividades convencionales consideradas económicas,
cabe añadir su destacad participación en el ámbito familiar doméstico.
Al convertir el escenario familiar en terreno de lucha por la supervivencia, la crisis actual y las
penurias asociadas a ella exigen grandes
sacrificios a todos, particularmente a
las mujeres sobre las que ha repercutido de forma especial. Aunque en estos tiempos los rigores del PE y
del embargo norteamericano así como la legislación y la solidaridad familiar
han propiciado una intervención creciente de todos los miembros de la familia
en la realización de los quehaceres cotidianos, el trabajo doméstico sigue
centrándose en l mujer, responsable cultural de la atención a la familia. Por ello frecuentemente le corresponde idear
soluciones alternativas para paliar las carencias que atravesamos.
El hecho de que la mujer cubana
representa un pilar fundamental en el hogar para la reproducción de la
Revolución, significa que ya no tiren una triple sino cuádruple o quíntuple
jornada de trabajo, su esfuerzo se ha multiplicado enormemente. Si hablamos de creatividad para resolver
estas cuestiones, la mujer cubana ha inventado de todo. Por tanto las feminas cubanas desempeñan un papel
inconmensurable tanto en el hogar como en el ámbito social, económico, político
y como pilar fundamental del mantenimiento y reproducción de los valores
creados por la Revolución.
Ahora bien, las presiones de sus funciones
de amas de casa, madres y trabajadoras generan a veces tensiones interpersonales
y a veces personales. Por la grandes
responsabilidades que asumen a nivel doméstico y profesional, algunas
patologías de origen nerviosos, como el estrés, recaen cada vez más sobre
ellas.
Paralelamente su intensa y amplia
participación es factor significativo de los cambios de la estructura y e las funciones de la familia. En los últimos años se asiste efectivamente a una nítida disminución de la
fecundidad (1.8 hijos por mujer en 1990 frente a 4 en 1965) y a algunas
variaciones en la constitución en la constitución y disolución de las
parejas (altos índices de separación
sobre todo entre los jóvenes).
La visibilidad de estas transformaciones
sociodemográficas es más obvia en tanto crece rápidamente la participación
femenina en el escenario económico.
Según el reciente estudio de S. Valdés Mesa, esta participación ascendió
en 1996 al 42% frente al 34.8% en 1990 y
al 30% en 1985.
En este contexto de acrecentada
participación laboral femenina a lo largo de los últimos 4 decenios, la
estructura del empleo (ramas de actividad, categorías ocupacionales y grupos profesionales)
así como las características sociodemográficas de las féminas activas han
cambiado con creces. Con estos
antecedentes, interesa saber como se componen en la actualidad, el empleo
femenino y en que medida se diferencia del empleo masculino. También interesa conocer cuales son las
principales características sociodemográficas de esta población femenina
ocupada.
Principales
características sociodemográficas y
categorías socio profesionales de la población femenina activa.
Al investigar la participación laboral
fémina puede observarse que varios rasgos sociodemográficos caracterizan a las
feminas cubanas activas. Entre las
principales características, se destaca la zona de residencia, preferentemente
centros urbanos. De acuerdo con las
series que compone CELADE y a los censos de población y Vivienda realizados por
el Comité Estatal de Estadísticas, la participación económica activa femenina
es más urbana que rural de modo que en 1990, el 38.2% de las ocupadas vivía en
las ciudades frente al 23% en el campo.
A pesar de esta fuerte ocupación
femenina en el medio urbano, la evolución de las tasas de participación
económicas por zona de residencia indica que, en áreas rurales, las mujeres se
han incorporado a la actividad a un ritmo muy elevado en los últimos dos
decenios. Entre 1970 y 1990, la tasa de
participación en la actividad económica de las mujeres de más de 15 años ha
aumentado en el 168% en el campo y solo en el 92% en las ciudades.
Entre las demás características sociodemográficas sui generis se observa la edad. Con respecto a esto encontramos que las mujeres ocupadas son fundamentalmente
adultas y mayores. Durante el primer quinquenio de los 90, un
47% de ellas tenía entre 20 y 59 años, en el ínterin, menos del 15% tenía entre
15 y 19 años. También destaca que la participación de las mujeres en las
actividades convencionales consideradas económicas crece menos rápidamente a
partir de los 25 años y toca techo alrededor de los 35 años, cuando trabaja
aproximadamente el 60% de las que están en esa edad.
Otros dos rasgos
sociodemográficos de la población
femenina ocupada atañen a su situación conyugal y jefatura de hogar. El exámen del primer parámetro revela una
levada proporción de mujeres mayores de 14 años en situación de emparejamiento
(matrimonio o unión consensual). Según
el último censo de población (1981) esta proporción ronda el 65%. El exámen del segundo parámetro revela que el
30% de las ocupadas no esta emparejada y por consiguiente, dirige a solas su
hogar. Por último otra peculiaridad
relevante de las feminas activas concierne a su alto nivel de educación. Como sucede en otros varios países latinoamericanos,
la fuerza laboral ha adquirido en Cuba, desde los 70, un nivel educativo
elevado, superior al de la masculina. De
acuerdo con las estimaciones del CEE, en
el transcurso del segundo quinquenio del decenio anterior (1990) el 81.4% de
las mujeres ocupadas tenía estudios medios o superiores frente al 73.5% en le
caso de los hombres.
Esta serie de particularidades y de
diferencias entre géneros se observa así mismo al examinar la estructura del empleo. El empleo femenino cubano presenta marcadas
especificidades que se expresan n todos los planos del entramado ocupacional.
En lo que se refiere a las ramas de la actividad económica, es de notar que la
mujer prevalece ampliamente en la esfera de los servicios.
En 1990, 65% de las mujeres se
ocupaban en esta rama, en tanto el 20% en la industria y tan solo el 15% en la
agricultura. Como sucede en el resto de
América Latina, esta distrib. Ión de mujeres ocupadas muestra grandes disparidades
respecto de la correspondiente masculina de modo que en 1990, 40% de los
hombres trabajaba en los servicios, 30% en la industria y 30% en la
agricultura.
En Cuba se prohíbe la distinción o
discriminación laboral por causas de género o etnia. Por eso no les corresponden sistemáticamente
a las mujeres las tareas de subalternas, al contrario, asumen cada vez más las
responsabilidades y empleos especializados de modo que en 1990representaban el
40% de los médicos y el 61% de los estomatólogos. También asumen especialidades médicas
modernas hasta tal punto que representan
el 605 de los inmunólogos, dermatólogos y psiquiatras y el 70% de los
oftalmólogos, microbiólogos y nutricionistas.
En la industria médico – farmacéutica representan el 60% de los trabajadores,
el 43% de los cuadros de dirección y el 60% de los técnicos. En los cetros de investigación científica
representa el 52% de los empleados, el 58% de los técnicos y el 40%& de los
investigadores. En le sector
educacional, son el 69% de los trabajadores y el 45% de los docentes de
educación superior. Igualmente se ocupan
ampliamente en el ámbito de la confección y de las comunicaciones, pero muy
poco en la construcción, los transportes y los trabajos agrícolas.
Por último mencionaremos que los estimados
del Comité Estatal de Estadísticas tienden a subrayar otra diferencia substancial
en la distribución por sexo entre categorías ocupacionales. Esta disparidad estriba en que el grupo de
los gerentes y directores es más bien masculino (165 100 H frente a 66 200
mujeres) en tanto que el de los profesionales y técnicos es más bien femenino
(472 500 M frente a 346 600 H).
Habida cuenta de la escasez de datos
sobre la distribución salarial por sexo, cuesta determinar si se establecen
distinciones salariales a favor o en detrimento de las mujeres. Sea lo que sea se estima que el salario medio
de amos evolucionó en 82 pesos antes de 1959 a 188 en 1990.
Conclusión
La incorporación masiva de las mujeres
al mercado laboral es sin duda, uno de los fenómenos más espectaculares y
significativos que ha experimentado Cuba y el mundo en la segunda mitad del
siglo XX entre 1960 y 1990 la tasa de
actividad femenina creció en 300%, ritmo superior al de la mayoría de los países
latinoamericanos. En la actualidad este
proceso es visible sobre todo e los grandes ce tros urbanos, don de las mujeres
desempeñan mayoritariamente actividades relacionadas con la prestación de
servicios. Agreguemos también que dicha
acrecentada participación de la población femenina en las actividades
convencionalmente consideradas económicas
se suma a su destacado protagonismo en el ámbito familiar y doméstico
para la realización de los quehaceres cotidianos y la atención a la familia. Las funciones
de trabajadora, ama de casa y madre generan a veces cambos
significativos tanto en el equilibrio personal y en las relaciones
interpersonales como en la estructura y las funciones de la familia. Desde 1960, se dieron en el país muchas
fructíferas batallas por el pleno ejercicio de la igualdad de la mujer. Se puede pensar que, gracias a nuevas
acciones del Estado y a la labor de las organizaciones no gubernamentales como
la FMC, así como a los trabajos de investigadores y a la creatividad de las
cubanas, se elevara aún más en un futuro próximo esta participación femenina, a
la par que se solucionaran problemas e inquietudes de esta población.
En la actualidad varias iniciativas de
orientación, capacitación, formación y asesoría como la experiencia de la
comunidad de Cayo Hueso en La Habana son muy alentadoras y prometen ser un éxito
en materia de participación creadora y endógena. Por lo tanto hay motivos para ser tan
optimista como Isabel Rauber al señalar que: “Incansable luchadora, la mujer
cubana, igual que la latinoamericana y caribeña es capaz de inventar de la nada
y preparar una hermosa fiesta de cumpleaños para sus hijos, adornar un festejo
de la cuadra, participar de un trabajo voluntario y por sobre todas las cosas,
amar”.
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