Publicado por admin en Universidad
Gestalt
Por: Dr. Carlos Ricardo
Esteve Gutiérrez
Publicado el 12/04/10 a 19:23:40
GMT-06:00
La muerte corresponde al estado
de la no vida, más no al de la no existencia. Algo muerto necesariamente ha
estado vivo en algún momento. Entonces aquello que ha dejado de existir no
necesariamente implicó una vida. Una piedra, por ejemplo, no puede morir, por
que nunca ha estado viva, sin embargo, es posible que deje de existir mutando
su composición hacia otra forma, después de todo la materia no se crea ni se
destruye, sólo se transforma.
Al organismo vivo le interesa la
vida más que ninguna otra cosa, de hecho parecería que todo lo que hace y deja
de hacer tiene estrecha relación a conservar su condición de vivo. En cualquier
organismo existe un conjunto de fenómenos que se emplean cotidianamente para
conservar esta condición: el hambre, el dolor, el miedo y todos trabajan para
conservar la homeostasis. La muerte sería entonces la incapacidad orgánica para
mantener el equilibrio. Y es que toda la vida de un organismo consiste en el
surgimiento de una necesidad y una acción para lograr nuevamente el equilibrio.
Pero parece ser que para el ser
humano, la relación vida y muerte trasciende los límites de cualquier
organismo, es decir, para el ser humano conservar la vida no tiene sentido por
sí misma, sino por lo que ésta le representa. La homeostasis supera el nivel
orgánico y se centra en el plano de lo psicológico, lo cual a su vez implica
creencias, sentimientos y emociones. Sabemos por experiencia que el ser humano
es un ser finito, y que todo lo que nace debe morir, no obstante, para el ser
humano parecería que este paso natural está cargado de juicios, prejuicios, de
valores entre otros, y evidentemente todo esto posee una importante carga
afectiva. La vida implica expectativas, y la mayoría de los seres humanos no
conciben a la muerte como el final de sus días, sino como una mutación a otro
tipo de vida, es decir, existe la expectativa de no morir realmente, algunos
ejemplos podrían ser la reencarnación, ir al “cielo”, hacerse uno con la
naturaleza. Aunque también existen creencias que al respecto consideran que la
muerte implica necesariamente dejar de existir, lo cual significaría el
aniquilamiento total del individuo. Quizá la razón del por qué esta última sea
la costumbre menos difundida tendría que ver con el hecho de que justamente lo
más temido por el ser humano (y en realidad por todos los organismos) es el
aniquilamiento.
Probablemente sin importar mucho
la creencia del individuo con respecto a su muerte y a lo que pase después de
ésta, es la fantasía de aniquilamiento lo que produce en casi todos los seres
humanos una angustia importante frente al hecho irremediable del futuro
catastrófico: la muerte.
Sin importar esto, por ahora,
para todos lo esencial es trascender, ya sea a través de sus obras (edificios,
libros, música, pensamientos.), a través de la transmisión de sus genes,
valores, creencias, expectativas, teniendo hijos. Incluso trascender a través
de morir, pues por paradójico que resulte un motivo por el cual morir y dar la
vida implica necesariamente un sentido a la existencia del individuo, o quizá a
través de ir a acompañar a Dios. La meta sería entonces trascender y dejar algo
en el mundo que hable del individuo después del individuo, es decir, el
objetivo es no morir del todo, porque la aniquilación total, la muerte es la
peor afrenta al narcisismo del individuo. Y es que tememos aquello que no
podemos controlar. A pesar de sus posibles semejanzas en lo relativo al estado
pasivo e inconsciente entre el sueño y la muerte, del sueño no tememos, porque
sabemos que regresamos, pero de la muerte no se sabe nada.
En el mundo existen diversas
corrientes ideológicas que derivan en patrones culturales de pensamiento sobre
determinados fenómenos y sin duda es la muerte uno de aquellos de los cuales
siempre se delimitan socialmente un perfil de comportamiento ante éste. Así,
todo lo que pensamos sobre la muerte, en realidad refiere necesariamente a nuestra
concepción de la vida, en primer lugar porque no sabemos nada de la muerte y en
segundo lugar porque todo lo que podemos ver sobre la muerte, lo vemos desde la
vida.
“Murallas y puertas componen una
casa, pero sólo en el vacío entre ellas encontramos su condición de
habitación.”
En el mundo occidental, desde
Aristóteles e incluso antes, se ha concebido al ser humano como un ente de
calidad superior frente al resto de los organismos vivientes, de tal suerte que
los vegetales y los animales tenían un alma de naturaleza inferior y por lo
tanto la muerte de un ser humano se ha de lamentar.
Por tanto morir es algo funesto y
triste. El dolor por la muerte es una herencia ontogenética, no sólo por lo que
implica perder al objeto amoroso, sino porque reitera que exactamente eso
ocurrirá con todos. Todos hemos de morir y estamos educados para sufrir,
mientras tanto, la muerte de los demás.
Posiblemente la única forma de no
sufrir la pérdida de seres queridos (y por lo tanto parte de nosotros) sería
eliminar los vínculos sociales y afectivos que nos unen a todos, pero escindir
refiere directamente a un estado de ciencia ficción o a un estado absolutamente
psicótico.
Evidentemente la mejor opción, lo
más sano, es integrar la vida y la muerte como parte de una misma entidad, ya
que la escisión de estos fenómenos antagónicos entre sí pero subsecuentes
también, genera un hueco existencial en el mejor de los casos.
El vació existencial es el centro
mismo y el corazón del cambio, por lo que hay que conocer esos espacios en
blanco, contactar con ellos y aprender a entrar y salir de los mismos. Esto
puede ser comprometedor, ya que representan, como se ha visto, “lo desconocido,
la amenaza sin nombre, la fuente de la angustia y del miedo a la
desintegración. Son la nada, el no-ser, la muerte” (Fritz, 1978, p. 103) o
simplemente un caos lleno de posibilidades.
Todo es un ciclo, una Gestalt,
todo lo que nace tiene que morir, es la ley eterna de la vida; diariamente
miles de nuestras células mueren, por lo cual, la muerte no es algo que esté
fuera de nosotros mismos, es un estado que nos pertenece ya que empezamos a
morir desde el momento en el que nacemos y al no aceptar esto, estamos luchando
contra nuestro origen y destino los cuales no hay manera de poder evitar.
Entonces si la muerte no llega al final de la vida, sino que es parte de cada
uno de nosotros, debemos aprender y prepararnos para morir, en vez de luchar
contra el destino.
Para integrar nuestro ciclo vital
y mortal es necesario aprender a conocernos, aprender a responsabilizarse de
todos nuestros actos, enfrentar nuestra vida aquí y ahora. La vida es el
instante conformado por el aquí y el ahora, un momento entre dos nadas; el
origen y el fin. La muerte es nuestro destino el instante entre lo que sabemos
y lo que no sabemos, no obstante, asumirlo con paz, significa que no tenemos
cuentas pendientes y que cada momento y cada lugar tuvo su tiempo y su espacio
y que ahora que el camino llegó a su fin estamos listos para dejar de ser,
dejar de estar, dejar de existir…
…Ser o no ser, estar o no estar,
esta no debería ser la cuestión, sino, ser y luego dejar de ser, estar y luego
dejar de estar… dejar de existir…
Bibliografía
Apuntes, Análisis, Discusiones y Exposiciones de las clases del Doctorado en Filosofía Gestalt de la Universidad Gestalt de América.
Perls, F. (1978). Esto es Gestalt. Santiago de Chile: Cuatro Vientos.
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