lunes, 19 de septiembre de 2011

El constructivismo y la psicoterapia




El constructivismo es una forma determinada de entender al ser humano y la realidad, que a pesar de que tiene sus orígenes en la remota historia de la filosofía, no ha alcanzado su mayor relevancia en las teorías psicológicas hasta la década de los 80.  Toda teoría científica es un producto del lugar y de la época en que se desarrolla, el constructivismo es un fruto de la postmodernidad actual, que en el campo de la psicología, supone la superación de los sistemas teóricos racionalistas y dejar de lado  la metáfora del hombre como un ordenador que mantienen las teorías cognitivas clásicas.
El estudio no mecanicista de los procesos mentales permite proponer una alternativa constructivista de los conceptos de realidad, objetividad y verdad. A grandes rasgos el constructivismo propone que el ser humano construye su conocimiento acerca del mundo que le rodea, es decir, la realidad cambia según el punto de vista de quien la mira, no podemos acceder directamente a la realidad sino que es interpretada según la persona que la percibe, en función de sus esquemas personales, sociales y culturales, se habla entonces de la realidad inventada.
Según define Paul Watzlawick, al hablar de realidad se debe diferenciar entre aquello que percibimos a través de  nuestros sentidos, y el significado que atribuimos a esas percepciones. Así denomina realidad de primer orden a todo lo que nuestros sentidos nos alcanzan, mientras que el sentido, significado o valor que otorgamos a esas percepciones constituyen la realidad de segundo orden.
Esta posición filosófica se mueve en el campo de las posibilidades humanas más que en el de las certezas establecidas y se opone a la postura tradicional, el objetivismo, que mantiene que la realidad se presenta directamente en la mente del individuo, el cual recibe de forma pasiva los estímulos del entorno y que el conocimiento es una aproximación sucesiva de datos sobre una verdad única y absoluta.
Existe una variedad de teorías psicológicas y enfoques de psicoterapia que se basan en las ideas constructivistas,  pero todas tienen en común una visión del ser humano como un agente activo que construye y da sentido a su experiencia según su propio patrón que constituye y da forma a su identidad como persona.
Desde esta perspectiva los pensamientos, las emociones, las acciones y los síntomas psicopatológicos son fenómenos psicológicos que ocurren en el proceso de dar un significado a la realidad que os rodea.
Mientras que los objetivistas se centran en la exactitud de sus teorías, los constructivistas se centran en la utilidad de sus modelos, en la intervención psicoterapéutica racionalista, los problemas son vistos como déficits y disfunciones que deben ser controlados y eliminados, las emociones intensas y negativas son un problema causado por el pensamiento irracional y la relación terapéutica implica una instrucción técnica.
Por contra  la perspectiva constructivista se basa en la visión de los problemas como discrepancias entre la tensión ambiental y las capacidades de la persona en ese momento, las emociones son una forma de conocimiento que se debe  explorar y la relación terapéutica proporciona un contexto seguro en el que se pueden desarrollar formar alternativas de relación con el mundo y con uno mismo.
Una fundamental diferencia entre estas dos concepciones es el uso y la importancia otorgada al diagnóstico. Desde una postura objetivista la psiquiatría dedica sus mayores esfuerzos a diagnosticar de acuerdo a unos parámetros previamente establecidos y supuestamente universales como el DSM, el manual de diagnósticos de los trastornos mentales creado por la Asociación Americana de Psiquiatría. Para las posiciones más ortodoxas de esta concepción, el diagnóstico es un objetivo, algo imprescindible para llevar a cabo el trabajo terapéutico.  
Por contra  desde una óptica constructivista, el encasillar a una persona dentro de una categoría diagnóstica, es algo que estigmatiza y puede hacer enquistar la sintomatología haciendo que la persona se construya a sí misma en función de esa descripción y actúe como determina dicha etiqueta.  El diagnóstico pauta y restringe la mirada del clínico estrechando su perspectiva, además de que parece no tenerse en cuenta el demostrado hecho de que, si se interacciona con alguien pensando que tiene una determinada patología se encontrarán los indicios que confirmen la idea de partida.
El diagnóstico clínico ha de ser una orientación para el profesional con el fin de planificar la intervención, es además una forma de facilitar la comunicación entre profesionales y ha de ser utilizado como una guía para el proceso y no para el encasillamiento del cliente, como algo que abre caminos en lugar de cerrarlos.

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