Las
enfermedades cardiovasculares, en especial la cardiopatía coronaria -su
diagnóstico, prevención y tratamiento- constituye aún, un difícil problema médico.
La enfermedad coronaria transcurre en silencio, a través de los años y se
manifiesta en forma brusca, en general, y en etapas ya avanzadas. Es a partir
de este punto, que se organizan las observaciones, mediciones y estudios
prospectivos evaluando la efectividad de diversas terapéuticas farmacológicas
y/o quirúrgicas por sus resultados comparativos más o menos mediatos.
En estos días asistimos a una variedad de mensajes que intentan divulgar el problema y alertar a la población, la mayoría emitido por excelentes profesionales, animados de las mejores intenciones. Lamentablemente ya sea por influencia de la época, que lleva a explicar todo en términos de mercado o bien por el esfuerzo de afrontar el hecho de que esta enfermedad aparece en forma cada vez más precoz, manteniendo su récord de mortalidad (y aún aumentándolo en las proyecciones) es que ha crecido un complejo sistema de sofismas, que no parecen aportar mayor claridad al tema ni llevar tranquilidad al paciente.
Y aquí, de nuevo, el lenguaje. El paciente no debe "adherir" a un tratamiento, como una forma de lealtad o disciplina; debe, más bien, incorporar la íntima convicción de que, cumplir lo indicado, debe ser parte de su vida misma, debe sentir que de eso depende su futuro y que sólo él puede manejarlo; debe descubrir si quiere hacerlo; sólo entonces encontrará como.Y no para mejorar su calidad de vida, sino para mantener y prolongar la misma, que es lo que en realidad le importa. El concepto de "calidad" tal vez derivado del de "calidad total" solo compete a cierto argot empresarial florecido en los 90, que no hacen al íntimo sentir de ningún enfermo, tampoco del coronario. Para cualquier paciente la "calidad" de vida es la "cantidad" de la misma de que puede disponer.
En un comienzo fue la denominación "factores de riesgo" dada a graves dolencias perfectamente identificadas (hipertensión arterial, diabetes, obesidad, tabaquismo) dando involuntariamente la impresión de estar refiriéndonos a señales inconvenientes que pueden estar llevando hacia una enfermedad realmente seria, y que convendría evitar. Pero, por multitud de motivos, una gran proporción de estos enfermos no se trata adecuadamente y en la mayoría de los casos, encontramos la razón de la escasa adherencia al tratamiento por el propio paciente.
En estos días asistimos a una variedad de mensajes que intentan divulgar el problema y alertar a la población, la mayoría emitido por excelentes profesionales, animados de las mejores intenciones. Lamentablemente ya sea por influencia de la época, que lleva a explicar todo en términos de mercado o bien por el esfuerzo de afrontar el hecho de que esta enfermedad aparece en forma cada vez más precoz, manteniendo su récord de mortalidad (y aún aumentándolo en las proyecciones) es que ha crecido un complejo sistema de sofismas, que no parecen aportar mayor claridad al tema ni llevar tranquilidad al paciente.
Y aquí, de nuevo, el lenguaje. El paciente no debe "adherir" a un tratamiento, como una forma de lealtad o disciplina; debe, más bien, incorporar la íntima convicción de que, cumplir lo indicado, debe ser parte de su vida misma, debe sentir que de eso depende su futuro y que sólo él puede manejarlo; debe descubrir si quiere hacerlo; sólo entonces encontrará como.Y no para mejorar su calidad de vida, sino para mantener y prolongar la misma, que es lo que en realidad le importa. El concepto de "calidad" tal vez derivado del de "calidad total" solo compete a cierto argot empresarial florecido en los 90, que no hacen al íntimo sentir de ningún enfermo, tampoco del coronario. Para cualquier paciente la "calidad" de vida es la "cantidad" de la misma de que puede disponer.
En un comienzo fue la denominación "factores de riesgo" dada a graves dolencias perfectamente identificadas (hipertensión arterial, diabetes, obesidad, tabaquismo) dando involuntariamente la impresión de estar refiriéndonos a señales inconvenientes que pueden estar llevando hacia una enfermedad realmente seria, y que convendría evitar. Pero, por multitud de motivos, una gran proporción de estos enfermos no se trata adecuadamente y en la mayoría de los casos, encontramos la razón de la escasa adherencia al tratamiento por el propio paciente.
Así, no
modificamos estos "factores" que hemos llamado
"modificables". Prudentemente hemos previsto la existencia de otros
"factores" que llamamos "no modificables", colocando
rápidamente a la cabeza de ellos el status socioeconómico. Luego, casi
magistralmente hemos hecho depender aquellos de estos (es decir, los
"modificables" de los "no modificables") y así concluimos
el diseño para una situación sin salida.
Esto, por una
parte justifica los magros resultados terapéuticos y culpa a la situación
socioeconómica (y más familiarmente a los políticos). Quien a esta altura,
sienta que se ha alejado del problema de la enfermedad coronaria, que está más
próximo a buscar explicaciones en El crimen de la guerra de J.B. Alberdi, o en
el análisis de los modos de producción en el sistema capitalista, estará en lo
cierto.
Parece que
algo, nos hizo a nosotros, los médicos, extraviar nuestro discurso. Ahora nos
volcamos a la consideración reiterada de las situaciones de catástrofe
económico-social que nos impide dar nuestro aporte al tratamiento de esta
enfermedad.
Si bien es
innegable la influencia de las políticas macro económicas y la asignación de
recursos para correctas y gigantescas proyectos sanitaristas, convengamos en
que esto no parece suficiente. Recordemos, por ejemplo que durante el
"estado de bienestar" del "new-deal" norteamericano, fue
que se perfeccionó su pésima orientación alimentaria, al tiempo que se
multiplicaban en una colorida apoteosis de color y reciedumbre las innumerables
marcas y tipos de cigarrillos, mientras se estimulaba la competitividad
ilimitada, entronizando con inclemencia el tipo comportamental A. Esto,
precisamente ha posibilitado los resultados recogidos en largo plazo por el
estudio Framingham.
Si bien es
innegable la influencia de las políticas macro económicas y la asignación de
recursos para correctas y gigantescas proyectos sanitaristas, convengamos en
que esto no parece suficiente. Recordemos, por ejemplo que durante el
"estado de bienestar" del "new-deal" norteamericano, fue
que se perfeccionó su pésima orientación alimentaria, al tiempo que se
multiplicaban en una colorida apoteosis de color y reciedumbre las innumerables
marcas y tipos de cigarrillos, mientras se estimulaba la competitividad
ilimitada, entronizando con inclemencia el tipo comportamental A. Esto,
precisamente ha posibilitado los resultados recogidos en largo plazo por el
estudio Framingham.
La enfermedad
coronaria ha sido beneficiada por avances tecnológicos y desarrollos de la
investigación de todo tipo y esto seguirá en el futuro. Es nuestra tarea volver
a considerarla en sí misma, en sus difíciles y letales límites.
La enfermedad
coronaria puede prevenirse y puede tratarse en forma precoz; tal como otras
enfermedades que la condicionan. Esta es una larga, compleja tarea que
dependerá, en su totalidad, de la conducta del paciente. Y esta conducta, a su
vez, dependerá, de manera excluyente, de la información y de la motivación.
Tímidamente
todavía, aceptamos que esta patología, es producto, en gran parte del estrés y
que éste depende del cerebro. Sólo nos faltaría reconocer la dimensión
psicológica de éste, además de la anatomo-fisiológica.
¿Porqué es
importante esto?.
Claramente el hombre podrá tener una actitud positiva hacia la prevención de la enfermedad o bien una conducta suicida. Entenderá que puede modificar el curso de la misma, o bien abandonarse a una inexorable fatalidad. Será proclive a cambiar ancestrales y nocivos hábitos de vida, o respetará la maldición de lo "hereditario" que a la vez lo exime de responsabilidad. Considerará que luego de su infarto y/o su operación, comienza una nueva etapa en su vida, que dependerá exclusivamente de él, o bien se considerará un afortunado y efímero sobreviviente, eximido de mayores proyectos.
Claramente el hombre podrá tener una actitud positiva hacia la prevención de la enfermedad o bien una conducta suicida. Entenderá que puede modificar el curso de la misma, o bien abandonarse a una inexorable fatalidad. Será proclive a cambiar ancestrales y nocivos hábitos de vida, o respetará la maldición de lo "hereditario" que a la vez lo exime de responsabilidad. Considerará que luego de su infarto y/o su operación, comienza una nueva etapa en su vida, que dependerá exclusivamente de él, o bien se considerará un afortunado y efímero sobreviviente, eximido de mayores proyectos.
Allí, en estas
desgarradoras dudas, en esas melancólicas certezas, se juega esta enfermedad.
Este es el desafío real, médico y psicológico. Ésta es la obligación
impostergable que debemos ver, sin otra consideración lateral. Sólo así podrá
descender al paciente, todo lo que nos ha complacido descubrir en las alturas y
que secretamente nos atormenta.
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