LA
PSICOLOGÍA DE LA DELINCUENCIA
Santiago Redondo
Illescas y Antonio Andrés Pueyo
Universidad de
Barcelona
A lo largo de las últimas
décadas se ha ido conformado la denominada Psicología de la delincuencia, que
aglutina conocimientos científicos en torno a los fenómenos delictivos. Entre
sus principales ámbitos de interés se encuentran la explicación del comportamiento
antisocial, en donde son relevantes las teorías del aprendizaje, los análisis
de las características y rasgos individuales, las hipótesis tensión-agresión,
los estudios sobre vinculación social y delito, y los análisis sobre carreras
delictivas. Este último sector, también denominado ‘criminología del
desarrollo’, investiga la relación que guardan con el inicio y mantenimiento de
la actividad criminal diversos factores o predictores de riesgo (individuales y
sociales, estáticos y dinámicos). Sus resultados han tenido gran relevancia
para la creación de programas de prevención y tratamiento de la delincuencia.
Los tratamientos psicológicos de los delincuentes se orientan a modificar
aquellos factores de riesgo, denominados de ‘necesidad criminogénica’, que se
consideran directamente relacionados con su actividad delictiva. En concreto se
dirigen a dotar a los delincuentes (ya sean jóvenes, maltratadores, agresores
sexuales, etc.) con nuevos repertorios de conducta prosocial, desarrollar su
pensamiento, regular sus emociones iracundas, y prevenir las recaídas o
reincidencias en el delito. Por último, en la actualidad la Psicología de la
delincuencia pone un énfasis especial en la predicción y gestión del riesgo de
comportamientos violentos y antisociales, campo al que se dedicará un artículo
posterior de este mismo monográfico.
Palabras clave: Delincuencia, Crimen, Tratamientos
Psicológicos, Prevención y Predicción de la Violencia.
Throughout the last decades the Psychology of
criminal conduct, that agglutinates scientific knowledge around the criminal
phenomena, has emerged. Among their scientific main interests they are the
following: the explanation of antisocial behavior (where the learning theories
are outstanding), the analyses of the individual characteristics, the
hypotheses strain-aggression, the studies on social links and crime, and the
analyses of criminal careers. This last topic, also denominated ‘developmental
criminology’, investigates the relationship that the beginning and maintenance
of the criminal activity keep with diverse risk predictors (singular and
social, static and dynamic). Their results have had great relevance for the
design of crime prevention and treatment programs. The psychological treatments
of offenders are guided to modify those factors of risk, well-known as
‘criminogenic needs’, that are considered directly related with their criminal
activity. In short the treatment programs try to train the criminals (youth,
partner violence offenders, sexual aggressors, etc.) in new repertoires of
social behavior, try to develop their thought, to regulate their choleric
emotions, and to prevent the relapses or recidivisms in crime. Lastly, the
Psychology of the criminal conduct puts a special emphasis at the present time
in the prediction and management of the risk of violent and antisocial
behaviors, field to which will be devoted a later paper of this same monograph.
Key words: Delinquency, Crime, Offenders
Treatments, Violence, Prediction and Prevention.
Correspondencia: Santiago Redondo Illescas.
Facultad de Psicología. Universidad de Barcelona. España.
E_Mail: sredondo@ub.edu
E_Mail: sredondo@ub.edu
La delincuencia es uno de los
problemas sociales en que suele reconocerse una mayor necesidad y posible utilidad
de la psicología. Las conductas antisociales de los jóvenes, el maltrato de
mujeres, las agresiones sexuales, el consumo de alcohol y otras drogas
vinculados a muchos delitos, la exclusión social y la frustración como base
para la agresión, o el terrorismo, crean extrema desazón en las sociedades y
urgen una comprensión más completa que se oriente hacia su prevención. Aunque
todos estos fenómenos tienen un origen multifactorial, algunas de sus
dimensiones psicológicas son claves al ser el sujeto humano el que realiza la
conducta antisocial. En los comportamientos delictivos se implican
interacciones, pensamientos y elecciones, emociones, recompensas, rasgos y
perfiles de personalidad, aprendizajes y socializaciones, creencias y
actitudes, atribuciones, expectativas, etc.
A lo largo de la segunda mitad
del siglo XX y hasta nuestros días se ha ido conformando una auténtica
Psicología de la delincuencia. En ella, a partir de los métodos y los
conocimientos generales de la psicología, se desarrollan investigaciones y se
generan conocimientos específicos al servicio de un mejor entendimiento de los
fenómenos criminales. Sus aplicaciones están resultando relevantes y
prometedoras tanto para la explicación y predicción del comportamientos
delictivo (Bartol y Bartol, 2005; Blackburn, 1994; Hanson y Bussière, 1998;
Quinsey, Harris, Rice y Cormier, 1998) como para el diseño y aplicación de
programas preventivos y de tratamiento (Andrés-Pueyo y Redondo, 2004; Andrews y
Bonta, 2006; Dowden y Andrews, 2001; Garrido, 2005; Redondo, 2007). Así, los
conocimientos psicológicos sobre la delincuencia se han acumulado especialmente
en torno a los siguientes cuatro grandes ámbitos: 1) explicación del delito, 2)
estudios sobre carreras delictivas, 3) prevención y tratamiento, y 4)
predicción del riesgo de conducta antisocial. A continuación se hace breve
referencia a cada uno de estos sectores temáticos.
EXPLICACIÓN DE LA DELINCUENCIA
Las explicaciones psicológicas
de la delincuencia que han recibido apoyo empírico de parte de la investigación
se concretan esencialmente en cinco grandes proposiciones, que actualmente se
consideraran complementarias. Son las siguientes:
1. La delincuencia se aprende
La teoría del aprendizaje social es considerada en la actualidad la
explicación más completa de la conducta delictiva. El modelo más conocido en
psicología es el de Bandura (1987), que realza el papel de la imitación y de las expectativas de la conducta, y diferencia entre los
momentos de adquisición de un comportamiento y su posterior ejecución y mantenimiento.
Sin embargo, el modelo dominante en la explicación de la delincuencia es la
versión del aprendizaje social formulada por Akers (2006; Akers y Sellers,
2004), que considera que en el aprendizaje del comportamiento delictivo
intervienen cuatro mecanismos interrelacionados: 1) la asociación diferencial
con personas que muestran hábitos y actitudes delictivos, 2) la adquisición por
el individuo de definiciones favorables al delito, 3) el reforzamiento
diferencial de sus comportamientos delictivos, y 4) la imitación de modelos pro-delictivos.
2. Existen rasgos y características individuales que
predisponen al delito
La investigación
biopsicológica sobre diferencias individuales y delincuencia ha puesto de
relieve la asociación de la conducta antisocial con factores como lesiones
craneales, baja actividad del lóbulo frontal, baja activación del Sistema
Nervioso Autónomo, respuesta psicogalvánica reducida, baja inteligencia,
Trastorno de Atención con Hiperactividad, alta impulsividad, propensión a la
búsqueda de sensaciones y tendencia al riesgo, baja empatía, alta extraversión
y locus de control externo. Una perspectiva psicológica todavía vigente sobre
diferencias individuales y delito es la teoría de la personalidad de Eysenck
(Eysenck y Gudjonsson, 1989), que incluye la interacción de elementos
biológicos y ambientales. En síntesis, Eysenck considera que existen tres
dimensiones temperamentales en interacción (Garrido, Stangeland y Redondo,
2006; Milan, 2001): 1) el continuo extraversión, que sería resultado de una
activación disminuida del sistema reticular y se manifestaría psicológicamente
en los rasgos "búsqueda de sensaciones", "impulsividad" e
"irritabilidad"; 2) la dimensión neuroticismo, sustentada en el
cerebro emocional y que se muestra en una "baja afectividad negativa"
ante estados de estrés, ansiedad, depresión u hostilidad, y 3) la dimensión
psicoticismo, que se considera el resultado de los procesos neuroquímicos de la
dopamina y la serotonina, y se manifestaría en características personales como
la mayor o menor "insensibilidad social", "crueldad" hacia
otros y "agresividad". La combinación única en cada individuo de sus
características personales en estas dimensiones y de sus propias experiencias
ambientales, condicionaría los diversos grados de adaptación individual y,
también, de posible conducta antisocial, por un marcado retraso en los procesos
de socialización. Según Eysenck los seres humanos aprenderían la ‘conciencia
emocional’ que inhibiría la puesta en práctica de conductas antisociales. Este
proceso tendría lugar mediante condicionamiento clásico, a partir del
apareamiento de estímulos aversivos, administrados por padres y cuidadores, y
comportamientos socialmente inapropiados. Sin embargo, los individuos con
elevada extraversión, bajo neuroticismo y alto psicoticismo tendrían mayores
dificultades para una adquisición eficaz de la ‘conciencia moral’, en cuanto
inhibidora del comportamiento antisocial (Milan, 2001).
3. Los delitos constituyen reacciones a vivencias
individuales de estrés y tensión
Múltiples investigaciones han
puesto de relieve la conexión entre las vivencias de tensión y la propensión a
cometer ciertos delitos, especialmente delitos violentos (Andrews y Bonta,
2006; Tittle, 2006). Muchos homicidios, asesinatos de pareja, lesiones,
agresiones sexuales y robos con intimidación son perpetrados por individuos que
experimentan fuertes sentimientos de ira, venganza, apetito sexual, ansia de
dinero y propiedades, o desprecio hacia otras personas. Al respecto, una
perspectiva clásica en psicología es la hipótesis que conecta la experiencia de
frustración con la agresión. En esta misma línea, una formulación criminológica
más moderna es la teoría general de la tensión, que señala la siguiente
secuencia explicativa de la relación entre estrés y delito (Agnew, 2006;
Garrido, Stangeland y Redondo, 2006):
a) Diversas fuentes de tensión pueden afectar al individuo, entre las
que destacan la imposibilidad de lograr objetivos sociales positivos, ser
privado de gratificaciones que posee o espera, y ser sometido a situaciones
aversivas ineludibles.
b) Como resultado de las
anteriores tensiones, se generarían en el sujeto emociones negativas que como
laira energizan su
conducta en dirección a corregir la situación.
c) Una posible acción
correctora contra una fuente de tensión experimentada es la conducta delictiva.
d) La supresión de la fuente
alivia la tensión y de ese modo el mecanismo conductual utilizado para resolver
la tensión se consolida.
4. La implicación en actividades delictivas es el
resultado de la ruptura de los vínculos sociales
La constatación de que cuanto
menores son los lazos emocionales con personas socialmente integradas (como
sucede en muchas situaciones de marginación) mayor es la implicación de un
sujeto en actividades delictivas, ha llevado a teorizar sobre este particular
en las denominadas teorías del control social. La más conocida en la teoría de
los vínculos sociales de Hirschi (1969), quien postuló que existe una serie de
contextos principales en los que los jóvenes se unen a la sociedad: la familia,
la escuela, el grupo de amigos y las pautas de acción convencionales, tales
como las actividades recreativas o deportivas. El enraizamiento a estos ámbitos
se produce mediante cuatro mecanismos complementarios: el apego, o lazos
emocionales de admiración e identificación con otras personas, el compromiso, o
grado de asunción de los objetivos sociales, la participación o amplitud de la
implicación del individuo en actividades sociales positivas (escolares,
familiares, laborales...), y las creencias o conjunto de convicciones
favorables a los valores establecidos, y contrarias al delito. En esta
perspectiva la etiología de la conducta antisocial reside precisamente en la
ruptura de los anteriores mecanismos de vinculación en uno o más de los
contextos sociales aludidos.
5. El inicio y mantenimiento de la carrera delictiva
se relacionan con el desarrollo del individuo, especialmente en la infancia y
la adolescencia
Por último, una importante
línea actual de análisis psicológico de la delincuencia se concreta en la
denominada criminología del desarrollo que se orienta al estudio de la
evolución en el tiempo de las carreras delictivas. Se hace referencia a ella a
continuación con mayor extensión por la novedad y relevancia actual de este
planteamiento.
ESTUDIOS SOBRE CARRERAS DELICTIVAS Y CRIMINOLOGÍA DEL
DESARROLLO
La investigación sobre
carreras delictivas, también conocida como criminología del desarrollo, concibe
la delincuencia en conexión con las diversas etapas vitales por las que pasa el
individuo, especialmente durante los periodos de su infancia, adolescencia y
juventud (Farrington, 1992; Loeber, Farrington y Waschbusch, 1998). Se
considera que muchos jóvenes realizan actividades antisociales de manera
estacional, durante la adolescencia, pero que las abandonan pronto de modo
‘natural’. Sin embargo, la prioridad para el análisis psicológico son los
delincuentes ‘persistentes’, que constituyen un pequeño porcentaje de jóvenes,
que tienen un inicio muy precoz en el delito y que van a cometer muchos y
graves delitos durante periodos largos de su vida (Howell, 2003; Moffitt,
1993). En los estudios sobre carreras delictivas se analiza la secuencia de
delitos cometidos por un individuo y los "factores" que se vinculan
al inicio, mantenimiento y finalización de la actividad delictiva. Así pues, su
principal foco de atención son los "factores de riesgo" de
delincuencia. Se efectúa una diferenciación entre factores estáticos (como la
precocidad delictiva de un sujeto, su impulsividad o su psicopatía), que
contribuyen al riesgo actual pero que no pueden generalmente modificarse, y
factores dinámicos, o sustancialmente modificables (como sus cogniciones, tener
amigos delincuentes, o el consumo de drogas).
Farrington (1996) formuló una
teoría psicológica, integradora del concocimiento sobre carreras delictivas,
que diferencia, en primer lugar, entre ‘tendencia antisocial’ de un sujeto y
‘decisión’ de cometer un delito. La ‘tendencia antisocial’ dependería de tres
tipos de factores: 1) los procesos energizantes, entre los que se encontrarían
los niveles de deseo de bienes materiales, de estimulación y prestigio social
(más intensos en jóvenes marginales debido a sus mayores privaciones), de
frustración y estrés, y el posible consumo de alcohol; 2) los procesos que
imprimen al comportamiento una direccionalidad antisocial, especialmente si un
joven, debido a su carencia de habilidades prosociales, propende a optar por
métodos ilícitos de obtención de gratificaciones, y 3) la posesión o no de las
adecuadas inhibiciones (creencias, actitudes, empatía, etc.) que le alejen del
comportamiento delictivo. Estas inhibiciones serían especialmente el resultado
de un apropiado proceso de crianza paterno, que no sea gravemente entorpecido
por factores de riesgo como una alta impulsividad, una baja inteligencia o el
contacto con modelos delictivos.
La ‘decisión’ de cometer un
delito se produciría en la interacción del individuo con la situación concreta.
Cuando están presentes las tendencias antisociales aludidas, el delito sería
más problable en función de las oportunidades que se le presenten y de su
valoración favorable de costes y beneficios anticipados del delito (materiales,
castigos penales, etc.).
En un plano longitudinal la
teoría de Farrington distingue tres momentos temporales de las carreras delictivas.
El inicio de la conducta delictiva dependería principalmente de la mayor
influencia sobre el joven que adquieren los amigos, especialmente en la
adolescencia. Esta incrementada influencia de los amigos, unida a la paulatina
maduración del joven, aumenta su motivación hacia una mayor estimulación, la
obtención de dinero y otros bienes materiales, y la mayor consideración grupal.
Incrementa también la probabilidad de imitación de los métodos ilegales de los
amigos y, en su compañía, se multiplican las oportunidades para el delito, a la
vez que crece la utilidad esperada de las acciones ilícitas. La persistencia en
el delito va a depender esencialmente de la estabilidad que presenten las
tendencias antisociales, como resultado de un un intensivo y prolongado proceso
de aprendizaje. Finalmente, el desistimiento o abandono de la carrera delictiva
se va a producir en la medida en que el joven mejore sus habilidades para la
satisfacción de sus objetivos y deseos por medios legales y aumenten sus
vínculos afectivos con parejas no antisociales (lo que suele ocurrir al final
de la adolescencia o en las primeras etapas de la vida adulta).
En el marco de la criminología
del desarrollo una de las propuestas teóricas más importantes en la actualidad,
que incorpora conocimientos de la investigación y teorías psicológicas
precedentes, es la síntesis efectuada por los investigadores canadienses
Andrews y Bonta (2006), en su modelo de Riesgo-Necesidades-Responsividad. Dicho
modelo se orienta a las aplicaciones psicológicas en prevención y tratamiento
de la delincuencia y establece tres grandes principios: 1) el principio de
riesgo, que asevera que los individuos con un mayor riesgo en factores
estáticos (históricos y personales, no modificables) requieren intervenciones más
intensivas; 2) el principio de necesidad, que afirma que los factores dinámicos
de riesgo directamente conectados con la actividad delictiva (tales como
hábitos, cogniciones y actitudes delictivas) deben ser los auténticos objetivos
de los programas de intervención, y 3) el principio de individualización, que
advierte sobre la necesidad de ajustar adecuadamente las intervenciones a las
características personales y situacionales de los sujetos (su motivación, su
reactividad a las técnicas, etc.). A continuación se presentan con mayor
extensión los progresos de la psicología en los ámbitos de la prevención y el
tratamiento de la delincuencia.
PREVENCIÓN Y TRATAMIENTO
La prevención de la
delincuencia admite variadas posibilidades, en función tanto de los sucesivos
momentos temporales en el desarrollo de las carreras delictivas (prevención
primaria, secundaria y terciaria) como también de los distintos actores y
contextos que intervienen en el delito (prevención en relación con agresores,
víctimas, comunidad social y ambiente físico) (Garrido et al., 2006). En todas
estas modalidades de prevención se requiere la colaboración de diversas
disciplinas tales como, por sólo mencionar algunas que resultan más evidentes,
la criminología, la psicología, la victimología, el derecho, la sociología, la
educación, el trabajo social y el diseño urbanístico. No se hará aquí
referencia a todas las posibilidades y variantes de la prevención sino que se
dirigirá la atención a aquéllas en que la psicología ha mostrado hasta ahora
una mayor utilidad, que se concretan principalmente en el tratamiento
psicológico de los delincuentes tanto juveniles como adultos.
Los tratamientos psicológicos
se fundamentan en las explicaciones y otros conocimientos sobre la delincuencia
a que se ha aludido con anterioridad, tales como la teoría del aprendizaje
social y los análisis de carreras criminales. En esencia los tratamientos
consisten en intervenciones psicoeducativas que se dirigen a jóvenes en riesgo
de delincuencia o a delincuentes convictos, con el objetivo de reducir los
factores de riesgo dinámicos que se asocian a su actividad delictiva.
Constituyen uno de los medios técnicos de que puede disponerse en la actualidad
para reducir el riesgo delictivo de los delincuentes. Sin embargo, ello no
significa que los tratamientos sean la ‘solución’ a la delincuencia, ya que
ésta es un fenómeno complejo y multicausal, y requiere por ello muy diversas
intervenciones.
Canadá es, en el plano
internacional, el país con mayor desarrollo en materia de programas de
tratamiento y rehabilitación de sus delincuentes. Su oferta es muy amplia e
incluye programas nacionales de prevención de la violencia familiar, el
denominado Programa Razonamiento y Rehabilitación (R&R) (primer programa
cognitivo aplicado con delincuentes), un programa de manejo de las emociones y
la ira, uno de entrenamiento en actividades de tiempo libre, de habilidades de
crianza de los hijos, de integración comunitaria, de delincuentes sexuales, de
prevención del abuso de sustancias tóxicas, de prevención de la violencia, de
prevención del aislamiento en regímenes penitenciarios cerrados, y un conjunto
específico de programas para mujeres delincuentes (Brown, 2005). En Europa, el
país que cuenta con un mayor desarrollo técnico del tratamiento de los
delincuentes es el Reino Unido. A semejanza de Canadá dispone de una amplia
oferta de programas de tratamiento, que incluye los dirigidos a entrenar en
habilidades de pensamiento, controlar la ira, diversos programas para agresores
sexuales, programa motivacional y programa de habilidades de vida para
delincuentes juveniles (McGuire, 2001). Otros países europeos con buen
desarrollo del tratamiento de los delincuentes son las Países Nórdicos, y
algunos de los de Centroeuropa, como los Países Bajos y Alemania.
España cuenta con una
razonable oferta de programas de tratamiento de delincuentes (principalmente en
las prisiones), que incluye tratamientos para jóvenes internados, delincuentes
drogodependientes, agresores sexuales, maltratadores, condenados extranjeros,
penados discapacitados, delincuentes de alto riesgo en régimen cerrado, y
prevención de suicidios (Redondo, Pozuelo y Ruiz, en prensa). El gran problema
al que se enfrenta la aplicación de tratamientos en las prisiones españolas es
el gran número de encarcelados, que no para de crecer día a día, debido, no a
un aumento real del número de delitos, sino a un espectacular y sistemático
endurecimiento del sistema penal (Redondo, 2007).
Los objetivos preferentes del
tratamiento de los delincuentes son sus necesidades criminogénicas, o factores
de riesgo directamente relacionados con sus actividades delictivas. Andrews y
Bonta (2006) se han referido a los que denominan los "cuatro grandes"
factores de riesgo: 1) las cogniciones antisociales, 2) las redes y vínculos
pro-delictivos, 3) la historia individual de comportamiento antisocial, y 4)
los rasgos y factores de personalidad antisocial. En función de lo anterior, de
los modelos psicológicos con implicaciones terapéuticas, el modelo
cognitivo-conductual es el que ha dado lugar a un mayor número de programas con
delincuentes. Desde esta perspectiva se considera que el comportamiento
delictivo es parcialmente el resultado de déficit en habilidades, cogniciones y
emociones. Así, la finalidad del tratamiento es entrenar a los sujetos en todas
estas competencias, que son imprescindibles para la vida social. Este modelo se
ha concretado en el entrenamiento en los siguientes grupos de habilidades
(véase con mayor amplitud en Redondo, 2007):
1. Desarrollo de nuevas
habilidades. Muchos
delincuentes requieren aprender nuevas habilidades y hábitos de comunicación no
violenta, de responsabilidad familiar y laboral, de motivación de logro
personal, etc. En psicología se dispone de una amplia tecnología, en buena medida
derivada del condicionamiento operante, para la enseñanza de nuevos
comportamientos y para el mantenimiento de las competencias sociales que ya
puedan existir en el repertorio conductual de un individuo. Entre las técnicas
que sirven para el desarrollo de nuevas conductas destacan el reforzamiento
positivo y el moldeamiento, a partir de dividir un comportamiento social
complejo en pequeños pasos y reforzar al individuo por sus aproximaciones
sucesivas a la conducta final. Las mejores técnicas para reducir
comportamientos inapropiados han mostrado ser la extinción de conducta y la
enseñanza a los sujetos de nuevos comportamientos alternativos que les permitan
obtener las gratificaciones que antes lograban mediante su conducta antisocial.
El mantenimiento de la conducta prosocial a largo plazo se ha promovido
mediante contratos conductuales, en que se pactan con el individuo los
objetivos terapéuticos y las consecuencias que recibirá por sus esfuerzos y
logros.
En instituciones, como
prisiones y centros para delincuentes juveniles, se han aplicado los
denominados programas ambientales de contingencias, que organizan el conjunto
de una institución cerrada a partir de principios de reforzamiento de conducta.
Otra de las grandes
estrategias de desarrollo de comportamientos prosociales en los delincuentes es
el modelado de dichos comportamientos por parte de otros sujetos, lo que
facilita la imitación y adquisición de la conducta en los ‘aprendices’. El
modelado es también la base de la técnica de entrenamiento en habilidades
sociales, otra de las técnicas más empleadas con los delincuentes (Redondo,
2007).
2. Desarrollo del pensamiento.
Al igual que sucedió con la terapia psicológica en general, en el tratamiento
de los delincuentes también se descubrió en la década de los setenta la
relevancia de intervenir sobre el pensamiento y la cognición. En el marco de la
psicología criminal, el trabajo científico decisivo para ello fue el
desarrollado por Ross y sus colegas en Canadá, quienes revisaron numerosos
programas de tratamiento aplicados en años anteriores y concluyeron que los más
efectivos habían sido los que habían incluido componentes de cambio del
pensamiento de los delincuentes (Ross y Fabiano, 1985). Como resultado de este
análisis concibieron un programa multifacético, denominado Reasoning and
Rehabilitation (R&R), que adaptaba e incorporaba distintas técnicas de
otros autores que habían mostrado ser altamente eficaces. Este programa, en
distintos formatos, ha sido ampliamente aplicado con delincuentes en diversos
países, incluido el caso de España, con buenos resultados (Tong y Farrinton,
2006).
Muchos delincuentes son muy
poco competentes en la solución de sus problemas interpersonales, por lo que
una estrategia de tratamiento especialmente aplicada ha sido la de
"solución cognitiva de problemas interpersonales". Incluye
entrenamiento en reconocimiento y definición de un problema, identificación de
los propios sentimientos asociados al mismo, separación de hechos y opiniones,
recogida de información sobre el problema y análisis de todas sus posibles
soluciones, toma en consideración de las consecuencias de las distintas
soluciones y, finalmente, adopción de la mejor solución y puesta en práctica de
la misma.
Otro de los grandes avances en
el tratamiento cognitivo de los delincuentes lo constituyen las técnicas
destinadas a su desarrollo moral. El origen de estas técnicas son los trabajos
sobre desarrollo moral de Piaget y, especialmente, de Kohlberg, quien
diferenció una serie de niveles y ‘estadios’ de desarrollo moral, desde los más
inmaduros (en que las decisiones de conducta se basan en evitación del castigo
y en recompensas inmediatas) a los más avanzados (imbuidos de consideraciones
morales altruistas y autoinducidas). Las técnicas de desarrollo moral enseñan a
los sujetos, mediante actividades de discusión grupal, a considerar los
sentimientos y puntos de vista de otras personas (Palmer, 2003).
3. Regulación emocional y
control de la ira. Según ya
se ha comentado, la ira puede jugar un papel destacado en la génesis del
comportamiento violento y delictivo. Las técnicas de regulación emocional
parten del supuesto de que muchos delincuentes tienen dificultades para el
manejo de situaciones conflictivas de la vida diaria, lo que puede llevarles al
descontrol emocional, y a la agresión tanto verbal como física a otras
personas. En ello suele implicarse una secuencia que incluye generalmente tres
elementos: carencia de habilidades de manejo de la situación, interpretación
inadecuada de las interacciones sociales (por ej., atribuyendo mala intención)
y exasperación emotiva. En consecuencia, el tratamiento se orienta a entrenar a
los sujetos en todas las anteriores parcelas, lo que incluye autorregistro de
ira y construcción de una jerarquía de situaciones en que la ira se precipita,
reestructuración cognitiva, relajación, entrenamiento en afrontamiento y
comunicación en la terapia, y práctica en la vida diaria (Novaco, Ramm y Black,
2001).
4. Prevención de recaídas. La
experiencia indica que muchos de los cambios producidos por el tratamiento no
siempre son definitivos sino que a menudo se producen retornos ‘imprevistos’ a
la actividad delictiva, o recaídas en el delito. Así, uno de los grandes
objetivos actuales del tratamiento de los delincuentes es promover la generalización
de los logros terapéuticos a los contextos habituales del sujeto, y facilitar
el mantenimiento de dichas mejoras a lo largo del tiempo. Con los anteriores
propósitos se han concebido y aplicado dos grandes tipos de técnicas
psicológicas. Las técnicas de "generalización y mantenimiento", más
tradicionales, tienen como objetivo la transferencia proactiva de las nuevas
competencias adquiridas por los delincuentes durante el programa de
tratamiento. Para ello se emplean estrategias como programas de refuerzo
intermitentes, entrenamiento amplio de habilidades por diversas personas y en
múltiples lugares, inclusión en el entrenamiento de personas cercanas al sujeto
(que luego estarán en sus ambientes naturales), uso de consecuencias y
gratificaciones habituales en los contextos del individuo (más que
artificiales), control estimular y autocontrol. Una técnica más reciente y
específica es la de "prevención de recaídas", que comenzó siendo
diseñada para el campo de las adicciones y después se trasladó también al del
tratamiento de los delincuentes (Laws, 2001; Marlatt y Gordon, 1985). Se
estructura general consiste en entrenar al sujeto en: a) detección de
situaciones de riesgo de recaída en el delito, b) prevención de decisiones
aparentemente irrelevantes, que pese a que parecen inocuas le podrán en mayor
riesgo, y c) adopción de respuestas de afrontamiento adaptativas.
Si se atiende a las tipologías
delictivas, los tratamientos psicológicos se han dirigido especialmente a las
siguientes categorías de delincuentes:
1. Delincuentes juveniles. Uno de los mejores modos de prevención
del delito son los programas familiares. Actualmente uno de los tratamientos
juveniles más contrastados empíricamente es la denominada terapia
multisistémica (MST), de Henggeler y sus colaboradores (Edwards, Schoenwald,
Henggeler y Strother, 2001). Parte de la consideración de que el desarrollo
infantil se produce bajo la influencia combinada y recíproca de distintas capas
ambientales, que incluyen la familia, la escuela, las instituciones del barrio,
etc. En todos estos sistemas hay tanto factores de riesgo para la delincuencia
como factores de protección. A partir de ello se establece una serie de
principios básicos: evaluar el ‘encaje’ entre los problemas identificados en
los distintos sistemas; basar el cambio terapéutico en los elementos positivos;
orientar la terapia a promover la conducta responsable y enfocarla al presente
y a la acción; las intervenciones deben ser acordes con las necesidades del
joven, y, por último, se debe programar la generalización y el mantenimiento de
los logros. La terapia multisistémica utiliza como intervenciones específicas
todas aquellas técnicas que han mostrado mayor eficacia con los delincuentes,
tales como reforzamiento, modelado, reestructuración cognitiva y control
emocional. Se aplica en los lugares y horarios de preferencia de los sujetos,
lo que a menudo incluye domicilios familiares, centros de barrio, horarios de
comidas o fines de semana.
Otro programa multifacético
altamente eficaz con jóvenes delincuentes es el Entrenamiento para Reemplazar
la Agresión (programa ART) que tiene tres ingredientes principales (Goldstein y
Glick, 2001): a) entrenamiento en 50 habilidades consideradas de la mayor
relevancia para la interacción social, b) entrenamiento en control de ira
(identificar disparadores y precursores, usar estrategias reductoras y de
reorientación del pensamiento, autoevaluación y autorrefuerzo), y c) desarrollo
moral (a partir del trabajo grupal sobre dilemas morales). Actualmente existe
una versión abreviada de este programa que se aplica en diez semanas.
2. Agresores sexuales. Constituyen, debido a la
complejidad y persistencia del comportamiento sexual antisocial, uno de los
retos más importantes a que se enfrenta el tratamiento psicológico de los
delincuentes. Los ingredientes terapéuticos más comunes en estos programas son
el trabajo sobre distorsiones cognitivas, desarrollo de la empatía con las
víctimas, mejora de la capacidad de relación personal, disminución de actitudes
y preferencias sexuales hacia la agresión o hacia los niños, y prevención de
recaídas (Marshall y Redondo, 2002). En un trabajo posterior se abundará en lo
relativo al análisis psicológico y tratamiento de este tipo de delincuentes.
3. Maltratadores. En la actualidad se considera que la
violencia de pareja es un fenómeno complejo en el que intervienen diversos
factores de riesgo que incluyen tanto características personales como
culturales y de interacción. Los programas de tratamiento internacionalmente
aplicados incluyen técnicas terapéuticas como las siguientes (Dobash y Dobash,
2001): autorregistro de emociones de ira, desensibilización sistemática y
relajación, modelado de comportamientos no violentos, reforzamiento de
respuestas no violentas, entrenamiento en comunicación, reestructuración
cognitiva de creencias sexistas y justificadoras de la violencia, y prevención
de recaídas. En España existen programas de tratamiento para maltratadores
tanto en prisiones como en la comunidad. El programa que se aplica en
prisiones, diseñado en origen por Echeburúa y su equipo, incluye los siguientes
ingredientes (Echeburúa, Fernández-Montalvo y Amor, 2006): aceptación de la
propia responsabilidad, empatía y expresión de emociones, creencias erróneas,
control de emociones, desarrollo de habilidades y prevención de recaídas. Más
recientemente, en la comunidad autónoma gallega se ha puesto en marcha el
denominado "Programa Galicia de reeducación psicosocial de maltratadores
de género", que se aplica, bajo supervisión judicial, en la comunidad.
Dicho programa, que se desarrolla en 52 sesiones a lo largo de un año,
incorpora técnicas de autocontrol de la activación emocional y de la ira,
reestructuración cognitiva, resolución de problemas, modelado y entrenamiento en
habilidades de comunicación (Arce y Fariña, 2007).
En relación con la eficacia de
los tratamientos psicológicos de los delincuentes, entre 1985 y la actualidad
se han desarrollado alrededor de 50 revisiones meta-analíticas. El mensaje
esencial de los meta-análisis ha sido que los tratamientos psicológicos tienen
un efecto parcial pero significativo en la reducción de las tasas de
reincidencia (Hollin, 2006; McGuire, 2004): logran en promedio una reducción de
la reincidencia delictiva de alrededor de 10 puntos, para tasas base de
reincidencia del 50% (Cooke y Philip, 2001; Cullen y Gendreau, 2006; Lösel,
1996; McGuire, 2004; Redondo y Sánchez-Meca, en preparación), y los mejores
tratamientos llegan a obtener reducciones superiores a 15 puntos (algunos programas,
los mejores de todos, de entre 15 y 25 puntos). En otras palabras, el
tratamiento puede reducir la reincidencia esperada en proporciones de alrededor
de 1/3 (y, dependiendo de la calidad de las intervenciones, de entre 1/5 y
1/2).
PREDICCIÓN DEL RIESGO DE CONDUCTA ANTISOCIAL
En la actualidad, en paralelo
al tratamiento de los delincuentes, se está desarrollando con fuerza la
evaluación del riesgo de violencia y delincuencia que puedan presentar, ya sea
antes o después de un tratamiento. Con esta finalidad se han construido y se
están aplicando diversos instrumentos de predicción de riesgo, a los que se
hará referencia en los trabajos que siguen a éste.
CONCLUSIÓN
En el primer trabajo de este
monográfico sobre violencia se han presentado los avances y posibilidades de la
psicología en el análisis de la delincuencia, lo que ha dado lugar al
desarrollo, en el plano internacional, de una auténtica Psicología de la delincuencia.
En concreto, se ha ilustrado cómo la psicología cuenta con buenas teorías y
explicaciones de la delincuencia, con análisis precisos del inicio,
mantenimiento y desistimiento en las carreras delictivas y, especialmente, con
sólidos tratamientos psicológicos que logran resultados notables en la
disminución de las tasas de reincidencia en el delito. También se han
anticipado, para su presentación en el siguiente artículo, las posibilidades de
la psicología en lo relativo a la valoración del riesgo de violencia. Como
resultado de todo lo anterior, un número considerable de psicólogos trabajan en
los países desarrollados en los ámbitos del análisis, predicción, prevención y
tratamiento de la delincuencia.
Frente a lo anterior y para
finalizar, quiere llamarse la atención del lector sobre el desequilibrio que
existe en la actualidad entre todos estos desarrollos psicológicos en un campo
de tanta relevancia social, como lo es el de la violencia y la delincuencia, y,
en contraste, la escasísima presencia que dichos conocimientos tienen en la
actual formación universitaria de los psicólogos. Los planes de estudio de
Psicología son en general ajenos a los conocimientos y desarrollos
profesionales de la Psicología de la delincuencia, algo que, en bien de la proyección
científica y aplicada de la psicología, debería ser remediado en el futuro.
Agradecimientos: Este trabajo
se ha realizado en el marco del desarrollo de los proyectos de investigación
SEC2001-3821-C05-01/PSCE y SEJ2005-09170-C04-01/PSIC del Ministerio de
Educación y Ciencia del Gobierno de España.
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