viernes, 26 de julio de 2013

El campo de la Psicología Social. Por SERGE MOSCOVICI



El campo de la Psicología Social.
Por SERGE MOSCOVICI

A. ¿Qué es la psicología social?

            a. Todo resultaría muy sencillo si pudiésemos decir sin dudar: existe el individuo y existe la sociedad. Evidentemente esto se nos repite innumerables veces y uno parece comprender e incluso ver lo que indican estas palabras. Todos aceptamos como algo indiscutible que estos dos términos estén separados, que cada uno sea autónomo y posea una realidad propia. Esto significa que podemos conocer uno sin conocer el otro, como si se tratasen de dos mundos extraños entre sí. La fuerza de esta visión resulta incontestable, al igual que la división que mantiene: el individuo reducido a su organismo y la sociedad petrificada en sus instituciones y aparatos. O mejor aún. Por una parte el uno, lo único, por otra parte lo múltiple o colectivo. Y esta visión tiene un efecto al que nos hemos acostumbrado desde hace largo tiempo: el tratado de partición que concede el individuo a la psicología y la sociedad a la economía o a la sociología. Este resultado se expresa a menudo de una forma más concreta: el psicoanálisis se ocupa del individuo y el marxismo de la sociedad. Semejante convención clarifica las ideas y contribuye de manera eficaz a la coexistencia pacífica entre las diversas ciencias y entre las diversas teorías.

            La partición que acabo de describir, y sobre la que no hace falta insistir  por su familiaridad, obedece a una lógica determinada. Corresponde a la realidad en los casos extremos. Pero resulta banal reconocer que el individuo sólo existe dentro de la red social y que toda sociedad se compone de una multitud de individuos diversos, al igual que el más mínimo pedazo de materia está compuesto por una multitud de átomos. Además, tenemos derecho a observar que en cada individuo habita una sociedad: la de sus personajes imaginarios o reales, la de los héroes que admira, la de sus amigos y enemigos, la de los hermanos y padres con quienes nutre un diálogo interior permanente. Y con los cuales llega incluso a sostener relaciones sin saberlo. Así pues, cuando decimos: existe el individuo y existe la sociedad, dejamos de lado la experiencia compartida por casi todo el mundo.

            Se dirá con justicia que esto no es demasiado grave. Todo análisis y toda explicación exigen una abstracción. Abstracciones como las que hacemos constantemente en economía al hablar del mercado separado del poder, o en psicología al describir el pensamiento separado  de las emociones. Si, no cabe la menor duda. Pero dicha partición tiene sentido. Oculta una realidad primera, la invariante de existencia cuyos rastros encontramos en todas partes. Es decir, la oposición entre individuo y sociedad, la feroz batalla que libran desde tiempos inmemoriales lo personal y lo colectivo. Este conflicto no excluye, evidentemente, las armonías momentáneas ni las pacificaciones duraderas.

            Si la psicología social tiene una razón de ser en tanto que ciencia y un lietmotiv que le sea propio, es ahí donde lo encontraremos. Toda ciencia mayor intenta responder, a través de investigaciones efectuadas en campos concretos, a alguna de las lancinantes preguntas que se plantean a los hombres. La física, a la pregunta : ¿Qué es la materia o el movimiento? La biología, a la pregunta: ¿Qué es la herencia? O bien ¿Por qué existe la vida? La cosmología, a la pregunta ¿Cuál es el origen del universo? Y así sucesivamente. De manera similar, La psicología social -en mi opinión al menos- se ha ocupado y sigue haciéndolo de un solo y único problema: ¿por qué se produce el conflicto entre individuo y sociedad? Ninguna otra ciencia aborda este problema de forma tan directa, ninguna siente una atracción tan profunda por ese conflicto. Y aquellas ciencias que lo hacen se aproximan a la psicología social, como sucedió con el psicoanálisis interesarse éste por los fenómenos de masa. También es el caso de la historia cuando estudia los fenómenos de la mentalidad. Y la recíproca también es cierta. Siempre que la psicología social olvida este problema para estudiar en paralelo y con independencia uno de otro, ya sea lo social o lo individual, como  sucede actualmente en los Estados Unidos, pierde  su personalidad, convirtiéndose en un apéndice, inútil, de otra ciencia.

            b. He aquí una primera fórmula : la psicología social es la ciencia del conflicto entre el individuo y la sociedad. Podríamos añadir: de la sociedad externa y de la sociedad que lleva adentro. No escasean los ejemplos de dicho conflicto. La resistencia a las presiones conformistas de la mayoría, la oposición entre un líder y su grupo, las desviaciones con respecto a la ortodoxia, las discusiones dentro de un grupo a fin de llegar a una decisión, la captación de un individuo por la masa, y otros muchos casos. Hasta aquí hemos considerado el espectro en toda su extensión. Ahora debemos acotarlo para captar mejor y con mayor precisión el campo de la psicología social. En pocas palabras, tras haber visto el problema al que responde consideremos los fenómenos de  los que se ocupa. O mejor dicho, los fenómenos de los que se ocupan los psicosociólogos al salir al terreno o al encerrarse en sus laboratorios. En una palabra, ¿Cuál es su objeto?

            Como es fácil de imaginar, no existe unanimidad en este punto. Pero creo que en la actualidad, tras el abandono del conductismo. El número de aquellos que estarían de acuerdo con la definición que establecí  en 1970 sería mucho más elevado: “Y yo formularía, escribía entonces, como objeto central, exclusivo de la psicosociología, todos los fenómenos relacionados con la ideología y la comunicación, ordenados según su génesis, su estructura y su función1. Por lo que respecta a los primeros, sabemos que consisten en sistemas de representaciones y de actitudes. A ellos se refieren todos los fenómenos familiares de prejuicios sociales o raciales, de estereotipos, de creencias, etc. Su rasgo común es que expresan una representación social que individuos y grupos se forman para actuar y comunicar. Es evidente que son estas representaciones las que dan forma a esta realidad mitad física y mitad imaginaria que es la realidad social.

            Por lo que hace a los fenómenos de comunicación social, éstos designan los intercambios de mensajes lingüísticos y no lingüísticos (imágenes, gestos, etc.) entre individuos y grupos. Se trata de medios empleados para transmitir una información determinada e influir sobre los demás. Empleo intencionadamente la noción global de “comunicación social” para indicar que incluye tanto los fenómenos de comunicación de masas de influencia colectiva (propaganda, publicidad, etc.) como los procesos puramente lingüísticos y los hechos semánticos. También se relaciona con los signos que circulan en la sociedad, con la semiología que, según el propio Saussure, forma “parte de la psicología social y, por consiguiente, de la psicología general”. Este acercamiento se impone, ya que como hacía notar juiciosamente Mounin “la intención de comunicar” es “el criterio del mensaje semiológico”2.

            Ahora ya disponemos de una segunda fórmula: la psicología social es la ciencia de los fenómenos de .la ideología (cogniciones y representaciones sociales) y de los fenómenos de comunicación. A los diversos niveles (Doise, 1982) de las relaciones humanas: relaciones entre individuos, entre individuos y grupos y entre grupos. Para cada uno de estos fenómenos disponemos de un conjunto más o menos desarrollado de conocimientos, teorías o experiencias, que aunadas nos permiten comprender las actividades mentales superiores y ciertos aspectos psíquicos de  la vida social de los grupos.


            B. La visión psicosocial.

            a. Una vez comprendido el contenido de una ciencia, también hay que reconocer su particularidad, saber lo que la distingue de las otras ciencias. Esta es una pregunta muy difícil a la que jamás se puede dar una respuesta satisfactoria. Y toda respuesta tiene, además, un carácter ligeramente artificial. Una cosa es cierta: ningún límite preciso separa a la psicología social de otros campos de la psicología, como la psicología infantil, la psicología clínica o incluso lo que se da en denominar psicología general. Tampoco hay frontera precisa entre la psicología social y la antropología. Todas estas disciplinas comparten en gran medida un mismo interés por las interacciones humanas y los grupos humanos. Además, tienen en común un buen número de conceptos como la representación, la influencia, el aprendizaje, etc. Entonces, ¿Cómo se distingue la psicología social de estas disciplinas? Para responder a esta pregunta podría hacer una serie de análisis históricos y lógicos. Todos ellos resultarían de gran interés pero nos llevarían a adentrarnos demasiado en el cielo de la teoría de la ciencia. No obstante, yo creo que, una vez acotada la parte de la teoría, nos damos cuenta de que en realidad nuestra disciplina no se distingue tanto por su territorio como por el enfoque que le es propio. Esto es lo que practicantes, investigadores y estudiantes aprenden durante su trabajo. Es, antes que nada, una manera de observar los fenómenos y las relaciones. En este sentido podemos afirmar que existe una visión psicosocial. A continuación intentaré ofrecer una idea de este enfoque.

            Comencemos por la manera con que el psicólogo y, a menudo, el sociólogo, enfocan los hechos. Utilizan en general una clave de lectura binaria. Esta clave corresponde a la separación entre sujeto y objeto, que son dados y definidos independientemente uno del otro. El psicólogo pone de un lado el “ego” (el individuo, el organismo) y del otro el “objeto”, o bien, de una parte un repertorio de respuestas y de la otra el estímulo: E- O, o R-S. Así cuando estudiamos la percepción visual consideramos el aparato visual y el color o la intensidad de un punto luminoso, por la manera en que el ojo reacciona ante la estimulación luminosa. De igual manera, al estudiar los procesos intelectuales nos interesamos por la manera en que el cerebro trata una información proveniente del mundo exterior. Y deseamos saber cómo la aprende, la organiza y la transforma en un comportamiento definido. El esquema de la relación queda así.

            Sujeto individual (ego, organismo) Æ objeto (medio ambiente, estímulo).

            En sociología encontramos un esquema muy similar. La diferencia radica en que el sujeto ya no es un individuo sino una colectividad (el grupo, la clase social, el Estado, etc.) O bien, podemos tomar en consideración una multitud de sujetos que cambian, negocian, comparten una misma visión del mundo, etc. Por lo que se refiere al objeto, éste también posee un valor social, representando un interés o una institución. Por otra parte, el objeto a veces está
constituido por otras personas, por otros grupos, que forman lo que denominamos entorno humano. Evidentemente, en todos estos casos nos encontramos ante un sujeto y un objeto diferenciados según criterios económicos o políticos, éticos o históricos. Independientemente del tipo de diferenciación, lo que deseamos saber es cómo se comportan las diversas categorías de individuos en la sociedad, cómo reproducen la jerarquía existente, como distribuyen las riquezas o ejercen sus poderes. O bien, cómo la acción de cada individuo, provisto de sus propios intereses y metas, se transforma en una acción colectiva. Pero en el fondo de la mayoría de las explicaciones y análisis presentimos una manera de observar que se guía por el siguiente esquema:

                                   Sujeto colectivo   _   Objeto diferenciado en social
                                diferenciado según        y no social
                              criterios económicos
                                          o históricos

            b. Sin dudas, simplifico mucho. Me haría falta un libro entero para justificar cada una de mis afirmaciones y mostrar hasta qué punto corresponden a la realidad. Me apresuro a agregar que un gran número de psicólogos sociales recurren a esquemas análogos, lo que conduce a una serie de errores y malentendidos (Moscovici, 1983). A pesar de su interés y de la importancia de los trabajos que inspiraron, siempre han estado marcados por un carácter parcial. Más grave aún: han reducido los fenómenos psicosociales a fenómenos psicológicos y los fenómenos sociales a fenómenos individuales. Y no obstante existe una visión psicosocial que se traduce por una lectura ternaria de los hechos y de las relaciones. Su particularidad consiste en sustituir la relación de dos términos, entre sujeto y objeto, heredada de la filosofía clásica, por una relación en clave de tres términos: Sujeto individual - Sujeto social - Objeto. Para expresarme de otra manera: Ego-Alter-Objeto, obviamente diferenciado. Y esto presupone una mediación constante, una “terceridad”, para utilizar él término del filósofo norteamericano Peirce.

                                                    Objeto
                                     (físico, social, imaginario o real)

 







                       


                                   Ego                           Alter

            Pero esta relación de sujeto a sujeto en su relación con el objeto puede concebirse de manera estática o dinámica, es decir, puede corresponder a una simple “co-presencia”  o a una interacción” que se traduce en modificaciones que afectan el pensamiento y el comportamiento de cada individuo. A este respecto podemos distinguir dos mecanismos que ilustran perfectamente esta distinción: la facilitación social de una parte y la influencia social, por la otra. La primera consiste en que la simple presencia de un individuo o de un grupo haga que un individuo prefiera o aprenda con mayor facilidad las repuestas más familiares y las menos originales. Como si se inhibiese, el individuo expresa o retiene las respuestas dominantes, comunes a todos. La influencia social consiste en que un individuo sometido a la presión de una autoridad o de un grupo adopte las opiniones y conductas de dicha autoridad o grupo. El caso más extremo es la obediencia a la autoridad estudiado por Milgram: una persona es capaz de infligir descargas eléctricas dolorosas a un desconocido porque le han pedido que lo haga.

            Esto nos lleva a definir con mayor precisión la manera en que se puede considerar el Alter (individuo o grupo) para analizar las relaciones con la realidad, con el objeto social o no social, real o simbólico. De hecho, nos encontramos ya sea frente a otro similar, un alter ego, ya sea ante otro diferente, un alter sin más. Dependiendo de que se trate del primero o del segundo, consideramos fenómenos distintos. Podríamos incluso decir que las corrientes teóricas y de investigación se oponen según su concepción de este “alter”. Así, la mayoría de las investigaciones sobre los grupos tienden a considerar a éste como un “alter ego” similar al “ego”. En el psicodrama o juego de roles se pide a los participantes que adopten la actitud del otro, que se metan, por decirlo así, en su piel. Y lo que sucede es analizado en función de la capacidad de interiorizar semejante actitud. De manera similar, en los estudios sobre la conformidad se manifiesta en los individuos una tendencia a compararse a alguien semejante o a alguien al que nos gustaría parecernos. Los desviados en especial, que en principio carecen de opiniones y posiciones propias, intentarían juzgar sus opiniones y conductas en función de la mayoría de los individuos que encarnan el poder. Y se conforman para parecerse a esos alter egos privilegiados.

            Por el contrario, otras corrientes de investigación consideran un “alter” sin más, marcado por una diferencia precisa. Me refiero a las investigaciones sobre la innovación, por ejemplo, donde la minoría, el individuo, expresan una
opinión y un juicio que le son propios. Están confrontados a una mayoría o a una autoridad que tiene sus propias opiniones y sus propios juicios, y que representa la norma u ortodoxia.  Lo que intentan estas minorías o estos individuos es hacerse reconocer una identidad particular y una diferencia evidente. Observamos que los dos mecanismos psicosociales fundamentales, el de la comparación social y el de el reconocimiento social (Moscovici y Paicheler, 1973) corresponden a dos maneras de percibir al otro en el campo social.

            De estos contados ejemplos se desprende una óptica o enfoque que, trascendiendo la dicotomía “sujeto-objeto”, recorre una gama de mediaciones operadas por la relación fundamental con los demás. Reconozco que éste no es más que un pequeño desplazamiento con respecto a la clave habitual de lectura de la psicología, y en ocasiones, de la sociología. E incluso de la psicología social clásica marcada por el conductismo. Pero se trata de un desplazamiento que lo cambia todo. Antes que nada concede su especificidad a la visión psicosocial, de la que Merleau-Ponty escribió: “Por el solo hecho de practicar la psicología social nos hallamos fuera de la ontología objetivista, en la que podríamos permanecer de no ejercer sobre el “objeto” dado una coacción que pondría en entredicho la investigación...Si la psicología social quiere realmente ver nuestra sociedad tal cual es, no puede partir de este postulado que en sí mismo forma parte de la psicología occidental, pues al adoptarlo presumiríamos nuestras conclusiones”. El desplazamiento operado implica pasar de una concepción binaria de las relaciones humanas, tan extendida, a una concepción ternaria que, por ser compleja, no es menos rica.

            Pero dejemos estas cuentas de boticario. Sea cual fuere el sentido de esta visión, puedo decir que antes que nada la encontramos concretada en las prácticas de psicología social. En la mayoría de los casos se trata de prácticas de observación directa de relaciones o gestos, de reacciones afectivas o simbólicas de los individuos entre  ellos en una situación precisa. Ver es sin dudas más importante que escuchar. El observador, a veces visible, a menudo invisible, se oculta detrás de un espejo de doble visión, a fin de ver sin ser visto. El espejo de doble visión situado en nuestros laboratorios es el emblema de esta visión psicosocial. Pero he encontrado su modelo en el Narrador de Proust. Considérese este ojo agrimensor, irrigado por las nervaduras de miles de experiencias y abrigado por la retina de la memoria: memoria de las cosas leídas, vistas y escuchadas. Este ojo mantiene fijamente a cada uno de los personajes en el sitio que le es propio: Swann, Odette, Charlus, Albertine, de manera que sabemos quién es cada uno de ellos. Debería decir que los individualiza con gran precisión y sin piedad. Basta con parpadear, con un cambio de luz, para que, en el recodo de una frase recargada, una observación nos haga saber que el observador lo a visto todo y que su mirada no ha vacilado, invadida por la ternura, ni ha quedado envuelta en las brumas de la nostalgia. Emociones que nos hacen confundir los seres del presente con sus sombras en otros tiempos. Pero este ojo también mantiene fijamente los acontecimientos que tejen la historia dentro de la historia -el affaire Dreyfus, la Gran Guerra- con la escrupulosidad del cronista que conoce el peso de su testimonio. No obstante, personajes y acontecimientos -es decir, los sujetos individuales y las realidades- tan sólo adquieren su sentido a través de los sujetos sociales que son, en la obra de Proust, Du côté de chez Swann, le côté de Guermantes, Sodome et Gomorrhe. Así vemos a cada personaje refractado y observado en un círculo de hombres y mujeres que revelan facetas sucesivas de un mismo rostro o las fibras de un mismo corazón. Lo seguimos, además, de un círculo a otro, de la calle al medio mundo, del medio mundo al mundo y cada uno descompone y recompone al individuo según sus convencionalismos. El Narrador lo observa según sus propios convencionalismos, pero lo ve como lo ven los demás y de la manera que estos últimos reaccionan respecto a él. Proust escribió: “Nuestra personalidad social es la creación del pensamiento de los demás”. Al final de esta triangulación del campo social, el ojo vuelve a encontrar los rastros de una realidad, cuyo autor puede narrar la teoría. Que el hecho de que el enfoque psicosocial no sea la percepción inocente de la “comedia humana”, que describe explica y denuncia simultáneamente con la buena conciencia de ver las cosas tal como son, resulta evidente. Se trata de la persecución del tiempo y de la persecución dentro del tiempo de una intriga entre individuos y acontecimientos que crean la sociedad a medida que la narran. No olvidemos que el proceso es la realidad. El psicólogo es el punto ciego de ese enfoque; quizá no vea, pero sin él es imposible ver.


            c. El estudiante que durante sus estudios, pasa de la psicología o de la sociología a la psicología social debe hacer un esfuerzo para interiorizar esta visión. Me atrevería a decir que esto es aún más importante que aprender esta o aquella teoría que, con frecuencia, olvidará más tarde, reteniendo únicamente lo que le es más necesario de ella. ¿Qué puede ser más necesario y permanente que una manera de ver las cosas? Esto me lleva a hablar de ciertos “prejuicios” muy extendidos y que, a mis ojos, constituyen verdaderos obstáculos epistemológicos, en la acepción de Bachelard, para alguien que desee dedicarse a la investigación y práctica de la psicología social. Debido a que los he encontrado en múltiples ocasiones en el curso de mi trabajo docente, me parece útil precisar la naturaleza de dichos obstáculos. Me gustaría destacar especialmente dos. El primero consiste en la opinión bastante difundida según la cual hay que agregar un suplemento espiritual a los fenómenos sociales. En términos claros, esto significa que se debe explorar el aspecto subjetivo de los acontecimientos de la realidad objetiva. Por realidad objetiva debemos comprender la realidad económica y social. En general, las cosas se presentan así. Se comienza por analizar los diversos aspectos
del sujeto “colectivo”: el poder, las desigualdades económicas, la clase social, los intereses de los grupos y otros muchos aspectos. Una vez constituido el marco de esta manera, constatamos las diferencias con respecto a lo que debería pensar o hacer ese sujeto colectivo si obedeciera a amplios determinismos económicos o sociales: descuida sus intereses, no vota a la izquierda en períodos de crisis, no se rebela contra el poder, etc. Para dar cuenta de estas deferencias se invocan factores de tipo subjetivo: los sentimientos, los valores, el  grado de conciencia social, la influencia de los medios de comunicación, la imagen simbólica y así sucesivamente. Entonces nos volvemos hacia la psicología social y le pedimos que comprenda lo que “la gente piensa y siente” -de ahí la moda de las encuestas- y que mida sus efectos.

            El segundo obstáculo guarda una simetría perfecta con el primero. Es sabido que la psicología estudia una suma impresionante de fenómenos: la percepción, el razonamiento, la ansiedad, es desarrollo infantil, el aprendizaje...para sólo mencionar unos cuantos. Pero los estudia en el individuo aislado, como si fuese autista. Así, encargamos a un niño que cumpla una tarea o que rellene un test. Más tarde, en vista de su diligencia y de sus resultados, concluimos en que su evolución intelectual sigue efectivamente la teoría de Piaget o de Bruner. Luego pedimos a un individuo adulto que aprenda una serie de frases de sentido negativo -Pedro no es hermano de Pablo- o en sentido afirmativo: Pedro es hermano de Pablo. Con ayuda de un cronómetro medimos el tiempo que necesita para aprenderlas. Con lo cual, siguiendo la hipótesis constatamos que, en general, las frases negativas son aprendidas con mayor lentitud que las frases negativas.

            Todo estos procedimientos son perfectamente legítimos. Nos proponemos una importante cosecha de hechos, cuya solidez no es puesta en duda por nadie. Y yo sería el último en hacerlo. Pero también sabemos y nos damos cuenta todos los días en el laboratorio de que el individuo, por estar aislado, no deja de pertenecer al grupo, a una clase social. Y sus reacciones más anodinas son influenciadas por esta pertenencia. Haga lo que haga y tome las precauciones que tome, la sociedad está ahí. Penetra en las habitaciones más aisladas del laboratorio y actúa sobre los aparatos más sofisticados. A pesar de todos sus esfuerzos, los psicólogos no han logrado inventar una jaula de Faraday para el campo social. Lo mismo que los psicólogos clínicos y los psiquiatras, quienes no han podido acondicionar habitaciones suficientemente acolchadas para amortiguar los ruidos del mundo. Al contrario, han arrojado luz sobre lo que hay de abstracto y surreal en esta situación del individuo.

            Así pues, a fin de aportar un suplemento de materia, de realidad en suma, el psicólogo se cree obligado a volver a estudiar los mismos fenómenos en el seno de la sociedad, después de haberlos estudiado en el vacío social. Naturalmente encarga a la psicología social que añada una dimensión objetiva a los fenómenos subjetivos, que vuelva a situar en el contexto de la sociedad aquello que ha sido analizado fuera de dicho contexto. De esta manera, se le pide que analice el juicio social, la percepción social, etc., que califique lo que aún no lo ha sido. Evidentemente estoy simplificando, pero no deformando. El hecho es que, para cada uno de ambos casos, vemos en la psicología social el medio de satisfacer una carencia: por una parte, llenar al sujeto social de un mundo interior, y por la otra, re-situar al sujeto individual en el mundo exterior, es decir, social. Así pues, su naturaleza sería psicológica para unos y sociológica para otros. Sería, al mismo tiempo, un híbrido y una ciencia de residuos de cada una de las ciencias vecinas.

            Los obstáculos epistemológicos están ahí e impiden ver lo que esta ciencia tiene de propio. Pues considerándolo todo, su presente y su pasado, esta imagen de híbrido no es la suya. El carácter original e incluso subversivo de su enfoque consiste en cuestionar la separación entre lo individual y lo colectivo, en contestar la partición entre lo psíquico y social en los campos esenciales de la vida humana. Resulta absurdo decir que, mientras estamos solos, obedecemos a las leyes de la psicología, que nos conducimos movidos por emociones, valores o representaciones. Y que una vez en grupo cambiamos bruscamente para comportarnos siguiendo las leyes de la economía y de la sociología, movidos por intereses y condicionados por el poder. O viceversa. Desde hace mucho tiempo, Freud ha hecho justicia y revelado la inanidad de este absurdo: “La oposición entre la psicología individual y la psicología social o psicología de muchedumbres, escribía, que a primera vista puede parecernos importante, pierde mucho de su acuidad al ser examinada a fondo. No cabe duda de que la psicología individual tiene por objeto al hombre aislado y que intenta saber por qué vías  éste trata de satisfacer sus influjos pulsionales, pero al hacerlo, raramente está en condiciones -tan sólo en circunstancias excepcionales- de hacer abstracción del individuo tomado aisladamente, pues el Otro interviene con gran frecuencia en tanto que modelo, apoyo y adversario, y por ello la psicología individual es ante todo y simultáneamente una psicología social en este sentido amplio pero plenamente justificado”.

            En realidad, la psicología social analiza y explica los fenómenos que son simultáneamente psicológicos y sociales. Este es el caso de las comunicaciones de masas, del lenguaje, de las influencias que ejercemos los unos sobre los otros, de las imágenes y los signos en general, de las representaciones sociales que compartimos y así sucesivamente. Si queremos movilizar a una masa de hombres, luchar contra los prejuicios, combatir la miseria psicológica provocada por el desempleo o la discriminación, sin duda alguna mayor que la miseria económica, siempre

nos encontraremos ante lo individual y lo colectivo solidarios, incluso indiscernibles. La psicología social nos enseña a observarlos de esta manera, permaneciendo fiel a su vocación entre las ciencias.

1              D. Jodelet, J Viet, P. Besnard, La psychologie sociale, Paris-La Haya, Mouton,1970.
2              Saussure, Cours de linguistique général, Paris Payot


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