PRÓLOGO
Alcohólicos Anónimos es
una comunidad mundial de más de cien mil * hombres y mujeres alcohólicas que se
han agrupado para resolver sus problemas comunes y ayudar a sus compañeros que
sufren a recuperarse de esa antigua y desconcertante enfermedad, el
alcoholismo.
Este libro trata de los
"Doce Pasos" y las "Doce Tradiciones" de Alcohólicos
Anónimos. Ofrece una clara exposición de los principios por los cuales se
recuperan los miembros de A.A. y por los que funciona su Sociedad.
Los Doce
Pasos de A.A. son un conjunto de principios de naturaleza espiritual que, si se
adoptan como una forma de vida, pueden liberar al enfermo de la obsesión por
beber y transformarle en un ser íntegro, útil y feliz.
Las Doce Tradiciones de
A.A. se aplican a la vida de la Comunidad en Si misma. Resumen los medios por
los que A.A. mantiene su unidad y se relaciona con el mundo a su alrededor, la
forma en que vive y se desarrolla.
Aunque los
siguientes ensayos estaban dirigidos principalmente a los miembros, muchos
amigos de A.A. creen que pueden suscitar interés y tener aplicación fuera de la
Comunidad.
Muchas personas, no
alcohólicas, dicen que, como consecuencia de practicar los Doce Pasos de A.A.
han podido enfrentarse a otras dificultades de la vida. Opinan que los Doce
Pasos pueden significar más que la sobriedad para los bebedores problema. Los
consideran como un camino hacia una vida feliz y útil para muchas personas,
sean o no sean alcohólicas.
* En 1995, se calcula que
más de dos millones se han recuperado por medio de A.A.
También hay
un creciente interés en las Doce Tradiciones de Alcohólicos Anónimos. Los que
se dedican a estudiar las relaciones humanas empiezan a preguntarse cómo y por
qué funciona A.A. como sociedad. ¿Cómo es posible, se preguntan, que en A.A.
ningún miembro pude imponer su autoridad personal a otro, y que no existe nada
que se parezca a un gobierno central? ¿Cómo es posible que un conjunto de
principios tradicionales, que no tienen ninguna fuerza legal, puede mantener la
unidad y la eficacia de la Comunidad de Alcohólicos Anónimos? La segunda parte
de este libro, aunque destinada a los miembros de A.A., ofrece por primera vez
a los interesados una perspectiva íntima y detallada de la Comunidad.
Alcohólicos
Anónimos empezó en 1935 en Akron, Ohio, como resultado de un encuentro entre un
bien conocido cirujano de esta ciudad y un agente de bolsa de Nueva York. Los
dos eran graves casos de alcoholismo e iban a convertirse en los cofundadores
de la Comunidad de A.A.
Los
principios básicos de A.A., tal como quedan hoy, fueron tomados en su mayor
parte de los campos de la medicina y la religión, aunque algunas de las ideas
que tuvieron una importancia decisiva para nuestro éxito se adoptaron como resultado
de observar el comportamiento de la Comunidad y darnos cuenta de sus
necesidades.
Después de tres años de
pruebas y tanteos en busca de los principios más realizables que pudieran
servir de base para la Sociedad, y tras muchos fracasos en nuestros intentos de
conseguir que los alcohólicos se recuperasen, tres grupos lograron tener éxito
- el primero en Akron, el segundo en Nueva York y el tercero en Cleveland.
Incluso entonces era difícil encontrar cuarenta personas con una recuperación
segura en los tres grupos.
No obstante, la Sociedad
incipiente se resolvió a poner por escrito su experiencia en un libro que por
fin se publicó en 1939. En ese momento, contábamos con unos cien miembros
recuperados. El libro se tituló "Alcohólicos Anónimos", y de él tomó
su nombre la Comunidad. En sus páginas se describía el alcoholismo desde el
punto de vista del alcohólico, se estructuraron por primera vez a las ideas
espirituales de la Sociedad en los Doce Pasos, y se clarificó la aplicación de
estos Pasos al dilema del alcohólico. El resto del libro estaba dedicado a
treinta historias o historiales en los cuales los alcohólicos hablaban de sus
experiencias personales con la bebida y de su recuperación. Esto estableció una
identificación con los lectores alcohólicos y les demostró que lo que les había
parecido casi imposible ahora iba a ser posible. El libro "Alcohólicos
Anónimos" se convirtió en el texto básico de la Comunidad y todavía lo es.
Este libro se propone ampliar y profundizar la comprensión de los Doce Pasos
que aparecieron en la obra anterior.
Con la publicación en
1939 del libro "Alcohólicos Anónimos", se puso fin a la época pionera
y se inició una prodigiosa reacción en cadena a medida que los alcohólicos
recuperados llevaban el mensaje a otros más. Durante los años siguientes,
decenas de miles de alcohólicos acudieron a A.A., principalmente como resultado
de una constante y excelente publicidad que gratuitamente divulgaron las
revistas y periódicos de todo el mundo. Tanto el clero como la medicina favorecieron
el nuevo movimiento, dándole su aprobación pública y su apoyo decidido.
Esta asombrosa expansión
trajo consigo graves dolores de crecimiento. Se había demostrado que los
alcohólicos se podían recuperar. Pero no era nada seguro que tal multitud de personas
todavía tan poco equilibradas pudieran vivir y trabajar juntos con armonía y
eficacia.
En todas partes surgían
amenazadores interrogantes en cuanto a los requisitos para ser miembro, el
dinero, las relaciones personales, las relaciones públicas, la dirección de los
grupos y
los clubs y numerosas incertidumbres más. De
esta vasta confusión de experiencias explosivas, tomaron forma las Doce
Tradiciones de A.A. que se publicaron por primera vez en 1946 y fueron
ratificadas posteriormente en la Primera Convención Internacional de A.A.
celebrada en Cleveland en 1950. La sección de este libro que trata de las
Tradiciones describe con bastante detalle las experiencias que contribuyeron a
la concepción de las Tradiciones, y dieron así a A.A. su forma, su sustancia y
su unidad actuales.
Al llegar ahora a su
madurez, A.A. ha llegado a cuarenta países extranjeros. * Al parecer
de sus amigos, este no es sino el comienzo de su valioso servicio, único en su
especie.
Se espera que este libro
depare a todo aquel que lo lea una perspectiva íntima de los principios y
fuerzas que han hecho de Alcohólicos Anónimos lo que es hoy día.
(Puede ponerse en
contracto con la Oficina de Servicios
Generales de A.A.
escribiendo a:
Alcoholics Anonymous, P.O.
Box 459
Grand Central Station, New
York, NY 10163, EE.UU.)
* En 1955, A.A. ya está
establecido en 141 países.
LOS DOCE PASOS
PRIMER PASO
"Admitimos que
éramos impotentes ante el alcohol,
que nuestras vidas se
habían vuelto ingobernables".
¿A quien gusta
admitir la derrota total? A casi nadie, por supuesto. Todos los instintos
naturales se rebelan contra la idea de la impotencia personal. Es
verdaderamente horrible admitir que, con una copa en la mano, hemos deformado
nuestra mente hasta tener una obsesión por beber tan destructiva que solo un
acto de la Providencia puede librarnos de ella.
No hay otro
tipo de bancarrota como ésta. El alcohol, ahora convertido en nuestro acreedor
más despiadado, nos despoja de toda confianza en nosotros mismos y toda
voluntad para resistirnos a sus exigencias. Una vez que se acepta esta dura
realidad, nuestra bancarrota como seres humanos es total.
Pero al ingresar en A.A.
pronto adoptamos otra perspectiva sobre esta humillación absoluta. Nos damos
cuenta de que sólo por medio de la derrota total podemos dar nuestros primeros
pasos hacia la liberación y la fortaleza. La admisión de nuestra impotencia
personal resulta ser a fin de cuentas la base segura sobre la que se puede
construir una vida feliz y útil.
Sabemos
que son pocos los beneficios que un alcohólicos que ingrese en A.A. puede
esperar, si ni ha aceptado, desde el principio, su debilidad devastadora y
todas sus consecuencias. Mientras no se humille así, su sobriedad - si es que
la logra - será precaria. No encontrará la verdadera felicidad. Esta es una de
las realidades de la vida de A.A., comprobada más allá de toda duda por una
vasta experiencia. El principio de que no encontraremos una fortaleza duradera
hasta que no hayamos admitido la derrota total es la raíz principal de la que
ha brotado y florecido nuestra Sociedad.
Al
vernos obligados a admitir la derrota, la mayoría de nosotros nos rebelamos.
Habíamos acudido a A.A. con la esperanza de que se nos enseñara a tener
confianza en nosotros mismos. Entonces, se nos dijo que, en lo concerniente al
alcohol, la confianza en nosotros mismos no valía para nada; que de hecho era
una gran desventaja. Nuestros padrinos nos dijeron que éramos víctimas de una
obsesión mental tan sutilmente poderosa que ningún grado de voluntad humana
podría vencerla. Se nos dijo que sin ayuda ajena no podía existir tal cosa como
la victoria personal sobre esta obsesión. Complicando implacablemente nuestro
dilema, nuestros padrinos señalaron nuestra creciente sensibilidad al Alcohol -
una alergia, la llamaban. El tirano alcohol blandía sobre nosotros una espada
de doble filo: primero, nos veíamos afligidos por un loco deseo que nos
condenaba a seguir bebiendo y luego por una alergia corporal que aseguraba que
acabaríamos destruyéndonos a nosotros mismos. Eran muy contados los que,
acosados de esta manera, habían logrado ganar este combate mano a mano. Las
estadísticas demostraban que los alcohólicos casi nunca se recuperaban por sus
propios medios. Y esto aparentemente había sido verdad desde que el hombre pisó
las uvas por primera vez.
Durante
los años pioneros de A.A., únicamente los casos más desesperados podían tragar
y digerir esta dura verdad. E incluso estos "moribundos" tardaban
mucho en darse cuenta de lo grave de su condición. Pero unos cuantos sí se
dieron cuenta y cuando se aferraban a los principios de A.A. con todo el fervor
con que un náufrago se agarra ala salvavidas, casi sin excepción empezaban a
mejorarse. Por eso, la primera edición del libro "Alcohólicos
Anónimos", publicado cuando teníamos muy pocos miembros, trataba
exclusivamente de casos de bajo fondo. Muchos alcohólicos menos desesperados
probaron A.A., pero no les dio resultado porque no podían admitir su
impotencia.
Es una
tremenda satisfacción hacer constar que esta situación cambió en los años
siguientes. Los alcohólicos que todavía conservaban su salud, sus familias, sus
trabajos e incluso tenían dos coches en su garaje, empezaron a reconocer su
alcoholismo. Según aumentaba esta tendencia, se unieron a ellos jóvenes que
apenas se podían considerar alcohólicos en potencia. Todos ellos se libraron de
esos diez o quince años de auténtico infierno por los que el resto de nosotros
habíamos tenido que pasar. Ya que el Primer Paso requiere que admitamos que
nuestras vidas se habían vuelto ingobernables, ¿cómo iban a dar este Paso
personas como ésas?
Era
claramente necesario levantar el fondo que el resto de nosotros habíamos tocado
hasta el punto que les llegara a tocar a ellos. Al repasar nuestros historiales
de bebedores, podíamos demostrar que, años antes de darnos cuenta, ya estábamos
fuera de control, que incluso entonces nuestra forma de beber no era un simple
hábito, sino que en verdad era el comienzo de una progresión fatal.
A los que todavía lo dudaban, les podíamos decir, "Tal vez no seas
alcohólico. ¿Por qué no tratas de seguir bebiendo de manera controlada, teniendo
en cuenta, mientras tanto, lo que te hemos dicho acerca del alcoholismo?".
Esta actitud produjo resultados inmediatos y prácticos. Entonces se descubrió
que cuando un alcohólico había sembrado en la mente de otro la idea de la
verdadera naturaleza de su enfermedad, esta persona nunca podría volver a ser
la misma. Después de cada borrachera, se diría a sí mismo, "Tal vez esos
A.A. tenían razón . . . " Tras unas cuantas experiencias parecidas, a
menudo años antes del comienzo de graves dificultades, volvería a nosotros
convencido. Había tocado su fondo con la misma contundencia que cualquiera de
nosotros. La bebida se había convertido en nuestro mejor abogado.
¿Por
qué tanta insistencia en que todo A.A. toque fondo primero? La respuesta es que
muy poca gente tratará de practicar sinceramente el programa de A.A. a menos
que haya tocado fondo. Porque la práctica de los restantes once Pasos de A.A.
supone actitudes y acciones que casi ningún alcohólico que todavía bebe podría
siquiera soñar en adoptar. ¿Quién quiere ser rigurosamente honrado y tolerante?
¿Quién quiere confesar sus faltas a otra persona y reparar los daños causados?
¿A quién le interesa saber de un Poder Superior, y aun menos pensar en la
meditación y la oración? ¿Quién quiere sacrificar tiempo y energía intentando
llevar el mensaje de A.A. al que todavía sufre? No, al alcohólico típico,
extremadamente egocéntrico, no le interesa esta perspectiva - a menos que tenga
que hacer estas cosas para conservar su propia vida.
Bajo el
látigo del alcoholismo, nos vemos forzados a acudir a A.A. y allí descubrimos
la naturaleza fatal de nuestra situación. Entonces, y sólo entonces, llegamos a
tener la amplitud de mente y la buena disposición para escuchar y creer que
tienen los moribundos. Estamos listos y dispuestos a hacer lo que haga falta
para librarnos de esta despiadada obsesión.
SEGUNDO PASO
"Llegamos a creer que un Poder superior a
nosotros mismos podría devolvernos el sano juicio".
A
l leer el Segundo Paso,
la mayoría de los recién llegados a A.A. se ven enfrentados a un dilema, a
veces un grave dilema. Cuántas veces les hemos oído gritar: "Miren lo que
nos han hecho. Nos han convencido de que somos alcohólicos y que nuestras vidas
son ingobernables. Después de habernos reducido a un estado de impotencia
total, ahora nos dicen que sólo un Poder Superior puede librarnos de nuestra
obsesión. Algunos de nosotros no queremos creer en Dios, otros no podemos
creer, y hay otros que, aunque creen en Dios, no confían en que El haga este
milagro. Bien, ya nos tienen con el agua al cuello - pero, ¿cómo vamos a salir
del apuro?".
Consideremos
primero el caso de aquel que dice que no quiere creer - el caso del rebelde. Su
estado de ánimo solo puede describirse como salvaje. Toda su filosofía de la
vida, de la que tanto se vanagloriaba, se ve amenazada. Cree que ya hace
bastante al admitir que le alcohol le ha vencido para siempre. Pero ahora,
todavía dolido por esa admisión, se le plantea algo realmente imposible.
¡Cuánto le encanta la idea de que el hombre, que surgió tan majestuosamente de
una sola partícula del barro primitivo, sea la vanguardia de la evolución, por
consiguiente el único dios que existe en su universo! ¿Ha de renunciar a todo
eso para salvarse?
Al
llegar a este punto, su padrino se suele reír. Para el recién llegado, esto es
el colmo. Es el principio del fin. Y es cierto: es el principio del fin de su
antigua forma de vivir y el comienzo de una nueva vida. Su padrino
probablemente le dice: "Tómatelo con calma. El traje que te tienes que
poner no te va a quedar tan estrecho como tú te crees. Vamos, yo no lo he
encontrado tan estrecho, ni tampoco un amigo mío que había sido vicepresidente
de la Sociedad Americana de Ateísmo. El se lo puso y dice que no le aprieta en
absoluto".
"De
acuerdo" dice el recién llegado, "sé que lo que me dices es la
verdad. Todos sabemos que A.A. está lleno de personas que antes pensaban como
yo. Pero, en estas circunstancias, ¿cómo quieres que me lo 'tome con calma'?
Eso es lo que yo quisiera saber".
"Muy
buena pregunta", le responde el padrino. "Creo que puedo decirte
exactamente cómo tranquilizarte. Y no vas a tener que esforzarte mucho.
Escucha, si tuvieras la bondad, las tres siguientes afirmaciones. Primero, Alcohólicos
Anónimos no te exige que creas en nada. Todos sus Doce Pasos no son sino
sugerencias. Segundo, para lograr y mantener la sobriedad, no te tienes que
tragar todo lo del Segundo Paso en este preciso momento. Al recordar mi propia
experiencia, veo que me lo fui tomando en pequeñas dosis. Tercero, lo único que
necesitas es una mente verdaderamente abierta. Deja de meterte en debates y de
preocuparte por cuestiones tan profundas como el tratar de averiguar si fue
primero el huevo o la gallina. Te repito una vez más, lo único que necesitas es
una mente abierta".
El
padrino continúa: "Fíjate, por ejemplo, en mi propio caso. Estudié una
carrera científica. Naturalmente respetaba, veneraba e incluso adoraba la
ciencia. A decir verdad, todavía lo hago - excepto lo de adorarla.
Repetidas veces mis maestros me expusieron el principio básico de todo progreso
científico: investigar y volver a investigar, una y otra vez, y siempre con una
mente abierta. La primera vez que eché una mirada al programa de A.A., mi
reacción fue exactamente como la tuya. Este asunto de A.A., me dije, no es nada
científico. No puedo tragarlo. No me voy a parar a considerar tales tonterías.
"Luego
me desperté. Tuve que admitir que A.A. producía resultados, prodigiosos
resultados. Me di cuenta de que mi actitud ante éstos había sido muy pronto
científica. No era A.A. quien tenía la mente cerrada, sino yo. En el instante
en que dejé de debatir, pude empezar a ver y sentir. En ese momento, el Segundo
Paso, sutil y gradualmente, empezó a infiltrarse en mi vida. No puedo fijar ni
la ocasión ni el día preciso en que llegué a creer en un Poder superior a mí
mismo, pero sin deuda ahora tengo esa creencia. Para llegar a tenerla, sólo
tenía que dejar de luchar y ponerme a practicar el resto del programa de A.A.
con el mayor entusiasmo posible.
"Claro
está que ésta es la opinión de un solo hombre basada en su propia experiencia.
Me apresuro a asegurarte que en su búsqueda de la fe, los A.A. andar por
innumerables caminos. Si no te gusta el que te ha sugerido, seguro que descubrirá
uno que te convenga si mantienes abiertos los ojos y los oídos. Muchos hombres
como tú han empezado a solucionar el problema por el método de la substitución.
Si quieres, puedes hacer de A.A. tu "poder superior". Aquí tienes un
grupo grande de gente que ha resuelto su problema con el alcohol. En este
sentido, constituye sin duda un poder superior a ti, ya que tú ni siquiera te
has aproximado a encontrar una solución. Seguro que puedes tener fe en ellos.
Incluso este mínimo de fe será suficiente. Vas a encontrar a muchos miembros
que han cruzado el umbral exactamente así. Todo te dirán que, una vez que lo
cruzaron, su fe se amplió y se profundizó. Liberados de la obsesión del
alcohol, con sus vidas inexplicablemente transformadas, llegaron a creer en un
Poder Superior, y la mayoría de ellos empezaron a hablar de Dios".
Consideremos
ahora la situación de aquellos que antes tenían fe, pero la han perdido. Entre
ellos, se encuentran los que han caído en la indiferencia; otros que, llenos de
autosuficiencia, se han apartado; otros que han llegado a tener prejuicios en
contra de la religión; y otros más que han adoptado una actitud desafiante,
porque Dios no les ha complacido en sus exigencias. ¿Puede la experiencia de
A.A. decirles a todos ellos que todavía les es posible encontrar una fe que
obra?.
A veces el
programa de A.A. les resulta más difícil a aquellos que han perdido o han
rechazado la fe que a aquellos que nunca la han tenido, porque creen que ya han
probado la fe y no les ha servido de nada. Han probado el camino de la fe y el
camino de la incredulidad. Ya que ambos caminos les han dejado amargamente
decepcionados, han decidido que no tienen a dónde ir. Los obstáculos de la
indiferencia, de la imaginada autosuficiencia, de los prejuicios y de la
rebeldía les resultan más resistentes y formidables que cualquiera que haya
podido erigir un agnóstico o incluso un ateo militante. La religión dice que se
puede demostrar la existencia de Dios; el agnóstico dice que no se puede
demostrar; y el ateo mantiene que se puede demostrar que Dios no existe. Huelga
decir que el dilema del que se desvía de la fe es el de una profunda confusión.
Cree que ha perdido la posibilidad de tener el consuelo que ofrece cualquier
convicción. No puede alcanzar ni el más mínimo grado de esa seguridad que tiene
el creyente, el agnóstico o el ateo. Es el vivo retrato de la confusión.
Muchos
A.A. pueden decirle a esta persona indecisa, "Sí, nosotros también nos
vimos desviados de la fe de nuestra infancia. Nos vimos abrumados por un exceso
de confianza juvenil. Por supuesto, estábamos contentos de haber tenido un buen
hogar y una formación religiosa que nos infundió ciertos valores. Todavía
estábamos convencidos de que debíamos ser bastante honrados, tolerantes y
justos; que debíamos tener aspiraciones y trabajar con diligencia. Llegamos a
la convicción de que estas simples normas de honradez y decoro nos bastarían.
"Conforme
el éxito material, basado únicamente en estos atributos comunes y corrientes,
empezó a llegarnos, nos parecía que estábamos ganando el juego de la vida. Esto
nos produjo un gran regocijo y nos hizo sentirnos felices. ¿Por qué molestarnos
con abstracciones teológicas y obligaciones religiosas o con el estado de
nuestra alma, tanto aquí como en el más allá? La vida real y actual nos ofrecía
suficientes satisfacciones. La voluntad de triunfar nos salvaría. Pero entonces
el alcohol empezó a apoderarse de nosotros. Finalmente, al mirar al marcador y
no ver ningún tanto a nuestro favor y darnos cuenta de que con un fallo más no
quedaríamos para siempre fuera de juego, tuvimos que buscar nuestra fe perdida.
La volvimos a encontrar en A.A. Y tú también puedes hacer lo
mismo".
Ahora
nos enfrentamos con otro tipo de problema: el hombre o la mujer intelectualmente
autosuficiente. A estas personas, muchos A.A. les pueden decir: "Sí,
éramos como tú - nos pasábamos de listos. Nos encantaba que la gente nos
considerara precoces. Nos valíamos de nuestra educación para inflarnos de
orgullo como globos, aunque hacíamos lo posible para ocultar esta actitud ante
los demás. En nuestro fuero interno, creíamos que podíamos flotar por encima
del resto de la humanidad debido únicamente a nuestra capacidad cerebral. El
progreso científico nos indicaba que no había nada que el hombre no pudiera
hacer. El saber era todopoderoso. El intelecto podía conquistar la naturaleza.
Ya que éramos más inteligentes que la mayoría de la gente (o así lo creíamos),
con solo ponernos a pensar tendríamos el botín del vencedor. El dios del
intelecto desplazó al Dios de nuestros antepasados. Pero nuevamente Don Alcohol
tenía otros planes. Nosotros, que tanto habíamos ganado casi sin esfuerzo, lo
perdimos todo. Nos dimos cuenta de que, si no volviéramos a considerarlo,
moriríamos. Encontramos muchos en A.A. que habían pensado como nosotros. Nos
ayudaron a desinflarnos hasta llegar a nuestro justo tamaño. Con su ejemplo,
nos demostraron que la humildad y el intelecto podían ser compatibles, con tal
de que siempre antepusiéramos la humildad al intelecto. Cuando empezamos a
hacerlo, recibimos el don de la fe, una fe que obra. Esta fe también la puedes
recibir tú".
Otro
sector de A. A. dice: "Estábamos hartos de la religión y de todo lo que
conlleva la religión. La Biblia nos parecía una sarta de tonterías; podíamos
citarla, versículo por versículo, y en la maraña de genealogía perdimos de
vista las bienaventuranzas. A veces, según lo veíamos nosotros, la conducta
moral que proponía era inalcanzablemente buena; a veces indudablemente nefasta.
Pero lo que más nos molestaba era la conducta moral de los religiosos. Nos
entreteníamos señalando la hipocresía, la fanática intolerancia y el aplastante
fariseísmo que caracterizaban a tantos de los creyentes, incluso en sus trajes
de domingo. Cuánto nos encantaba recalcar el hecho de que millones de los
'buenos hombres de la religión' seguían matándose, los unos a los otros, en
nombre de Dios. Todo esto, por supuesto, significaba que habíamos sustituido
los pensamientos positivos por los negativos. Después de unirnos a A.A.,
tuvimos que darnos cuenta de que esa actitud nos había servido para inflar
nuestros egos. Al destacar los pecados de algunas personas religiosas, podíamos
sentirnos superiores a todos los creyentes. Además, podíamos evitarnos la
molestia de reconocer algunos de nuestros propios defectos. El fariseísmo, que
tan desdeñosamente habíamos condenado en los demás, era precisamente el mal que
a nosotros nos aquejaba. Esta respetabilidad hipócrita era nuestra ruina en
cuanto a la fe. Pero finalmente, al llegar derrotados a A.A., cambiamos de
parecer.
"Como
los siquiatras han comentado a menudo, la rebeldía es la característica más
destacada de muchos alcohólicos. Así que no es de extrañar que muchos de
nosotros hayamos pretendido desafiar al mismo Dios. A veces lo hemos hecho
porque Dios no nos ha entregado las buenas cosas de la vida que le habíamos
exigido, como niños codiciosos que escriben cartas a los Reyes Magos pidiendo
lo imposible. Más a menudo, habíamos pasado por una gran calamidad y, según nuestra
forma de pensar, salimos perdiendo porque Dios nos había abandonado. La
muchacha con quien queríamos casarnos tenía otras ideas; rezamos a Dios para
que le hiciera cambiar de parecer, pero no lo hizo. Rezamos por tener hijos
sanos y nos encontramos con hijos enfermizos, o sin hijos. Rezamos por
conseguir ascensos en el trabajo y nos quedamos sin conseguirlos. Los seres
queridos, de quienes tanto dependíamos, nos fueron arrebatados por los llamados
actos de Dios. Luego, nos convertimos en borrachos, y le pedimos a Dios que nos
salvara. Pero no paso nada. Esto ya era el colmo. '¡Al diablo con esto de la
fe!' dijimos.
"Cuando
encontramos A.A., se nos reveló lo erróneo de nuestra rebeldía. Nunca habíamos
querido saber cuál era la voluntad de dios para con nosotros; por el contrario,
le habíamos dicho a Dios cuál debería ser. Nos dimos cuenta de que nadie podía
creer en Dios y, al mismo tiempo, dasafiarlo. Creer significaba confiar, no
desafiar. En A.A. vimos los frutos de esta creencia: hombres y mujeres salvados
de la catástrofe final del alcoholismo. Les vimos reunirse y superar sus otras
penas y tribulaciones. Les vimos aceptar con calma situaciones imposibles, sin
tratar de huir de ellas ni de reprochárselo a nadie. Esto no solo era fe, sino
una fe que obraba bajo todas las circunstancias. Para conseguir esta fe, no
tardamos en encontrarnos dispuestos a pagar, con toda la humildad que esto nos
pudiera costar".
Consideremos
ahora el caso del individuo rebosante de fe, pero que todavía apesta a alcohol.
Se cree muy devoto. Cumple escrupulosamente con sus obligaciones religiosas.
Está convencido de que cree todavía en Dios, pero duda que Dios crea en él.
Hace un sinfín de juramentos solemnes. Después de cada uno, no solo vuelve a
beber, sino que se comporta peor que la última vez. Valientemente se pone a
luchar contra el alcohol, suplicando la ayuda de Dios, pero la ayuda no le
llega. ¿Qué será lo que le pasa a esta persona?
Para
los clérigos, los médicos, para sus amigos y familiares, el alcohólico que
tiene tan buenas intenciones y que tan resueltamente se esfuerza por dejar de
beber, es un enigma descorazonador. A la mayoría de los A.A., no les parece
así. Multitud de nosotros hemos sido como él, y hemos encontrado la solución al
enigma. No tiene que ver con la cantidad de fe, sino con la calidad. Esto era
lo que no podíamos ver. Nos creíamos humildes, pero no lo éramos. Nos creíamos
muy devotos en cuanto a las prácticas religiosas, pero al volver a considerarlo
con toda sinceridad, nos dimos cuenta de que solo practicábamos lo superficial.
Otros de nosotros habíamos ido al otro extremo, sumiéndonos en el
sentimentalismo y confundiéndolo con los auténticos sentimientos religiosos. En
ambos casos, habíamos pedido que se nos diera algo a cambio de nada. En
realidad, no habíamos puesto nuestra casa en orden, para que la gracia de Dios
pudiera entrar en nosotros y expulsar la obsesión de beber. Nunca, en ningún
sentido profundo y significativo, habíamos examinado nuestra conciencia, ni
habíamos reparado el daño a quienes se lo habíamos causado, ni habíamos dado
nada a otro ser humano sin exigir algo o esperar alguna recompensa. Ni siquiera
habíamos rezado como se debe rezar. Siempre habíamos dicho, "Concédeme mis
deseos", en vez de "Hágase tu voluntad". Del amor a Dios y del
amor al prójimo, no teníamos la menor comprensión. Por lo tanto, seguíamos
engañándonos a nosotros mismos y, en consecuencia, no estábamos en la
posibilidad de recibir la gracia suficiente para devolvernos el sano juicio.
Son muy
contados los alcohólicos activos que tan siquiera tienen una vaga idea de lo
irracionales que son o que, si llegan a darse cuenta de su insensatez, pueden
soportarla. Algunos están dispuestos a decir que son "bebedores
problemas", pero no pueden aceptar la sugerencia de que son, de hecho,
enfermos mentales. Un mundo que no distingue entre el bebedor normal y el
alcohólico contribuye a que sigan en su ceguera. El "sano juicio" se
define como "salud mental". Ningún alcohólico que analice fríamente
su comportamiento destructivo, ya sea que haya destruido los muebles de su casa
o su propia integridad moral, puede atribuirse a sí mismo la "salud
mental".
Por lo
tanto, el Segundo Paso es el punto de convergencia para todos nosotros. Tanto
si somos ateos, agnósticos, o antiguos creyentes, podemos estar unidos en este
Paso. La verdadera humildad y amplitud de mente pueden llevarnos a la fe, y
cada reunión de A.A. es un seguro testimonio de que Dios nos devolverá el sano
juicio, si nos relacionamos de la forma debida con El.
TERCER PASO
"Decidimos poner nuestras voluntades y nuestras vidas
al cuidado de Dios, como nosotros lo concebimos.
Practicar el Tercer Paso
es como abrir una puerta que todavía parece estar cerrada y bajo llave. Lo
único que nos hace falta es la llave y la decisión de abrir la puerta de par en
par. Solo hay una llave, y es la de la buena voluntad. Al quitar el cerrojo con
la buena voluntad, la puerta casi se abre por sí misma, y al asomarnos, veremos
un letrero al lado de una camino que dice: "Este es el camino hacia una fe
que obra". En los primeros Pasos, nos dedicamos a reflexionar. Nos mimos
cuenta de que éramos impotentes ante el alcohol, pero también vimos que algún
tipo de fe, aunque sólo fuera una fe en A.A., es posible para cualquiera. Estas
conclusiones no nos exigían ninguna acción; sólo nos requerían la aceptación.
Como
todos los Pasos restantes, el Paso Tres requiere de nosotros acción positiva,
porque sólo poniéndonos en acción podemos eliminar la obstinación que siempre ha
bloqueado la entrada de Dios -o, si prefieres, de un Poder Superior - en
nuestras vidas. La fe, sin duda, es necesaria, pero la fe por sí sola de nada
sirve. Es posible tener fe y, al mismo tiempo, negar la entrada de Dios en
nuestra vida. Por lo tanto, el problema que ahora nos ocupa es el de encontrar
las medidas específicas que debemos tomar para poder dejarle entrar. El Tercer
Paso representa nuestra primera tentativa para hacerlo. De hecho, la eficacia
de todo el programa de A.A. dependerá de lo seria y diligentemente que hayamos
intentado llegar a "una decisión de poner nuestras voluntades y nuestras
vidas al cuidado de Dios, como nosotros lo concebimos".
A cada
principiante mundano y práctico, este Paso le parece difícil, e incluso
imposible. Por mucho que desee tratar de hacerlo, ¿cómo puede exactamente poner
su voluntad y su propia vida al cuidado de cualquier Dios que él cree que
existe?. Afortunadamente, los que lo hemos intentado, con el mismo recelo,
podemos atestiguar que cualquiera, sea quien sea, puede empezar a hacerlo.
Además, podemos agregar que un comienzo, incluso el más tímido, es lo único que
hace falta. Una vez que hemos metido la llave de la buena voluntad en la
cerradura, y tenemos la puerta entreabierta, nos damos cuenta de que siempre
podemos abrirla un poco más. Aunque la obstinación puede cerrarla otra vez de
un portazo, como a menudo lo hace, siempre se volverá a abrir tan pronto como
nos valgamos de la llave de la buena voluntad.
Puede
que todo esto te suene misterioso y oculto, algo parecido a la teoría de la
relatividad de Einstein o a una hipótesis de física nuclear. No lo es en
absoluto. Veamos lo práctico que realmente es. Cada hombre y cada mujer que se
ha unido a A.A. con intención de quedarse con nosotros, ya ha comenzado a
practica, sin darse cuenta, el Tercer Paso. ¿No es cierto que en todo lo que se
refiere al alcohol, cada uno de ellos ha decidido poner su vida al cuidado, y
bajo la protección y orientación de Alcohólicos Anónimos?. Ya ha logrado una
buena disposición para expulsar su propia voluntad y sus propias ideas acerca
del problema del alcohol y adoptar, a cambio, las sugerencias por
A.A. Todo principiante bien dispuesto se siente convencido de que
A.A. es el único refugio seguro para el barco a punto de hundirse en que se ha
convertido su vida. Si esto no es entregar su voluntad y su vida a una
Providencia recién encontrada, entonces, ¿qué es?.
Pero
supongamos que le instinto todavía nos proteste a gritos, como sin duda lo
hará: "Sí, en cuanto al alcohol, parece que tengo que depender de A.A.;
pero en todos los demás asuntos, insisto en mantener mi independencia. No hay
nada que me vaya a trasformar en una nulidad. Si sigo poniendo mi vida y mi
voluntad al cuidado de Alguien o de Algo. ¿qué será de mí?. Me convertiré en un
cero a la izquierda". Este, por supuesto, es el proceso por el que el
instinto y la lógica intentan reforzar el egotismo y así frustran el desarrollo
espiritual. Lo que esta forma de pensar tiene de malo es el no tener en cuenta
los hechos reales. Y los hechos parecen ser los siguientes: Cuanto más
dispuestos estamos a depender de un Poder Superior, más independientes somos en
realidad. Por lo tanto, la dependencia, tal y como se practica en A.A., es
realmente una manera de lograr la verdadera independencia del espíritu.
Examinemos, por un momento, esta idea de la dependencia al nivel de la vida
cotidiana. Es asombroso descubrir lo dependientes que somos en esta esfera, y
lo poco conscientes que somos de esa dependencia. Todas las casas modernas
tienen cables eléctricos que conducen la energía y la luz a su interior. Nos
encanta esta dependencia; no queremos por nada en el mundo que se nos corte el
suministro eléctrico. Al aceptar así nuestra dependencia de esta maravilla de
la ciencia, disfrutamos de una mayor independencia personal. No sólo
disfrutamos de más independencia, sino también de más comodidad y seguridad. La
corriente fluye hasta llegar donde se necesite. La electricidad, esa extraña
energía que muy poca gente comprende, satisface silenciosa y eficazmente
nuestras necesidades diarias más sencillas, y también las más apremiantes.
Pregúntale si no al enfermo de polio, encerrado en un pulmón de acero, que
depende ciegamente de un motor eléctrico para poder seguir respirando.
Pero,
¡cómo cambia nuestra actitud cuando se trata de nuestra independencia mental o
emocional! Con cuánta insistencia reclamamos el derecho de decidir por nosotros
mismos precisamente lo que vamos a pensar y exactamente lo que vamos a hacer.
Sí, vamos a sopesar el pro y el contra de todo problema. Escucharemos
cortésmente a los que quieran aconsejarnos, pero solamente nosotros tomaremos
todas las decisiones. En tales asuntos, nadie va a limitar nuestra
independencia personal. Además, creemos que no hay nadie que merezca toda
nuestra confianza. Estamos convencidos de que nuestra inteligencia, respaldada
por nuestra fuerza de voluntad, puede controlar debidamente nuestra vida
interior y asegurar nuestro éxito en el mundo en que vivimos. Esta brava
filosofía, según la cual cada hombre hace el papel de Dios, suena muy bien,
pero todavía tiene que someterse a la prueba decisiva: ¿cómo va a funcionar en
la práctica? Una detenida mirada al espejo debe ser suficiente respuesta para
cualquier alcohólico.
Si su
imagen en el espejo le resulta demasiado horrorosa de contemplar (y suele ser
así), no estaría de más que el alcohólico echara una mirada a los resultados
que la gente normal obtiene con la autosuficiente. En todas partes ve a gente
colmada de ira y de miedo. Ve a sociedades desintegrándose en facciones que
luchan entre sí. Cada facción les dice a las otras, "Nosotros tenemos
razón y ustedes están equivocados". Cada grupo de presión de esta índole,
si tiene fuerza suficiente, impone su voluntad en los demás, convencido de la
rectitud de su causa. Y en todas partes se hace lo mismo en plan individual. El
resultado de tanta lucha es una paz cada vez más frágil y una hermandad cada
vez menor. La filosofía de la autosuficiencia no es rentable. Se puede ver
claramente que es un monstruo devastador que acabará llevándonos a la ruina
total.
Por lo
tanto, nosotros los alcohólicos nos podemos considerar muy afortunados.
Cada
uno de nosotros ya ha tenido su propio y casi mortal encuentro con el monstruo
de la obstinación, y ha sufrido tanto su pesada opresión que está dispuesto a
buscar algo mejor. Así que, por las circunstancias y no por ninguna virtud que
pudiéramos tener, nos hemos visto impulsados a unirnos a A.A., hemos admitido
nuestra derrota, hemos adquirido los rudimentos de la fe y ahora queremos tomar
la decisión de poner nuestra voluntad y nuestra vida al cuidado de un Poder
Superior.
Nos
damos cuenta de que la palabra "dependencia" es tan desagradable para
muchos siquiatras y sicólogos como lo es para los alcohólicos. Al igual que
nuestros amigos profesionales, nosotros también somos conscientes de que hay
formas impropias de dependencia. Las hemos padecido en carne propia. Por
ejemplo, ninguna adulto debe tener una excesiva dependencia emocional de sus padres.
Hace años que debían haber cortado el cordón umbilical, y si no lo han cortado
ya, deberían darse cuenta del hecho. Esta forma de dependencia impropia ha
causado que muchos alcohólicos rebeldes lleguen a la conclusión de que
cualquier tipo de dependencia tiene que ser insoportablemente dañina. Pero el
depender de un grupo de A.A. o de un Poder Superior no ha producido ningún
resultado funesto para nadie.
Cuando
estalló la Segunda Guerra Mundial, se puso a prueba por primera vez este
principio espiritual. Los A.A. se alistaron en las fuerzas armadas y se
encontraba estacionados en todas partes del mundo. ¿Podrían aguantar la
disciplina, comportarse con valor en el fragor de las batallas, y soportar la
monotonía y las angustias de la guerra? ¿Les serviría de ayuda el tipo de
dependencia que habían aprendido en A.A.? Pues, sí les sirvió. Tuvieron incluso
menos recaídas y borracheras emocionales que los A.A. que se quedaban en la
seguridad de sus hogares. Tenían tanta capacidad de resistencia y tanto valor
como los demás saldados. Tanto en Alaska como en las cabezas de playa de
Salerno, su dependencia de un Poder Superior les ayudó. Y lejos de ser una
debilidad, esta dependencia fue su principal fuente de fortaleza.
¿Cómo
puede entonces una persona bien dispuesta seguir poniendo su voluntad y su vida
al cuidado de un Poder Superior? Ya le hemos visto dar un comienzo al empezar a
confiar en A.A. para solucionar su problema con el alcohol. A estas alturas es
probable que se haya convencido de que tiene otros problemas además del alcohol
y que, a pesar de todo el empeño y el valor con que los afronte, algunos de
estos problemas no se pueden solucionar. Ni siquiera puede hacer le menor
progreso. Le hacen sentirse desesperadamente infeliz y amenazan su recién
lograda sobriedad. Al pensar en el ayer, nuestro amigo sigue siendo víctima de
los remordimientos y del sentido de la culpabilidad. Todavía se siente abrumado
por la amargura cuando piensa en quienes aún odia o envidia. Su inseguridad
económica le preocupa enormemente, y le entra pánico al pensar en las naves
quemadas por el alcohol, que le pudieran haber llevado a un puerto seguro. Y,
¿cómo va a arreglar ese lío que le costó el afecto de su familia y le separó de
ella? No podrá hacerlo contando únicamente con su valor y su voluntad. Ahora
tendrán que depender de Alguien o de Algo.
Al
principio, es probable que ese "alguien" sea su más íntimo amigo de
A.A. Cuenta con lo que le ha asegurada esa persona, de que sus numerosas
dificultades, aun más algunas ahora porque no puede utilizar el alcohol para
matar las penas, también se pueden resolver. Naturalmente, el padrino le indica
a nuestro amigo que su vida todavía es ingobernable a pesar de que está sobrio,
que no ha hecho sino un mero comienzo en el programa de A.A. Es sin
duda una buena cosa lograr una sobriedad más segura por medio de la admisión
del alcoholismo y de la asistencia a algunas reuniones de A.A., pero esto dista
mucho de ser una sobriedad permanente y una vida útil y feliz. Allí entran en juego
los demás Pasos del programa de A.A. Nada que no sea una práctica
constante de estos Pasos como una manera de vida puede producir el resultado
tan deseado.
Luego
el padrino le explica que los demás Pasos del programa de A.A. sólo podrán
practicarse con éxito cuando se haya intentado practicar el Tercer Paso con
determinación y persistencia. Puede que estas palabras les sorprendan a
los recién llegados que no han experimentado sino un desinflamiento constante,
y que se encuentran cada vez más convencidos de que la voluntad humana no vale
para nada en absoluto. Han llegado a creer, y con razón, que otros muchos
problemas además del alcohol, no cederán ante un ataque frontal emprendido por
el individuo solo y sin ayuda. Pero ahora parece que hay ciertas cosas que sólo
el individuo puede hacer. El solito, y conforme a sus propias circunstancias,
tiene que cultivar la buena voluntad. Cuando haya adquirido la buena voluntad,
sólo él puede tomar la decisión de esforzarse. El intentar hacer esto es un
acto de su propia voluntad. Todos los Doce Pasos requieren un constante
esfuerzo personal para someternos a sus principios y así, creemos, a la
voluntad de Dios. Empezamos a hacer el debido uso de nuestra voluntad cuando
tratamos de someterla a la voluntad de Dios. Para todos
nosotros, ésta fue una maravillosa revelación. Todas nuestras dificultades se
habían originado en el mal uso de la fuerza de voluntad. Habíamos tratado de
bombardear nuestros problemas con ella, en lugar de intentar hacerla coincidir
con los designios que Dios tenía para nosotros. El objetivo de los Doce Pasos
de A.A. es hacer esto posible cada vez más, y el Tercer Paso nos abre la
puerta.
Una vez
que estemos de acuerdo con estas ideas, es muy fácil empezar a practicar el
Tercer Paso. En todo momento de trastornos emocionales o indecisiones, podemos
hacer una pausa, pedir tranquilidad, y en la quietud decir simplemente:
"Dios, concédeme la serenidad par aceptar las cosas que no puedo cambiar,
el valor para cambiar las cosas que puedo, y la sabiduría para reconocer la
diferencia. Hágase Tu voluntad, no la mía".
CUARTO PASO
"Sin miedo hicimos un minucioso inventario
moral de nosotros mismos".
Al ser creados, fuimos
dotados de instintos para un propósito. Sin ellos, no seríamos seres humanos
completos. Si los hombres y las mujeres no se esforzaron por tener seguridad
personal, si no se molestaran en cosechar su alimento o en construir sus
moradas, no podrían sobrevivir. Si no se reprodujeran, la tierra no estaría
poblada. Si no hubiera ningún instinto social, si a los seres humanos no les
importara disfrutar de la compañía de sus semejantes, no existiría sociedad
alguna. Por lo tanto, estos deseos - de relaciones sexuales, de seguridad
material y emocional, y de compañerismo - y sin duda provienen de Dios.
No
obstante, estos instintos, tan necesarios para nuestra existencia, a menudo
sobrepasan con mucho los límites de su función apropiada. Poderosa y
ciegamente, y muchas veces de una manera sutil, nos impulsan, se apoderan de
nosotros, e insisten en dominar nuestras vidas. Nuestros deseos de sexo, de
seguridad material y emocional, y de un puesto eminente en la sociedad a menudo
nos tiranizan. Cuando se salen así de sus cauces, los deseos naturales del ser
humano, le crean grandes problemas; de hecho, casi todos los problemas que
tenemos, tienen su origen aquí. Ningún ser humano, por bueno que sea, es inmune
a estos problemas. Casi todo grave problema emocional se puede considerar como
un caso del instinto descarriado. Cuando esto ocurre, nuestros grandes bienes
naturales, los instintos, se han convertido en debilidades físicas y mentales.
El
Cuarto Paso es nuestro enérgico y esmerado esfuerzo para descubrir cuáles han
sido, y siguen siendo, para nosotros estas debilidades. Queremos saber
exactamente cómo, cuándo y dónde nuestros deseos naturales nos han retorcido.
Queremos afrontar, sin pestañear, la infelicidad que esto ha causado a otras
personas y a nosotros mismos. Al descubrir cuáles son nuestras deformaciones
emocionales, podemos empezar a corregirlas. Si no estamos dispuestos a hacer un
esfuerzo persistente para descubrirlas, es poca la sobriedad y felicidad que
podemos esperar. La mayoría de nosotros nos hemos dado cuenta de que, sin hacer
sin miedo un minucioso inventario moral, la fe que realmente obra en la vida
cotidiana se encuentra todavía fuera de nuestro alcance.
Antes
de entrar en detalles sobre la cuestión del inventario, tratemos de identificar
cuál es el problema básico. Ejemplos sencillos como el siguiente cobran una
inmensa significación, cuando nos ponemos a pensar en ellos. Supongamos que una
persona antepone el deseo sexual a todo lo demás. En tal caso, este instinto
imperioso puede destruir sus posibilidades de lograr la seguridad material y
emocional, así como de mantener su posición social en la comunidad. Otra
persona puede estar tan obsesionada por la seguridad económica que lo único que
quiere hacer es acumular dinero. Puede llegar al extremo de convertirse en un
avaro, o incluso un solitario que se aísla de su familia y sus amigos.
Pero la
búsqueda de la seguridad no siempre se expresa en términos de dinero. Muy a
menudo vemos a un ser humano lleno de temores insistir en depender totalmente
de la orientación y protección de otra persona más fuerte. El débil, al rehusar
cumplir con las responsabilidades de la vida con sus propios recursos, nunca
alcanza la madurez. Su destino es sentirse siempre desilusionado y desamparado.
Con el tiempo, todos sus protectores huyen o mueren, y una vez más se queda solo
y aterrado.
También
hemos visto a hombres y mujeres enloquecidos por el poder, y que se decidan a
intentar dominar a sus semejantes. A menudo estas personas tiran por la borda
cualquier oportunidad de tener una seguridad legítima y una vida familiar feliz.
Siempre que un ser humano se convierta en un campo de batalla de sus propios
instintos, no podrá conocer la paz.
Pero
los peligros no terminan aquí. Cada vez que una persona impone en otros sus
irrazonables instintos, la consecuencia es la infelicidad. Si en su búsqueda de
la riqueza, pisotea a la gente que se encuentra en su camino, es probable que
vaya a suscitar la ira, los celos y la venganza. Si el instinto sexual se
desboca, habrá una conmoción similar. Exigir demasiada atención, protección, y
amor a otra gente sólo puede incitar en los mismos protectores de repulsión y
la dominación - dos emociones tan malsanas como las exigencias que las
provocaron. Cuando los deseos de conseguir prestigio personal llegan a ser
incontrolables, ya sea en el círculo de amigos o en la mesa de conferencias
internacionales, siempre hay algunas personas que sufren y, a menudo, se
rebelan, Este choque de los instintos puede producir desde una frió desaire
hasta una revolución violenta. De esta manera, nos ponemos en conflicto no
solamente con nosotros mismos, sino con otras personas, que también
tienen instintos.
Más que
ninguna otra persona, el alcohólico debiera darse cuenta de que sus instintos
desbocados son la causa fundamental de su forma destructiva de beber. Hemos
bebido para ahogar el temor, la frustración y la depresión. Hemos bebido para
escapar de los sentimientos de culpabilidad ocasionados por nuestras pasiones,
y luego hemos vuelto a beber para reavivar esas pasiones. Hemos bebido por pura
vanagloria - para poder disfrutar mejor nuestros descabellados sueños de pompa
y poder. No es muy grato contemplar esta perversa enfermedad del alma. Los
instintos desbocados se resisten a ser analizados. En cuanto intentamos hacer
un serio esfuerzo por examinarlos, es probable que suframos una reacción
desagradable.
Si por
temperamento tendremos al lado depresivo, es probable que nos veamos inundados
de un sentimiento de culpabilidad y de odio hacia nosotros mismos. Nos sumimos
en este pantano sucio, del que a menudo sacamos un placer perverso y doloroso.
Al entregarnos mórbidamente a estas actividad melancólica, puede que nos
hundamos en la desesperación hasta tal punto que sólo el olvido nos parece la
única solución posible. En este punto, por supuesto, hemos perdido toda
perspectiva y, por lo tanto, la auténtica humildad. Porque esto es la otra cada
del orgullo. No es en absoluto un inventario moral; es el mismo proceso que muy
a menudo ha llevado a la persona depresiva a la botella y a la extinción.
Sin embargo,
si por naturaleza nos inclinamos hacia la hipocresía o la grandiosidad, nuestra
reacción será le opuesta. Nos sentiremos ofendidos por el inventario sugerido
de A.A. Sin duda aludiremos con orgullo a la vida virtuosa que
creíamos haber llevado antes de que la botella nos derrotara.
Insistiremos que nuestros graves defectos de carácter, si es que
creemos tener alguno, han sido causados principalmente por haber bebido en
exceso. Siendo este el caso, creemos que lo que se deriva lógicamente es que la
sobriedad es la única meta que tenemos que intentar lograr. Creemos que, tan
pronto como dejemos el alcohol, nuestro buen carácter renacerá. Si siempre
habíamos sido buenas personas, excepto por nuestra forma de beber, ¿qué
necesidad tenemos de hacer un inventario moral ahora que estamos sobrios?.
También
nos agarramos a otra magnífica excusa para evitar el inventario. Exclamamos que
nuestros problemas e inquietudes actuales están causados por el comportamiento
de otra gente - gente que realmente necesita hacer un inventario moral. Creemos
firmemente que si sólo nos trataran mejor, no tendríamos ningún problema. Por
lo tanto, creemos que nuestra indignación está justificada y es razonable - que
nuestros resentimiento son "bien apropiados". Nosotros no somos los
culpables. Son ellos.
En esta
etapa del inventario, nuestros padrinos vienen a rescatarnos. Pueden hacer
esto, porque son los portadores de la experiencia comprobada de A.A. con el
Cuarto Paso. Consuelan a la persona melancólica, primero mostrándole que no es
un caso extraño ni diferente, que probablemente sus defectos de carácter no son
ni más numerosos ni peores que los de cualquier otro miembro de
A.A. El padrino demuestra esto rápidamente, hablando abierta y
francamente, y sin exhibicionismo, acerca de sus propios defectos, antiguos y
actuales. Este inventario sereno y, a la vez, realista es inmensamente
tranquilizador. Probablemente el padrino le indica al recién llegado que junto
con sus defectos puede anotar algunas virtudes. Esto contribuye a disipar el
pesimismo y fomentar el equilibrio. Tan pronto como empiece a ser más objetivo,
el principiante podrá considerar sin miedo sus propios defectos.
Los
padrinos de los que creen que no necesitan hacer un inventario se ven
enfrentados con un problema muy diferente, porque la gente impulsada por el
orgullo de sí misma, inconscientemente se niegan a ver sus defectos. Es poco
probable que estos principiantes necesiten consuelo. Lo necesario, y difícil,
es ayudarles a encontrar una grieta en la pared construida por sus egos, por la
que pueda brillar la luz de la razón.
Para
empezar, se les puede decir que la mayoría de los A.A., en sus días de
bebedores, estuvieron gravemente afligidos por la autojustificación. Para la
mayoría de nosotros, la autojustificación era lo que nos daba excusas -excusas
para beber, por supuesto, y para todo tipo de conducta disparatada y dañina.
Éramos artistas en la invención de pretextos. Teníamos que beber porque
estábamos pasándolo muy mal, o muy bien. Teníamos que beber porque en nuestros
hogares nos agobiaban con amor, o porque no recibíamos amor alguno. Teníamos
que beber porque en nuestros trabajos teníamos un gran éxito, o porque habíamos
fracasado. Teníamos que beber porque nuestro país había ganado una guerra o
perdido la paz. Y así fue, ad infinitum.
Creíamos
que las "circunstancias" nos impulsaban a beber, y cuando habíamos
intentado corregir estas circunstancias, al ver que no podíamos hacerlo a
nuestra plena satisfacción, empezamos a beber de forma desenfrenada y nos
convertimos en alcohólicos. Nunca se nos ocurrió pensar que nosotros éramos
quienes teníamos que cambiar para ajustarnos a las circunstancias, fueran
cuales fueran.
Pero en
A.A., poco a poco llegamos a darnos cuenta de que teníamos que hacer algo
respecto a nuestros resentimientos vengativos, nuestra autoconmiseración, y
nuestro poco merecido orgullo. Teníamos que reconocer que cada vez que nos las
dábamos de personajes, la gente se volvía en contra nuestra. Teníamos que
reconocer que cuando albergábamos rencores y planeábamos vengarnos por tales
derrotas, en realidad nos estábamos dando golpes a nosotros mismos con el
garrote de la ira, golpes que habíamos querido asestar a otros. Nos dimos
cuenta de que si nos sentíamos gravemente alterados, lo primero que teníamos
que hacer era apaciguarnos, sin importarnos la persona o las circunstancias que
nosotros creyéramos responsables de nuestro trastorno.
A
muchos de nosotros nos costaba mucho tiempo ver lo engañados que estábamos por
nuestras volubles emociones. Podíamos verlas rápidamente en otras personas,
pero tardábamos mucho en verlas en nosotros mismos. Ante todo, era necesario
admitir que teníamos muchos de estos defectos, aunque el hacerlo nos causara
mucho dolor y humillación. En lo que respeta a otra gente, teníamos que
eliminar la palabra "culpa" de nuestro vocabulario y de nuestros
pensamientos. Para poder empezar a hacer esto, nos hacía falta mucha buena
voluntad. Pero una vez salvados los dos o tres primeros obstáculos, el camino
nos parecía cada vez más fácil de seguir. Porque habíamos empezado a vernos en
nuestra justa medida, es decir, habíamos adquirido más humildad.
Claro
está que la persona depresiva y la persona agresiva y orgullosa son extremos de
la gama de personalidades humanas, y son tipos que abundan tanto en A.A. como
en el mundo exterior. Muchas veces estas personalidades se presentan de forma
tan definida como en los ejemplos que hemos dado. Pero con la misma frecuencia
se encuentran algunas que casi pueden clasificarse en ambas categorías. Los
seres humanos nunca son totalmente idénticos, así que cada uno de nosotros, al
hacer nuestro inventario, tendremos que determinar cuáles son nuestros propios
defectos de carácter. Cuando encuentre los zapatos a su medida, debe ponérselos
y andar con la seguridad de que por fin está en el buen camino.
Reflexionemos
ahora sobre la necesidad de hacer una lista de los defectos de personalidad más
pronunciados que todos tenemos en diversos grados. Para los que tienen una
formación religiosa, en esta lista aparecerían graves violaciones de principios
morales. Otros la consideran como una lista de defectos de carácter. Y otros un
catálogo de inadaptaciones. Algunos se sentirán muy violentos si se habla de
inmoralidad, y mucho más si se habla de pecado. Pero todo aquel que dispone de
un mínimo de sensatez, estará de acuerdo en un punto: que dentro del alcohólico
hay muchas cosas que no funcionan bien, y que hay mucho que hacer para
remediarlas si esperamos lograr la sobriedad, hacer el progreso y tener una
verdadera capacidad para enfrentarnos a las realidades de la vida.
Para
evitar caer en la confusión discutiendo sobre los nombres que se deben dar a
estos defectos, utilicemos una lista universalmente aceptada de las principales
flaquezas humanas -los Siete Pecados Capitales: soberbia, avaricia, lujuria,
ira, gula, envidia y pereza. No es causalidad que la soberbia encabece la
lista. Porque la soberbia, que conduce a la autojustificación, y que está
siempre espoleada por temores conscientes o inconscientes, es la que genera la
mayoría de las dificultades humanas, y es el principal obstáculo al verdadero
progreso. La soberbia nos hace caer en la trampa de imponer en nosotros mismos
y en otra gente exigencias que no se pueden cumplir sin pervertir o abusar de
los instintos que Dios nos ha dotado. Cuando la satisfacción de
nuestro instinto de sexo, de seguridad y de disfrutar de la compañía de
nuestros semejantes se convierte en la única meta de nuestras vidas, entonces
aparece la soberbia para justiciar nuestros excesos.
Todas
estas flaquezas generan el miedo que es, en sí mismo, una enfermedad del alma.
Luego, el miedo, a su vez, genera más defectos de carácter. Un temor exagerado
de no poder satisfacer nuestros instintos nos lleva a codiciar los bienes de
otros, a tener avidez de sexo y de poder, enfurecernos al ver amenazadas
nuestras exigencias instintivas, a sentir envidia al ver realizadas las
ambiciones de otra gente y las nuestras frustradas. Comemos más, bebemos más y
tratamos de coger más de lo que necesitamos de todo, temiendo que nunca
tendremos lo suficiente. La perspectiva del trabajar nos asusta tan
profundamente que nos hundimos en la pereza. Holgazaneamos,
y tratamos de dejarlo todo para el día de mañana, o, si trabajamos,
lo hacemos de mala gana y a medias. Estos temores son como plagas que van
royendo los cimientos sobre los que tratamos de construir una vida.
Así que
cuando A.A. sugiere que hagamos sin miedo un inventario moral, tiene que
parecerle al recién llegado que se le pide más de lo que puede hacer. Cada vez
que intenta mirar en su interior, tanto su orgullo como sus temores le hacen
retroceder. El Orgullo dice, "No hace falta que te molestes en
hacerlo", y el Temor le dice, "No te atrevas a hacerlo". Pero
según el testimonio de los A.A. que han intentado sinceramente hacer un
inventario moral, el orgullo y el miedo en estos momentos no son sino
espantajos. Una vez que estemos plenamente dispuestos a hacer nuestro
inventario, y que nos dediquemos a hacerlo con todo esmero, una luz inesperada
nos llega para disipar la neblina. Conforme perseveramos en el intento, nace
una nueva seguridad, y el alivio que sentimos al enfrentarnos por fin con
nosotros mismos es indescriptible. Estos son los primeros frutos del Cuatro
Paso.
Al
llegar a este punto, es probable que el principiante haya sacado las siguiente
conclusiones: que sus defectos de carácter, que representan sus instintos
descarriados, han sido la causa primordial de su forma de beber y de su fracaso
en la vida; que, a no ser que esté dispuesto a trabajar diligentemente para
eliminar sus peores defectos, tanto la sobriedad como la tranquilidad de mente
quedarán fuera de su alcance; que tendrá que derribar los cimientos defectuosos
de su vida y volver a construirlos sobre roca firma. Ahora, dispuesto a empezar
la búsqueda de sus propios defectos, se preguntará a sí mismo, "¿Cómo debo
proceder exactamente? ¿Cómo hago un inventario personal?".
Puesto
que el Cuarto Paso no es sino el mero comienzo de una práctica que nos habrá de
durar toda la vida, podemos sugerirle que lo empiece examinando aquellos
defectos que más le molestan y que más le saltan a la vista. Valiéndose de su
mejor criterio respecto a lo que ha habido de bueno y de malo en su vida, puede
hacer una especie de resumen general de su conducta en lo concerniente a sus
instintos primordiales de sexo, de seguridad y de relaciones sociales. Al
repasar su vida anterior, puede comenzar fácilmente el proceso con una
consideración de algunas preguntas como las siguientes:
¿Cuándo,
cómo, y en cuáles circunstancias he hecho daño a otras personas y a mí mismo
insistiendo en satisfacer mi deseo egoísta de relaciones sexuales? ¿Quiénes se
vieron lastimados, y cuál fue el daño que les hice? ¿Llegué a arruinar mi
matrimonio y a herir a mis hijos? ¿Puse en peligro mi reputación en la
comunidad? ¿Precisamente cómo reaccioné ante estas situaciones en el momento
que ocurrieron? ¿Me sentía consumido de un sentimiento de culpabilidad que nada
podría aliviar? O, ¿insistí que era yo la presa y no el depredador, intentando
así absolverme? ¿Cómo he reaccionado ante la frustración en cuestiones
sexuales? Al verme rechazado, ¿me he vuelto vengativo o deprimido? ¿Me he
desquitado con terceras personas? Si he encontrado un rechazo o frialdad en
casa, ¿lo he aprovechado como un pretexto para tener aventuras amorosas?
Para la
mayoría de los alcohólicos también son muy importantes las preguntas que tienen
que hacerse acerca de su comportamiento respecto a la seguridad económica y
emocional. En estos aspectos de la vida, el temor, la avaricia, los celos y el
orgullo suelen tener el peor efecto. Al repasar su historial profesional o
laboral, casi cualquier alcohólico puede hacerse preguntas como éstas: Además
de mi problema con la bebida, ¿qué defectos de carácter contribuyeron a mi
inestabilidad económica? ¿Destruyeron la confianza que tenía en mismo y me
llenaron de conflictos el temor y la inseguridad que sentía acerca de mi
aptitud para hacer mis trabajos? ¿Intenté ocultar estos sentimientos de
insuficiencia con fanfarronadas, engaños, mentiras o escurriendo el bulto? O,
¿me quejaba de que otras personas no reconocían mis talentos extraordinarios?
¿Me sobrestimaba a mí mismo y hacía el papel de personaje importante? ¿Traicionaba
a mis colegas y compañeros de trabajo a causa de mi ambición tan desmedida y mi
falta de principios? ¿Derrochaba el dinero para aparentar? ¿Pedía dinero
prestado imprudentemente, sin importante si lo podía devolver o no? ¿Era
tacaño, negándome a mantener a mi familia debidamente? ¿Escatimaba gastos en
mis tratos comerciales de forma poco honrada? ¿Y los intentos para ganar dinero
fácil y rápidamente, en el mercado de valores y las carreras de caballos?.
Naturalmente,
muchas de estas preguntas se aplican igualmente a las mujeres de negocios en
A.A. Pero el ama de casa alcohólica también puede causar la
inseguridad económica de la familia. Puede falsear las cuentas de crédito,
manipular el presupuesto para comida, pasar las tardes jugándose el dinero, y
cargar de deudas a su marido con su irresponsabilidad, derroche y despilfarro.
Pero
todos los alcohólicos que han perdido sus trabajos, sus familias y sus amigos a
causa de la bebida tendrán que examinarse despiadadamente a sí mismos para
determinar cómo sus propios defectos de personalidad han demolido su seguridad.
Los
síntomas más comunes de la inseguridad emocional son la ansiedad, la ira, la
autoconmiseración y la depresión. Estas se origina en causas que a veces
parecen estar dentro de nosotros y otras veces parecen ser externas. Para hacer
un inventario al respecto, debemos considerar cuidadosamente las relaciones
personales que constante o periódicamente nos han ocasionado problemas. Se debe
tener en cuenta que este tipo de inseguridad se suele presentar en cualquier
ocasión en que los instintos se ven amenazados. Las preguntas encaminadas a
aclarar este asunto pueden ser así: Fijándome tanto en el pasado como en el
presente, ¿cuáles situaciones sexuales me han producido sensaciones de inquietud,
amargura, frustración o depresión? Considerando imparcialmente cada situación,
¿puedo ver dónde yo he tenido la culpa? ¿Me asediaban estas perplejidades
debido a mi egoísmo y mis exigencias exageradas? O, si mi trastorno parecía ser
provocado por el compartimiento de otras personas, ¿por qué carezco de la
capacidad para aceptar las circunstancias que no puedo cambiar? Estas son las
preguntas básicas que pueden revelar el origen de mi desasosiego e indicar si
tengo la posibilidad de cambiar mi propia conducta para así adaptarme
serenamente a la autodisciplina.
Supongamos
que la inseguridad económica suscita constantemente estos mismos sentimientos.
Puedo preguntarme a mí mismo hasta qué punto mis propios errores han
nutrido las inquietudes que me van carcomiendo. Y si las acciones de otra gente
forman parte de la causa, ¿qué puedo hacer al respecto? Y si no puedo cambiar
las circunstancias actuales, ¿estoy dispuesto a tomar las medidas necesarias
para adaptar mi vida a estas circunstancias? Estas preguntas, y otras muchas
que se nos ocurrirán según el caso particular, contribuirán a descubrir las
causas fundamentales.
Pero
nuestras relaciones retorcidas con nuestra familia, nuestros amigos y la
sociedad en general son las que nos han causado el mayor sufrimiento a muchos
de nosotros. Hemos sido fundamental que nos hemos negado a reconocer es nuestra
incapacidad para sostener una relación equilibrada con otro ser humano. Nuestra
egomanía nos crea dos escollos desastrosos. O bien insistimos en dominar a la
gente que conocemos, o dependemos excesivamente de ellos. Si nos apoyamos
demasiado en otras personas, tarde o temprano nos fallarán, porque también son
seres humanos y les resulta imposible satisfacer nuestras continuas exigencias.
Así alimentada, nuestra inseguridad va haciéndose cada vez más acusada. Si
acostumbramos intentar manipular a otros para que se adapten a nuestros deseos
obstinados, ellos se rebelan y se nos resisten con todas sus fuerzas. Entonces
nos sentimos heridos, nos vemos afligidos de una especie de manía persecutoria
y del deseo de vengarnos. Al redoblar nuestros esfuerzos para dominar, y seguir
fracasando en este intento, nuestro sufrimiento llega a ser agudo y constante.
Nunca hemos intentado ser un miembro de la familia, un amigo entre amigos, un
trabajador entre otros trabajadores, y un miembro útil de la sociedad. Siempre
hemos luchado por destacarnos del montón o por escondernos.
Este
comportamiento egoísta nos impedía tener una relación equilibrada con cualquier
persona a nuestro alrededor. No teníamos la menor comprensión de lo que es la
auténtica hermandad.
Algunos
pondrán reparos a muchas de las preguntas formuladas, porque creen que sus
propios defectos de carácter no eran de tanta envergadura. A estas personas se
les puede sugerir que un examen concienzudo probablemente sacará a relucir esos
mismos defectos a los que se referían las preguntas molestas. Ya que vista
superficialmente nuestra historia no parece ser tan mala, a menudo nos
asombramos al descubrir que así parece porque hemos enterrado estos defectos de
carácter bajo gruesas capas de autojustificación. Sean cuales sean , estos
defectos emboscados nos han tenido la trampa que acabó por llevarnos al
alcoholismo y la infelicidad.
Por lo
tanto, al hacer nuestro inventario la palabra clave es minuciosidad. Para tal
fin, es aconsejable poner por escrito nuestras preguntas y respuestas. Nos
ayudará a pesar con claridad y a evaluar nuestra conducta con sinceridad. Será
la primera muestra palpable de que estamos completamente dispuestos a seguir
adelante.
QUINTO PASO
"Admitimos ante Dios, ante nosotros mismos, y
ante otro ser humano, la naturaleza exacta de
nuestros defectos".
Todos los Doce Pasos de
A.A. nos piden que vayamos en contra de nuestros deseos naturales . . . todos
ellos desinflan nuestros ego. En cuanto al desinflamiento del ego, hay pocos
Pasos que nos resulten más difíciles que el Quinto. Pero tal vez no hay otro
Paso más necesario para lograr una sobriedad duradera y la tranquilidad de espíritu.
La
experiencia de A.A. nos ha enseñado que no podemos vivir a solas con nuestros
problemas apremiantes y los defectos de carácter que los causan o los agravan.
Si hemos examinado nuestras carreras a la luz del Cuarto Paso, y hemos visto
iluminadas y destacadas aquellas experiencias que preferiríamos no recordar, si
hemos llegado a darnos cuenta de cómo las ideas y acciones equivocadas nos han
lastimado a nosotros y a otras personas, entonces, la necesidad de dejar de
vivir a solas con los fantasmas atormentadores del pasado cobra cada vez más
urgencia. Tenemos que hablar de ellos con alguien.
No
obstante, es tal la intensidad de nuestro miedo y nuestra desgana a hacerlo que
al principio muchos alcohólicos intentan saltar el Quinto Paso. Buscamos una
alternativa más cómoda - que suele ser el admitir, de forma general y poco
molesta, que cuando bebíamos a veces éramos malos actores. Entonces, para
remacharlo, añadíamos unas descripciones dramáticas de algunos aspectos de
nuestra conducta alcohólica que, de todas formas, nuestros amigos probablemente
ya conocían.
Pero
acerca de las cosas que realmente nos molestan y nos enojan, no decimos nada.
Ciertos recuerdos angustiosos o humillantes, nos decimos, no se deben compartir
con nadie. Los debemos guardar en secreto. Nadie jamás debe conocerlos.
Esperamos llevárnoslos a la tumba.
Sin
embargo, si la experiencia de A.A. nos sirve para algo, esta decisión so sólo
es poco sensata, sino también muy peligrosa. Pocas actitudes confusas nos han
causado más problemas que la de tener reservas en cuanto al Quinto Paso.
Algunas personas ni siquiera pueden mantenerse sobrias por poco tiempo; otras
tendrán recaídas periódicamente hasta que logren poner sus casas en orden.
Incluso los veteranos de A.A. que llevan muchos años sobrios, a menudo pagan un
precio muy alto por haber escatimado esfuerzos en este Paso. Contarán cómo
intentaban cargar solos con este peso; cuánto sufrieron de irritabilidad, de
angustia, de remordimientos y de depresión; y cómo, al buscar inconscientemente
alivio, a veces incluso acusaban a sus mejores amigos de los mismos defectos de
carácter que ellos mismos intentaban ocultar. Siempre descubrían que nunca se
encuentra el alivio al confesar los pecados de otra gente. Cada cual tiene que confesar
los suyos.
Esta
costumbre de reconocer los defectos de uno mismo ante otra persona es, por
supuesto, muy antigua. Su valor ha sido confirmado en cada siglo, y es
característico de las personas que centran sus vidas en lo espiritual y que son
verdaderamente religiosas. Pero hoy día no sólo la religión aboga a favor de
este principio salvador. Los siquiatras y los sicólogos recalcan la profunda y
práctica necesidad que tiene todo ser humano de conocerse a sí mismo y
reconocer sus defectos de personalidad, y poder hablar de ellos con una persona
comprensiva y de confianza. En cuanto a los alcohólicos A.A. iría aun más
lejos. La mayoría de nosotros diríamos que, sin admitir sin miedo nuestros
defectos ante otro ser humano, no podríamos mantenernos sobrios. Parece bien
claro que la gracia de Dios no entrará en nuestras vidas para expulsar nuestras
obsesiones destructoras hasta que no estemos dispuestos a intentarlo.
¿Qué
podemos esperar recibir del Quinto Paso?
Entre otras cosas, nos libraremos de esa terrible sensación de aislamiento que siempre hemos tenido. Casi sin excepción, los alcohólicos están torturados por la soledad. Incluso antes de que nuestra forma de beber se agravara hasta tal punto que los demás se alejaran de nosotros, casi todos nosotros sufríamos de la sensación de no encajar en ninguna parte. O bien éramos tímidos y no nos atrevíamos acercarnos a otros, o éramos propensos a ser muy extrovertidos, ansiando atenciones y camaradería, sin conseguirlas nunca - o al menos según nuestro parecer. Siempre había esa misteriosa barrara que no podíamos superar ni entender. Era como si fuéramos actores en escena que de pronto se dan cuenta de no poder recordar ni una línea de sus papeles. Esta es una de las razones por las que nos gustaba tanto el alcohol. Nos permitía improvisar. Pero incluso Baco se volvió en contra nuestra; acabamos derrotados y nos quedamos en aterradora soledad.
Entre otras cosas, nos libraremos de esa terrible sensación de aislamiento que siempre hemos tenido. Casi sin excepción, los alcohólicos están torturados por la soledad. Incluso antes de que nuestra forma de beber se agravara hasta tal punto que los demás se alejaran de nosotros, casi todos nosotros sufríamos de la sensación de no encajar en ninguna parte. O bien éramos tímidos y no nos atrevíamos acercarnos a otros, o éramos propensos a ser muy extrovertidos, ansiando atenciones y camaradería, sin conseguirlas nunca - o al menos según nuestro parecer. Siempre había esa misteriosa barrara que no podíamos superar ni entender. Era como si fuéramos actores en escena que de pronto se dan cuenta de no poder recordar ni una línea de sus papeles. Esta es una de las razones por las que nos gustaba tanto el alcohol. Nos permitía improvisar. Pero incluso Baco se volvió en contra nuestra; acabamos derrotados y nos quedamos en aterradora soledad.
Cuando
llegamos a A.A. y por primera vez en nuestras vidas nos encontramos entre
personas que parecían comprendernos, la sensación de pertenecer fue
tremendamente emocionante. Creíamos que el problema del aislamiento había sido
resuelto. Pero pronto descubrimos que, aunque ya no estábamos aislados en el
sentido social, todavía seguíamos sufriendo las viejas punzadas del angustioso
aislamiento. Hasta que no hablamos con perfecta franqueza de nuestros
conflictos y no escuchamos a otro hacer la misma cosa, seguíamos con la
sensación de no pertenecer. En el Quinto Paso se encontraba la solución. Fue el
principio de una
auténtica relación con Dios y con nuestros prójimos.
Por
medio de este Paso vital, empezamos a sentir que podríamos ser perdonados, sin
importar cuáles hubieran sido nuestros pensamientos o nuestros actos. Muchas
veces, mientras practicábamos este Paso con la ayuda de nuestros padrinos o
consejeros espirituales, por primera vez nos sentimos capaces de perdonar a
otros, fuera cual fuera el daño que creíamos que nos habían causado. Nuestro
inventario moral nos dejó convencidos de que lo deseable era el perdón general,
pero hasta que no emprendimos resueltamente el Quinto Paso, no llegamos a saber
en nuestro fuero interno que podríamos recibir el perdón y también concederlo.
Otro
gran beneficio que podemos esperar del hecho de confiar nuestros defectos a
otra persona es la humildad - una palabra que suele interpretarse mal. Para los
que hemos hecho progresos en A.A., equivale a un reconocimiento claro de lo que
somos y quiénes somos realmente, seguido de un esfuerzo sincero de llegar a ser
lo que podemos ser. Por lo tanto, lo primero que debemos hacer para
encaminarnos hacia la humildad es reconocer nuestros defectos. No podemos
corregir ningún defecto si no lo vemos claramente. Pero vamos a tener que hacer
algo más que ver. El examen objetivo de nosotros mismos que logramos hacer en
el Cuarto Paso sólo era, después de todo, un examen. Por ejemplo, todos
nosotros vimos que nos faltaba honradez y tolerancia, que a veces nos veíamos
asediados por ataque s de autoconmiseración y por delirios de grandeza. No
obstante, aunque ésta era una experiencia humillante, no significaba
forzosamente que hubiéramos logrado una medida de auténtica humildad. A pesar
de haberlos reconocido, todavía teníamos estos defectos. Había que hacer algo
al respecto. Y pronto nos dimos cuenta de que ni nuestros deseos ni nuestra
voluntad servían, por sí solos, para superarlos.
El ser
más realistas y, por lo tanto, más sinceros con respecto a nosotros mismos son
los grandes beneficios de los que gozamos bajo la influencia del Quinto Paso.
Al hacer nuestro inventario, empezamos a ver cuántos problemas nos había
causado el autoengaño. Esto nos provocó una reflexión desconcertante. Si
durante toda nuestra vida nos habíamos estado engañando a nosotros mismos,
¿cómo podíamos estar seguros ahora de no seguir haciéndolo? ¿Cómo podíamos
estar seguros de haber hecho un verdadero catálogo de nuestros defectos y de
haberlos reconocido sinceramente, incluso ante nosotros mismos? Puesto que
seguíamos presas del miedo, de la autoconmiseración de los sentimientos
heridos, lo más probable era que no podríamos llegar a una justa apreciación de
nuestro estado real. Un exceso de sentimientos de culpabilidad y de
remordimientos podría conducirnos a dramatizar y exagerar nuestras
deficiencias. O la ira y el orgullo herido podrían ser la cortina de humo tras
la que ocultábamos algunos de nuestros defectos, mientras que culpábamos a
otros por ellos. También era posible que todavía estuviéramos incapacitados por
muchas debilidades, grandes y pequeñas, que ni siquiera sabíamos que
tuviéramos.
Por lo
tanto, nos parecía muy obvio que hacer un examen solitario de nosotros mismos,
y reconocer nuestros defectos, basándonos únicamente en esto, no iba a ser
suficiente. Tendríamos que contar con ayuda ajena para estar seguros de conocer
y admitir la verdad acerca de nosotros mismos - la ayuda de Dios y de otro ser
humano. Sólo al darnos a conocer totalmente y sin reservas, sólo al estar
dispuestos a escuchar consejos y aceptar orientación, podríamos poner pie en el
camino del recto pensamiento, de la rigurosa honradez, y de la auténtica
humildad.
No
obstante, muchos de nosotros seguíamos vacilando. Nos dijimos: "¿Por qué
no nos puede indicar 'Dios como lo concebimos' dónde nos desviamos?" Si el
Creador fue quien nos dio la vida, El sabrá con todo detalle en dónde nos hemos
equivocado. ¿Por qué no admitir nuestros defectos directamente ante El? ¿Qué
necesidad tenemos de mezclar a otra persona en este asunto?.
En esta
etapa, encontramos dos obstáculos en nuestro intento de tratar con Dios como es
debido. Aunque al principio puede que nos quedemos asombrados al darnos cuenta
de que Dios lo sabia todo respecto a nosotros, es probable que nos
acostumbremos rápidamente a la idea. Por alguna razón, el estar a solas con Dios
no parece ser tan embarazoso como sincerarnos ante otro ser humano. Hasta que
no nos sentemos a hablar francamente de lo que por tanto tiempo hemos ocultado,
nuestra disposición para poner nuestra casa en orden seguirá siendo un asunto
teórico. El ser sinceros con otra persona nos confirma que hemos sido sinceros
con nosotros mismos y con Dios.
El
segundo obstáculos es el siguiente: es posible que lo que oigamos decir a Dios
cuando estamos solos esté desvirtuado por nuestras propias racionalizaciones y
fantasías. La ventaja de hablar con otra persona es que podemos escuchar sus
comentarios y consejos inmediatos respecto a nuestra situación, y no cabrá la
menor duda de cuáles son estos consejos: En cuestiones espirituales, es
peligroso hacer las cosas solas. Cuántas veces hemos oído a gente bien
intencionada decir que habían recibido la orientación de Dios, cuando en
realidad era muy obvio que estaban totalmente equivocados. Por falta de
práctica y de humildad, se habían engañado a ellos mismos, y podían justificar
las tonterías más disparatadas, manteniendo que esto era lo que Dios les había
dicho. Vale la pena destacar que la gente que ha logrado un gran desarrollo
espiritual casi siempre insisten en confirmar con amigos y consejeros
espirituales la orientación que creen haber recibido de Dios. Claro está,
entonces, que un principiante no debe exponerse al riesgo de cometer errores
tontos y, tal vez, trágicos en este sentido. Aunque los comentarios y consejos
de otras personas no tienen por qué ser infalibles, es probable que sean muchos
más específicos que cualquier orientación directa que podamos recibir mientras
tengamos tan poca experiencia en establecer contacto con un Poder superior a
nosotros mismos.
Nuestro
siguiente problema será descubrir a la persona en quien vayamos a confiar. Esto
lo debemos hacer con sumo cuidado, teniendo presente que la prudencia es una
virtud muy preciada. Tal vez tendremos que comunicar a esta persona algunos
hechos de nuestra vida que nadie más debe saber. Será conveniente que hablemos
con una persona experimentada, que no solo se ha mantenido sobria, sino que
también ha podido superar graves dificultades. Dificultades, tal vez, parecidas
a las nuestras. Puede suceder que esta persona será nuestro padrino, pero no es
necesario que sea así. Si has llegado a tener gran confianza en él, y su
temperamento y sus problemas se parecen a los tuyos, entonces será una buena
elección. Además, tu padrino ya tiene la ventaja de conocer algo de tu
historia.
Sin
embargo, puede ser que tu relación con él es de una naturaleza tal que solo
quieras revelarle una parte de tu historia. Si este es el caso, no vaciles en
hacerlo, porque debes hacer un comienzo tan pronto como puedas. No obstante,
puede resultar que elijas a otra persona a quien confiar las revelaciones más
profundas y más difíciles. Puede ser que este individuo sea totalmente ajeno a
A.A. - por ejemplo, tu confesor o tu pastor o tu médico. Para algunos de
nosotros, una persona totalmente desconocida puede que sea lo mejor.
Lo
realmente decisivo es tu buena disposición para confiar en otra persona y la
total confianza que deposites en aquel con quien compartes tu primer inventario
sincero y minucioso. Incluso después de haber encontrado a esa persona, muchas
veces se requiere una gran resolución para acercarse a él o ella. Que nadie
diga que el programa de A.A. no exige ninguna fuerza de voluntad; esta
situación puede que requiera toda la que tengas. Afortunadamente, es muy
probable que te encuentres con una sorpresa muy agradable. Cuando le hayas
explicado cuidadosamente tu intención y el depositario de tu confianza vea lo
verdaderamente útil que puede ser, les resultará fácil empezar la conversión, y
pronto será muy animada. Es probable que la persona que te escucha no tarde
mucho en contarte un par de historias acerca de él mismo, lo cual te hará
sentirte aun más cómodo. Con tal que no ocultes nada, cada minuto que pase te
irás sintiendo más aliviado. Las emociones que has tenido reprimidas durante
tantos años salen a la luz y, una vez iluminadas, milagrosamente se desvanecen.
Según van desapareciendo los dolores, los reemplaza una tranquilidad sanadora.
Y cuando la humildad y la serenidad se combinan de esta manera, es probable que
ocurra algo de gran significación. Muchos A.A., que una vez fueron agnósticos o
ateos, nos dicen que en esta etapa del Quinto Paso sintieron por primera vez la
presencia de Dios. E incluso aquellos que ya habían tenido fe, muchas veces
logran tener un contacto consciente con Dios más profundo que nunca.
Esta
sensación de unidad con Dios y con el hombre, este salir del aislamiento al
compartir abierta y sinceramente la terrible carga de nuestro sentimiento de
culpabilidad, nos lleva a un punto de reposo donde podemos prepararnos para dar
los siguientes Pasos hacia una sobriedad completa y llena de significado.
SEXTO PASO
"Estuvimos enteramente dispuestos a dejar que
Dios nos liberase de nuestros defectos"
Este es el Paso que
separa los hombres de los niños". Así se expresa un clérigo muy querido
nuestro que es uno de los mejores amigos de A.A. A continuación
explica que cualquier persona que tenga suficiente buena voluntad y sinceridad
para aplicar repetidamente el Sexto Paso a todos sus defectos de carácter - sin
reserva alguna - ha llegado a alcanzar un gran desarrollo espiritual y, por lo
tanto, merece que se le describa como un hombre que sinceramente intenta crecer
a la imagen y semejanza de su Creador.
Naturalmente,
la muy discutida pregunta de si Dios puede liberarnos de los defectos de
carácter - y si, bajo ciertas condiciones, lo hará - tendrá una respuesta
inmediata y rotundamente afirmativa por parte de casi todo miembro de A.A. Para
nosotros, ésta no es una propuesta teórica; es la mayor realidad de nuestras
vidas. Casi cualquier miembro ofrecerá como prueba una exposición como ésta:
"Sin
duda, yo estaba vencido, totalmente derrotado. Mi fuerza de voluntad no me
servía para nada frente al alcohol. Los cambios de ambiente, los mejores
esfuerzos de mi familia, mis amigos, médicos, sacerdotes no tenían el menor
efecto en mi alcoholismo. Simplemente, no podía dejar de beber, y no parecía
que ningún ser humano pudiera conseguir que lo hiciera. Pero cuando llegué a
estar dispuesto a poner mi casa en orden y luego pedí a un Poder Superior, Dios
como yo Lo concebía, que me liberase de mi obsesión por beber, esa obsesión
desapareció".
En
reuniones de A.A. celebradas en todas partes del mundo, cada día se oyen contar
experiencias como la anterior. Todo el mundo puede ver claramente que cada
miembro sobrio de A.A. ha sido liberado de una obsesión obstinada y
potencialmente mortal. Así que, en un sentido literal, todos los A.A. han
"llegado a estar enteramente dispuestos" a dejar que Dios los
liberase de la manía de beber alcohol. Y Dios ha hecho precisamente
esto.
Habiendo
tenido una completa liberación del alcoholismo, ¿por qué no podríamos lograr,
por los mismos medios, la liberación absoluta de cualquier otra dificultad o
defecto? Este es el enigma de nuestra existencia, cuya completa solución puede
que exista solo en la mente de Dios. No obstante, por lo menos podemos ver una
parte de la solución.
Cuando
un hombre o una mujer consumen tanto alcohol que destruyen su vida, hacen algo
que va completamente "contra natura". Al desafiar su deseo instintivo
de conservación, parecen estar empeñados en destruirse a sí mismos. Actúan en
contra de su instinto más profundo. Conforme se ven humillados por los
terribles latigazos que les da el alcohol, la gracia de Dios puede entrar en
sus vidas y expulsar su obsesión. En esto su poderoso instinto de sobrevivir
puede cooperar plenamente con el deseo de su Creador de darle una nueva vida.
Porque tanto la naturaleza como Dios aborrecen el suicidio.
Pero la
mayoría de nuestras demás dificultades no se pueden clasificar en esta
categoría. Por ejemplo, cada persona normal quiere comer, reproducirse y llegar
a ser alguien en la sociedad. Y desea gozar de un nivel razonable de seguridad
mientras intenta alcanzar estas cosas. De hecho Dios le ha creado así. No creó
al hombre para que se destruyera a sí mismo con el alcohol, sino que le dotó de
instintos para ayudarle a mantenerse vivo.
No
existe la menor evidencia, al menos en esta vida, de que nuestro Creador espere
que eliminemos totalmente nuestros instintos naturales. Que sepamos nosotros,
no hay ningún testimonio de que Dios haya quitado a cualquier ser humano todos
sus instintos naturales.
Puesto
que la mayoría de nosotros nacemos con una abundancia de deseos naturales, no
es de extrañar que a menudo les dejemos que se conviertan en exigencias que
sobrepasan sus propósitos originales. Cuando nos impulsan ciegamente, o cuando
exigimos voluntariosamente que nos den más satisfacciones o placeres de los que
nos corresponden, este es el punto en el que nos desviamos del grado de
perfección que Dios desea que alcancemos en esta tierra. Esta es la medida de
nuestros defectos de carácter o, si prefieres, de nuestros pecados.
Si se
lo pedimos, Dios ciertamente nos perdonará nuestras negligencias. Pero nunca
nos va a volver blancos como la nieve y mantenernos así sin nuestra
cooperación. Nosotros mismos debemos estar dispuestos a hacer lo necesario para
alcanzar esto. Dios solamente nos pide que nos esforcemos lo más que podamos
para hacer progresos en la formación de nuestro carácter.
Por lo
tanto, el Sexto Paso - "Estuvimos enteramente dispuestos a dejar que Dios
nos liberase de nuestros defectos" - es la forma en que A.A. expone la
mejor actitud posible que se puede tomar para dar un comienzo en este trabajo
de toda la vida. No significa que esperemos ver desaparecer todos nuestros
defectos de carácter como desapareció nuestra obsesión por beber. Puede que
algunos desaparezcan, pero en cuanto a la mayoría de ellos, tendremos que contentarnos
con una mayoría gradual. Las palabras claves "enteramente dispuestos"
subrayan el hecho de que queremos aspirar lo mejor que conozcamos o que podemos
llegar a conocer.
¿Cuántos
de nosotros tenemos este grado de disponibilidad? En un sentido absoluto, casi
nadie lo tiene. Lo mejor que podemos hacer, con toda la sinceridad que seamos
capaces, es tratar de alcanzarlo. Aun entonces, los miembros más entrenados y
dedicados descubriremos, para nuestra consternación, que hay un punto en el que
nos estancamos, un punto en el que decimos, "No, todavía no puedo
renunciar a esto" Y a menudo vamos a pisar en terreno mucho más peligroso,
cuando gritemos: "¡Nunca voy a renunciar a esto!" Tal es la capacidad
para sobrepasarse que tienen nuestros instintos. Por mucho que hayamos
progresado, siempre encontraremos deseos que se opongan a la gracia de Dios.
Puede
que algunos que creen haber hecho buenos progresos quieran discutir este punto,
así que vamos a pensarlo un poco más detenidamente. Casi toda persona desea
librarse de sus defectos más notorios y destructivos. Nadie quiere ser tan
orgulloso como para que los demás le ridiculicen por ser un fanfarrón, ni tan
avaricioso que se le acusa de ladrón. Nadie quiere que su ira le impulse a
matar, ni que su lujuria le incite a violar, ni que su gula le lleva a arruinar
su salud. Nadie quiere verse atormentado por el sufrimiento crónico de la
envidiosa, ni paralizado por la pereza. Naturalmente, la mayoría de los seres
humanos no sufren de estos defectos en un grado tan extremo.
Es
probable que nosotros los que hemos escapado de estos extremos tendamos a
felicitarnos. Pero, ¿debemos hacerlo? A fin y al cabo, ¿no ha sido el amor
propio, puro y simple, el que nos ha hecho posible escapar? No se requiere
mucho esfuerzo espiritual para evitar los excesos que siempre traen consigo un
castigo inevitable. Pero cuando nos enfrentamos con los aspectos menos
violentos de estos mismos defectos, entonces, ¿cuál es nuestra reacción?.
Lo que
tenemos que reconocer ahora es que algunos de nuestros defectos nos deleitan
inmensamente. Realmente nos encantan. Por ejemplo ¿a quién no le gusta sentirse
un poco superior a su prójimo, o incluso muy superior? ¿No es cierto que nos
gusta disfrazar de ambición nuestra avaricia? Parece imposible pensar que a
alguien le guste la lujuria. Pero, ¿cuántos hombres y mujeres hablan de amor
con la boca, y creen en lo que dicen, para poder ocultar la lujuria en un
rincón oscuro de su mente? E incluso dentro de los limites convencionales,
muchas personas tienen que confesar que sus imaginarias excursiones sexuales
suelen ir disfrazadas de sueños románticos.
La ira
farisaica también puede ser muy agradable. De una manera perversa, incluso nos
puede satisfacer el hecho de que mucha gente nos fastidia, porque nos produce
una sensación reconfortante de superioridad. El chismorreo, emponzoñado con
nuestra ira, una especie de asesinato cortés por calumnia, también tiene sus
satisfacciones para nosotros. En este caso, no intentamos ayudar a los que criticamos;
pretendemos proclamar nuestra propia rectitud.
Cuando
la gula no llega al grado de arruinar nuestra salud, solemos darle un nombre
más benigno; decimos que "disfrutamos de nuestro bienestar". Vivimos
en un mundo carcomido por la envidia. En menor o mayor grado, les infecta a
todos. De este defecto, debemos de sacar una clara, aunque deformada,
satisfacción. Si no, ¿por qué íbamos a malgastar tanto tiempo en desear lo que
no tenemos en lugar de trabajar por conseguirlo, o en buscar atributos que nunca
tendremos y sentirnos airados al no encontrar, en lugar de ajustarnos a la
realidad y aceptarla? Y cuántas veces no trabajamos con gran ahínco sin otro
motivo más noble que el de rodearnos de seguridad y abandonarnos en la pereza
más tarde - solo que a esto lo llamamos "buena jubilación".
Consideremos además nuestro talento para dejarlo todo para mañana, lo que no es
sino una variedad de la pereza. Casi cualquier persona podría hacer una larga
lista de defectos como éstos, y muy pocos de nosotros pensarían seriamente en
abandonarlos, al menos hasta que nos causaran excesivo sufrimiento.
Claro
que algunos pude que están convencidos de estar verdaderamente dispuestos a que
se les eliminen todos estos defectos. Pero incluso estas personas, si hacen una
lista de defectos aun menos graves, se verán obligadas a admitir que prefieren
quedarse con algunos de ellos. Por lo tanto, parece claro que pocos de nosotros
podemos, rápida y fácilmente, llegar a estar dispuestos a aspirar la perfección
espiritual y moral; solemos contentarnos con la perfección suficiente para
permitirnos salir del paso, según, naturalmente, nuestras diversas ideas
personales de lo que significa salir de paso. Así que la diferencia entre los
niños y los hombres es la diferencia entre aquel que se esfuerza por alcanzar
un objetivo marcado por él mismo y aquel que aspira alcanzar el objetivo
perfecto que es el de Dios.
Muchos
preguntarán enseguida, "¿Cómo podemos aceptar todas las implicaciones del
Sexto Paso? Pues - ¡esto es la perfección! Esta parece ser una pregunta difícil
de contestar, pero en la práctica no lo es. Solamente el Primer Paso, en el que
admitimos sin reserva alguna que éramos impotentes ante el alcohol, se puede
practicar con perfección absoluta. Los once Pasos restantes exponen ideales
perfectos. Son metas que aspiramos alcanzar, y patrones con los que medimos
nuestro progreso. Visto así, el Sexto Paso sigue siendo difícil, pero no
imposible. La única cosa urgente es que comencemos y sigamos intentándolo.
Si
esperamos poder valernos de esta Paso para solucionar problemas distintos del
alcohol, tendremos que hacer un nuevo intento para ampliar nuestra mente.
Tendremos que levantar nuestra mirada hacia la perfección y estar dispuestos a
encaminarnos en esa dirección. Poco importará lo vacilantes que caminemos. La
única pregunta que tendremos que hacernos es, "¿Estamos dispuestos?".
Al
repasar de nuevo aquellos defectos que aun no estamos dispuestos a abandonar,
debemos derrumbar las barreras rígidas que nos hemos impuesto. Tal vez todavía
nos veremos obligados a decir en algunos casos, "Aún no puedo abandonar
esto . . .," pero nunca debemos decirnos, "¡Jamás abandonaré
esto!".
Deshagámonos
ahora de una posible trampa peligrosa que hemos dejado en el camino. Se sugiere
que debemos llegar a estar dispuestos a aspirar alcanzar la perfección. No
obstante, se nos indica que alguna demora se nos puede perdonar. En la mente de
un alcohólico, experto en la invención de excusas, la palabra
"demora" puede adquirir un significado de futuro lejano. Puede decir,
"¡Qué fácil! Claro que me voy a encaminar hacia la perfección, pero no veo
por qué he de apresurarme. Tal vez puedo posponer indefinidamente el
enfrentarme a algunos de mis problemas". Por supuesto, esto no servirá.
Esta manera de engañarse a uno mismo tendrá que seguir el mismo camino que
otras muchas justificaciones agradables. Como mínimo, tendremos que
enfrentarnos a algunos de nuestros peores defectos de carácter, y ponernos a
trabajar para eliminarlos tan pronto como podamos.
Al
decir "¡Nunca, jamás!" cerramos nuestra mente a la gracia de Dios. La
demora es peligrosa y la rebeldía puede significar la muerte. Este es el punto
en el que abandonamos los objetivos limitados, y nos acercamos a la voluntad de
Dios para con nosotros.
SÉPTIMO PASO
"Humildemente le pedimos que nos liberase de
nuestros defectos".
Ya que este Paso se
centra tanto en la humildad, debemos hacer una pausa para considerar lo que es
la humildad y lo que su práctica puede significar para nosotros.
En
verdad, el trata de adquirir cada vez más humildad es el principio fundamental
de cada uno de los Doce Pasos de A.A. Porque sin tener un cierto
grado de humildad, ningún alcohólico se puede mantener sobrio. Además, casi todos
los A.A. han descubierto que, a menos que cultiven esta preciada cualidad en un
grado mucho mayor de lo que se requiere solo para mantener la sobriedad,
tendrán escasas posibilidades de conocer la verdadera felicidad. Sin ella, no
pueden llevar una vida de mucha utilidad, ni, en la adversidad, pueden contar
con la fe suficiente para responder a cualquier emergencia.
La
humildad, como palabra y como ideal, no lo ha pasado muy bien en nuestro mundo.
No solamente se entiende mal la idea, sino que también la palabra suscita a
menudo una gran aversión. Muchas personas ni siquiera tienen la menor
comprensión de la humildad como manera de vivir. Mucho de lo que oímos decir a
la gente en nuestra vida diaria, y una buena parte de lo que leemos, destaca el
orgullo que siente el ser humano por sus propios logros.
Con
gran inteligencia, los científicos han venido forzando a la naturaleza a que
revele sus secretos. Los inmensos recursos de los que ahora disponemos nos
prometen una cantidad de bendiciones materiales tan grande que muchos han
llegado a creer que nos encontramos en el umbral de una edad de oro, forjada
por la mano del hombre. La pobreza desaparecerá, y habrá tal abundancia que
todos disfrutaremos de toda la seguridad y todas las satisfacciones personales
que deseemos. La teoría parece sostener que, una vez que queden satisfechos los
instintos primordiales de todos los seres humanos, habrá muy poco motivo para
pelearnos. El mundo entonces se volverá feliz y se verá libre para concentrarse
en la cultura y el carácter. Solo con su propia inteligencia y esfuerzos, la
humanidad habrá forjado su destino.
Sin
duda, ningún alcohólico y, desde luego ningún miembro de A.A. quiere
menospreciar los logros materiales. Ni discutimos con los muchos que todavía se
aferran tan apasionadamente a la creencia de que la satisfacción de nuestros
deseos naturales básicos es el objeto primordial de la vida. Pero estamos
seguros de que ninguna clase de gente de este mundo ha fracasado tan
rotundamente al tratar de vivir conforme a esta fórmula como los alcohólicos.
Hace miles de años que venimos exigiendo más de lo que nos corresponde de
seguridad, de prestigio y de amor. Cuando parecía que teníamos éxito, bebíamos
para tener sueños aun más grandiosos. Cuando nos sentíamos frustrados, aunque solo
fuera en parte, bebíamos para olvidar. Nunca había suficiente de lo que
creíamos que queríamos.
En
todos estos empeños, muchos de ellos bien intencionados, nuestro mayor
impedimento había sido la falta de humildad. Nos faltaba la perspectiva suficiente
para ver que la formación del carácter y los valores espirituales tenían que
anteponer a todo, y que las satisfacciones materiales no constituían el
objetivo de la vida. De una manera muy característica, nos habíamos pasado de
la raya confundiendo el fin con los medios. En vez de considerar la
satisfacción de nuestros deseos materiales como el medio por el que podríamos
vivir y funcionar como seres humanos, la habíamos considerado como la meta y el
objetivo final de la vida.
Es
cierto que la mayoría de nosotros creíamos deseable tener un buen carácter,
pero el buen carácter evidentemente era algo que se necesitaba para seguir en
el empeño de satisfacer nuestros deseos. Con una apropiada muestra de honradez
y moralidad, tendríamos una mayor probabilidad de conseguir lo que realmente
queríamos. Pero siempre que teníamos que escoger entre el carácter y la
comodidad, la formación del carácter se perdió en el polvo que levantábamos al
perseguir lo que creíamos era la felicidad. Muy rara vez considerábamos la
formación del carácter como algo deseable en sí mismo, algo por lo que nos
gustaría esforzarnos, sin importar que se satisficieran o no nuestras
necesidades instintivas. Nunca se nos ocurrió basar nuestras vidas cotidianas
en la honradez, la tolerancia y el verdadero amor a Dios y a nuestros
semejantes.
Esta
falta de arraigo a cualquier valor permanente, esta incapacidad de ver el
verdadero objetivo de nuestra vida, producía en nosotros otro mal efecto.
Mientras siguiéramos convencidos de poder vivir contando exclusivamente con
nuestras propias fuerzas y nuestra propia inteligencia, nos era imposible tener
una fe operante en un Poder Superior. Y esto era cierto aun cuando creíamos que
Dios existía. Podíamos tener sinceras creencias religiosas que resultaban
infructuosas porque nosotros mismos seguíamos tratando de hacer el papel de
Dios. Mientras insistiéramos en poner en primer lugar nuestra propia
independencia, la verdadera dependencia de un Poder Superior era totalmente
impensable. Nos faltaba el ingrediente básico de toda humildad, el deseo de
conocer y hacer la voluntad de Dios.
Para
nosotros, el proceso de alcanzar una nueva perspectiva fue increíblemente
doloroso. Sólo tras repetidas humillaciones nos vimos forzados a aprender algo
respecto a la humildad. Sólo al llegar al fin de un largo camino, marcado por
sucesivas desgracias y humillaciones, y por la arrolladora derrota final de
nuestra confianza en nosotros mismos, empezamos a sentir la humildad como algo
más que una condición de abyecta desesperación. A cada recién llegado a
Alcohólicos Anónimos se le dice, y muy pronto llega a darse cuenta por sí
mismo, que esta humilde admisión de impotencia ante el alcohol es su primer
paso hacia la liberación de su dominio paralizador.
Es así
como, por primera vez, vemos la necesidad de tener humildad. Pero esto no es
sino un mero comienzo. La mayoría de nosotros tardamos mucho tiempo en
librarnos completamente de nuestra aversión a la idea de ser humildes, en lugar
tener una visión de la humildad como una conducta hacia la verdadera libertad
del espíritu humano, en estar dispuestos a trabajar para conseguir la humildad
como una cosa deseable en sí misma. No se puede dar una vuelta de 180 grados en
un abrir y cerrar de ojos a toda una vida encaminada a satisfacer nuestros
deseos egocéntricos. Al principio, la rebeldía pone trabas a cada paso que
intentamos dar.
Cuando
por fin admitimos sin reserva que somos impotentes ante el alcohol, es muy
posible que demos un suspiro de alivio, diciendo, "Gracias a Dios, eso se
acabó. Nunca tendré que volver a pasar por eso". Luego, y a menudo para
nuestra gran consternación, llegamos a darnos cuenta de que solo hemos
atravesado la primera etapa del nuevo camino que andamos. Todavía espoleados
por la pura necesidad, con desgana nos enfrentamos con aquellos graves defectos
de carácter que originalmente nos convirtieron en bebedores problema, defectos
que tenemos que intentar remediar para no volver a caer de nuevo en el
alcoholismo. Queremos deshacernos de algunos de estos defectos, pero en algunos
casos nos parece una tarea tan imposible que nos acobardamos ante ella. Y nos
aferramos con una persistencia apasionada a otros defectos que perturban de
igual manera nuestro equilibrio, porque todavía nos complacen mucho. ¿Cómo
podemos armarnos de suficiente resolución y buena voluntad como para
deshacernos de obsesiones y deseos tan abrumadores?
Pero de
nuevo nos vemos impulsados a segur, debido a la conclusión inevitable que
sacamos de la experiencia de A.A., de que la única alternativa a intentar
perseverar con determinación en el programa es la de caer al borde del camino.
En esta etapa de nuestro progreso nos vemos fuertemente presionados para hacer
lo debido, obligados a elegir entre los sufrimientos de intentarlo y los
seguros castigos de no hacerlo. Estos primero pasos en el camino los damos a
regañadientes, pero los damos. Es posible que todavía no tengamos la humildad
en muy alta estima, como una deseable virtud personal, pero, no obstante, nos
damos cuenta de que es una ayuda necesaria para sobrevivir.
Pero al
haber mirado algunos de estos defectos honradamente y sin pestañear, después de
haberlos discutido con otra persona y al haber llegado a estar dispuestos a que
nos sean eliminados, nuestras ideas referentes a la humildad empiezan a cobrar
un sentido más amplio. En este punto es muy probable que hayamos obtenido una
liberación, al menos parcial, de nuestros defectos más devastadores.
Disfrutamos de momentos en los que sentimos algo parecido a una auténtica
tranquilidad de espíritu. Para aquellos de nosotros que hemos conocido
únicamente la agitación, la depresión y la ansiedad - en otras palabras, para
todos nosotros - esta recién encontrada tranquilidad es un don de inestimable
valor. Algo verdaderamente nuevo se ha hecho parte integrante de nuestras
vidas. Si antes la humildad había significado para nosotros la abyecta
humillación, ahora empieza a significar el ingrediente nutritivo que nos puede
deparar la serenidad.
Esta
percepción perfeccionada de la humildad desencadena otro cambio revolucionario
en nuestra perspectiva. Se nos empiezan a abrir los ojos a los inmensos valores
que provienen directamente del doloroso desinflamiento del ego. Hasta este
punto, nos hemos dedicado mayormente a huir del dolor y de los problemas.
Huíamos de ellos como quien huye de la peste. Jamás queríamos enfrentarnos a la
realidad del sufrimiento. Nuestra solución siempre era la de valernos de la
botella para escapar. La formación de carácter por medio del sufrimiento, puede
que les sirviera a los santos, pero para nosotros no tenía ningún aliciente.
Entonces,
en A.A., miramos alrededor nuestro y escuchamos. Y por todas partes veíamos los
fracasos y los sufrimientos transformados por la humildad en bienes
inapreciables. Oíamos contar historia tras historia de cómo la humildad había
sacado fuerzas de la debilidad. En todo caso, el sufrimiento había sido el
precio de entrada en una nueva vida. Pero este precio de entrada nos había
comprado más de lo que esperábamos. Traía consigo cierto grado de humildad, la
cual, pronto descubrimos, aliviaba el sufrimiento. Empezamos a temerle menos al
sufrimiento y a desear la humildad más que nunca.
Durante
este proceso de aprender más acerca de la humildad, el resultado más profundo
era el cambio de nuestra actitud para con Dios. Y esto era cierto, ya fuéramos
creyendo o no. Empezamos a abandonar la idea de que el Poder Superior fuera una
especie de sustituto mediocre a quien recurrir únicamente en emergencias. La
idea de que seguiríamos llevando nuestras propias vidas, con una ayudita de
Dios de vez en cuando, empezaba a desaparecer. Muchos de los que nos habíamos
considerado religiosos, nos dimos repentina cuenta de lo limitada que era esta
actitud. Al negarnos a colocar a Dios en primer lugar, nos habíamos privado de
Su ayuda. Pero ahora las palabras "Por mí mismo nada soy, el Padre hace
las obras" empezaban a cobrar un significado muy prometedor.
Vimos
que no siempre era necesario que fuéramos humillados y doblegados para alcanzar
la humildad. El sufrimiento incesante no era la única forma de alcanzarla, nos
podía llegar igualmente por estar bien dispuestos a buscarla. Ocurrió un viraje
decisivo en nuestras vidas cuando nos pusimos a conseguir la humildad como algo
que realmente queríamos, y no como algo que debíamos tener. Marcó el momento en
que pudimos empezar a ver todas las implicaciones del Séptimo Paso:
"Humildemente Le pedimos que nos liberase de nuestros defectos".
Al
prepararnos para dar el Séptimo Paso, puede que valga la pena volver a
preguntarnos cuáles son nuestros objetivos más profundos. A cada uno de
nosotros le gustaría vivir en paz consigo mismo y con sus semejantes. Nos
gustaría que se nos diera la seguridad de que la gracia de Dios puede hacer por
nosotros aquello que no podemos hacer por nosotros mismos. Hemos observado que
los defectos de carácter que se originan en deseos indignos y miopes son los
obstáculos que bloquean nuestro camino hacia estos objetivos. Ahora vemos con
claridad que hemos impuesto exigencias poco razonables en nosotros mismos, en
otras personas, y en Dios.
El
principal activador de nuestros defectos ha sido el miedo egocéntrico - sobre
todo el miedo de que perderíamos algo que ya poseíamos o que no conseguiríamos
algo que exigíamos. Por vivir a base de exigencias insatisfechas, nos
encontrábamos en un estado de constante perturbación y frustración. Por lo
tanto, no nos sería posible alcanzar la paz hasta que no encontráramos la
manera de reducir estas exigencias. La diferencia entre una exigencia y una
sencilla petición está clara para cualquiera.
En el
Séptimo Paso efectuamos el cambio de actitud que nos permite, guiados por la
humildad, salir de nosotros mismos hacia los demás y hacia Dios. El Séptimo
Paso pone todo su énfasis en la humildad. En realidad, nos dice que ahora
debemos estar dispuestos a intentar conseguir, por medio de la humildad, la
eliminación de nuestros defectos, al igual que hicimos cuando admitimos que
éramos impotentes ante el alcohol y llegamos a creer que un Poder superior a
nosotros mismos podría devolvernos el sano juicio. Si ese grado de humildad
podía hacernos posible encontrar la gracia suficiente para desterrar tan mortal
obsesión, entonces cabe esperar los mismos resultados respecto a cualquier
problema que podamos tener.
OCTAVO PASO
"Hicimos una lista de todas aquellas personas a
quienes habíamos ofendido y estuvimos dispuestos
a reparar el daño que les causamos".
El Octavo y el Noveno
Paso tienen que ver con las relaciones personales. Primero, le echábamos una
mirada a nuestro pasado e intentamos descubrir en donde hicimos algún mal;
segundo, hacemos un enérgico esfuerzo para reparar el daño que hemos causado; y
tercero, habiendo limpiado así los escombros del pasado, nos ponemos a considerar
cómo trabar, con nuestro recién adquirido conocimiento de nosotros mismos, las
mejores relaciones posibles con todos los seres humanos que conozcamos.
¡Menuda
tarea! Tal vez la podemos hacer con creciente destreza, sin jamás acabarla.
Aprender a vivir con un máximo de paz, cooperación y compañerismo con todo
hombre y mujer, sean quienes sean, es una aventura conmovedora y fascinante.
Cada miembro de A.A. se ha dado cuenta de que no puede hacer casi ningún
progreso en esta aventura hasta que no se vuelva atrás para repasar, minuciosa
y despiadadamente, los desechos humanos que ha dejado en su trayectoria. Hasta
cierto grado, ya lo ha hecho al hacer su inventario moral, pero ahora ha
llegado el momento de redoblar sus esfuerzos para ver a cuántas personas ha
lastimado y de qué manera. El volver a abrir estas heridas emocionales, algunas
viejas, otras tal vez olvidadas, y otras más todavía supurando dolorosamente,
podrá parecernos al principio una intervención quirúrgica innecesaria e inútil.
Pero si se comienza con buena voluntad, las grandes ventajas de hacerlo se
manifestarán con tal rapidez que el dolor se irá atenuando conforme se vaya
desvaneciendo un obstáculo tras otro.
No
obstante, estos obstáculos son sin duda realidades. El primero, y uno de los
más difíciles de superar, tiene que ver con el perdón. En cuanto empezamos a
pensar en una relación corta o retorcida con otra personas, nos ponemos
emocionalmente a al defensiva. Para evitar mirar los daños que hemos causado a
otra persona, nos enfocamos con resentimiento en el mal que nos ha hecho. Nos
resulta aun más fácil hacerlo si, en realidad, esta persona no siempre se ha
comportado bien. Triunfantes, nos aferramos a su mala conducta, convirtiéndola
en el pretexto ideal para minimizar o ignorar nuestra propia mala conducta.
En este
preciso instante tenemos que echar el freno. No tiene mucho sentido que seamos
nosotros quienes tiremos la primera piedra. Recordemos que los alcohólicos no
son los únicos aquejados de emociones enfermas. Además, por lo general, es un
hecho innegable que nuestro comportamiento cuando bebíamos ha agravado los
defectos de otras personas. Repetidamente hemos agotado la paciencia de
nuestros más íntimos amigos, y hemos despertado lo peor en aquellos que nunca
nos tenían en muy alta estima. En muchos casos, estamos en realidad tratando
con compañeros de sufrimiento, gente cuyos dolores hemos aumentado. Si ahora
nos encontramos a punto de pedir el perdón para nosotros mismos, ¿por qué no
empezar perdonándolos a todos ellos?
Al
hacer la lista de las personas a quienes hemos ofendido, la mayoría de nosotros
nos tropezamos con otro obstáculo sólido. Sufrimos un tremendo impacto cuando
nos dimos cuenta de que nos estábamos preparando para admitir nuestra mala
conducta cara a cara ante aquellos a quienes habíamos perjudicado. Ya nos
habíamos sentido suficientemente avergonzados cuando en confianza habíamos
admitido estas cosas ante Dios, ante nosotros mismos y ante otro ser humano.
Pero la idea de ir a visitar o incluso escribir a la gente afecta nos abrumaba,
sobre todo al recordar el mal concepto que tenían de nosotros la mayoría de
estas personas. También había casos en los que habíamos perjudicado a otras
personas que seguían viviendo tan felices sin tener la menor idea del daño que
les habíamos causado. ¿Por qué, protestamos, no decir "lo pasado,
pasado"? ¿Por qué tenemos que ponernos a pensar en esa gente? Estas eran
algunas de las formas en las que el temor conspiraba con el orgullo para
impedir que hiciéramos una lista de todas las personas que habíamos
perjudicado.
Algunos
de nosotros nos encontramos con otro obstáculo muy distinto. Nos aferrábamos a
la idea de que los únicos perjudicados por nuestra forma de beber éramos
nosotros. Nuestras familias no se vieron perjudicadas porque siempre pagamos
las cuentas y casi nunca bebíamos en casa. Nuestros compañeros de trabajo no se
vieron perjudicados porque solíamos presentarnos a trabajar. Nuestras
reputaciones no se vieron perjudicadas, porque estábamos seguros de que muy poca
gente se había fijado en nuestros excesos con la bebida. Y los que sí se habían
fijado, nos tranquilizaban diciendo que una alegre juerga no era sino el
pecadillo de un hombre recto. Por lo tanto, ¿qué daño real habíamos causado?
Sin duda, pocos más de lo que podríamos remediar fácilmente algunas disculpas
hechas de paso.
Esta
actitud, por supuesto, es el producto final de un esfuerzo deliberado para
olvidar. Es una actitud que solo se puede cambiar por medio de un análisis
profundo y sincero de nuestros motivos y nuestras acciones.
Aunque
en algunos casos no nos es posible hacer ninguna enmienda, y en otros casos es
aconsejable aplazarlas, debemos, no obstante, hacer un repaso minucioso y
realmente exhaustivo de nuestra vida pasada para ver cómo ha afectado a otras
personas. En muchos casos veremos que, aunque el daño causado a otros no ha
sido muy serio, el daño emocional que nos hemos hecho a nosotros mismos ha sido
enorme. Los conflictos emocionales, muy profundos, y a veces totalmente
olvidados, persisten de forma desapercibida en el subconsciente. Estos
conflictos, al originarse, puede que hayan retorcido nuestras emociones tan
violentamente que, desde entonces, han dejado manchadas nuestras personalidades
y han trastornado nuestras vidas.
Aunque
el propósito de hacer enmiendas a otros es de suma importancia, es igualmente
necesario que saquemos del repaso de nuestras relaciones personales la más
detallada información posible acerca de nosotros mismos y de nuestras
dificultades fundamentales. Ya que las relaciones defectuosas con otros seres
humanos casi siempre han sido la causa inmediata de nuestros sufrimientos,
incluyendo nuestro alcoholismo, no hay otro campo de investigación que pueda
ofrecernos recompensas más gratificadores y valiosas que éste. Una reflexión
seria y serena sobre nuestras relaciones personales puede ampliar nuestra
capacidad de comprendernos. Podemos ver mucho más allá de nuestros fallos
superficiales para descubrir aquellos defectos que eran fundamentales, defectos
que, a veces, han sentado la pauta de nuestras vidas. Hemos visto que la
minuciosidad tiene sus recompensas - grandes recompensas.
La
siguiente pregunta que nos podemos hacer es qué queremos decir cuando hablamos
de haber causado "daño" a otras personas. ¿Qué tipos de
"daños" puede causar una persona a otra? Para definir la palabra
"daño" de una manera práctica, podemos decir que es el resultado de
un choque de los instintos que le causa a alguien un perjuicio físico, mental,
emocional o espiritual. Si asiduamente tenemos mal genio, despertamos la ira en
otros. Si mentimos o engañamos, no solo privamos a otros de sus bienes
materiales, sino también de su seguridad emocional y de su tranquilidad de
espíritu. En realidad, les estamos invitando a que se conviertan en seres
desdeñosos y vengativos. Si nos comportamos de forma egoísta en nuestra
conducta sexual, es posible que provoquemos los celos, la angustia y un fuerte
deseo de devolver con la misma moneda.
Estas
afrentas tan descartadas no constituyen ni mucho menos una lista completa de
los daños que podemos causar. Consideremos algunas de las más sutiles que a
veces pueden ser tan dañinas. Supongamos que somos tacaños, irresponsables,
insensibles o fríos con nuestras familias. Supongamos que somos irritables,
criticones, impacientes y sin ningún sentido de humor. Supongamos que colmamos
de atenciones a un miembro de la familia y descuidamos a los demás. ¿Qué sucede
cuando intentamos dominar a toda la familia, ya sea con mano de hierro o
inundándoles con un sinfín de indicaciones minuciosas acerca de cómo deben
vivir sus vidas de hora en hora? ¿Qué sucede cuando nos sumimos en la
depresión, rezumando autocompasión por cada poro, e imponemos nuestras
aflicciones en todos los que nos rodean? Tal lista de daños causados a otra
gente - daños que hacen que la convivencia con nosotros como alcohólicos
activos sea difícil y a menudo inaguantable - puede alargarse casi
indefinidamente. Cuando llevamos estos rasgos de personalidad al taller, a la
oficina o a cualquier otra actividad social, pueden causar daños casi tan
grandes como los que hemos causado en casa.
Una vez
que hemos examinado cuidadosamente toda esta esfera de las relaciones humanas y
hemos determinado exactamente cuáles eran los rasgos de nuestra personalidad
que perjudicaban o molestaban a otra gente, podemos empezar a registrar nuestra
memoria en busca de las personas a quienes hemos ofendido. No nos debe resultar
muy difícil identificar a los más allegados y más profundamente perjudicados.
Entonces, a medida que repasamos nuestras vidas año tras año hasta donde
nuestra memoria nos permita llegar, inevitablemente saldrá una lista larga de
personas que, de alguna u otra manera, hayan sido afectadas. Debemos, por
supuesto, considerar y sopesar cada caso cuidadosamente. Nuestro objetivo debe
limitarse a admitir las cosas que nosotros hemos hecho y, al mismo tiempo,
perdonar los agravios, reales o imaginarios, que se nos han hecho. Debemos
evitar las críticas extremadas, tanto de nosotros como de los demás. No debemos
exagerar nuestros defectos ni los suyos. Un enfoque sereno e imparcial será
nuestra meta constante.
Si al
ir a apuntar un nombre en la lista nuestro lápiz empieza a titubear, podemos
cobrar fuerzas y ánimo recordando lo que ha significado para otros la
experiencia de A.A. en este Paso. Es el principio del fin de nuestro
aislamiento de Dios y de nuestros semejantes.
NOVENO PASO
"Reparamos directamente a cuantos nos fue posible
el daño causado, excepto cuando el hacerlo implicaba perjuicio para
ellos o para otros".
Buen juicio, capacidad
para escoger el momento oportuno, valor y prudencia - estas son las cualidades
que necesitaremos al dar el Noveno Paso.
Después
de hacer una lista de las personas a quienes hemos perjudicado, haber reflexionado
cuidadosamente sobre cada caso, y haber intentado adoptar la actitud adecuada
para proceder, veremos que las personas a las que hemos de hacer reparaciones
directas se clasifican en diversas categorías. A algunas nos debemos dirigir
tan pronto como nos sintamos razonablemente seguros de poder mantener nuestra
sobriedad. A otras, no podremos hacer sino enmiendas parciales, ya que una
plena revelación les podría hacer a ellos o a otras personas más mal que bien.
En otros casos, será aconsejable dejar pasar un tiempo antes de hacer
reparaciones, y en otros más, por la misma naturaleza de la situación, nunca
nos será posible ponernos en contacto directo con las personas.
La
mayoría de nosotros empezamos a hacer ciertas enmiendas directas desde el fía
que nos unimos a Alcohólicos Anónimos. En el momento en que
"Reparamos directamente a cuantos nos fue
posible
el daño causado, excepto cuando el hacerlo
implicaba perjuicio para ellos o para otros".
Buen juicio, capacidad para escoger el momento
oportuno, valor y prudencia - estas son las cualidades que necesitaremos al dar
el Noveno Paso.
Después de hacer una lista de las
personas a quienes hemos perjudicado, haber reflexionado cuidadosamente sobre cada
caso, y haber intentado adoptar la actitud adecuada para proceder, veremos que
las personas a las que hemos de hacer reparaciones directas se clasifican en
diversas categorías. A algunas nos debemos dirigir tan pronto como nos sintamos
razonablemente seguros de poder mantener nuestra sobriedad. A otras, no
podremos hacer sino enmiendas parciales, ya que una plena revelación les podría
hacer a ellos o a otras personas más mal que bien. En otros casos, será
aconsejable dejar pasar un tiempo antes de hacer reparaciones, y en otros más,
por la misma naturaleza de la situación, nunca nos será posible ponernos en
contacto directo con las personas.
La mayoría de nosotros empezamos
a hacer ciertas enmiendas directas desde el fía que nos unimos a Alcohólicos Anónimos.
En el momento en que decimos a nuestras familias que de verdad vamos a intentar
practicar el programa, se inicia el proceso. En esta esfera, rara vez hay dudas
en cuanto a escoger el momento oportuno o andar con cautela. Queremos entrar
por la puerta anunciando a gritos las buenas nuevas. Al regresar de nuestra
primera reunión o tal vez después de leer el libro "Alcohólicos
Anónimos", normalmente tenemos ganas de sentarnos con algún miembro de la
familia dispuestos a admitir los daños que hemos causado por nuestra forma de
beber. Casi siempre queremos hacer más: queremos admitir otros defectos que han
hecho difícil convivir con nosotros. Esta será una situación nueva, muy
diferente de aquellas mañanas de resaca cuando de un momento a otro pasábamos
de despreciarnos a nosotros mismos a culpar a la familia (y a todo el mundo)
por nuestros problemas. En este primer intento, solo es necesario que admitamos
nuestros defectos de una forma general. En esta etapa puede ser poco sensato
sacar a relucir ciertos episodios angustiosos. El buen juicio nos sugerirá que
andemos a paso mesurado. Aunque estemos completamente dispuestos a confesar lo
peor, tenemos que recordar que no podemos comprar nuestra tranquilidad de
espíritu a expensas ajenas.
Se puede aplicar un enfoque muy
parecido en la oficina o en la fábrica. En seguida pensaremos en algunas
personas que están bien enteradas de nuestra forma de beber y que se han visto
más afectadas. Pero incluso en estos casos, puede que nos convenga ser más
discretos de lo que fuimos con nuestra familia. Tal vez debamos esperar algunas
semanas o más antes de decir nada. Primero debemos sentirnos bastante seguros
de habernos enganchado bien al programa de A.A. Entonces estamos en condiciones
de dirigirnos a esta gente, decirle lo que A.A. es y lo que estamos intentando
hacer. En este contexto, podemos admitir sin reservas los daños que hemos hecho
y pedir disculpas. Podemos pagar o prometer pagar cualesquier deudas,
económicas o de otra índole, que tengamos. La bondadosa reacción que tiene la
mayoría de la gente ante esta sinceridad humilde muchas veces nos asombrará.
Incluso aquellos que nos han criticado más severamente, y con razón,
frecuentemente se muestran bastante razonables la primera vez que les
abordamos.
Es posible que este ambiente de
aprobación y alabanza tenga un efecto tan estimulante que nos haga perder el
equilibrio produciendo en nosotros un apetito insaciable de más palmadas y
elogios. O podemos ir al otro extremo cuando, en raras ocasiones, nos dan una
recepción fría o escéptica. Puede que nos sintamos tentados a discutir o
insistir obstinadamente, o tal vez caemos en el desánimo y el pesimismo. Pero
si nos hemos preparado bien de antemano, estas reacciones nonos desviarán de
nuestro firme y equilibrado propósito.
Después de esta prueba preliminar
de hacer enmiendas, puede que nos sintamos tan aliviados que creamos haber
terminado nuestra tarea. Querremos dormirnos en nuestros laureles. Puede que
nos sintamos fuertemente tentados a evitar los encuentros más humillantes y
aterradores que todavía nos quedan. A menudo fabricaremos excusas persuasivas
con el fin de esquivar estas cuestiones. O puede que lo dejemos para mañana,
diciéndonos que todavía no ha llegado la hora propicia, aunque en realidad ya hemos
pasado por alto muchas buenas oportunidades de remediar una grave injuria. No
hablemos de prudencia mientas sigamos valiéndonos de evasivas.
En cuanto nos sintamos seguros de
nuestra nueva forma de vida y, con nuestro comportamiento y ejemplo, hayamos
empezado a convencer a los que nos rodean de que de verdad estamos mejorando,
normalmente podemos hablar sin temor y con completa franqueza con aquellos que
han sido gravemente afectados, incluso con aquellos que apenas se dan cuenta de
lo que les hemos hecho. Las únicas excepciones serán los casos en que nuestra
revelación pueda causar auténtico daño. Podemos iniciar estas conversaciones de
una manera natural y casual. Pero si no se presenta la oportunidad, en algún
momento querremos armarnos de valor, dirigirnos a la persona en cuestión, y
poner nuestras cartas boca arriba. No tenemos que sumirnos en remordimientos
excesivos ante aquellos a quienes hemos perjudicado, pero a estas alturas las
enmiendas deben ser francas y generosas.
Solo puede haber una única
consideración que frene nuestro deseo de hacer una revelación total del daño
que hemos hecho. Esta se presentará en las raras ocasiones en las que el
hacerlo supondría causar un grave daño a la persona a quien queremos hacer
enmiendas. O - de igual importancia - a otras personas. Por ejemplo, no podemos
contar con todo detalle nuestras aventuras amorosas a nuestros confiados
cónyuges. E incluso en los casos en que es necesario hablar de tales asuntos,
intentemos evitar que terceras personas, sean quienes sean, salgan
perjudicadas. No aligeramos nuestra carga cuando inconsideradamente hacemos más
pesada la cruz de otros.
Pueden surgir muchas preguntas
peliagudas en otros aspectos de la vida en los que entre en juego este mismo
principio. Por ejemplo, supongamos que nos hemos bebido una buena parte del
dinero de nuestra compañía, ya sea que lo hubiéramos "tomando
prestado", o hubiéramos inflado excesivamente los gastos de
representación. Supongamos que, si no decimos nada, nadie se va a dar cuenta.
¿Confesamos inmediatamente nuestras irregularidades a nuestra compañía ante la
certeza de un despido instantáneo y la perspectiva de no poder conseguir otro
trabajo? ¿Vamos a ser tan rígidos respecto a las enmiendas que no nos importe
lo que le pueda pasar a nuestra familia y a nuestro hogar? O, ¿debemos
consultar primero con aquellos que se van a ver gravemente afectados?
¿Exponemos la situación a nuestro padrino o consejero espiritual, pidiendo
ardientemente la ayuda y la orientación de Dios - y resolviéndonos a hacer lo
debido cuando sepamos con certeza cómo proceder, cueste lo que cueste?
Naturalmente, no hay una contestación adecuada para resolver todos estos
dilemas. Pero todos ellos requieren que estemos enteramente dispuestos a hacer
enmiendas tan pronto y hasta donde nos sea posible, según sean las
circunstancias.
Sobre todo, debemos intentar
estar completamente seguros de que no lo estamos retrasando porque tenemos
miedo. Porque el verdadero espíritu del Noveno Paso es la disposición a aceptar
todas las consecuencias de nuestras acciones pasadas y, al mismo tiempo, asumir
responsabilidades por el bienestar de los demás.
DÉCIMO PASO
"Continuamos
haciendo nuestro inventario
personal y
cuando nos equivocábamos
lo
admitíamos inmediatamente"
Según vamos trabajando en los primeros nueve Pasos,
nos estamos preparando para la ventura de una nueva vida. Pero al acercarnos al
Décimo Paso, empezamos a hacer un uso práctico de nuestra manera de vivir de
A.A., día tras día, en cualquier circunstancia. Entonces, nos vemos enfrentados
con la prueba decisiva: ¿podemos mantenernos sobrios, mantener nuestro
equilibrio emocional, y vivir una vida útil y fructífera, sena cuales sean
nuestras circunstancias?
Para nosotros lo necesario es
hacer un examen constante de nuestros puntos fuertes y débiles, y tener un
sincero deseo de aprender y crecer por este medio. Los alcohólicos hemos
aprendido esta lección por la dura experiencia. Claro está que, en todas las
épocas y en todas partes del mundo, personas más experimentadas que nosotros se
han sometido a una autocrítica rigurosa. Los sabios siempre han reconocido que
nadie puede esperar hacer mucho en la vida, hasta que el autoexamen no se
convierta en costumbre, hasta que no reconozca y acepte lo que allí encuentra,
y hasta que no se ponga, paciente y persistentemente, a corregir sus defectos.
Un borracho que tiene una resaca
fatal por haber bebido en exceso el día anterior, hoy no puede vivir bien. Pero
hay otro tipo de resaca que todos sufrimos ya sea que bebamos o no. Es la
resaca emocional, la consecuencia directa de los excesos emocionales negativos
de ayer y, a veces, de hoy - ira, miedo, celos, y similares. Si hemos de vivir
serenamente hoy y mañana, sin duda tenemos que eliminar estas resacas. Esto no
significa que tengamos que hacer un morboso recorrido por nuestro pasado. Nos
requiere que admitamos y corrijamos nuestros errores ahora. Nuestro inventario
nos hace posible reconciliarnos con nuestro pasado. Al hacer esto, realmente
podemos dejarlo atrás. Cuando hemos hecho un minucioso inventario y estamos en
paz con nosotros mismos, nos viene la convicción de que podremos afrontar las
dificultades futuras conforme se nos vayan presentando.
Aunque todos los inventarios se
parecen en principio, el factor tiempo es lo que distingue el uno del otro.
Existe el inventario "instantáneo", que se puede hacer a cualquier
hora del día, cuando vemos que nos estamos liando. Hay otro que hacemos al
final del día, cuando repasamos los sucesos de las últimas horas. En éste,
hacemos una especie de balance, apuntando en la columna positiva las cosas que
hemos hecho bien, y en la negativa los errores que hemos cometido. Hay también
ocasiones en las que solos, o en compañía de nuestro padrino o consejero
espiritual, hacemos un detallado repaso de nuestros progresos desde la última
vez. Muchos A.A. acostumbran a hacer una limpieza general una o dos veces al
año. A muchos de nosotros nos gusta retirarnos del mundanal ruido para
tranquilizarnos y dedicar uno o dos día a meditar y revisar nuestras vidas.
¿No parecen estas costumbres tan
aburridas como pesadas? ¿Tenemos los A.A. que dedicar la mayor parte del día a
repasar lóbregamente nuestros pecados y descuidos? No lo creo. Se ha dado un
énfasis tan marcado al inventario solamente porque muchos de nosotros nunca nos
hemos acostumbrado a examinarnos rigurosa e imparcialmente. Una vez adquirido
este sano hábito, nos resultará tan interesante y provechoso que el tiempo que
dediquemos a hacerlo no nos podrá parecer perdido. Porque estos minutos o, a
veces horas, que pasamos haciendo nuestro autoexamen tienen que hacer que las
demás horas del día sean más gratas y felices. Y, con el tiempo, nuestros
inventarios dejan de ser algo inusitado o extraño, y acaban convirtiéndose en una
parte integrante de nuestra vida cotidiana.
Antes de entrar en detalles en
cuanto al inventario "instantáneo", consideremos las circunstancias
en las que un inventario de esta índole puede sernos de utilidad.
Considerado desde un punto de
vista espiritual, es axiomático que cada vez que nos sentimos trastornados, sea
cual sea la causa, hay algo que anda mal en nosotros. Si alguien nos ofende y
nos enfadamos, también nosotros andamos mal. Pero, ¿no hay ninguna excepción a
esta regla? ¿Y la ira "justificada"? Si alguien nos engaña, ¿no
tenemos derecha a enfadarnos? ¿Acaso no podemos sentirnos justificadamente
airados con la gente hipócrita? Para nosotros los A.A., éstas son excepciones
peligrosas. Hemos llegado a darnos cuenta de que la ira justificada debe
dejarse a gente mejor capacitada que nosotros para manejarla.
Poca gente ha sufrido más a causa
de los resentimientos que nosotros los alcohólicos. Y poco ha importado que
fueran o no resentimientos justificados. Un arranque de mal genio nos podría
estropear un día entero, y algún rencor cuidadosamente mimado podía
convertirnos en seres inútiles. Y tampoco nos hemos mostrado muy diestros en
distinguir entre la ira justificada y la no justificada. Según lo veíamos
nosotros, nuestra rabia siempre era justificada. La ira, ese lujo ocasional de
la gente más equilibrada, podía lanzarnos a borracheras emocionales de duración
indefinida. Estas "borracheras secas" a menudo nos llevaban
directamente a la botella. Y otros trastornos emocionales - los celos, la
envidia, la lástima de nosotros mismos, y el orgullo herido - solían tener los
mismos efectos.
Un inventario instantáneo, si lo
hacemos en medio de una perturbación parecida, puede contribuir mucho a
apaciguar nuestras emociones borrascosas. Nuestros inventarios instantáneos se
aplican principalmente a las circunstancias que surgen imprevistas en el vivir
diario. Es aconsejable, cuando sea posible, posponer la consideración de
nuestras dificultades crónicas y más arraigadas, para un tiempo que tenemos específicamente
reservado para este fin. El inventario rápido nos sirve para enfrentarnos a los
altibajos cotidianos, en particular esas ocasiones en las que otras personas o
acontecimientos inesperados nos hacen perder el equilibrio y nos tientan a cometer
errores.
En todas estas situaciones
tenemos que ejercer un dominio de nosotros mismos, hacer un análisis honrado de
todo lo que entra en juego, y, cuando la culpa es nuestra, estar dispuestos a
admitirlo y, cuando no lo es, igualmente dispuestos a perdonar. No tenemos por
qué sentirnos descorazonados si recaemos en los errores de nuestras viejas
costumbres. No es fácil practicar esta disciplina. No vamos a aspirar a la
perfección, sino al progreso.
Nuestro primer objetivo será
adquirir dominio de nosotros mismos. Esto tiene la más alta prioridad. Cuando
hablamos o actuamos de forma apresurada o precipitada, vemos desvanecerse en
ese mismo momento nuestra capacidad de ser justos o tolerantes. El simple hecho
de soltarle a alguien una andanada o lanzarle una crítica irreflexiva y
obstinada puede desbaratar nuestras relaciones con otra persona durante todo
ese día o, tal vez, durante todo el año. No hay nada que nos recompense más que
la moderación en lo que decimos y escribimos. Tenemos que evitar las condenas
irascibles y las discusiones arrebatadas e imperiosas. Tampoco nos conviene
andar malhumoradamente resentidos o silenciosamente desdeñosos. Estas son
trampas emocionales, y los cebos son el orgullo y la venganza. Tenemos que
evitar estas trampas. Al sentirnos tentados a tragar el anzuelo, debemos
acostumbrarnos a hacer una pausa para recapacitar. Porque no podemos pensar ni
actuar con buenos resultados hasta que el hábito de ejercer un dominio de
nosotros mismos no haya llegado a ser automático.
Las situaciones desagradables o
imprevistas no son las únicas que exigen el dominio de uno mismo. Tendremos que
proceder con la misma cautela cuando empecemos a lograr un cierto grado de
importancia o éxito material. Porque a nadie le han encantado más que a
nosotros los triunfos personales. Nos hemos bebido el éxito como si fuera un
vino que siempre nos alegraría. Si disfrutábamos de una racha de buena suerte,
nos entregábamos a la fantasía, soñando con victorias aun más grandes sobre la
gente y las circunstancias. Así cegados por una soberbia confianza en nosotros
mismos, éramos propensos a dárnoslas de personajes. Por supuesto que la gente,
herida o aburrida, nos volvía la espalda.
Ahora que somos miembros de A.A.
y estamos sobrios y vamos recobrando la estima de nuestros amigos y colegas,
nos damos cuenta de que todavía nos es necesario ejercer una vigilancia
especial. Para asegurarnos contra un ataque de soberbia, podemos frenarnos
recordando que estamos sobrios hoy sólo por la gracia de Dios, y que cualquier
éxito que tengamos se debe más a El que a nosotros mismos,
Finalmente, empezamos a darnos
cuenta de que todos los seres humanos, al igual que nosotros, están hasta algún
grado enfermos emocionalmente, así como frecuentemente equivocados y, al reconocer
esto, nos aproximamos a la auténtica tolerancia y vemos el verdadero
significado del amor genuino para con nuestros semejantes. Conforme progresemos
en nuestro camino, nos parecerá cada vez más evidente lo poco sensato que es
enfadarnos o sentirnos lastimados por personas que, como nosotros, están
sufriendo los dolores de crecimiento.
Tardaremos algún tiempo, y quizás
mucho tiempo, en notar un cambio tan radical en nuestra perspectiva. Poca gente
pude afirmar con toda sinceridad que ama a todo el mundo. La mayoría de
nosotros tenemos que confesar que solo hemos amado a unas cuantas personas; que
la mayor parte de la gente nos era indiferente, siempre y cuando no nos
molestaran a nosotros; y, en cuanto al resto, pues, les hemos tenido aversión o
les hemos odiado. Aunque estas actitudes son bastante comunes, los A.A. tenemos
que encontrar otra mucho mejor para poder mantener nuestro equilibrio. Si
odiamos profundamente, acabamos desequilibrados. La idea de que podamos amar
posesivamente a unas cuantas personas, ignorar a la mayoría y seguir temiendo u
odiando a cualquier persona, tiene que abandonarse, aunque sea gradualmente.
Podemos intentar dejar de imponer
exigencias poco razonables en nuestros seres queridos. Podemos mostrar bondad
donde nunca la habíamos mostrado. Con aquellos que no nos gustan, podemos
empezar a comportarnos con justicia y cortesía, tal vez haciendo un esfuerzo
especial para comprenderles y ayudarles.
Cada vez que fallemos a
cualquiera de estas personas, podemos admitirlo inmediatamente - siempre ante
nosotros mismos, y también ante la persona en cuestión, si el hacerlo tendría
algún efecto provechoso. En la cortesía, la bondad, la justicia y el amor, se
encuentra la clave para establecer una relación armoniosa con casi cualquier
persona. Si tenemos alguna duda, podemos hacer una pausa y decirnos, "Que
no se haga mi voluntad, sino la Tuya". Y con frecuencia podemos
preguntarnos a nosotros mismos, "¿Estoy actuando con los demás como yo
quisiera que ellos actuaran conmigo - en este día de hoy?".
Cuando llega la noche, tal vez
justo antes de acostarnos, muchos de nosotros hacemos un pequeño balance del
día. Este es un momento oportuno para recordar que el inventario nonos sirve
únicamente para apuntar nuestros errores. Rara vez pasa un día en que no
hayamos hecho nada bien. En realidad, las horas del día normalmente están
repleta de cosas constructivas. Al repasarlas, veremos reveladas nuestras
buenas razones, y buenas obras. Incluso cuando nos hemos esforzado y hemos
fracasado, debemos anotarlo como un punto muy importante a nuestro favor. Bajo
estas condiciones, el dolor de un fracaso se convierte en un valor positivo. de
ese dolor recibimos el estímulo para seguir adelante. Alguien que sabía de lo
que hablaba comentó una vez que el dolor era la piedra de toque de todo
progreso espiritual. Los A.A. estamos completamente de acuerdo con él, porque
sabemos que tuvimos que pasar por los dolores que nos traía la bebida antes de
lograr la sobriedad, y tuvimos que sufrir los trastornos emocionales antes de
conocer la serenidad.
Al repasar la columna negativa de
nuestro balance diario, debemos examinar con gran cuidado nuestros motivos en
cada acción o pensamiento que nos parece estar equivocado. En la mayoría de los
casos, no nos resulta difícil ver y entender nuestros motivos. Cuando nos
sentíamos soberbios, airados, celosos, nerviosos o temerosos, simplemente
actuábamos conforme con nuestras emociones. En estos casos, solo hace falta
reconocer que actuamos o pensamos de manera equivocada, imaginar cuál hubiera
sido la manera correcta, y comprometernos, con la ayuda de Dios, a aplicar
estas lecciones de hoy al día de mañana y, por supuesto, hacer las enmiendas
correspondientes que aun no hayamos hechos.
Pero en otros casos únicamente el
examen más cuidadoso nos revelará nuestros verdaderos motivos. Habrá casos en
que nuestra vieja enemiga, la autojustificación, haya intervenido para defender
algo que, en realidad, estaba equivocado. Aquí nos sentimos tentados a
convencernos que teníamos buenos motivos y razones cuando de hecho no ha sido
así.
Hemos "criticado
constructivamente" a alguien porque lo merecía y necesitaba, pero nuestro
verdadero motivo era el de vencerle en una vana disputa. O, si la persona en
cuestión no estaba presente, creíamos que estábamos ayudando a los demás a
comprenderle, cuando en realidad nuestro motivo era el de rebajarle para así
sentirnos superiores a él. A veces, herimos a nuestros seres queridos porque
les hace falta que alguien "les dé una lección", cuando de hecho,
queremos castigarles. A veces, sintiéndonos deprimidos, nos quejamos de lo mal
que lo estamos pasando, cuando en realidad, queremos que la gente fije en
nosotros su atención y que exprese su compasión para con nosotros. Esta extraña
peculiaridad de la mente y de las emociones, este perverso deseo de ocultar un
motivo malo por debajo de otro bueno, se ven en todos los asuntos humanos de
toda índole. Esta clase de hipocresía sutil y solapada puede ser el motivo
oculto de la acción o pensamiento más insignificante. Aprender, día tras día, a
identificar, reconocer y corregir estos defectos constituye la esencia de la
formación del carácter y del buen vivir. Un arrepentimiento sincero por los
daños que hemos causado, una gratitud genuina por las bendiciones que hemos
recibido, y una buena disposición para intentar hacer las cosas mejor en el
futuro serán los bienes duraderos que buscaremos.
Después de haber repasado el día
así, sin omitir lo que hemos hecho bien, y al haber examinado nuestros
corazones sin temor o complacencia, podemos sinceramente dar gracias a Dios por
las bendiciones que hemos recibido y dormir con la conciencia tranquila.
UNDÉCIMO PASO
"Buscamos
a través de la oración y la meditación
mejorar
nuestro contacto consciente con Dios, como
nosotros lo
concebimos, pidiéndole solamente que
nos dejase
conocer su voluntad para con nosotros y
nos diese la
fortaleza para cumplirla".
La oración y la meditación son nuestros medios
principales de contacto consciente con Dios.
Los A.A. somos gente activa que
disfrutamos de las satisfacciones de enfrentarnos a las realidades de la vida,
normalmente por primera vez, y que vigorosamente tratamos de ayudar al próximo
alcohólico que llega. Así que no es de extrañar que a veces tengamos una
tendencia a menospreciar la oración y la meditación, considerándolas como cosas
que no son realmente necesarias. Creemos, sin duda, que son cosas que nos
pueden ayudar a responder a algún problema urgente, pero al principio muchos de
nosotros somos propensos a considerar la oración como una especia de misteriosa
maniobra de los clérigos, de la cual podemos esperar sacar algún beneficio de
segunda mano. O quizás ni siquiera creemos en estas cosas.
A algunos de nuestros recién
llegados, así como a los agnósticos de antaño que tenazmente siguen
considerando al grupo de A.A. como su poder superior, la poderosa eficacia de
la oración les puede parecer poco convincente o totalmente inaceptable, a pesar
de toda la lógica y la cantidad de experiencia que la atestigua. Aquellos de
nosotros que una vez compartíamos estos sentimientos, podemos entender y
comprenderlos. Recordamos muy bien ese algo que, desde las
profundidades de nuestro ser, seguía rebelándose contra la idea de someternos a
cualquier Dios. Además, muchos de nosotros nos valíamos de una lógica muy
contundente que "probaba" que no existía ningún Dios. ¿Cómo se
explicaban todos los accidentes, enfermedades, crueldades e injusticias del
mundo? ¿Cómo se explicaban todas aquellas vidas infelices que eran la
consecuencia directa de un nacimiento desgraciado o de las vicisitudes
incontrolables de las circunstancias? Estábamos convencidos de que, en un mundo
tan caprichoso, la justicia no podía existir y, por lo tanto, tampoco podía
existir Dios.
A veces recurríamos a otras
tácticas. "Vale", nos decíamos, "es probable que la gallina
existiera antes que el huevo". Sin duda, el universo tuvo alguna especie
de "primera causa", el Dios del Átomo, quizá, oscilando entre el frío
y el calor. Pero no había evidencia alguna de la existencia de ningún Dios que
conociera a los seres humanos o que se interesara en la humanidad. Sí, nos
gustaba A.A. y no vacilábamos en decir que A.A. había obrado milagros. Pero nos
resistíamos a probar la meditación y la oración, tan obstinadamente como el
científico que se niega a hacer un experimento por temor a que sus resultados
refutaran su teoría predilecta. Claro está que acabamos haciendo el experimento
y, cuando obtuvimos resultados inesperados, cambiamos de opinión; de hecho,
cambiamos de convicción. Así nos vimos firmemente convencidos de la eficacia de
la meditación y la oración. Y hemos descubierto que lo mismo puede ocurrirle a
cualquiera que lo pruebe. Con mucha razón se ha dicho, "casi los únicos
que se burlan de la oración son aquellos que nunca han rezado con suficiente
asiduidad".
A aquellos de nosotros que nos
hemos acostumbrado a valernos asiduamente de la oración, el tratar de
desenvolvernos sin rezar nos parecería tan poco sensato como privarnos del aire,
de la comida o de la luz del sol. Y por la misma razón. Cuando nos privamos del
aire, de la comida, o de la luz del sol, el cuerpo sufre. Y de la misma manera,
cuando nos negamos a rezar y a meditar, privamos a nuestras mentes, a nuestras
emociones y a nuestras intuiciones de un apoyo vital y necesario. Así como el
cuerpo puede fallar en sus funciones por falta de alimento, también puede
fallar el alma. Todos tenemos necesidad de la luz de la realidad de Dios, del
alimento de su fortaleza y del ambiente de su gracia. Las realidades de la vida
de A.A. confirman esta verdad eterna de una manera asombrosa.
Existe un encadenamiento directo
entre el examen de conciencia, la meditación, y la oración. Cada una de estas
prácticas por sí sola puede producir un gran alivio y grandes beneficios. Pero
cuando se entrelazan y se interrelacionan de una manera lógica, el resultado es
una base firme para toda la vida. Puede que, de vez en cuando, se nos conceda
vislumbrar aquella realidad perfecta que es el reino de Dios. Y tendremos el
consuelo y el aval de que nuestro destino individual en ese reino quedará
asegurado mientras intentemos, por vacilantes que sean nuestros pasos, conocer
y hacer la voluntad de nuestro Creador.
Como ya hemos visto, nos valemos
del autoexamen para iluminar el lado oscuro de nuestra naturaleza con una nueva
visión, acción y gracia. Es un paso que dimos hacia el cultivo de esta clase de
humildad que nos hace posible recibir la ayuda de Dios. Pero no es más que un
solo paso. Vamos a querer ir más lejos.
Querremos que crezca y florezca
lo bueno que hay en todos nosotros, incluso en los peores de nosotros. Sin duda
necesitaremos aire fresco y comida en abundancia. Pero sobre todo querremos la
luz del sol; hay poco que pueda crecer en la oscuridad. La meditación es
nuestro paso hacia el sol. ¿Cómo, entonces, hemos de meditar?
A lo largo de los siglos la
experiencia concreta de la meditación y la oración ha sido, por supuesto,
inmensa. Las bibliotecas y los templos de mundo constituyen una rica fuente de
tesoros por descubrir para todo aquel que busque. Es de esperar que todo A.A.
que haya tenido una formación religiosa que valora la meditación vuelva a
practicarla con mayor devoción que nunca. Pero, ¿qué vamos a hacer el resto de
nosotros, menos afortunados, que ni siquiera sabemos cómo empezar?
Bueno, podríamos empezar de la
siguiente manera. Busquemos, primero, una buena oración. No tendremos que
buscar muy lejos; los grandes hombres y mujeres de todas las religiones nos han
legado una maravillosa colección. Vamos a considerar aquí una que se cuenta
entre las clásicas.
Su autor era un hombre que desde
hace ya varios siglos ha sido considerado como un santo. No vamos a dejar que
este hecho nos cause ningún prejuicio ningún temor, porque, aunque no era
alcohólico, también tuvo que pasar, al igual que nosotros, por unos grandes
sufrimientos emocionales. Y al salir de estas dolorosas experiencias, expresó
con la siguiente oración lo que entonces podía ver, sentir, y desear:
"Dios, hazme un instrumento
de tu Paz - que donde haya odio, siembre amor - donde haya injuria, perdón -
donde haya discordia, armonía - donde haya error, verdad - donde haya duda, fe
- donde haya tristeza, alegría. Dios, concédeme que busque no ser consolado,
sino consolar - no ser comprendido, sino comprender - no ser amado, sino amar.
Porque olvidándome de mí mismo, me encuentro; perdonando, se me perdona;
muriendo en Ti, nazco a la Vida Eterna. Amen".
Ya que somos principiantes en la
meditación, puede ser conveniente que volvamos a leer esta oración varias veces
muy lentamente, saboreando cada palabra e intentando absorber el significado
profundo de cada frase e idea. Nos vendrá aun mejor si podemos entregarnos sin
resistencia alguna a lo expresado por nuestro amigo. Porque en la meditación,
no hay lugar para el debate. Descansamos tranquilamente con los pensamientos de
alguien que sabe, a fin de poder experimentar y aprender.
Como si estuviéramos tumbados en
una playa soleada, serenémonos y respiremos profundamente el ambiente
espiritual que, por la gracia de esta oración, nos rodea. Dispongámonos a
sentir y a ser fortalecidos y elevados por la gran belleza, amor y poder
espiritual expresados por estas magníficas palabras. Dirijamos ahora nuestra
mirada al mar y contemplemos su misterio; y levantemos los ojos al lejano
horizonte más allá del cual buscaremos todas aquellas maravillar que aún no
hemos visto.
"Venga, hombre", dice
alguien. "Vaya tonterías. No es nada práctico".
Al vernos acosado por tales pensamientos,
nos valdría recordar, con cierto pesar, el enorme valor que solíamos dar a
nuestra imaginación cuando intentaba fabricarnos una realidad basada en la
botella. Sí nos deleitábamos con esta forma de pensar, ¿verdad? Y aunque ahora
nos encontramos sobrios, ¿no es cierto que a menudo intentamos hacer algo
parecido? Tal vez nuestro problema no era que utilizáramos nuestra imaginación.
Tal vez el problema real era nuestra casi total incapacidad para encaminar
nuestra imaginación hacia unos objetivos apropiados. La imaginación
constructiva no tiene nada de malo; todo logro seguro y deseable se basa en
ella. A fin de cuentas, nadie puede construir una casa hasta que no haya
concebido un plan para hacerla. Bueno, la meditación también es así. Nos ayuda a
concebir nuestro objetivo espiritual antes de que empecemos a avanzar para
conseguirlo. Así que regresemos a aquella soleada playa - o, si prefieres, a
las llanuras o las montañas.
Cuando, por tales simples medios,
hayamos alcanzado un estado de ánimo que nos permite enfocarnos quietamente en
la imaginación constructiva, podemos proceder de la siguiente manera:
Volvemos a leer nuestra oración y
nuevamente intentamos apreciar la esencia de su significado. Nos pondremos a
pensar en el hombre que originalmente la rezó. Ante todo, quería convertirse en
un "instrumento". Luego, pidió la gracia para llevar el amor, el
perdón, la armonía, la verdad, la fe, la esperanza, la luz y la alegría a todos
cuantos pudiera.
a continuación expresó una
aspiración y una esperanza para él mismo. Esperaba que Dios le permitiera
también a él encontrar algunos de estos tesoros. Esto lo intentaría hacer
"olvidándose de sí mismo". ¿Qué quería decir esto de "olvidarse
a sí mismo? Y, ¿cómo se propuso realizarlo?
Le parecía mejor consolar que ser
consolado; comprender que ser comprendido; perdonar que ser perdonado.
Esto podría ser un fragmento de
lo que se llama la meditación, tal vez nuestro primer intento de alcanzar
cierto estado de ánimo, nuestro primer corto vuelo de reconocimiento, por así
decirlo, en el reino del espíritu. Después de hacerlo, nos convendría estudiar
detenidamente nuestra situación actual e imaginar lo que podría sucedernos en
nuestra vida si pudiéramos acercarnos aun más al ideal que hemos intentado vislumbrar.
La meditación es algo que siempre puede perfeccionarse. No tiene límites, ni de
altura ni de amplitud. Aunque aprovechamos las enseñanzas y los ejemplos que
podamos encontrar, la meditación es, en su esencia, una aventura individual,
siempre tiene un solo objetivo: mejorar nuestro contacto consciente con Dios,
con su gracia, su sabiduría y su amor. Y tengamos siempre presente que la
meditación es, en realidad, de un gran valor práctico. Uno de sus primero
frutos es el equilibrio emocional. Valiéndose de la meditación, podemos ampliar
y profundizar el conducto entre nosotros y Dios, como cada cual Lo conciba.
Consideremos ahora la oración.
Orar es levantar el corazón y la mente hacia Dios - y en este sentido la
oración incluye la meditación. ¿Cómo hemos de hacerlo? Y, ¿qué relación tiene
con la meditación? Según se entiende comúnmente, la oración es una petición a
Dios. Al haber abierto nuestro conducto como mejor podamos, intentamos pedir
aquellas cosas justas de las que nosotros y los demás tenemos la más urgente
necesidad. Y creemos que la gama completa de nuestras necesidades queda bien
definida en aquella parte del Undécimo Paso que dice: ". . . que nos
dejase conocer su voluntad para con nosotros y nos diese la fortaleza para
cumplirla". Una petición así es apropiada a cualquier hora del día.
Por la mañana, pensamos en las
horas que tendrán. tal vez pensemos en el trabajo que nos espera y las
ocasiones que tendremos de ser serviciales o de utilidad, o en algún problema
particular que se nos pueda presentar. Es posible que hoy nos veamos nuevamente
enfrentados con un grave problema de ayer que no pudimos solucionar. La
tentación inmediata será la de pedir soluciones específicas a problemas
específicos, así como la capacidad para ayudar a otra gente de acuerdo con
nuestro concepto de cómo se debe hacer. En este caso, estamos pidiendo a Dios
que obre a nuestra manera. Por lo tanto, debemos considerar cada petición
cuidadosamente para poder apreciarla según sus verdaderos méritos. Aun así, al
hacer cualquier petición específica, nos convendrá añadir las palabras ".
. . si esa es Tu voluntad". Simplemente pedimos a Dios que, a lo largo del
día, nos ayude a conocer, lo mejor que podamos, su voluntad para aquel día y
que nos conceda la gracia suficiente para cumplirla.
A medida que transcurre el día,
al vernos enfrentados con algún problema o con una decisión que tomar, será
conveniente que hagamos una pausa y renovemos la sencilla petición:
"Hágase Tu voluntad, no la mía". Si en estos momentos ocurre que
nuestros trastornos emocionales son muy grandes, es mucho más probable que
mantengamos nuestro equilibrio si recordamos y volvemos a recitar alguna
oración o alguna frase que nos haya atraído especialmente en nuestras lecturas
o meditaciones. En los momentos de tensión, el mero hecho de repetirla una y
otra vez a menudo nos hará posible desatascar un conducto bloqueado por la ira,
el miedo, la frustración o los malentendidos, y volver a acudir a la ayuda más
segura de todas - nuestra búsqueda de la voluntad de Dios, y no la nuestra. En
estos momentos críticos, si nos recordamos a nosotros mismos que "es mejor
consolar que ser consolados, comprender que ser comprendidos, amar que ser
amados", estamos conformes con la intención del Undécimo Paso.
Es razonable y comprensible que a
menudo se haga la pregunta: "¿Por qué no podemos presentarle a Dios un
dilema específico e inquietante y, en nuestras oraciones, obtener de El una
respuesta segura y definitiva a nuestra petición?".
Esto se puede hacer, pero lleva
consigo algunos riesgos. Hemos visto a muchos A.A. pedir a Dios, con gran
sinceridad y fe, que les dé Su orientación expresa referente a asuntos que
abarcan desde una arrolladora crisis doméstica o financiera hasta cómo corregir
algún pequeño defecto, como la falta de puntualidad. No obstante, muy a menudo
las ideas que parecen venir de Dios no son soluciones en absoluto. Resultan ser
autoengaños inconscientes, aunque bien intencionados. El miembro de A.A., y de
hecho cualquier persona, que intenta dirigir su vida rígidamente por medio de
esta clase de oración, esta exigencia egoísta de que Dios le responda, es un
individuo especialmente desconcertante. Cuando se pone en duda o se critica
cualquiera de sus acción, inmediatamente las justifica citando su dependencia
de la oración para obtener orientación en todo asunto, grande o pequeño. Puede
haber descartado la posibilidad de que su propias fantasías y la tendencia
humana a inventar justificaciones hayan distorsionado esa supuesta orientación.
Con su mejor intención, tiende a imponer su propia voluntad en toda clase de
situaciones y problemas, con la cómoda seguridad de que está actuando bajo la
dirección específica de Dios. Bajo tal engaño, puede, por supuesto, provocar un
montón de problemas sin tener la menor intención de hacerlo.
También caemos en otra tentación
parecida. Nos formamos ideas sobre lo que nos parece ser la voluntad de Dios
para con otras personas. Nos decimos, "Este debería ser curado de su
enfermedad mortal", o "Aquel debería ser aliviado de sus sufrimientos
emocionales", y rezamos por estas cosas especificas. Naturalmente, estas
oraciones son fundamentalmente actos de buena voluntad, pero a menudo se basan
en la suposición de que conocemos la voluntad de Dios para con la persona por
la que rezamos. Esto significa que una oración sincera puede que vaya
acompañada de cierta cantidad de presunción y vanidad. La experiencia de A.A.
indica que especialmente en estos casos debemos rezar para que la voluntad de
Dios, sea cual sea, se haga tanto para los demás como para nosotros mismos.
En A.A. hemos llegado a reconocer
como indudables los resultados positivos y concretos de la oración. Lo sabemos
por experiencia. Todo aquel que haya persistido en rezar ha encontrado una
fuerza con la que normalmente no podía contar. Ha encontrado una sabiduría más
allá de su acostumbrada capacidad. Y ha encontrado, cada vez más, una
tranquilidad de espíritu que no le abandona ante las circunstancias más
difíciles.
Descubrimos que la orientación divina
nos llega en la medida en que dejemos de exigirle a Dios que nos la conceda a
nuestra demanda y según las condiciones que imponemos. Casi todo miembro
experimentado de A.A. te puede contar cómo ha mejorado su vida de forma
asombrosa e inesperada a medida que él iba intentando mejorar su contacto
consciente con Dios. También te dirá que toda época de aflicción y sufrimiento,
cuando la mano de Dios le parecía pesada e incluso injusta, ha resultado ser
una ocasión de aprender nuevas lecciones para la vida, de descubrir nuevas
fuentes de valor, y que, última e inevitablemente, le llegó la convicción de
que, al obrar sus milagros, "los caminos de Dios sí son
inescrutables".
A todo aquel que se niegue a
rezar por que no cree en su eficacia, o porque se siente despojado de la ayuda
y la orientación Dios, estas noticias deben serle muy alentadores. Todos
nosotros, sin excepción, pasamos por temporadas en las que solo podemos rezar
mediante un inmenso esfuerzo de voluntad. Hay momentos en los que ni siquiera
esto nos sirve. Nos sobrecoge una rebeldía tan corrosiva que simplemente
rehusamos rezar. cuando nos ocurren estas cosas, no debemos juzgarnos
despiadadamente. Debemos simplemente reanudar la oración tan pronto como
podamos, haciendo así lo que sabemos que nos va bien.
Tal vez una de las recompensas
más grandes de la meditación y la oración es la sensación de pertenecer que nos
sobreviene. Ya no vivimos en un mundo totalmente hostil. Ya no somos personas
perdidas, atemorizadas e irresolutas. En cuanto siquiera vislumbramos la
voluntad de dios, en cuanto empezamos a ver que la verdad, la justicia y el
amor son las cosas reales y eternas de la vida, ya no nos sentimos tan
perplejos y desconcertados por toda la aparente evidencia de lo contrario que
nos rodea en nuestros asuntos puramente humanos. Sabemos que Dios nos cuida
amorosamente. Sabemos que cuando acudimos a El, todo irá bien con nosotros,
aquí y en el más allá.
DUODÉCIMO PASO
"Habiendo
obtenido un despertar espiritual como
resultado de
estos pasos, tratamos de llevar el menseje
a los
alcohólicos y de practicar estos principios
en todos
nuestros asuntos".
La alegría de vivir es el tema del Duodécimo Paso
de A.A. y su palabra clave es acción. En este Paso salimos de nosotros mismos y
nos dirigimos a nuestros compañeros alcohólicos que todavía sufren. Tenemos la
experiencia de dar sin esperar ninguna recompensa. Empezamos a practicar todos
los Doce Pasos del programa en nuestras vidas diarias, para que nosotros y
todos aquellos a nuestro alrededor podamos encontrar la sobriedad emocional.
Cuando se aprecian todas las implicaciones del Paso Doce, se ve que, en
realidad nos habla de la clase de amor al que no se pude poner precio.
Nuestro Paso Doce también nos
dice que, como resultado de practicar todos los Pasos, cada uno de nosotros ha
experimentado algo que se llama un despertar espiritual. A los nuevos miembros
de A.A., este asunto les parece bastante dudoso por no decir increíble.
Preguntan "¿Qué quieres decir con esto de un 'despertar
espiritual'?".
Puede que haya tantas
definiciones del despertar espiritual como personas que lo han experimentado.
No obstante, es indudable que todos los que sean auténticos tienen algo en
común. Y lo que tienen en común no es muy difícil de entender. Para un hombre o
mujer que ha experimentado un despertar espiritual, el significado más
importante que tiene es que ahora puede hacer, sentir y creer aquello que
antes, con sus propios recursos y sin ayuda, no podía hacer. Se le ha concedido
un don que le produce un nuevo estado de conciencia y una nueva forma de ser.
Se encuentra en un camino que le indica que le llevará a un destino seguro, que
la vida no es un callejón sin salida, ni algo que habrá de soportar o dominar.
Ha sido realmente transformado, porque se ha aferrado a una fuente de fortaleza
de la que antes, de una y otra forma, se había privado. Se da cuenta de que ha
adquirido un grado de honradez, tolerancia, generosidad, paz de espíritu y amor
que antes le parecía inalcanzable. Lo que ha recibido, se le ha dado gratis;
sin embargo, por lo general, se ha preparado, al menos en parte, para
recibirlo.
En A.A., la forma de prepararse
para recibir este don radica en la práctica de los Doce Pasos de nuestro
programa. Por lo tanto, vamos a considerar brevemente lo que hemos estado
intentando hacer hasta este punto:
El Primer paso nos enseñó una
paradoja asombrosa: Descubrimos que éramos totalmente incapaces de librarnos de
la obsesión alcohólica mientras no admitiéramos que éramos impotentes ante el
alcohol. En el Segundo Paso vimos que, ya que no podíamos recuperar por
nosotros mismos el sano juicio, algún Poder Superior forzosamente tendría que
devolvérnoslo, si habíamos de sobrevivir. Por consiguiente, en el Tercer Paso
entregamos nuestras voluntades y nuestras vidas al cuidado de Dios, tal como
cada cual Lo concibiera. Los que éramos ateos o agnósticos descubrimos que,
provisionalmente, nuestro grupo o A.A. como un todo, nos podía servir de poder
superior. Con el Cuarto Paso, comenzamos a intentar identificar en nosotros
mismos las cosas que nos habían llevado a la bancarrota física, moral y
espiritual. Hicimos, sin miedo, un minucioso inventario moral. Al considerar el
Quinto Paso, llegamos a la conclusión de que un inventario, hecho a solas, no
sería suficiente. Supimos que tendríamos que abandonar la costumbre mortal de
vivir a solas con nuestros conflictos y, con toda sinceridad, confesárselos a
Dios y a otro ser humano. Muchos de nosotros nos resistimos a dar el Sexto Paso
- por el simple motivo práctico de no querer que se nos eliminasen todos
nuestros defectos de carácter porque todavía nos sentíamos encantados con
algunos de ellos. No obstante, nos dimos cuenta de que tendríamos que
ajustarnos de alguna forma al principio fundamental del Sexto paso. Por
consiguiente, decidimos que, aunque todavía teníamos algunos defectos de
carácter a los que no queríamos renunciar, no obstante, debíamos dejar de
aferrarnos a ellos de una forma obstinada y rebelde. Nos dijimos a nosotros
mismos, "Tal vez esto no lo puedo hacer hoy, pero puedo dejar de gritar,
'¡No, nunca!'". Luego, en el Séptimo paso, pedimos humildemente a Dios,
que eliminase nuestros defectos según Le conviniera y de acuerdo con las
condiciones del día en que se lo pedimos. En el Octavo Paso,
seguíamos poniendo nuestras casas en orden, porque nos dábamos cuenta de que
estábamos en conflicto no solamente con nosotros mismos, sino también con la
gente y las circunstancias del mundo en que vivíamos. Teníamos que hacer las
paces y, por lo tanto, hicimos una lista de las personas a quienes habíamos
causado daño y llegamos a estar dispuestos a hacer enmiendas. Consecuentemente,
en el Noveno Paso nos pusimos a hacer las enmiendas directamente a las personas
afectadas, excepto cuando el hacerlo pudiera perjudicar a ellos o a otras
personas. Llegados al Décimo Paso, ya habíamos sentado las bases para nuestra
vida diaria, y nos dimos cuenta clara de que tendríamos que seguir haciendo
nuestro inventario personal y que cuando nos equivocáramos, deberíamos
admitirlo inmediatamente. En el Undécimo Paso, vimos que, si un Poder Superior
nos había devuelto el sano juicio y nos había hecho posible vivir con alguna
tranquilidad de espíritu en un mundo gravemente trastornado, valdría la pena
conocerle mejor, por el contracto más directo que nos fuera posible.
Descubrimos que el uso asiduo de la meditación y la oración nos iba abriendo un
más amplio conducto, de tal forma que donde antes discurría un arroyuelo ahora
fluía un río que nos llevaba a la orientación y al poder seguros de dios a
medida que aumentaba nuestra capacidad para entenderlo.
Así que, practicando estos Pasos,
acabamos por experimentar un despertar espiritual y la realidad de esta
experiencia nos era indudable. Al observar a los que solo habían dado un
comienzo y todavía dudaban de sí mismos, el resto de nosotros podíamos ver
amanecer la transformación. Basándonos en multitud de experiencias similares,
nos era posible predecir que el incrédulo que seguía protestando que no captaba
el "aspecto espiritual" y que todavía consideraba a su querido grupo
de A.A. como el poder superior, tardaría poco en amar a Dios y en llamarle por
su nombre.
Contemplemos ahora el resto del
Paso Doce. La maravillosa energía que libera y la ávida acción con la que lleva
nuestro mensaje al alcohólico que aún surge, y que acaba por convertir los Doce
Pasos en acción en todos los asuntos de nuestra vida, es el gran beneficio, la
realidad magnífica, de Alcohólicos Anónimos.
Incluso el miembro más recién
llegado, cuando se esfuerza por ayudar a su hermano alcohólico que anda aun más
ciego que él, encuentra recompensas inimaginables. Esta es, de verdad, la
dádiva que no exige nada a cambio. El no espera que su compañero de fatigas le
pague, ni siquiera que lo ame. Luego, se da cuenta de que, por medio de esta
paradoja divina, al dar así, sin esperar nada, ha encontrado su propia
recompensa, ya sea que su hermano haya recibido algo o no. Aunque tenga todavía
algunos defectos de carácter muy graves, de una y otra manera, sabe que Dios le
ha capacitado para dar un gran comienzo, y le llena la sensación de haber
llegado al umbral de nuevos misterios, alegría y experiencias con los que nunca
jamás había soñado.
Casi todo miembro de A.A. te dirá
que no hay satisfacción más profunda ni alegría mayor que la entrañada por un
trabajo de Paso Doce bien hecho. Ver cómo se abren maravillados los ojos de
hombres y mujeres a medida que pasan de la oscuridad a la luz, ver cómo sus
vidas se llenan rápidamente de una nueva significación y determinación, ver a
familias enteras reunidas, ver cómo el alcohólico rechazado por la sociedad
vuelve a integrarse en su comunidad como ciudadano de pleno derecho y, sobre
todo, ver a esta gente desesperarse ante la presencia de un Dios amoroso en sus
vidas - estas cosas son la esencia de lo que recibimos cuando llevamos el
mensaje de A.A. a otro alcohólico.
Pero ésta no es la única forma de
trabajo de Paso Doce. Asistimos a las reuniones de A.A. y escuchamos, no
solamente para recibir algo, sino también para dar el consuelo y el apoyo que
nuestra presencia puede significar para otros. Si nos toca a nosotros hablar en
una reunión, de nuevo tratamos de llevar el mensaje de A.A. Ya sea
que tengamos uno o muchos oyentes, sigue siendo un trabajo de Paso Doce.
Incluso para aquellos de nosotros que nos sentimos incapaces de hablar en las
reuniones o que nos encontramos en lugares donde no podemos hacer personal e
individualmente mucho trabajo de Paso Doce, hay numerosas oportunidades.
Podemos ser aquellos que se encargan de hacer las tareas poco espectaculares
pero importantes que facilitan hacer un buen trabajo de Paso Doce, tal vez
preparando el café y los refrescos que se sirven después de las reuniones; en
este ambiente de risas y conversaciones, muchos principiantes escépticos y
recelosos se han sentido fortalecidos y reconfortados. Este es trabajo de Paso
Doce en el mejor sentido de la palabra. "Libremente hemos recibido,
libremente debemos dar . . ." es la esencia de este aspecto del
Paso Doce.
Puede que a menudo pasemos por
experiencias de Paso Doce en las que temporalmente parece que nos hemos
equivocado. En esos momentos es posible que estas experiencias nos parezcan
grandes reveses, pero más tarde las veremos como trampolines hacia cosas mejores.
Por ejemplo, puede que nos empeñemos en conseguir que una persona determinada
logre la sobriedad y, después de haber hecho todo lo posible durante meses, le
vemos recaer. Tal vez esto ocurra en una serie de casos, y nos sintamos
profundamente descorazonados en cuanto a nuestra capacidad para llevar el
mensaje de A.A. O puede que nos encontremos en la situación opuesta,
en la que nos sintamos tremendamente eufóricos porque parece que hemos tenido
éxito. En este caso, nos vemos tentados a volvernos muy posesivos con estos
recién llegados. Tal vez intentemos darles consejos respecto a sus asuntos,
consejos que ni estamos capacitados para dar ni debemos ofrecer en absoluto.
Entonces nos sentimos dolidos y confusos cuando se rechazan nuestros consejos,
o cuando se aceptan y resultan en una confusión aun mayor. A veces, por haber
hecho con ardor una gran cantidad de trabajo de Paso Doce, llevamos el mensaje
a tantos alcohólicos que ellos depositan en nosotros una gran confianza.
Digamos que nos nombran coordinador de grupo. Nuevamente se nos presenta la
tentación de ejercer un control exagerado, lo cual a veces tiene como resultado
el rechazo y otras consecuencias que nos son difíciles de aceptar.
Pero a la larga nos damos cuenta
claramente de que estos son únicamente los dolores de crecimiento, y que solo
nos traerán beneficios si recurrimos cada vez más a todos los Doce Pasos para
encontrar respuestas.
Ahora vamos a considerar la
cuestión más importante: ¿cómo practicar estos principios en todos nuestros
asuntos? ¿Podemos amar en su totalidad esta forma de vivir con el mismo fervor
con el que amamos esa pequeña parte que descubrimos al tratar de ayudar a otros
alcohólicos a lograr la sobriedad? ¿Podemos llevar a nuestras desordenadas
vidas familiares el mismo espíritu de amor y tolerancia que llevamos a nuestro
grupo de A.A.? ¿Podemos tener en estas personas, contagiadas y a veces
desquiciadas por nuestra enfermedad, la misma confianza y fe que tenemos en
nuestros padrinos? ¿Podemos realmente llevar el espíritu de A.A. a nuestro
trabajo diario? ¿Podemos cumplir con nuestras recién reconocidas
responsabilidades ante el mundo en general? Y, ¿podemos dedicarnos a la
religión que hemos escogido con una nueva resolución de devoción? ¿Podemos
encontrar una nueva alegría de vivir al tratar de hacer algo respecto a todas
estas cosas?.
Además, ¿cómo vamos a
enfrentarnos con los aparentes fracasos o éxitos? ¿Podemos ahora aceptar y
ajustarnos a cualquiera de ellos sin desesperación ni arrogancia? ¿Podemos
aceptar la pobreza, la enfermedad, la soledad y la aflicción con valor y
serenidad? ¿Podemos contentarnos, sin vacilar, con las satisfacciones más
humildes, pero a veces más diarias, cuando nos vemos privados de los logros más
brillantes y espectaculares?
La respuesta de A.A. a todas
estas preguntas acerca de la vida es "Sí, todas estas cosas son
posible". Esto lo sabemos porque hemos visto a aquellos que insisten en
practicar los Doce Pasos de A.A. convertir la monotonía, el dolor, e incluso la
calamidad en algo que les sirve. Y si estas son las realidades de la vida para
los muchos alcohólicos que se han recuperado en A.A., pueden llegar a ser las
realidades de la vida para muchos más.
Claro está que incluso los A.A.
más dedicados rara vez alcanzan semejantes logros. Aunque no lleguemos a
tomarnos ese primer trago, a menudo nos apartamos del camino. A veces nuestros
problemas tienen su origen en la indiferencia. Nos encontramos sobrios y
contentos con nuestro trabajo de A.A. Las casas van bien en casa y
en la oficina. Naturalmente, nos felicitamos por lo que, más tarde, resulta ser
un punto de vista demasiado fácil y superficial. Dejamos temporalmente de
desarrollarnos porque nos sentimos convencidos de que, para nosotros, no hay
necesidad de practicar todos los Doce Pasos de A.A. Nos va bien con
solo practicar unos cuantos. Tal vez nos va bien con solo dos, el Primer Paso y
la parte de "llevar el mensaje" del Duodécimo Paso. En la jerga, este
estado eufórico se conoce por el nombre de "paso doble"; y puede continuar
durante años.
Incluso los que tenemos las
mejores intenciones podemos caer en la trampa del "paso doble". Tarde
o temprano, se nos pasa esta fase de "nube rosada" y la vida empieza
a parecernos aburrida y nos sentimos decepcionados. Empezamos a pensar que, en
realidad, A.A. no sirve para tanto. Empezamos a sentirnos perplejos y
descorazonados.
Quizás entonces la vida, como
suele suceder, de repente nos da un plato que no podemos tragar, ni mucho menos
digerir. A pesar de nuestros esfuerzos, no conseguimos ese ascenso tan deseado.
Perdemos un buen empleo. Tal vez hay graves dificultades domésticas o
sentimentales, o quizás ese hijo que creíamos que Dios estaba cuidando muere en
una guerra.
¿Cómo respondemos entonces?
¿Tenemos o podemos conseguir, los alcohólicos de A.A., los recursos necesarios
para enfrentarnos a estas calamidades que les llegan a tantas personas?
¿Podemos ahora, con la ayuda de Dios como cada cual Lo conciba, afrontarlas con
tanto valor y ecuanimidad como lo hacen a menudo nuestros amigos
no-alcohólicos? ¿Podemos transformar estas calamidades en bienes
espirituales, en fuentes de crecimiento y consuelo tanto para nosotros como
para los que nos rodean? Bueno, lo cierto es que tenemos una probabilidad de
hacerlo si pasamos de practicar dos pasos a practicar doce paso, si estamos
dispuestos para recibir la gracia de Dios que nos puede fortalecer y sostener
ante cualquier catástrofe.
Nuestros problemas básicos son
los mismos que tiene todo el mundo; pero cuando se hace un esfuerzo sincero
para "practicar estos principios en todos nuestros asuntos", los A.A.
bien arraigados en el programa parecen tener la capacidad, por la gracia de
Dios, para tomar sus problemas con calma, y convertirlos en muestras de fe.
Conocemos a miembros de A.A. que, casi sin quejarse y a menudo con buen humor,
han padecido enfermedades largas y mortales. Hemos visto a familias,
desgarradas por malentendidos, tensiones e infidelidades, volver a
reconciliarse gracias a la manera de vivir de A.A.
Aunque la mayoría de los A.A.
suelen ganarse bien la vida, tenemos algunos miembros que nunca llegan a
reestablecerse económicamente, y otros que tropiezan con serios reveses
financieros. Por lo general, estas circunstancias se encaran con entereza y fe.
Como la mayoría de la gente,
hemos descubierto que podemos aguantar los grandes contratiempos según se nos
presentan. Pero también, al igual que otros, para nosotros, las pruebas más
duras a menudo se encuentran en los problemas cotidianos más pequeños. Nuestra solución
está en desarrollarnos espiritualmente cada vez más. Solo por este medio
podemos aumentar nuestras posibilidades de vivir una vida verdaderamente feliz
y útil. A medida que nos desarrollamos espiritualmente, nos damos cuenta de que
nuestras viejas actitudes hacia nuestros instintos tienen que pasar por una
transformación drástica. Nuestros deseos de seguridad emocional y riqueza, de
poder y prestigio personal, de relaciones sentimentales y de satisfacciones
familiares - todos estos deseos tienen que ser templados y reorientados. Hemos
llegado a reconocer que la satisfacción de nuestros instintos no puede ser el
instinto a todo lo demás, hemos empezado la casa pro el tejado, y nos veremos
arrastrados hacia atrás, hacia la desilusión. Pero cuando estamos dispuestos a
anteponer a todo el desarrollo espiritual - entonces y sólo entonces, tenemos
una verdadera posibilidad de vivir bien.
Después de unirnos a A.A., si
seguimos desarrollándonos, nuestras actitudes y acciones respecto a la
seguridad - tanto la emocional como la económica - empiezan a cambiar
profundamente. Nuestras exigencias de seguridad emocional, de salirnos con la
nuestra, siempre nos han forjado relaciones poco viables con otra gente. Aunque
a veces estábamos completamente inconscientes de la dinámica, siempre teníamos
el mismo resultado. O bien habíamos intentado hacer le papel de Dios y dominar
a aquellos que nos rodeaban, o bien habíamos insistido en tener una dependencia
exagerada de ellos. Cuando la gente, durante una temporada, nos había permitido
que les dirigiéramos la vida, como si todavía fueran niños, nos habíamos
sentido felices y seguros de nosotros mismos. Pero cuando, por fin, se
rebelaban o huían, era amargo el dolor y el desengaño que sufríamos. Les
echábamos la culpa a ellos, porque no podíamos ver que nuestras exigencias
excesivas habían sido la causa.
Cuando, por el contrario,
exigíamos que la gente nos protegiera y nos cuidara, como si fuéramos niños, o
insistíamos en que el mundo nos debía algo, los resultados eran igualmente
desastrosos. A menudo esto causaba que nuestros seres más queridos se alejaran
de nosotros o nos abandonaran completamente. Nuestra desilusión era difícil de
aguantar. No podíamos imaginarnos que la gente nos tratara de esa manera. No
pudimos ver que, a pesar de ser mayores de edad, aun seguíamos comportándonos
de una manera infantil, tratando de convertir a todo el mundo - amigos,
esposas, maridos, incluso al mismo mundo - en padres protectores.- Nos habíamos
negado a aprender la dura lección de que una dependencia excesiva de otra gente
no funciona, porque todas las personas son falibles, e incluso las mejores a
veces nos decepcionan, especialmente cuando las exigencias que les imponemos
son poco razonables.
A medida que íbamos haciendo un progreso
espiritual, llegamos a ver lo engañados que habíamos estado. Pudimos ver
claramente que, si alguna vez íbamos a sentirnos emocionalmente seguros entre
personas adultas, tendríamos que adoptar en nuestras vidas una actitud de
dar-y-tomar; tendríamos que adquirir un sentimiento de comunidad o hermandad
con todos los que nos rodean. Nos dimos cuenta de que tendríamos que dar
constantemente de nosotros mismos, sin exigir nada a cambio. Cuando
persistíamos en hacer esto, poco a poco empezábamos a notar que atraíamos a la
gente como nunca. E incluso si nos decepcionaban, podíamos ser comprensivos y
no sentirnos seriamente afectados.
Al desarrollarnos aun más,
descubrimos que la mejor fuente posible de estabilidad emocional era el mismo
Dios. Vimos que la dependencia de Su perfecta justicia, perdón y amor era
saludable, y que funcionaría cuando todo lo demás nos fallara. Si realmente
dependíamos de Dios, no nos sería posible hacer el papel de Dios con nuestros
compañeros, ni sentiríamos el deseo urgente de depender totalmente de la
protección y cuidado humanos. Esta eran las nuevas actitudes que acabaron
dándonos una fortaleza y una paz internas que ni los fallos de los demás ni
cualquier calamidad ajena a nuestra responsabilidad podrían hacer tambalear.
Llegamos a darnos cuenta de que
esta nueva actitud era algo especialmente necesario para nosotros los
alcohólicos. Porque el alcoholismo nos había creado una existencia muy
solitaria, aunque hubiéramos estado rodeados de gente que nos quería. Pero
cuando lo obstinación había alejado a todo el mundo y nuestro aislamiento llegó
a ser total, acabamos haciendo el papel de personajes en cantinas baratas para
luego salir solos a la calle a depender de la caridad de los transeúntes.
todavía intentábamos encontrar la seguridad emocional dominando a los demás o
dependiendo de ellos. E incluso los que, a pesar de no haber caído tan bajo,
nos encontrábamos solos en el mundo, seguíamos intentando en vano lograr la
seguridad por medio de una forma malsana de dominación o dependencia. Para los
que éramos así, Alcohólicos Anónimos tenía un significado muy especial.
Mediante A.A. empezamos a aprender a relacionarnos apropiadamente con la gente
que nos comprende; ya no tenemos que estar solos.
La mayoría de las personas
casadas que están en A.A. tienen hogares felices. Hasta un grado sorprendente,
A.A. ha compensado los deterioros de la vida familiar ocasionados por años de
alcoholismo. Pero al igual que otras sociedades, tenemos problemas sexuales y
matrimoniales, y a veces son angustiosamente graves. No obstante, rara vez
vemos rupturas o separaciones matrimoniales permanentes en A.A. Nuestro
principal problema no está en cómo seguir casados, sino en cómo llevar una vida
conyugal más feliz, eliminando los graves trastornos emocionales que a menudo
se derivan del alcoholismo.
Caso todo ser humano, en algún
momento de su vida, experimenta un deseo apremiante de encontrar una pareja del
sexo opuesto con quien unirse de la manera más plena posible - espiritual,
mental, emocional y físicamente. Este poderoso impulso es la raíz de grandes
logros humanos, una energía creativa que tiene una influencia profunda en
nuestra vida. Dios nos hizo así. Entonces, nuestra pregunta es la siguiente:
¿Cómo, por ignorancia, obsesión, y obstinación, llegamos a abusar de este don
para nuestra propia destrucción? Los A.A. no podemos pretender ofrecer
respuestas definitivas a estas preguntas eternas, pero nuestra propia
experiencia nos sugiere ciertas respuestas que funcionan para nosotros.
A causa del alcoholismo, se
pueden producir situaciones anormales que perjudican la convivencia y la unión
de un matrimonio. Si el marido es alcohólico, la mujer tiene que convertirse en
cabeza y, a menudo, en sostén de la familia. A medida que se van empeorando las
circunstancias, el marido se convierte en un niño enfermo e irresponsable al
que hay que cuidar y rescatar de un sinfín de líos y apuros. Poco a poco, y
normalmente sin que se dé cuenta, la mujer se ve forzada a hacer el papel de
madre de un niño travieso. Y si, para empezar, tiene un fuerte instinto
maternal, la situación se agrava. Claro está que, bajo estas condiciones,
difícilmente puede existir una relación de igual a igual. La mujer,
generalmente, sigue haciendo las cosas con su mejor voluntad, pero el
alcohólico, mientras tanto, va oscilando entre el amor y el odio a sus
atenciones maternales. Así se establece una rutina que más tarde puede ser
difícil de romper. No obstante, bajo la influencia de los Doce Pasos de A.A., a
menudo se pueden corregir estas situaciones. *
* Los Grupos familiares de Al-Anon también utilizan
los Pasos en una forma adaptada. Esta comunidad mundial, que no forma parte de
A.A., se compone de los cónyuges y otros parientes y amigos de los alcohólicos
(miembros de A.A. o activos). La dirección de su sede es: Box 182, Madison
Square Station, New York, NY 10010.
No obstante, cuando las
relaciones han sido grandemente alteradas, puede ser necesario un largo período
de pacientes esfuerzos. Después de que el marido se haya unido a A.A., puede
que la mujer se vuelva descontenta, e incluso que se siente resentida de que
Alcohólicos Anónimos haya logrado hacer aquello que ella no pudo hacer con
tantos años de dedicación. Es posible que su marido llegue a estar tan absorto
en A.A. y con sus nuevos amigos que se comporte de una manera poco considerada
y pase más tiempo fuera de casa que cuando bebía. Al ver lo infeliz que ella
está, le recomienda la práctica de los Doce Pasos de A.A. e intenta enseñarle
cómo vivir. Naturalmente, ella cree que durante muchos años se las ha arreglado
mucho mejor que él para vivir. Cada uno le echa la culpa al otro y se preguntan
si volverán a tener algún día un matrimonio feliz. Puede que incluso empiecen a
sospechar que nunca lo hubiera sido.
Claro está que se pueden haber
minado tan profundamente las bases para llevar una vida compatible que sea
necesaria una separación. Pero esto ocurre con poca frecuencia. El alcohólico,
al darse cuenta de todo lo que su mujer ha tenido que aguantar, y de todo el
daño que él ha hecho a ella y a sus hijos, casi siempre asume sus
responsabilidades matrimoniales bien dispuesto a reparar lo que pueda aceptar
aquello que no pueda corregir. Asiduamente sigue intentando practicar en su
hogar todos los Doce Pasos de A.A., a menudo con buenos resultados. Llegado a
esta punto empieza, con firmeza, pero cariñosamente, a comportarse como un
marido y no como un niño travieso. Y, sobre todo, por fin se convence de que el
enredarse en aventuras amorosas no es una forma de vivir para él.
En A.A. hay muchos solteros y
solteras que desean casarse y que se ven en posibilidades de hacerlo. Algunos
se casan con compañeros de A.A. ¿Cómo resultan estos matrimonios? Por lo
general, suelen funcionar bastante bien. Los sufrimientos que tenían en común
como bebedores y el interés que tienen en común por A.A. y lo espiritual a
menudo enriquecen esas uniones. También es cierto que los "flechazos"
y los casos de amor a primera vista pueden traer dificultades. Los miembros de
la futura pareja deben tener una base firme en A.A. y deben haberse conocido
suficiente tiempo como para saber que su compatibilidad espiritual, mental y
emocional es una realidad y no una ilusión. Deben tener la mayor seguridad
posible de que no exista ningún trastorno emocional profundo, en el uno o en el
otro, que más tarde, bajo las presiones de la convivencia, vuelva a aparecer de
nuevo para arruinar el matrimonio. Estas consideraciones son igualmente válidas
e importantes para los A.A. que se casan "fuera" de la Comunidad. Con
una clara comprensión de la realidad, y una actitud adulta y apropiada, se
consiguen buenos resultados.
¿Y qué podemos decir de los
muchos miembros de A.A. que, por diversas razones, no pueden tener una vida
familiar? Al comienzo, muchas de estas personas, al ver a su alrededor tanta
felicidad doméstica, se sienten muy solas, tristes y aisladas. Si no pueden
conocer este tipo de felicidad, ¿puede A.A. ofrecerles satisfacciones de
parecido valor y permanencia? Sí -siempre que las busquen con tesón. Estos
supuestos solitarios, al verse rodeados de tantos amigos de A.A., nos dicen que
ya no se sienten solos. En cooperación con otros - hombres y mujeres - se
pueden dedicar a numerosos proyectos constructivos, ideas y personas. Por no
tener responsabilidades matrimoniales, pueden participar en actividades que los
hombres y mujeres de familia no pueden permitirse. Cada día vemos a tales
personas prestar servicios prodigiosos y recibir grandes alegrías a cambio.
En lo relacionado con el dinero y
las cosas materiales, experimentamos el mismo cambio revolucionario de
perspectiva. Con pocas excepciones todos habíamos sido derrochadores. Íbamos
despilfarrando el dinero por todas partes con la intención de complacernos y de
impresionar a los demás. En nuestros días de bebedores, nos comportábamos como
si tuviéramos fondos inagotables; pero entre borrachera y borrachera, a veces
íbamos al otro extremo y nos convertíamos en tacaños. Sin darnos cuenta,
estábamos acumulando fondos para la próxima borrachera. El dinero era el
símbolo del placer y de la presunción. Cuando nuestra forma de beber se empeoró
aun más, el dinero no era sino una apremiante necesidad que nos podía comprar
el próximo trago y el alivio pasajero del olvido que éste nos traía.
Al ingresar en A.A., nuestra
actitud cambió bruscamente, y a menudo fuimos a parar al otro extremo. Nos
entraba el pánico al contemplar el espectáculo de años de despilfarro. Creíamos
que no había tiempo suficiente para restablecer nuestra maltrecha economía.
¿Cómo íbamos a pagar esas tremendas deudas, comprarnos una casa decente, educar
a nuestros hijos y ahorrar algún dinero para la vejez? Nuestro objetivo
principal ya no era dar la impresión de nadar en dinero; ahora exigíamos la
seguridad material. Incluso cuando nuestros negocios se habían restablecido,
estos temores espantosos seguían atormentándonos. Esto volvió a convertirnos en
avaros y tacaños. Era imprescindible que tuviéramos una total seguridad
económica. Nos olvidamos de que la mayoría de los alcohólicos en A.A. tienen un
potencial de ingresos mucho más alto que el promedio; nos olvidamos de la
inmensa buena voluntad de nuestros hermanos de A.A. que estaban muy deseosos de
ayudarnos a conseguir mejores trabajos cuando los mereciéramos; nos olvidamos
de la inseguridad económica, real o posible, de todos los seres humanos del
mundo. Y, lo peor de todo, nos olvidamos de Dios. En los asuntos de dinero,
solo teníamos fe en nosotros mismos e incluso ésta era una fe muy pobre.
Todo esto significaba que aún
estábamos bastante desequilibrados. Mientras un trabajo nos siguiera pareciendo
una mera forma de conseguir dinero y no una oportunidad de servir; mientras la
adquisición de dinero para disfrutar de una independencia económica nos
pareciera más importante que la justa dependencia de Dios, íbamos a seguir
siendo víctimas de temores irracionales. Y estos temores nos harían imposible
llevar una vida serena y útil, fueran cuales fueran nuestras circunstancias
económicas.
Pero con el paso del tiempo, descubrimos
que, con la ayuda de los Doce Pasos de A.A., podíamos librarnos de estos
temores, sin importar cuáles fueran nuestras perspectivas económicas. Podíamos
realizar alegremente tareas humildes sin preocuparnos por el mañana. Si, por
suerte, nuestras circunstancias eran buenas, ya no vivíamos temiendo los
reveses, porque habíamos llegado a saber que tales dificultades podrían ser
transformadas en bienes espirituales. Lo que más nos importaba no era nuestra
condición material, sino nuestra condición espiritual. Poco a poco el dinero
pasó a ser nuestro dueño a ser nuestro servidor. Llegó a convertirse en un
medio para intercambiar amor y servicio con aquellos que nos rodeaban. Cuando,
con la ayuda de Dios, aceptamos serenamente nuestra suerte, nos dimos cuenta de
que podíamos vivir en paz con nosotros mismos y enseñar a otros que aún sufrían
los mismos temores que ellos también podían superarlos. Llegamos a entender que
liberarnos del temor era más importante que liberarnos de las inquietudes
económicas.
Detengámonos aquí un momento a
considerar la mejora en nuestra actitud hacia los problemas de la importancia
personal, el poder, la ambición y el liderazgo. Estos eran los escollos en los
que muchos de nosotros naufragamos en nuestras carreras de bebedores.
Casi todo muchacho sueña con
llegar a ser presidente del país. Quiere ser el número uno de la nación. Al
hacerse mayor y ver la imposibilidad de realizarlo, puede sonreírse con buen
humor recordando el sueño de su infancia. En años posteriores, descubre que la
verdadera felicidad no se encuentra en intentar ser el número uno, ni ser uno
de los primeros en la lucha desgarradora por el dinero, el sexo o el prestigio.
Llega a saber que puede estar contento mientras juegue bien las cartas que la
vida le ha repartido. Sigue siendo ambicioso, pero no de una manera absurda,
porque ahora puede ver y aceptar la realidad de la vida. Esta dispuesto a
mantenerse en su justa proporción.
Pero no sucede así con los
alcohólicos. Cuando A.A. tenía pocos años de existencia, algunos sicólogos y
doctores eminentes llevaran a cabo una investigación exhaustiva de un gran
número de los llamados bebedores problema. Los médicos no intentaban determinar
lo diferentes que éramos unos de otros; trataban de identificar los rasgos de
personalidad, si los hubiera, que este grupo de alcohólicos tenía en común.
Llegaron a una conclusión que dejaba estupefactos a los miembros de A.A. de
aquel entonces. Estos hombres distinguidos tuvieron la osadía de decir que la
mayoría de los alcohólicos que habían examinado eran infantiles, hipersensibles
emocionalmente y tenían delirios de grandeza.
¡Qué resentidos estábamos ante
este veredicto! Nos negábamos a creer que nuestros sueños adultos eran a menudo
verdaderamente infantiles. Y, al tener en cuenta la mala suerte que nos había
tocado en la vida, nos parecía muy natural que fuéramos muy sensibles. En
cuanto a nuestros delirios de grandeza, insistíamos en que solo albergábamos
una elevada y legítima ambición de ganar la batalla de la vida.
No obstante, desde aquel
entonces, la mayoría de nosotros hemos llegado a estar de acuerdo con aquellos
doctores. Nos hemos parado a mirarnos más detenidamente a nosotros y a aquellos
que nos rodean. Hemos visto que los temores e inquietudes irracionales eran los
que nos impulsaron a dar importancia primordial en la vida al asunto de ganar
la fama, el dinero y lo que para nosotros era el liderazgo. Así que el falso
orgullo se convirtió en la otra cada de la ruinosa moneda "Temor".
Teníamos que ser el número uno para ocultar nuestro profundo sentimiento de
inferioridad. Al tener algún que otro éxito, alardeábamos de mayores hazañas
futuras; al sufrir alguna derrota, nos sentíamos amargados. Si teníamos poco
éxito mundano, nos deprimíamos y nos acobardábamos. Entonces la gente decía que
éramos seres "inferiores". Pero ahora nos vemos como astillas de un
mismo palo. En el fondo, habíamos sido exageradamente temerosos. Daba lo mismo
que nos hubiéramos sentado a las orillas de la vida, bebiendo hasta sumirnos en
el olvido, o que nos hubiéramos lanzado imprudente y obstinadamente a unas
aguas agitadas casi sin saber nadar. El resultado fue el mismo . todos nosotros
por poco nos ahogamos en un mar de alcohol.
Pero hoy día, para los A.A. que
han alcanzado su madurez, estos impulsos deformados han vuelto a cobrar algo
parecido a su verdadero objetivo y encauzamiento. Ya no nos esforzamos por
dominar o imponernos a los que nos rodean para ganar prestigio. Ya no buscamos
fama y honor para se alabados. Si por nuestros dedicados servicios a la
familia, los amigos, el trabajo o la comunidad, atraemos el afecto de los demás
y se nos escoge para puestos de mayor responsabilidad y confianza, tratamos de
estar humildemente agradecidos y de esforzarnos aún más animados por un
espíritu de amor y servicio. Nos damos cuenta que el verdadero liderazgo
depende del ejemplo que damos de nuestra competencia y no de vanidosos alardes
de poder o de gloria.
Aun más maravilloso es saber que
no es necesario que nos distingamos entre nuestros semejantes para poder llevar
una vida útil y profundamente feliz. Pocos de nosotros llegaremos a ser líderes
eminentes, las obligaciones honradamente cumplidas, los problemas francamente
aceptados o resueltos con la ayuda de Dios, la conciencia de que, en casa o en
el mundo exterior, todos somos participantes de un esfuerzo común, la realidad
bien entendida de que a los ojos de Dios todo ser humano es importante, la
prueba de que el amor libremente dado siempre tiene su plena recompensa, la
certeza de que ya no estamos aislados ni solos en las prisiones que nosotros
hemos construido, la seguridad de que ya no tenemos que ser como peces fuera
del agua, sino que encajamos en el plan de Dios y formamos parte de Su designio
- éstas son las satisfacciones legítimas y permanentes
del recto vivir que no podrían reemplazar ninguna cantidad de pompa y
circunstancia, ni ninguna acumulación de bienes materiales. La verdadera
ambición no es lo que creíamos que era. La verdadera ambición es el profundo
deseo de vivir útilmente y de andar humildemente bajo la gracia de Dios.
Estos cortos ensayos sobre los
Doce Pasos de A.A. llegan ahora a su fin. Hemos venido considerando tantos
problemas que puede causar la impresión que A.A. no es sino una infinidad de
angustiosos dilemas e intentos de solucionarlos. Hasta cierto punto, esto es
verdad. Hemos hablado acerca de problemas porque somos gente problemática que
hemos encontrado una salida y una solución, y que deseamos compartirlas con
todos los que las necesiten. Porque solo al aceptar y solucionar nuestros
problemas podemos empezar a estar en paz con nosotros mismos, con el mundo que
nos rodea y con El que preside sobre todos nosotros. La comprensión es la clave
de las actitudes y los principios correctos, y las acciones correctas son la
clave del buen vivir; por eso, la alegría del buen vivir es el tema del
Duodécimo Paso de A.A.
Que cada uno de nosotros, con
cada día que pase de nuestra vida, llegue a sentir más profundamente el
significado esencial de la sencilla oración de A.A.:
Dios, concédenos la serenidad para aceptar las
cosas que
no podemos cambiar,
El valor para cambiar aquellas que podemos,
Y la sabiduría para reconocer la diferencia.
LAS DOCE TRADICIONES
Primera
Tradición
"Nuestro
bienestar común debe tener la preferencia;
la
recuperación personal depende de la unidad de A.A."
La unidad de Alcohólicos Anónimos es la
cualidad más preciada que tiene nuestra Sociedad. Nuestras vidas, y las vidas
de todos los que vendrán, dependen directamente de ella. O nos mantenemos
unidos, o A.A. muera. Sin la unidad, cesaría de latir el corazón de A.A.;
nuestras arterias mundiales dejarían de llevar la gracia vivificadora de Dios;
se desperdiciaría la dádiva que El nos concedió. Los alcohólicos, obligados a
volver a sus cavernas, nos lo echarían en cada, diciéndonos "¡Qué cosa tan
magnífica hubiera podido ser A.A.!".
Algunos preguntarán con inquietud
"¿Quiere esto decir que en A.A. el individuo no tiene mucha importancia?
¿Ha de ser dominado por su grupo y absorbido por él?".
Podemos responder con toda
seguridad a esta pregunta con un rotundo "¡No!" Creemos que no existe
en el mundo otra comunidad que tenga más ferviente interés por cada uno de sus
miembros; sin duda, no hay ninguna que defienda más celosamente el derecho del
individuo a pensar, hablar o orar según desee. Ningún A.A. puede obligar a otro
a hacer nada; nadie puede ser castigado o expulsado. Nuestros Doce Pasos de
recuperación son sugerencias; en las Doce Tradiciones, que garantizan la unidad
de A.A. no aparece ni una sola prohibición. Una y otra vez veremos la palabra
"debemos", pero nunca "¡tienes que"!.
A muchos les parecen que tanta
libertad para el individuo equivale a una anarquía total. Todo recién llegado,
todo amigo, al conocer a A.A. por primera vez, se quedan sumamente perplejos.
Ven una libertad que raya en el libertinaje; no obstante, se dan cuenta
inmediatamente de la irresistible determinación y dedicación que tiene
A.A. Preguntan, "¿Cómo puede tan siquiera funcionar tal pandilla de
anarquistas? ¿Cómo es posible que den preferencia a su bienestar común? ¿Qué
puede ser lo que les mantiene unidos?".
Aquellos que miran más
detenidamente, no tardan en descubrir la clave de esta extraña paradoja. El
miembro de A.A. tiene que amoldarse a los principios de recuperación. En
realidad su vida depende de la obediencia a principios espirituales. Si se
desvía demasiado, el castigo es rápido y seguro; se enferma y muera. Al
comienzo, obedece porque no le queda más remedio; más tarde, descubre una
manera de vivir que realmente le agrada. Además, se da cuenta de que no puede
conservar esta preciosa dádiva a menos que la comparta con nosotros. Ni él ni
ningún otro pueden sobrevivir a menos que lleve el mensaje de A.A. En
el momento en que este trabajo de Paso Doce resulta en la formación de un
grupo, se descubre otra cosa - que la mayoría de los individuos no pueden
recuperarse a menos que exista un grupo. Se da cuenta de que el individuo no es
sino una pequeña parte de una gran totalidad; que para la preservación de la
Comunidad, no hay ningún sacrificio personal que sea demasiado grande. Va
descubriendo que tiene que silenciar el clamor de sus deseos y ambiciones
personales, cuando éstos pudieran perjudicar al grupo. Resulta evidente que si
no sobrevive el grupo, tampoco sobrevivirá el individuo.
Así que, desde el mismo comienzo,
la cuestión de cómo vivir y trabajar juntos como grupos ha tenido para nosotros
una importancia primordial. En el mundo a nuestro alrededor, vimos
personalidades destrozar pueblos enteros. LA lucha por la riqueza, el poder y
el prestigio estaba desgarrando como nunca a la humanidad. Si en su búsqueda de
paz y armonía los pueblos fuertes se encontraban estancados, ¿qué iba a ser de
nuestra errática pandilla de alcohólicos? Así como una vez habíamos luchado y
rezado ardientemente por la recuperación personal, con el mismo ardor
comenzamos la búsqueda de los principios por medio de los cuales A.A. podría
sobrevivir. En el yunque de la experiencia, se martilló la estructura de
nuestra Sociedad.
Incontables veces, en multitud de
pueblos y ciudades, volvimos a representar el drama de Eddie Rickenbacker y su
valiente compañía cuando su avión se estrelló en el Pacífico. Al igual que
nosotros, ellos se vieron repentinamente salvados de la muerta, pero aún
flotando a la deriva sobre un mar peligroso. ¡Qué clara cuenta se dieron ellos
de que su bienestar común tenía la preferencia!. Ninguno podía ser egoísta en
cuanto al agua o el pan. Cada uno tenía que pensar en los demás y todos sabían
que encontrarían la verdadera fortaleza en una fe constante. Y encontraron esa
fortaleza, en grado suficiente para superar todos los defectos de su frágil
embarcación, toda prueba de incertidumbre, sufrimiento, temor y desesperación e
incluso la muerte de uno de ellos.
Así ha sido con A.A. Mediante
la fe y las obras hemos podido seguir adelante aprovechando las lecciones de
una increíble experiencia. Estas lecciones están vivas hoy en las Doce
Tradiciones de Alcohólicos Anónimos, las cuales - Dios mediante - nos
sostendrán y mantendrán unidos mientras El nos necesite.
Segunda Tradición
"Para
el propósito de nuestro grupo solo existe una
autoridad
fundamental: un Dios amoroso tal como
se exprese
en la conciencia de nuestros grupos.
Nuestros
líderes no son más que servidores de confianza;
no
gobiernan".
¿De dónde obtiene A.A. su orientación? ¿Quién lo
dirige? Esto también puede parecer enigmático a todos los amigos y recién
llegados. Cuando se les dice que nuestra Sociedad no tiene un presidente con
autoridad para gobernarla, ni un tesorero que pueda exigir el pago de cuotas,
ni una junta de directores que pueda arrojar a las tinieblas exteriores a un
miembro descarriado - que de hecho ningún A.A. puede dar una orden a otro ni
imponer obediencia - nuestros amigos se quedan asombrados y exclaman,
"Esto no puede ser. Tiene que haber una trampa en alguna
parte". Luego, al leer la Segunda Tradición, esta gente
de sentido práctica descubre que en A.A. la única autoridad es un Dios amoroso
tal como se exprese en la conciencia de grupo. Con escepticismo preguntan al
miembro experimentado de A.A. si esto realmente puede funcionar así. El
miembro, cuerdo según parece, les responde enseguida, "Sí. Sin duda es
así". Los amigos mascullan que esto les parece vago, nebuloso y algo
ingenuo. Luego empiezan a observarnos con ojos especulativos, aprenden algo de
la historia de A.A., y pronto tienen los hechos concretos.
¿Cuáles son estos hechos, estas
realidades de la vida de A.A. que nos llevaron a adoptar este principio que a
primera vista parece tan poco práctico?.
Fulano de tal, un buen A.A., se
traslada, digamos, a Villanueva. Ahora solo, considera la posibilidad de que,
tal vez, no pueda mantenerse sobrio, ni siquiera vivo, si no
trasmite a otros alcohólicos lo que tan desinteresadamente se le dio a él.
Siente un apremio espiritual y ético, porque puede haber a su alcance
centenares de alcohólicos que sufren. Además, echa de menos su grupo base.
Necesita a otros alcohólicos tanto como ellos le necesitan a él. Visita a
clérigos, médicos, periodistas, policías, y taberneros . . . y como
consecuencia, Villanueva tiene ahora un grupo, y él es el fundador.
Por ser el fundador, al principio
él es el jefe. ¿Quién otro podría serlo? Pero muy pronto, la autoridad que ha
asumido para dirigirlo todo empieza a ser compartida con los primeros
alcohólicos a quienes ayudó. En este momento el benigno dictador se convierte
en el presidente de un comité compuesto por sus amigos. Ellos constituyen la
jerarquía de servicio del grupo en su período de formación - jerarquía
autonombrada, por supuesto, porque no hay otra alternativa. En cuestión de unos
pocos meses, A.A. florece en Villanueva.
El fundador y sus amigos
canalizan la espiritualidad hacia los nuevos miembros, alquilan los locales,
hacen los arreglos necesarios con los hospitales, y piden a sus esposas que
preparen litros y litros de café. Como todo ser humano, pude que el fundador y
sus amigos se dejen acariciar un poco por la gloria. Comentan entre sí,
"Quizás sería una buena idea que siguiéramos dirigiendo con mano firme
Alcohólicos Anónimos en este pueblo. Después de todo, tenemos más experiencia.
Y mira el bien que les hemos hecho a estos borrachos. Deberían estar agradecidos".
Es cierto que a veces los fundadores y sus amigos son más sabios y más
humildes. Pero muy a menudo en esta etapa no lo son.
Ahora el grupo se ve acosado por
los dolores de crecimiento. Los mendigos mendigan. Los solitarios buscan
pareja. Los problemas les inundan como una avalancha. Aun más
importante, se oyen rumores en el seno del grupo que se convierten en un
clamor: "¿Se creen estos viejos que van a dirigir el grupo para siempre?
¡Hagamos una elección!" El fundador y sus amigos se sienten dolidos y deprimidos.
Van de crisis en crisis y de miembro a miembro, suplicando; pero no sirve de
nada, la revolución ha comenzado. La conciencia de grupo está a punto de tomar
las riendas.
Ahora se celebran las elecciones.
Si el fundador y sus amigos han sido buenos servidores, puede que - para su
gran sorpresa - sean reelegidos por un período de tiempo. Pero si se han
opuesto enconadamente a la creciente ola de democracia, puede que se encuentran
sumariamente depuestos. En cualquier caso, el grupo ahora tiene un llamado
comité rotativo, con autoridad estrictamente limitada. Los miembros componentes
no pueden bajo ningún concepto gobernar o dirigir el grupo. Son servidores.
Suyo es el a veces ingrato privilegio de atender a las tareas del grupo.
Presidido por un coordinador, el comité se encarga de las relaciones públicas y
de hacer los preparativos para celebrar las reuniones. El tesorero, que tiene
que rendir cuentas ante el grupo, recoge el dinero que se echa al pasar el
sombrero, lo lleva al banco, paga el alquiler y otros gastos, y presenta un
informa regularmente en las reuniones de negocios del grupo. El secretario
procura que la literatura esté expuesta en las mesas y que se atiendan las
llamadas telefónicas, contesta la correspondencia, y envía por correo los
avisos para anunciar las reuniones. Estos son los sencillos servicios que le
permiten funcionar al grupo. El comité no da consejos espirituales, no juzga la
conducta de nadie, y no da órdenes. Si intentan hacerlo, todos pueden ser
eliminados en las próximas elecciones. Y así hacen el tardío descubrimiento de
que en realidad son servidores y no senadores. Estas son experiencias
universales. De esta manera, por todo A.A., la conciencia de grupo decreta las
condiciones bajo las cuales deben servir sus líderes.
Esto nos conduce directamente a
la pregunta "'Tiene A.A. una verdadera dirección?" La respuesta es un
rotundo "Sí, a pesar de la aparente falta de la misma". Volvamos a
considerar al depuesto fundador y a sus amigos. ¿Qué va a ser de ellos? Según se
les pasa su pena y su inquietud, empieza una transformación sutil. Con el
tiempo acaban dividiéndose en dos clases conocidas en la jerga de A.A. como
"ancianos estadistas" y "viejos resentidos". El anciano
estadista es el que ve lo sabia que es la decisión del grupo, que no siente
ningún rencor al verse reducido a una posición menos importante, cuyo criterio,
maduro por una larga experiencia, es equilibrado, y que está dispuesto a
quedarse al margen, esperando pacientemente el desarrollo de los acontecimientos.
El viejo resentido es el que está tan firmemente convencido de que el grupo no
puede funcionar sin él, que intriga constantemente para ser reelegido, y que
sigue consumido por la lástima de sí mismo. Unos pocos llegan a estar tan
consumidos por el resentimiento que - despojados del espíritu y los principios
de A.A. - acaban emborrachándose. A veces el paisaje de A.A. parece estar
repleto de estas figuras resentidas. Casi todos los veteranos de nuestra
sociedad han pasado en alguna medida por esta fase. Afortunadamente, la mayoría
de ellos sobreviven y se convierten en viejos estadistas. Llegan a constituir
la verdadera y permanente dirección de A.A. Suyas son las opiniones
calmadas, los conocimientos seguros y los ejemplos humildes que resuelven las crisis.
Cuando el grupo se encuentra indeciso y confuso, invariablemente acude a ellos
para pedir consejo. Llegan a ser la voz de la conciencia de grupo; de hecho,
son la verdadera voz de Alcohólicos Anónimos. No dirigen por mandato; guían con
su ejemplo. Esta es la experiencia que nos ha llevado a la conclusión de que
nuestra conciencia de grupo, bien aconsejada por los ancianos, será a la larga
más sabia que cualquier líder individual.
Cuando A.A. tenía solamente tres
años de existencia, ocurrió algo que demostró la sabiduría de este principio.
Uno de los primeros miembros de A.A., muy en contra de sus propios deseos, se
vio forzado a acatar la opinión del grupo. A continuación, la historia en sus
propias palabras.
"Cierto día, estaba haciendo
un trabajo de Paso Doce en un hospital de Nueva York. El propietario, Charlie,
me llamó a su oficina. 'Bill', me dijo, ¿creo que es una lástima que te
encuentres tan apurado de dinero. Te rodean cantidad de borrachos que están
recuperándose y haciendo dinero. Pero tú que te dedicas de lleno a este
trabajo, andas sin un centavo. No es justo'. Charlie busco y sacó de su
escritorio un viejo estado de cuentas. Me lo pasó y siguió diciendo, 'Aquí se
puede ver cuánto dinero ganaba el hospital en los años 20. Miles de dólares al
mes. Podría estar ganando lo mismo ahora y así lo haría - si tú me ayudaras.
¿Por qué no te instalas aquí para hacer tu trabajo? Te daré una oficina, unos
fondos razonables para gastos, y una buena participación en los beneficios.
Hace tres años, cuando mi médico jefe, Silkworth, me mencionó por primera vez
la idea de ayudar a los borrachos por medio de la espiritualidad, la consideré
una cosa de chiflados; pero he cambiado de opinión. Algún día, tu grupo de ex
borrachos llenará el Madison Square Garden, y no veo por qué tienes que morirte
de hambre mientras tanto. Lo que te propongo es completamente ético. Puedes
establecerte como terapeuta no titulado y tener más éxito que nadie en esta
profesión'.
"Me quedé asombrado. Sentí
unos pequeños remordimientos hasta que me di cuenta de lo ética que era la
propuesta de Charlie. No había nada de malo en que me estableciera como
terapeuta no titulado. Pensé en Lois, que llegaba exhausta a casa después de
trabajar todo el día en los grandes almacenes, para ponerse a preparar la cena
para una multitud de borrachos que no pagaban nada a cambio. Pensé en la gran
suma de dinero que todavía debía a mis acreedores de Wall Street. Pensó en
algunos de mis amigos alcohólicos que estaban ganando tanto dinero como siempre.
¿Por qué no podía hacer yo lo mismo?.
"Aunque pedía a Charlie que
me diera algún tiempo para considerarlo, yo ya casi había decidido lo que iba a
hacer. Volviendo a toda prisa a Brooklyn en el subterráneo, sentí algo que me
pareció una revelación divina. No fue más que una sola frase, pero sumamente
convincente. De hecho, era una frase de la Biblia - una voz insistente que me
decía: "El obrero es digno de su salario". Al llegar a casa, encontré
a Lois cocinando como de costumbre, mientras tres borrachos miraban con ojos
hambrientos desde la puerta de la cocina. La llamé a un lado y le conté la
gloriosa noticia. La vi interesada, pero no tan entusiasmada como creía que
debería estar.
"Aquella noche teníamos
reunión en casa. Aunque ninguno de los borrachos a quienes dábamos alojamiento
parecía lograr su sobriedad, otros sí la habían logrado. Acompañados de sus
esposas, llenaban nuestra sala de estar. Enseguida, me lancé a contar la
historia de la oportunidad que se me ofrecía. Nunca olvidaré sus caras
impasibles, ni las miradas fijas que me dirigieron. Con cada vez menos
entusiasmo, seguí hasta el final de mi historia. Hubo un largo silencio.
"Casi con timidez, uno de
mis amigos empezó a hablar. 'Sabemos lo mal que andas de dinero, Bill. Nos preocupa
mucho. Muchas veces nos hemos preguntado lo que podríamos hacer para
remediarlo. Pero creo que expreso la opinión de todos cuando digo que lo que tú
propones ahora nos preocupa mucho más'. Conforme iba hablando mi amigo, su voz
iba cobrando un tono más seguro. '¿No te das cuenta de que nunca podrás
convertirte en un profesional? Por muy generoso que Charlie haya sido con
nosotros, ¿no ves que no podemos vincular lo que tenemos con su hospital ni con
ningún otro? Nos dices que la propuesta de Charlie es ética. Claro que es
ética, pero lo que tenemos no va a funcionar basándose únicamente en la ética;
tiene que ser mejor. Claro que la idea de Charlie es buena; pero no lo
suficientemente buena. Esta es una cuestión de vida o muerte, Bill, y nada que
no sea lo mejor servirá'. Mis amigos me miraban con desafió mientras su
compañero seguía hablando. 'Bill, ¿no nos has dicho tú mismo a menudo en esta
misma sala que a veces lo bueno es enemigo de lo mejor? Pues, esto es un
ejemplo clarísimo. No nos puedes hacer esto'.
"Así habló la conciencia de
grupo. El grupo tenía razón, y yo estaba equivocado. La voz que había oído en
el subterráneo no era la voz de Dios. Esta era la auténtica voz emanando de la
boca de mis amigos. La escuché y - gracias de Dios - obedecí".
Tercera Tradición
"El
único requisito para ser miembro de A.A. es
querer dejar
de beber".
Esta Tradición está repleta de significado. Porque
en realidad A.A. dice a todo rdadero bebedor, "Tú eres miembro de A.A., si
tú lo dices. Puedes declararte a ti mismo miembro de la Sociedad; nadie puede
prohibirte la entrada. No importa quién seas; no importa lo bajo que hayas
caído. no importa lo graves que sean tus complicaciones emocionales - ni
incluso tus crímenes - no podemos impedirte que seas miembro de A.A. No
queremos prohibirte la entrada. No tenemos ningún miedo de que nos vayas a
hacer daño, por muy retorcido o violento que seas. Sólo queremos estar seguros
de que tengas la misma gran oportunidad de lograr la sobriedad que tuvimos
nosotros. Así que eres miembro de A.A. desde el momento en que lo digas".
Para establecer este principio,
tuvimos que pasar por años de experiencias desgarradoras. En nuestros primeros
años, nada nos parecía tan frágil, tan fácil de romper como un grupo de A.A. Casi
ningún alcohólico a quien nos dirigíamos nos hacía caso; la mayoría de los que
se unían a nosotros eran como velas vacilantes en medio de un
vendaval. Una y otra vez, se apagaban sus inciertas llamas para no volverse a
encender. Nuestra constante y callada inquietud era "¿A cuál de nosotros
le tocará ser el próximo?".
Un miembro nos ofrece una viva
imagen de estos días. "En aquella época", dice, "cada grupo de
A.A. tenía muchos reglamentos para hacerse miembro. Todos estaban aterrados de
que algo o alguien hiciera zozobrar la embarcación y arrojarnos a todos
nuevamente a un mar de alcohol. La oficina de nuestra Fundación * (*
En 1954, se cambió el nombre de la Alcoholic Foundation, Inc., por el de la
General Service Board of Alcoholics Anonymous, Inc., y la oficina de la
Fundación es ahora la Oficina de Servicios Generales.) pidió a
cada grupo que enviara su lista de reglamentos 'protectores'. La lista completa
medía más de una milla. Si todos los reglamentos hubieran estado en vigor en
todas partes, a nadie le habría sido posible hacerse miembro de A.A. - a tal
extremo llegaban nuestras inquietudes y nuestro temor.
"Habíamos decidido no
aceptar como miembro a nadie que no formase parte de esa hipotética clase de
gente que nosotros denominábamos 'alcohólicos puros'. Aparte de su afición a la
bebida y sus desastrosos resultados, no podían tener otras complicaciones. Así
que no queríamos saber nada de los pordioseros, los vagabundos, los confinados
en manicomios, los presos, los homosexuales, los chiflados y las mujeres
perdidas. ¡Sí señor!, sólo nos dedicaríamos a los alcohólicos puros y
respetables. Los de cualquier otra clase sin duda nos destruirían. Además, si
aceptáramos a esa gente rara, ¿qué dirían de nosotros la buena gente? Construimos
una cerca de malla muy fina alrededor de A.A.
"Puede que todo eso ahora
parezca gracioso. Tal vez les cause la impresión de que nosotros los pioneros
éramos bastante intolerantes. Pero les puedo asegurar que en ese entonces la
situación no era nada cómica. Éramos severos e incluso rígidos porque creíamos
que nuestras vidas y nuestros hogares estaban amenazados, y eso no era cosa de
risa. ¿Intolerantes, dicen ustedes? Más bien, teníamos miedo. Naturalmente,
empezamos a comportarnos como se comportan casi todos cuando tienen miedo. Al
fin y al cabo, ¿no es el miedo la verdadera base de la intolerancia? Sí, éramos
intolerantes".
¿Cómo hubiéramos podido adivinar
en aquel entonces que todos esos temores resultarían ser infundados? ¿Cómo
hubiéramos podido saber que miles de esas personas que a veces nos asustaban
tanto iban a recuperarse de forma tan asombrosa y convertirse en nuestros más
incansables trabajadores e íntimos amigos? ¿Quién hubiera creído que A.A.
tendría un índice de divorcio muy inferior al promedio? ¿Cómo hubiéramos podido
prever en aquel entonces que esas personas tan molestas llegarían a ser
nuestros mejores maestros de paciencia y tolerancia? ¿Quién hubiera podido
imaginar en aquella época una sociedad que incluyera todo tipo de personalidad
concebible, y que atravesara todas las barreras de raza, religión, afiliación
política e idioma sin ninguna dificultad?.
¿Por qué A.A. acabó por abandonar
todos sus reglamentos para hacerse miembro? ¿Por qué dejamos que cada recién
llegado decidiera si era o no era alcohólico, y si debería o no debería unirse
a nosotros? ¿Por qué nos atrevimos a decir, contrariamente a lo indicado por la
experiencia de las sociedades y los gobiernos de todas partes del mundo, que no
castigaríamos a nadie ni privaríamos a nadie de la posibilidad de hacerse
miembro de A.A., que nunca deberíamos obligar a nadie a pagar nada, a creer en
nada, ni a ajustarse a ninguna regla?
La respuesta, que ahora se ve en
la Tercera Tradición, era la simplicidad misma. La experiencia por fin nos
enseñó que quitarle en cualquier grado su oportunidad a cualquier alcohólico a
veces equivalía a pronunciar su sentencia de muerte, y muy a menudo a
condenarle a una vida de sufrimientos sin fin. ¿Quién se atrevería a ser juez,
jurado y verdugo de su propio hermano enfermo?.
A medida que los grupos se iban
dando cuenta de esas posibilidades, iban abandonando todos los reglamentos para
hacerse miembro. Las experiencias dramáticas que se fueron sucediendo una tras
otra reforzaron esa determinación, hasta que se convirtió en nuestra tradición
universal. He aquí dos ejemplos:
Corría el Año Dos del calendario
de A.A. En aquella época no existían sino dos grupos de alcohólicos,
sin nombre, que luchaban por subsistir, intentando seguir la luz que les
alumbraba el camino.
Un principiante llegó a uno de
estos grupos, llamó a la puerta y pidió que le dejaran entrar. Habló
francamente con el miembro más antiguo del grupo. Pronto demostró que el suyo
era un caso desesperado y que, sobre todo, quería recuperarse.
"Pero", preguntó, "¿me permitirán unirme a su grupo? Ya que soy
víctima de otro tipo de adición aun más estigmatiza que el alcoholismo, puede
que no me quieran entre ustedes".
Aspe se presentó el dilema. ¿Qué
debería hacer el grupo? El miembro más antiguo llamó a otros dos y en privado
les expuso los hechos de este caso explosivo. Dijo: "¿Qué vamos a hacer?
Si le cerramos la puerta a este hombre, no tardará en morir. Si le dejamos
entrar, solo Dios sabe los problemas que nos pueda traer. ¿Cuál debe ser
nuestra respuesta - sí o no?.
Al principio, los ancianos sólo
podían considerar los inconvenientes. Dijeron: "Sólo nos ocupamos de los
alcohólicos. ¿No sería mejor sacrificar a un por el bien de todos los
demás?". Así siguió la discusión mientras la suerte del recién llegado
estaba pendiente de un hilo. Entonces, uno de los tres habló en tono muy
diferente. "Lo que realmente tememos", dijo, "es el daño que
esto pueda causar a nuestra reputación. Tenemos mucho más a lo que la gente
diga de nosotros que a los problemas que este alcohólico extraño nos pueda
ocasionar. Mientras estábamos hablando, cuatro palabras cortas se me iban
cruzando por la mente. Algo me sigue repitiendo: '¿Qué haría el
Maestro?'". No se dijo ni una palabra más. ¿Qué más se podría haber
dicho?.
Rebosante de alegría, el recién
llegado se lanzó al trabajo de Paso Doce. Incansablemente expuso el mensaje de
A.A. a veintenas de personas y, ya que este era uno de los grupos primitivos,
esas veintenas se han convertido en millares. Nunca molestó a nadie con su otro
problema. A.A. había dado su primer paso hacia la formación de
la Tercera Tradición. Poco tiempo después de que se presentara este compañero
con doble estigma, un vendedor a quien llamaremos Eduardo se unió al otro grupo
de A.A. Era un promotor agresivo y tenía todo el descaro típico de
un vendedor. A cada minuto se le ocurría por lo menos una idea para mejorar
A.A. Vendía a sus compañeros de A.A. esas ideas con el mismo ardor con el
que distribuía cera para automóviles. Pero tenía una idea que no era fácil de
vender. Ed era ateo. Su mayor obsesión era que A.A. podría funcionar mejor sin
"tantas necedades sobre Dios". Trataba de imponer sus ideas a todos,
y todos suponían que pronto se emborracharía - porque en aquel entonces los
A.A. tendían a ser bastante piadosos. Se creía que tal blasfemia merecería un
fuerte castigo. Para su gran desconcierto, Ed seguía manteniéndose sobrio.
Con el tiempo le llegó el turno
de hablar en una reunión. Nos pusimos a temblar, porque ya sabíamos lo que iba
a venir. Empezó elogiando a la Comunidad; explicó cómo su familia se había
vuelto a unir; ensalzó la virtud de la honradez; habló de las satisfacciones de
hacer el trabajo de Paso Doce; y luego soltó la andanada. Ed gritó: "No
puedo aguantar tantas tontería sobre Dios. Sólo son simplezas para la gente
débil. Este grupo no lo necesita, y yo no me las tragaré. ¡Al diablo con
ellas!"
Una gran ola de indignación
inundó al grupo, llevando a todos a una resolución unánime: "¡Afuera con él!"
Los ancianos le llamaron aparte y
le dijeron con firmeza: "Aquí no puedes hablar así. O lo dejas o te
largas". Con gran sarcasmo, Ed les replico: "No me digan. ¿Tengo que
marcharme?" Estiró el brazo y sacó de la estantería un manojo de papeles.
Encima de ellos estaba el prólogo del libro "Alcohólicos Anónimos",
que se estaba preparando en ese entonces. Leyó un voz alta: "El único
requisito para ser miembro de A.A. es querer dejar de beber".
Implacablemente, siguió hablando: "Cuando escribieron esta frase, ¿lo
decían en serio, o no?
Con gran consternación, los
ancianos se miraron, unos a otros, porque sabían que Ed les tenía atrapados.
Así que Ed se quedó.
No solamente se quedó, sino que
permaneció sobrio - mes tras mes. Cuando más tiempo pasaba sin beber, más
fuerte hablaba - en contra de Dios. Tan profunda era la angustia del grupo que
toda claridad fraternal desapareció. "¿Cuándo", se decían
quejumbrosamente, unos a otros, "cuándo volverá a emborracharse este
hombre?".
Bastante tiempo después, Ed
consiguió un trabajo de vendedor que le obligaba a viajar fuera de la ciudad.
Pasados unos cuantos días, llegaron las noticias. Había enviado un telegrama
pidiendo dinero, y todos sabían lo que eso significaba. Luego llamó por
teléfono. En aquella época, estábamos dispuestos a ir a cualquier parte para
hacer un trabajo de Paso Doce, por poco prometedor que fuera el caso. Pero en
esta ocasión, nadie se movió. "¡Que se quede solo! ¡Que lo pruebe él solo
esta vez! Tal vez aprenda su lección".
Unas dos semanas más tarde, Ed
entró a hurtadillas en la casa de un miembro de A.A. y, sin que la familia lo
supiera, se acostó. A la mañana siguiente, mientras el dueño de la casa y un
amigo estaban tomando café, se oyó un ruido en la escalera. Para su consternación,
allí apareció Ed. Con una sonrisa extraña, les preguntó, "¿Ya han hecho
ustedes su meditación matutina?" Pronto se dieron cuenta de que lo
preguntaba muy en serio. Poco a poco les fue contando lo que le había ocurrido.
En un estado vecino, Ed se había
instalado en un hotel barato. Después de ver rechazadas todas sus súplicas de
ayuda, oró repetirse en su mente febril las siguientes palabras: "Me han
abandonado. He sido abandonado por los míos. Este es el final - no me queda
nada". Mientras daba vueltas y más vueltas en la cama, su mano tropezó con
la mesita de noche y tocó un libro. Lo abrió y se puso a leer. Era la Biblia.
Ed nunca dio más detalles de lo que vio y sintió en aquella habitación del
hotel. Era el año 1938. Desde entonces no ha vuelto a tomarse un trago.
Hoy en día, cuando se reúnen los
veteranos que conocen a Ed, exclaman: "¿Qué hubiera pasado si hubiéramos
logrado expulsar a Ed por blasfemo? ¿Qué hubiera sido de él y de todos aquellos
a quienes más tarde él ayudo?".
Así fue como, en los primeros
tiempos, la mano de la Providencia no sindicó que cualquier alcohólico es
miembro de nuestra Sociedad cuando él lo diga.
Cuarta Tradición
"Cada
grupo debe ser autónomo, excepto en asuntos
que afecten
a otros grupos o a Alcohólicos
Anónimos
considerado como un todo".
Autonomía es una palabra bien altisonante. Pero en
lo que se refiere a nosotros, solo quiere decir que cada grupo de A.A. puede
llevar sus asuntos como mejor le convenga, excepto en los casos en que A.A.
como un todo se vea amenazada. Ahora se nos presenta la misma pregunta que
surgió en la Primera Tradición. ¿No es algo temerario y peligroso que los
grupos tengan tanta libertad?
A lo largo de los años, se han
probado todas las desviaciones imaginables de nuestros Doce Pasos y nuestras
Doce Tradiciones. Era inevitable, dado que en general nosotros somos una banda
de individualistas impulsados por ambiciones egoístas. Hijos del caos, de
manera desafiadora hemos jugado con fuego repetidas veces, pero hemos salido ilesos
y, según nos parece a nosotros, más sabios que antes. Esas mismas desviaciones
constituyeron un vasto proceso de pruebas y tanteos, el cual, por la gracia de
Dios, nos ha traído a donde nos encontramos hoy.
Cuando las Tradiciones de A.A. se
publicaron por primera vez en 1945, habíamos llegado a estar convencidos de que
un grupo de A.A. podía capear cualquier temporal.. Nos dimos cuenta de que el
grupo, al igual que el individuo, tendría finalmente que adherirse a los
principios y aprobados que garanticen su supervivencia. Habíamos descubierto
que en este proceso de pruebas y tanteos había perfecta seguridad. Tanta
confianza teníamos n este principio que en el enunciado original de esta
tradición de A.A. aparecía la siguiente frase significativa: "Cuandoquiera
que dos o tres alcohólicos se reúnan en interés de la sobriedad, podrán
llamarse un grupo de A.A., con tal de que como grupo no tengan otra
afiliación".
Claramente, esto significaba que
se nos había otorgado el valor de reconocer a cada grupo de A.A. como una
entidad individual, exclusivamente dependiente de su propia conciencia para
guiar sus acciones. Al trazar nuestro rumbo por esa vasta extensión de
libertad, solo fue necesario indicar dos escollos a salvar: Un grupo de A.A. no
debe hacer nada que pudiera causar grandes perjuicios a A.A. como un todo, ni
debe afiliarse con nada ni con nadie. Correríamos un verdadero peligro si
empezáramos a llamar a algunos grupos "mojados", y a otros
"secos", a unos "Republicanos" o "Comunistas" y a
otros "Católicos" o "Protestantes". Si el grupo de A.A. no
mantuviera su rumbo, se perdería irremisiblemente. Su único objetivo tenía que
ser la sobriedad. En todos los demás aspectos, tenía una completa libertad para
decidir y actuar: Cada grupo tenía el derecho a equivocarse.
Cuando A.A. se hallaba aún en su
infancia, comenzaron a formarse muchos grupos muy entusiastas. En cierto
pueblo, surgió un grupo especialmente enérgico. La gente del pueblo también
estaba entusiasmada por el asunto. Los ancianos, dejándose llevar por su
fantasía, soñaban con ambiciosas innovaciones. Les parecía que al pueblo le
hacía falta un gran centro de alcoholismo, una especie de proyecto piloto que
sirviera de modelo a los A.A. de todas partes. En la planta baja tendrían un
club, en el primer piso se desintoxicaría a los borrachos y se les daría dinero
para pagar sus deudas atrasadas; el tercer piso estaría dedicado a un centro
educativo - ajeno a toda clase de controversias, por supuesto. En sus
fantasías, el resplandeciente edificio tendría varias plantas más, pero para
empezar, tres serían suficientes. Todo esto supondría gasta mucho dinero -
dinero de otras personas. Por mucho que cueste creerlo, a la gente rica del
pueblo les pareció una idea fabulosa.
No obstante, entre los
alcohólicos había unos cuantos disidentes conservadores. Estos disidentes
escribieron a la Fundación * (* En 1954, se cambió el nombre de la Fundación
Alcohólica al de la General Service Board of Alcoholics Anonymous, y la oficina
de la Fundación es ahora la Oficina de Servicios Generales), la sede de A.A. en
Nueva York, para saber si les parecía aconsejable este tipo de innovaciones. Se
habían enterado de que los ancianos, para remachar las cosas, estaban a punto
de solicitar a la Fundación que les concedieran una carta constitutiva. Estos
pocos disidentes se sentían desconcertados y escépticos.
Naturalmente, no faltó un
promotor en este asunto - un superpromotor. Con su elocuencia, apaciguó todos
los temores, a pesar del consejo de la Fundación de que no podría conceder tal
carta constitucional, y de que todas las empresas que en el pasado habían
mezclado un grupo de A.A. con la medicina y la educación habían acabado mal en
otros lugares. Para reducir los riesgos, el promotor organizó tres corporaciones
y se hizo presidente de todas ellas. Recién pintado, el nuevo centro
resplandecía. Su caluroso ambiente se difundió rápidamente por todo el pueblo.
Muy pronto todo empezó a funcionar a las mil maravillas. Para asegurar un
funcionamiento continuo e infalible, se adoptaron 61 reglar y reglamentos.
No obstante, esta brillante
perspectiva no tardó en ensombrecerse. La confusión reemplazó a la serenidad.
Se descubrió que algunos borrachos ansiaban educarse, pero dudaban de que
fueran alcohólicos. Tal vez los defectos de personalidad de algunos otros se
podrían curar con un préstamo. A algunos les entusiasmaba la idea del club,
pero para ellos era cuestión de remediar sus carencias afectivas. A veces, la
multitud de candidatos pasaban pro los tres pisos. Algunos empezaban arriba e
iban bajando hasta la planta baja para convertiste en miembros del club; otros
empezaban en el club y, después de pescarse una borrachera, ingresaban en la
planta de desintoxicación y luego ascendían al tercer piso para educarse. En cuanto
a actividad, era como una colmena; pero a diferencia de la actividad de una
colmena, todo era confusión. Un grupo de A.A., como tal, era sencillamente
incapaz de encargarse de semejante proyecto. Esto se descubrió demasiado tarde.
Entonces se produjo la inevitable explosión - como el día en que estalló la
caldera de la fábrica de fuegos artificiales. El grupo se vio envuelto en una
fría y opresiva nube de miedo y frustración.
Cuando se disipó, algo
maravilloso había ocurrido. El promotor principal escribió una carta a la
oficina de la Fundación, diciendo que ojalá hubiera prestado más atención a la
experiencia de A.A. Luego hizo lo que llegaría a convertirse en algo
clásico de A.A. Todo cabría en una tarjeta tamaño postal. En la cubierta decía:
"Primer Grupo de Villanueva: Regla #62". Al desdoblar la tarjeta una
sola frase mordaz saltaba a la vista: "No te tomes tan en serio,
hombre".
De esta manera, un grupo de A.A.,
bajo el amparo de la Cuarta Tradición, había ejercido su derecho a
equivocarse. Además, había prestado un gran servicio a Alcohólicos Anónimos,
por haber estado humildemente dispuesto a aplicar las lecciones que había
aprendido. Había logrado sobreponerse con buen humor para seguir dedicándose a
mejores cosas. Incluso el arquitecto principal, rodeado por las ruinas de su
sueño, no pudo evitar reírse de sí mismo - y esto el colmo de la humanidad.
Quinta Tradición
"Cada
grupo tiene un solo objetivo primordial - llevar
el mensaje
al alcohólico que aún está sufriendo".
"¡Zapatero a tus zapatos!" . . . más vale
que hagas una cosa perfectamente bien que muchas mal hechas. Este es el tema
central de esta tradición, el punto alrededor del cual toda nuestra Sociedad se
congrega en unidad. La vida misma de nuestra Comunidad depende de la
conservación de este principio.
Alcohólicos Anónimos se puede
comparar a un grupo de médicos que tienen la posibilidad de encontrar una cura
para el cáncer y de cuyos esfuerzos concentrados dependería el remedio para los
que sufren de esta enfermedad. Claro está que cada uno de los médicos de este
grupo puede ser especialista además en otra rama de la medicina. De vez en
cuando cada uno de los médicos en cuestión preferiría poder dedicarse a su
propia especialidad en lugar de trabajar exclusivamente con el grupo. Pero una
vez que hayan atinado con una curación, una vez que se ponga claramente de
manifiesto que ésta solo puede convertirse en realidad si ellos acuerdan aunar
sus esfuerzos, entonces todos ellos se sentirían obligados a dedicarse exclusivamente
al alivio de las víctimas del cáncer. En el resplandor de tal descubrimiento
milagroso, cualquier médico pondría a un lado sus otras ambiciones, sea cual
fuere el sacrificio personal que pueda suponer.
Los miembros de Alcohólicos
Anónimos, que han demostrado que pueden ayudar a los bebedores problema como
otros raramente pueden hacerlo, se ven en la misma obligación de trabajar
juntos. La capacidad única de cada miembro de A.A. para identificarse con el
principiante y conducirle hacia la recuperación no depende en absoluto de su
cultura, su elocuencia ni de cualquier otra pericia particular. Lo único que
cuenta es que él es un alcohólico que ha encontrado la clave de la sobriedad.
Estos legados de sufrimiento y de recuperación se pasan fácilmente entre los
alcohólicos, de uno a otro. Esto es nuestro don de Dios, y regalarlo a otros
como nosotros es el único objetivo que hoy en día anima a los A.A. en todas
partes del mundo.
Hay otro motivo para esta
unicidad de propósito. La gran paradoja de A.A. es que sabemos que raras veces
podemos conservar el preciosos don de la sobriedad a menos que lo pasemos a
otros. A un grupo de médicos que haya encontrado una cura para el cáncer, puede
que les remordiera la conciencia si fracasaran en su misión por interés
egoístas. No obstante, tal fracaso no pondría en peligro su propia
supervivencia. En nuestro caso, si descuidamos a los que todavía sufren,
nuestras vidas y nuestro sano juicio se ven grave e incesantemente amenazados.
Dado que nos encontramos sujetos a estos impulsos del instinto de conservación,
de la responsabilidad y del amor, no es de extrañar que nuestra Sociedad haya
llegado a la conclusión de que tiene una sola y alta misión - la de llevar el
mensaje de A.A. a aquellos que no saben que hay una salida.
Para hacer resaltar la sabiduría
de la unicidad de propósitos de A.A., un miembro cuenta la siguiente historia:
"Sintiéndome inquieto un
día, me pareció que sería conveniente hacer algún trabajo de Paso Doce para
tener así una especie de seguro contra una recaída. Pero primero tendría que
encontrar un borracho con quien trabajar.
"Tomé el subterráneo hasta
el Hospital Towns y allí pregunté al Dr. Silkworth si tenía un posible
candidato para mí. 'Nada muy prometedor', me dijo el pequeño doctor: 'Solo hay
un tipo en el tercer piso que tal vez sea una posibilidad. Pero es un irlandés
muy rudo. Nunca he visto a nadie tan terco. Insiste a gritos que si su socio le
tratara mejor y si su mujer le dejara en paz, muy pronto resolvería su problema
con el alcohol. Ha sufrido un grave ataque de delirium tremens, tiene la mente
bastante nublada, y desconfía de todo el mundo. No es un caso muy alentador.
Pero puede que trabajar con él te sirve a ti de algo, así que ¿por qué no lo
intentas?.
"Enseguida me encontré
sentado al lado de un hombre muy corpulento. Sin la menor amabilidad, me mira
fijamente con ojos que parecían ranuras en su cara roja e hinchada. No tuve más
remedio que coincidir con la opinión del médico - desde luego, no parecía un
caso muy alentador. No obstante, le conté mi historia. Le expliqué lo
maravillosa que era la Comunidad que teníamos, lo bien que nos entendíamos unos
a otros. Le recalqué con insistencia la desesperación del dilema del borracho.
Insistí en que muy pocos borrachos podían recuperarse por sus propias fuerzas,
pero que en nuestros grupos podíamos hacer juntos lo que no podíamos hacer por
separado. Me interrumpió para burlarse de esto y me dijo que él solo podía
arreglárselas con su mujer, con su socio y con su alcoholismo. Me preguntó en
tono sarcástico, '¿Cuánto cuesta todo este enredo?'.
"Me agradó mucho poder
decirle, 'Ni un centavo'.
"Entonces me preguntó, 'Tú,
¿qué sacas de esto?'.
"Naturalmente mi respuesta
fue, 'Mi propia sobriedad, y una vida bien feliz'.
"Todavía dudoso, insistió,
'¿de verdad quieres decir que tu único motivo para estar aquí es tratar de
ayudarme a mí y ayudarte a ti mismo?'.
"'Sí,' le dije. 'Eso es todo
lo que hay. No hay gato encerrado'.
"Entonces, con alguna
vacilación, me aventuré a hablar del aspecto espiritual del programa. ¡La que
me armó! Apenas me había salido de la boca la palabra 'espiritual', se me echó
encima: '¡Ahora caigo! Estás haciendo proselitismo para una de esas malditas
sectas religiosas. ¿Cómo puedes decirme que no hay gato encerrado? Soy miembro
de una gran religión que lo es todo para mí. ¿Cómo te atreves a venir aquí a
hablarme de religión?'.
"Gracias a Dios se me
ocurrió la respuesta apropiada. Estaba basada firmemente en el único objetivo
de A.A. 'Tienes fe', le dije. 'Tal vez una fe más profunda que la mía. Sin duda
tienes mejor formación en asuntos religiosos que yo. Así que no
puedo decirte nada acerca de la religión. Ni siquiera quiero intentarlo.
Además, estoy seguro de que podrías definirme la palabra humildad a la
perfección. Pero por lo que me has dicho acerca de ti y de tus problemas y cómo
te propones solucionarlos, creo que sé lo que anda mal'.
'Muy bien', me dijo, 'dime lo que
hay".
"'Bueno', le dijo, 'creo que
no eres más que un irlandés engreído que se cree capaz de dirigirlo todo'.
"Esto sí que le sentó como
un tiro. Pero a medida que se iba calmando, se puso a escuchar mientras yo
estaba de explicarle que la humildad era la clave principal de la sobriedad.
Por fin se dio cuenta de que yo no estaba tratando de cambiar sus opiniones
religiosas, que yo quería que encontrara en su propia religión la gracia que le
ayudara a recuperarse. De allí en adelante, nos empezamos a llevar muy bien.
"'Imagínate', dice el
veterano, 'lo que habría pasado si yo hubiera estado obligado a hablarle de
asunto religiosos. O si hubiera tenido que decirle que a A.A. le hacía falta
mucho dinero; que A.A. estaba metido en la educación, en los hospitales y en la
rehabilitación. O si yo me hubiera ofrecido para echarle una mano para resolver
sus asuntos domésticos y de negocios. ¿A dónde habríamos llegado? A ningún
sitio, naturalmente".
Años más tarde, a esta rudo
irlandés le gustaba decir, "Mi padrino me vendió una sola idea, la
sobriedad. En aquel momento, no podría haber comprado ninguna otra cosas".
Sexta Tradición
"Un
grupo de A.A. nunca debe respaldar, financiar
o presentar
el nombre de A.A. a ninguna enti-
dad allegada
o empresa ajena, para evitar que los
problemas de
dinero, propiedad y prestigio nos des-
vién de
nuestro objetivo primordial".
E
|
n cuanto nos dimos cuenta de que teníamos una
solución para el alcoholismo, era muy razonable (o así nos parecía en aquel
entonces) que creyéramos que tal vez teníamos la solución para otros muchos
problemas. Muchos opinaban que los grupos de A.A. podían dedicarse a los
negocios, podían financiar cualquier empresa en el campo global del
alcoholismo. De hecho, nos sentíamos obligados a respaldar cualquier causa
meritoria con toda la influencia que pudiera tener el nombre de A.A.
He aquí algunas de las cosas que
soñábamos: Ya que los alcohólicos no tenían muy buena acogida en los
hospitales, construiríamos nuestra propia cadena de hospitales. Ya que a la
gente le hacía falta que se le enseñara lo que era el alcoholismo, educaríamos
al público, e incluso volveríamos a redactar los libros de textos escolares y
médicos. Ibamos a recoger a los alcohólicos desahuciados de los barrios bajos,
seleccionar a aquellos que pudieran recuperarse y poner a los demás en una
especie de cuarentena donde pudieran ganarse la vida. Tal vez estos lugares
podrían producir grandes cantidades de dinero que pudiéramos utilizar para
realizar otras buenas obras. Pensamos seriamente en redactar de nuevo las luyes
del país y hacer que se reconociera a los alcohólicos como enfermos. Ya no se
les encarcelaría; los jueces los pondrían en libertad condicional bajo nuestra
custodia. Llevaríamos la luz de A.A. a las regiones oscuras de la drogadicción
y de la criminalidad. Formaríamos grupos de gente deprimida y paranoica; cuanto
más profunda fuera la neurosis, tanto mejor. Era evidente que, si se podía
vencer el alcoholismo, se podría superar cualquier otro tipo de problema.
Se nos ocurrió que podríamos
llevar lo que teníamos a las fábricas y hacer que los obreros y los
capitalistas se amaran los unos a los otros. Nuestra absoluta honradez pronto
purificaría la política. Abrazados por un lado a la religión y a la medicina
por otro, reconciliaríamos sus diferencias. Ya que habíamos aprendido a vivir
con tanta felicidad, podríamos enseñar a todos los demás a
hacer lo mismo. Nuestra Sociedad de Alcohólicos Anónimos podría llegar a ser la
vanguardia de una nueva avanzada espiritual. Podríamos transformar el mundo.
Sí, nosotros los A.A. teníamos
estos sueños. Era natural que los tuviéramos, puesto que la mayoría de los
alcohólicos somos idealistas en bancarrota. Casi todos nosotros habíamos tenido
el deseo de hacer grandes bienes, realizar grandes obras, y encarnar grandes
ideales. Todos somos perfeccionistas que, al no alcanzar la perfección, nos
hemos ido al otro extremo y nos hemos conformado con la botella y el olvido. La
Providencia, por medio de A.A., había puesto a nuestro alcance nuestras más
altas esperanzas. ¿Por qué no compartir nuestra manera de vivir con todo el
mundo?.
Por lo tanto tratamos de
establecer hospitales de A.A. - todos fracasaron porque no se puede hacer que
un grupo de A.A. se dedicara a los negocios; demasiados cocineros entrometidos
estropean el caldo. Los grupos de A.A. hicieron sus incursiones en el campo de
la educación, y cuando empezaron a ensalzar públicamente los méritos de un
método u otro, la gente se quedó con ideas muy confusas. ¿Se dedicaba A.A. a
enderezar a los borrachos, o era un proyecto educativo? ¿Se interesaba A.A. en
lo espiritual, o en la medicina? ¿Era un movimiento reformista? Para nuestra
consternación, nos vimos casados con todo tipo de empresas, algunas buenas y
otras no tan buenas. Al ver a los alcohólicos enviados de forma arbitraria a
las prisiones o los manicomios, empezamos a gritar; "debería haber una
ley". Los A.A. se pusieron a clamar en las sesiones de los comités
legislativos, haciendo una campaña en favor de reformar las leyes. Sirvió como
buen material para la prensa, pero para poco más. Nos dimos cuenta de que muy
pronto nos veríamos enmarañados en la política. Aun dentro de A.A. nos resultó
imperativo eliminar el nombre de A.A. de los clubes y de las casas de Paso
Doce.
A raíz de estos episodios nació
en nosotros la profunda convicción de que, bajo ningún concepto,
podíamos respaldar a ninguna empresa allegada, por muy buena que fuese.
Nosotros los Alcohólicos Anónimos no podíamos serlo todo para todos, ni
debíamos tratar de serlo.
Hace años, este principio de
"no respaldo" se vio sometido a una prueba crucial. Algunas de las
grandes destilerías de alcohol tuvieron la intención de meterse en el campo de
educación sobre el alcohol. Creían que sería una buena cosa que los fabricantes
de licor demostraran al público su sentido de responsabilidad. Querían decir
que no se debía abusar del licor, sino disfrutarlo; la gente muy bebedora
debería moderarse, y los bebedores problema - los alcohólicos - no deberían
beber en absoluto.
En una de sus asociaciones
comerciales, se planteó la cuestión de cómo se debería proceder con esta
campaña. Naturalmente, iban a valerse de la radio, la prensa y el cine para
exponer sus puntos de vista. Pero ¿qué tipo de persona debe dirigir esa
campaña? Inmediatamente pensaron en Alcohólicos Anónimos. Si pudieran encontrar
entre nosotros a un buen agente de relaciones públicas, ¿no sería él la persona
ideal? Sin duda conocería el problema. Su conexión con A.A. sería muy valiosa,
porque la Comunidad era muy bien vista por el público y no tenía ni un solo
enemigo en el mundo.
No tardaron en encontrar al
hombre idóneo, un A.A. con la experiencia necesaria. Enseguida él se presentó
en la sede de A.A. en Nueva York a preguntar, "¿Hay algo en nuestra
tradición que sugiera que no debo aceptar un trabajo como éste? Esta clase de
educación me parece buena, y no es un asunto muy controversial. ¿Les parece a
ustedes que puede haber alguna paga?".
A primera vista, parecía una
buena cosa. Luego empezaron a insinuarse las dudas. La asociación quería emplear
el nombre completo de nuestro miembro en toda su publicidad; iban a describirlo
como director de publicidad de la campaña y como miembro de Alcohólicos
Anónimos . Naturalmente, no podría haber la menor objeción si una
asociación contratara a un miembro de A.A. únicamente por su talento en las
relaciones públicas y sus conocimientos sobre el alcoholismo. Pero eso no era
todo, porque en este caso un miembro de A.A. no solamente iba a romper su
anonimato a nivel público, sino que también iba a vincular en las mentes de
millones de personas el nombre Alcohólicos Anónimos con este proyecto
educativo. Habría de causar le impresión de que ahora A.A. estaba respaldando
la educación - al estilo de la asociación de los comerciantes de licores.
En cuanto vimos lo que realmente
significaba este hecho comprometedor, le pedimos su parecer al candidato a
director de publicidad. "¡Caramba", dijo. "Claro que no puedo
aceptar el puesto. Antes de que se secara la tinta del primer anuncio, los
partidarios de la prohibición estarían expresando a gritos su indignación.
Saldrían a buscar a un A.A. honrado que abogara por su estilo de educación.
A.A. se encontraría justo en medio de la controversia entre los secos y los
mojados. La mitad de la gente del país creería que habríamos tomado partido por
los secos, y la otra mitad que nos habríamos unido a los mojados. ¡Menudo
lío!".
"No obstante", le
dijimos, "tienes el derecho legal de aceptar este trabajo".
"Ya lo sé", contestó.
"Pero no es hora de fijarnos en legalidades. Alcohólicos Anónimos me salvó
la vida, y su bienestar tiene para mí la prioridad. No seré yo quien vaya a
meter A.A. en un gran problema, y si aceptara, lo haría".
En lo concerniente a los
respaldos, nuestro amigo lo ha dicho todo. Con mayor claridad que nunca, nos
dimos cuenta de que no podríamos prestar el nombre de A.A. a ninguna causa que
no fuera la nuestra.
Séptima Tradición
"Cada
grupo de A.A. debe mantenerse completamente
a sí mismo,
negándose a recibir contribuciones de afuera".
¿Alcohólicos que se mantienen a sí mismos?
¿Quién ha oído hablar nunca de semejante cosa? No obstante, nos damos cuenta de
que así tenemos que ser. Este principio es una prueba contundente de la
profunda transformación que A.A. ha obrado en todos nosotros. Todo el mundo
sabe que los alcohólicos activos insisten a gritos que no tienen ningún
problema que el dinero no pueda solucionar. Siempre hemos andado con la mano
extendida. Desde tiempo inmemorial, hemos dependido de alguien, normalmente en
cuestiones de dinero. Cuando una sociedad compuesta exclusivamente de
alcohólicos dice que va a pagar todos sus gastos, eso sí que es una verdadera
noticia.
Quizás ninguna de las Tradiciones
de A.A. causara tanto dolor de parto como ésta. En los primeros días, todos estábamos
sin fondos. Si a esto se le añade la habitual suposición de que la gente debe
dar dinero a los alcohólicos que se esfuerzan por mantenerse sobrios, se puede
entender por qué creíamos merecer un montón de billetes. ¡La de cosas tan
magníficas que pudiera hacer A.A. con todo este dinero! Pero, por curioso que
parezca, la gente que tenía dinero pensaba lo contrario. Les parecía que ya era
hora de que nosotros - ahora que estábamos sobrios - pagásemos nuestras propias
cuentas. Así que nuestra Comunidad se quedó pobre porque así tenía que ser.
Había otra razón para nuestra
pobreza colectiva. No tardó en hacerse evidente que si bien los alcohólicos
gastaban dinero pródigamente en casos de Paso Doce, tenían una tremenda
aversión a echar dinero en el sombrero que se pasaba en las reuniones para
sufragar los gastos de grupos. Nos sorprendió descubrir lo tacaños que éramos.
Así que A.A., el movimiento, empezó y permaneció pobre, mientras que los
miembros individuales se hicieron cada vez más prósperos.
Lo cierto es que los alcohólicos
son gente de todo-o-nada. Nuestra reacción en cuanto al dinero parece
demostrarlo. A medida que A.A. pasaba de la infancia a la adolescencia, fuimos
abandonando la idea de que necesitábamos grandes sumas de dinero y llegamos al
otro extremo, diciendo que a A.A. no le hacía falta el dinero en absoluto. De
todas las bocas salían estas palabras: "A.A. y el dinero no puede
mezclarse. Tendremos que separar lo espiritual de lo material". Cambiamos
de rumbo tan bruscamente porque por aquí y por allá algunos miembros habían
tratado de valerse de sus conexiones A.A. para ganar dinero, y temíamos que
fueran a aprovecharse de nosotros. En ocasiones, algunos benefactores
agradecidos nos habían dotado con un local para un club y, como consecuencia, a
veces había interferencia ajena en nuestros asuntos. Se nos donó un hospital y
casi inmediatamente, el hijo del donante se presentó como su principal paciente
y aspirante a gerente. A un grupo de A.A. se le entregó cinco mil dólares para
hacer con este dinero lo que quisiera. Las peleas que provocó este dinero
siguieron haciendo estragos en el grupo durante años. Asustados por estas
complicaciones, algunos grupos se negaron a tener ni un centavo en sus arcas.
Pese a tales inquietudes, tuvimos
que reconocer el hecho de que A.A. tenía que funcionar. Los locales para
reuniones nos costaban algo. Para evitar la confusión en regiones enteras, era
necesario establecer pequeñas oficinas, instalar teléfonos y contratar a
algunas secretarias a sueldo. A pesar de las muchas protestas, se logró hacer
estas cosas. Nos dimos cuenta de que si no se hicieran, el nuevo que llegaba a
nuestras puertas no tendría su oportunidad de recuperase. Prestar estos
sencillos servicios supondría incurrir en algunos pequeños gastos, que
podríamos pagar nosotros mismos, y así lo haríamos. Por fin el péndulo dejó de
oscilar y señaló directamente a la Séptima Tradición tal y como la conocemos
hoy día.
A este respecto, a Bill le gusta
contar la siguiente historia, que tiene su moraleja. Dice que cuando en 1941
apareció en el Saturday Evening Post el artículo de Jack Alexander, miles de
angustiosas cartas de alcohólicos y familiares desesperados llegaron al buzón
de la Fundación * en Nueva York. "El personal de nuestra oficina",
cuenta Bill, "estaba compuesto por dos personas: una secretaria dedicada y
yo. ¿Cómo íbamos a responder a esta avalancha de solicitudes? Sin duda,
tendríamos que contratar a más empleados a sueldo. Así que pedimos
contribuciones voluntarias a los grupos de A.A. ¿Nos enviarían un dólar por
miembro al año? Si no, estas cartas conmovedores tendrían que quedarse sin
respuesta.
"Para mi asombro, los grupos
tardaron en responder. Me puse bien airado. Un día, al contemplar este montón
de cartas, andaba yendo y viniendo por la oficina, quejándome de lo
irresponsables y tacaños que eran mis compañeros. En ese mismo momento, vi
asomarse por la puerta la cabeza desgreñada y dolorida de un viejo conocido.
Era nuestro campeón de recaídas. Podía notar que tenía una tremenda resaca. Al
recordar algunas de las mías, se me llenó el corazón de compasión. Le señalé
que pasara a mi cubículo y saqué un billete de cinco dólares. Como mis ingresos
semanales eran de treinta dólares en total, éste era un donativo considerable.
A Lois le hacía falta el dinero para comprar comida, pero eso no me detuvo. El
profundo alivio que se reflejó en la cara de mi amigo me alegró el corazón. Me
sentía especialmente virtuoso al pensar en todos los ex borrachos que ni
siquiera nos mandaban un dólar cada uno a la Fundación, mientras yo
gustosamente estaba haciendo una inversión de cinco dólares para remediar una
resaca.
"La reunión de esa noche se
celebró en el viejo Club de la calle 24 de Nueva York. Durante el intermedio,
el tesorero dio una tímida charla acerca del penoso estado de las finanzas del
club. (Esto era en la época en que no se podía mezclar el dinero y A.A.). Pero
finalmente lo soltó - el casero nos pondría en la valle si no pagábamos.
Terminó sus observaciones diciendo, 'Bueno, muchachos, cuando se pase el
sombrero esta noche, por favor, sean un poco más generosos'.
"Oí claramente sus palabras,
mientras con todo fervor trataba de convertir a un recién llegado sentado a
lado mío. El sombrero llegó a donde yo me encontraba, y metí la mano en el
bolsillo. Mientras seguía hablando con el nuevo, me rebuscaba el bolsillo y
saqué una moneda de cincuenta centavos. Por alguna razón, me pareció una moneda
muy grande. Sin vacilar, la volví a meter en el bolsillo y saqué una de diez
centavos y tintineó tímidamente al caer en el sombrero. En aquel entonces,
nunca se echaban billetes en el sombrero.
"Entonces se me abrieron los
ojos. Yo, que esa misma mañana, me había jactado de mi generosidad, me estaba
portando con mi propio club peor que los lejanos alcohólicos que se habían
olvidado de enviar sus dólares a la Fundación. Me di cuenta de que mi donativo
de cinco dólares al campeón de recaídas no era sino una cuestión de engordar mi
propio ego, malo para él y peor para mí. Había un lugar en A.A. donde la
espiritualidad y el dinero sí podían mezclarse: en el sombrero".
Hay otra historia que trata del
dinero. Una noche de 1948, los custodios de la Fundación estaban celebrando su
reunión trimestral. En la agenda se incluía un asunto muy importante para
discutir. Cierta dama había fallecido. Al dar lectura a su testamento, se
descubrió que había dejado a Alcohólicos Anónimos, con la Fundación Alcohólico
como fiduciario, un legado de diez mil dólares. La cuestión era: ¿Debería A.A.
aceptar tal regalo?.
¡Vaya debate que se armó!. En ese
momento la Fundación se encontraba muy mal de dinero; los grupos no mandaban lo
suficiente para el mantenimiento de la oficina; incluso añadiendo los ingresos
producidos por el libro, no alcanzábamos a cubrir los gastos. Las reservas se
estaban derritiendo como la nieve en primavera. Necesitábamos esos diez mil
dólares. "Puede ser", dijo alguien, "que los grupos nunca
lleguen a mantener completamente a la oficina. No podemos permitir que se cierre;
es de una importancia crucial. Sí, aceptamos el dinero. Aceptemos todos los
futuros donativos. Vamos a necesitarlos".
Entonces se expresó la oposición.
Señalaron que la junta de la Fundación ya sabía de un total de medio millón de
dólares legados a A.A. en los testamentos de personas que estaban todavía
vivas. Solo Dios sabría cuánto más dinero se nos habría legado y del que aún no
nos habíamos enterado. Si no nos negábamos a aceptar, absoluta y firmemente,
las donaciones ajenas, un día la Fundación llegaría a ser rica. Además, a la
menor insinuación al público por parte de nuestros custodios de que
necesitábamos dinero, nos haríamos inmensamente ricos. Comparados con esa
perspectiva, los diez mil dólares bajo consideración eran cosa de poco; no
obstante, al igual que el primer trago de un alcohólico, si lo tomábamos,
provocaría inevitablemente una desastrosa reacción en cadena. ¿Y dónde
acabaríamos entonces? El que paga, manda, y si la Fundación Alcohólica
obtuviera dinero de fuentes ajenas, sus custodios podrían verse tentados a
llevar nuestros asuntos sin tener en cuenta los deseos de A.A. como un todo.
Librado de esta responsabilidad, cada alcohólico se encogería de hombros y
diría, "La Fundación es rica - ¿por qué voy a molestarme?". Con toda
seguridad, la presión de tener unas arcas tan repletas tentaría a la junta a
idear todo tipo de proyectos para efectuar buenas obras, y así desviaría a A.A.
de su objetivo primordial. En cuanto ocurriera esto, la confianza de la
Comunidad se vería mermada. La junta se encontraría aislada, y sometida a la
dura crítica por parte de A.A. y del público en general. Estas eran las
posibilidades, en pro y en contra.
Entonces, nuestros custodios
escribieron una página brillante en la historia de A.A. Se manifestaron en
favor del principio de que A.A. debe permanecer siempre pobre. De allí en
adelante, la política financiera de la Fundación sería tener lo justo para
cubrir los gastos de operación más una reserva prudente. Aunque era difícil
hacerlo, la junta oficialmente se negó a aceptar los diez mil dólares y adoptó
formalmente la resolución irrebatible de negarse a aceptar todo donativo
similar en el futuro. En ese momento, creemos, quedó firme y definitivamente
incrustado en la tradición de A.A. el principio de pobreza corporativa.
Cuando se publicaron estos
hechos, hubo una reacción profunda. A la gente acostumbrada a un sinfín de
campañas para recaudar fondos con propósitos caritativos, A.A. les presentaba
un espectáculo curioso y renovador. Los editoriales favorables que aparecieron
en la prensa aquí y en ultramar generaron una ola de confianza en la integridad
de Alcohólicos Anónimos. Hicieron notar que los irresponsables se habían
convertido en responsables y que al incorporar el principio de independencia
financiera como parte de su tradición, Alcohólicos Anónimos había resucitado un
ideal ya casi olvidado en su época.
Octava Tradición
"Alcohólicos
Anónimos A.A. nunca tendrá carácter
profesional,
pero nuestros centros de servicio pueden
emplear
trabajadores especiales".
Alcohólicos Anónimos nunca tendrá una clase
profesional. Hemos llegado a captar el significado del antiguo dicho
"Libremente hemos recibido, libremente debemos dar". Nos hemos dado
cuenta de que en lo referente al profesionalismo, el dinero y la espiritualidad
no se pueden mezclar. Los mejores profesionales del mundo, tanto en el campo de
la medicina como en el de la religión, no han logrado efectuar casi ninguna
recuperación del alcoholismo. No desacreditamos el profesionalismo en otros
campos, pero aceptamos el hecho real de que en nuestro caso no da resultados.
Cada vez que hemos tratado de profesionalizar nuestro Paso Doce, el resultado
ha sido siempre el mismo: Nuestro único propósito ha salid derrotado.
Los alcohólicos simplemente no
harán caso de un trabajador de Paso Doce a sueldo. Casi desde el principio,
hemos estado convencidos de que el trabajo personal con otro alcohólico que
sufre sólo puede basarse en el deseo de ayudar y de ser ayudado. Cuando un A.A.
habla por dinero, ya sea en una reunión o a recién llegado, también puede tener
en él un efecto perjudicial. El aliciente del dinero le compromete a él y a
todo lo que diga y haga por el principiante. Esto ha sido siempre tan evidente
que muy pocos A.A. han hecho alguna vez un trabajo de Paso Doce a
cambio de una remuneración.
A pesar de esta evidencia, es
cierto que pocos temas han suscitado más disputas dentro de nuestra Comunidad
que el del profesionalismo. Los encargados de barrer el piso, los cocineros que
preparan hamburguesas, las secretarias de las oficinas, los escritores de
libros - todos ellos han sido objeto de fuertes ataques porque, según sus
críticos, "estaban haciendo dinero a costa de A.A.". Sin
tener en cuenta que éstos no eran en absoluto trabajos de Paso Doce, los
críticos acusaban de ser profesionales de A.A. a estos trabajadores nuestros,
quienes muy a menudo se ocupaban de las tareas ingratas que nadie más quería o
podía hacer. Se provocó un furor aun más grande cuando los miembros de A.A.
empezaron a dirigir casas de reposo y granjas de convalecencia para los
alcohólicos, cuando algunos aceptaron puesto asalariados en la industria como
directores de personal, encargados del problema del alcoholismo entre los
empleados, y otros como enfermeros en los pabellones de alcoholismo, y cuando
otros más se dedicaron al campo de educación sobre el alcoholismo. En todos
estos casos, y otros muchos, se alegaba que se estaban vendiendo por dinero la
experiencia y los conocimientos de A.A. y por lo tanto, estas personas también
eran profesionales.
No obstante, por fin podía verse
una clara línea divisoria entre el profesionalismo y el no profesionalismo.
Cuando convinimos en que no se podía hacer el trabajo de Paso Doce a cambio de
dinero, tomamos una sabia decisión. Pero a trabajadores especiales, ningún
miembro podía llevar nuestros conocimientos a otros campos, estábamos aceptando
el consejo del temor, un temor que, hoy en día, se ha disipado en gran parte
ante la luz de la experiencia.
Consideremos, por ejemplo, el
caso del conserje y del cocinero del club. Para poder funcionar, un club tiene
que ser habitable y hospitalario. Intentamos utilizar voluntarios, pero pronto
se sintieron desencantados al verse barriendo sueldos y haciendo café siete
días a la semana. Simplemente dejaron de presentarse. Aun más importante, un
club vació no podía contestar el teléfono, y era una invitación abierta para un
borracho de parranda que tuviera la lleve. Así que había que contratar a
alguien que cuidara el local. Si contratáramos a un alcohólico, recibiría un
pago igual al que tuviéramos que dar a un no alcohólico por el mismo trabajo.
El puesto no era para hacer el trabajo de Paso Doce, sino para facilitar que el
trabajo de Paso Doce se hiciera. No era sino una simple cuestión de servicios
especiales.
Tampoco A.A. podría funcionar sin
trabajadores especiales a sueldo. En las oficinas de la Fundación * y de los
intergrupos, no podíamos emplear a personas no alcohólicas para trabajar como
secretarias; necesitábamos personas que conocieran bien el programa de
A.A. Pero en cuanto los contratamos, los ultraconservadores y los
temerosos gritaron, "¡Profesionalismo!" En una época, la situación de
estos fieles servidores era casi insoportable. no se les pedía hablar en las
reuniones de A.A., porque "estaban haciendo dinero a costa de
A.A." A veces, sus compañeros incluso evitaban su compañía. Aun
los más caritativos los describían como un "mal necesario". Los
comités se aprovecharon de lleno de esta actitud para reducir sus salarios. Podían
recuperar parte de su virtud, se creía, si trabajaban para A.A. por un sueldo
miserable. Durante muchos años, estas ideas persistían. Entonces, nos dimos
cuenta de que una secretaria muy trabajadora que contestaba al teléfono docenas
de veces al día, que escuchaba a veinte esposas lloronas, que tomaba
disposiciones para hospitalizar a diez principiantes y para conseguirles
padrinos, y que trataba de manera muy diplomática al borracho iracundo que se
quejaba de cómo ella hacía su trabajo y de lo excesivo que era su sueldo, a
ella difícilmente se le podía considerar como una profesional de A.A. No
estaba profesionalizando el Paso Doce; simplemente lo estaba facilitando.
Estaba contribuyendo a procurar que el hombre que llegaba a nuestra puerta
tuviera la oportunidad que merecía. Los ayudantes y miembros de comité
voluntarios podían ser de gran utilidad, pero no se podía esperar que ellos
desempeñaran estas tareas día tras día.
En la Fundación, se vuelve a
repetir la misma historia. Ocho toneladas de libros y literatura al mes no se
empaquetan ni se envían a sí mismo a todas partes del mundo. Montones de cartas
que tratan de cualquier problema de A.A. imaginable, desde el solitario
esquimal hasta los dolores de crecimiento de miles de grupos, tienen que ser
contestadas por gente que sepa del asunto. Hay que mantener los contractos
apropiados con el mundo exterior. Hay que vigilar y cuidar de las cuerdas de
salvamento de A.A. Así que contratamos a miembros de A.A. como
miembros del personal de la oficina. Les pagamos bien, y se ganan su sueldo.
Son secretarios profesionales * (* El tipo de trabajo que realizan los miembros
del personal en la actualidad no tiene equivalente en las empresas comerciales.
Estos miembros de A.A. aportan a su servicio en la G.S.O. una amplia variedad
de experiencia profesional y de negocios), pero no son profesionales de A.A.
Quizás todo miembro de A.A.
albergue para siempre en su corazón el vago temor de que algún día alguien
explote nuestro nombre con ánimos de lucro personal. La mera insinuación de tal
cosa siempre suele desatar un huracán, y hemos descubierto que los huracanes
atacan con igual furia a los justos y a los injustos. No son nunca razonables.
No hay individuos que hayan sido
más zarandeados por estas tempestades emocionales que aquellos A.A. que se han
atrevido a aceptar empleo con agencias ajenas que tratan del problema del
alcohol. Una universidad quería que un miembro de A.A. educara al público sobre
el alcoholismo. Una compañía buscaba a un encargado de personal familiarizado
con el tema. Una granja estatal para borrachos buscaba a un gerente que supiera
tratar con los borrachos. Una ciudad buscaba a un asistente social
experimentado que supiera bien los efectos que el alcohol puede tener en la
familia. Una comisión estatal sobre el alcohol buscaba a un investigador a
sueldo. Estos sólo son algunos de los trabajos que se les han ofrecido a los
miembros de A.A. a título individual. De vez en cuando,
miembros de A.A. han comprado casas de convalecencia o granjas de reposo donde
los borrachos maltrechos podían encontrar el cuidado que necesitaban. La
pregunta era - y a veces todavía es - ¿se puede calificar de profesionalismo a
estas actividades según la tradición de A.A.?
Creemos que la respuesta es
"No. Los miembros que eligen este tipo de ocupación no profesionalizan el
Paso Doce de A.A.". El camino que nos llevó a esta conclusión
fue largo y rocoso. Al comienzo, no podíamos ver el quid de la cuestión. En
días anteriores, en el momento en que un A.A. aceptó un empleo en una empresa
de esta índole, se sentía inmediatamente tentado de utilizar el nombre de
Alcohólicos Anónimos con fines de publicidad o para recoger fondos. Las granjas
de tratamiento, las empresas educativas, las legislaturas estatales y las
comisiones publicaron el hecho de que tenían miembros de A.A. a su servicio.
Con total ingenuidad, los A.A. que trabajaban en estas empresas rompían
imprudentemente su anonimato, haciendo publicidad para su proyecto predilecto.
Por esta razón , algunas buenas causas y todos sus allegados se veían sometidos
a una crítica injusta por parte de los grupos de A.A. En la mayoría
de los casos, estos ataque iban precedidos por el brío "¡Profesionalismo!.
Este hombre está ganando dinero a costa de A.A." No obstante,
no se había contratado a ninguno de ellos para hacer el trabajo de Paso Doce de
A.A. Es estos casos, la violación no era el profesionalismo, eta el
romper el anonimato. Se había comprometido el único objetivo de A.A. y se había
abusado del nombre de Alcohólicos Anónimos.
Es significativo que, ahora que
casi ningún miembro de nuestra Comunidad rompe su anonimato al nivel público,
casi todos estos temores han desaparecido. Nos damos cuenta de que no tenemos
ningún derecho - y no hay ninguna necesidad - de desanimar a los A.A. que
desean trabajar como particulares en estos amplios campos. De hecho,
prohibírselo sería un gesto antisocial. No podemos declarar que A.A. sea una
sociedad tan cerrada que guardemos nuestra experiencia y nuestros conocimientos
como secretos de estado. Si un miembro de A.A., a título particular, puede
llegar a ser un mejor investigador, educador, jefe de personal, ¿por qué no
dejar que lo sea? Todo el mundo sale ganando, y nosotros no perdemos nada. Es
cierto que algunos de los proyectos a los cuales se han vinculado los miembros
de A.A. han sido mal concebidos, pero eso no tiene nada que ver con el
principio que estamos considerando.
Esta es la emocionante serie de
acontecimientos de la que ha surgido la Tradición de no profesionalismo de
A.A. Nunca se debe pagar por hacer el trabajo de Paso Doce, pero
aquellos que trabajan en nuestro servicio son dignos de su sueldo.
Novena Tradición
"A.A.
como tal nunca debe ser organizada; pero
podemos
crear juntas o comités de servicio que sean
directamente
responsables ante aquellos a quienes
sirven".
En su primera versión, la Novena Tradición decía:
"Alcohólicos Anónimos debe tener el mínimo posible de organización".
Desde aquel entonces, hemos cambiado de opinión. Hoy, podemos decir con
seguridad que Alcohólicos Anónimos - A.A. como un todo - nunca debe organizarse
en absoluto. Luego, en aparente contradicción, procedemos a crear juntas de
servicio especiales y comités que están en sí organizados. ¿Cómo es posible,
entonces, tener un movimiento no organizado que pueda crear, y que de hecho
cree para sus operaciones una organización de servicio?. Al contemplar esta
contradicción, la gente dice, "¿Qué quieren decir con esto de no tener
organización?".
Bueno, vamos a ver. ¿Ha oído
alguien hablar de una nación, una religión, un partido político o incluso una
asociación benéfica que no tenga reglas para hacerse miembro? ¿Ha oído alguien
hablar de una sociedad que no pueda disciplinar a sus miembros, ni obligarles a
obedecer sus reglas y reglamentos necesarios? ¿No es cierto que casi toda
sociedad concede autoridad a algunos de sus miembros para imponer obediencia a
los demás y para castigar o expulsar a los infractores? Por lo tanto, toda
nación de hecho toda forma de sociedad, tiene que ser un gobierno administrado
por seres humanos. En todas partes, el poder para dirigir o gobernar es la
esencia de la organización.
Pero Alcohólicos Anónimos es una
excepción. No sigue esta pauta. Ni su Conferencia de Servicios Generales, ni la
Junta de la Fundación, ni el más humilde comité de grupo puede dar ninguna
orden a ningún miembro de A.A. y hacer que se cumple, ni mucho menos imponer un
castigo. Hemos intentado hacerlo muchas veces, pero el resultado siempre ha
sido un fracaso total. Los grupos han tratado de expulsar a algunos miembros,
pero los expulsados han regresado al lugar de la reunión y han dicho:
"Para nosotros esto es la vida; no pueden prohibirnos la entrada".
Algunos comités han dado instrucciones a muchos miembros para que dejen de
trabajar con una persona que recae constantemente, solo para tener como
respuesta: "La forma en que hago el trabajo de Paso Doce es asunto mío.
¿Quiénes son ustedes para juzgarme?". Esto no significa que un A.A. no
vaya a aceptar consejos o sugerencias de miembros más experimentados; pero, sin
duda, no aceptará órdenes. ¿Quién es menos popular que el A.A. veterano, lleno
de sabiduría, que se traslada a otra área y trata de decir al grupo de allí
cómo debe funcionar? El y todos los que, como él, "miran con alarma por el
bien de A.A.", no encuentran sino la resistencia más obstinada o, peor
aún, la risa.
Se podría creer que la sede de
A.A. en Nueva York sería una excepción. La gente de allí tendría que tener
alguna autoridad. Pero ya hace tiempo que tanto los custodios como los miembros
del personal se dieron cuenta de que no podían hacer más que ofrecer
sugerencias, y además ofrecerlas de forma muy suave. Incluso tuvieron que
inventar un par de frases que todavía aparecen en la mitad de las cartas que
escribe: "Claro que tienes perfecta libertad de manejar este asunto como
mejor te parezca. Pero en su mayor parte, la experiencia de A.A. parece indicar
que . . ." Esta actitud dista mucho de la de un gobierno central,
¿verdad? Bien sabemos que no se les puede imponer mandatos a los alcohólicos -
ni individual ni colectivamente.
En esta coyuntura, podemos oír
exclamar a un clérigo, "¡Están convirtiendo la desobediencia en una
virtud!" El siquiatra se le une diciendo, "¡Desafiantes maliciados.
No quieren comportarse como adultos y amoldarse a las normas sociales!" El
hombre de la calle dice, "¡No lo entiendo. Deben de estar
chiflados!" Pero a todos estos observadores se les ha pasado por alto
algo único de Alcohólicos Anónimos. A menos que cada miembro de A.A. siga como
mejor pueda nuestros Doce Pasos de Recuperación sugeridos, es casi seguro que
ha firmado su propia sentencia de muerte. Sus borracheras y su disolución no
son castigos impuestos por gente con autoridad; son el resultado de su propia desobediencia
a principios espirituales.
Esta misma severa amenaza se
cierne sobre el grupo. A menos que se esfuerce por observar las Doce
Tradiciones de A.A., el grupo también puede deteriorarse y morir. Por lo tanto,
nosotros los A.A. obedecemos principios espirituales, primero porque tenemos
que hacerlo y por último porque nos agrada la manera de vivir que es el fruto
de esta obediencia. Los grandes sufrimientos y el amor profundo son nuestros
disciplinarios; no necesitamos otros.
Ahora está claro que nunca
debemos nombrar juntas para gobernarnos; y está igualmente claro que siempre
tendremos que autorizar a trabajadores para que nos sirvan. Es la diferencia
entre el espíritu de autoridad conferida y el espíritu de servicio, dos
conceptos que a veces son polos opuestos. Con este espíritu de servicio,
elegimos los comités rotativos de los grupos de A.A., la asociación intergrupal
del área y la Conferencia de Servicios Generales de Alcohólicos Anónimos para
A.A. como un todo, Incluso nuestra Fundación, que en el pasado era una junta
independiente, hoy día es directamente responsable ante nuestra Comunidad. Sus
miembros son los custodios de nuestros servicios mundiales y quienes los hacen
funcionar con la mayor eficacia posible.
Así como el objetivo de cada
miembro de A.A. es la sobriedad personal, el objetivo de nuestros servicios es
poner la sobriedad al alcance de todos los que la quieren. Si nadie hiciera las
tareas del grupo, si nadie atendiera al teléfono de la oficina del área, si no
contestáramos las cartas que nos llegan, A.A., como la conocemos, cesaría de
funcionar. Se cortarían nuestras líneas de comunicación con aquellos que
necesitan nuestra ayuda.
A.A. tiene que funcionar, pero al
mismo tiempo tiene que evitar los peligros de la gran riqueza, el prestigio y
el poder arraigado que, para otras sociedades, necesariamente son una
tentación. Aunque a primera vista puede parecer que la Novena Tradición trata
de una cuestión plenamente práctica, en su aplicación concreta revela una
sociedad sin organización, animada únicamente por el espíritu de servicio - una
auténtica comunidad.
Décima Tradición
"Alcohólicos
Anónimos no tiene opinión acerca de
asuntos
ajenos a sus actividades; por consiguiente
su nombre
nunca debe mezclarse en polémicas
públicas".
Nunca desde sus comienzos se ha visto Alcohólicos
Anónimos dividida por una gran controversia. Ni tampoco nuestra Comunidad jamás
ha tomado partido públicamente en ninguna polémica de este mundo turbulento.
Sin embargo, esto no ha sido una virtud adquirida. Casi se podría decir que
nacimos con ella, porque, como dijo recientemente un veterano, "Muy rara
vez ha oído a los miembros de A.A. discutir acaloradamente entre sí cuestiones
de religión, política o reforma. Mientras no discutamos sobre estos asuntos en
privado, podemos contar con que no lo haremos en público".
Como si estuviéramos guiados por
algún instinto profundo, los A.A. hemos sabido desde el mismo principio que,
fuera cual fuera la provocación, jamás debemos tomar participado públicamente
en ninguna querella, por muy noble que fuese. La historia nos presenta el
espectáculo de naciones y grupos enredados en conflictos que acabaron
finalmente destrozados por haberse originado en controversias o por haber caído
en la tentación de participar en ellas. Otros se derrumbaron debido a su
fanática rectitud, al intentar imponer en el resto de la humanidad unos ideales
de su propia invención. En nuestros tiempos, hemos visto morir a millones de
personas en guerras políticas o económicas, a menudo provocadas por diferencias
religiosas o raciales. Vivimos bajo el inminente peligro de un nuevo holocausto
encendido con motivo de determinar cómo deben gobernarse los hombres, y cómo
deben repartirse entre ellos los frutos de la naturaleza y de sus labores. Este
es el clima espiritual en el que nació A.A. y en el que, por la gracia de Dios,
a pesar de todo, ha florecido.
Recalquemos que esta aversión a
pelearnos entre nosotros o con los demás, no la consideramos como una virtud
especial que nos hace sentir superiores a otra gente. Ni tampoco quiere decir
que los miembros de Alcohólicos Anónimos, ahora restablecidos como ciudadanos
del mundo, vaya, a evadir su responsabilidad individual de actuar según les
parece apropiado con respecto a las cuestiones de nuestra época. Pero cuando se
trata de A.A. como un todo, es un asunto muy diferente. No nos metemos en
controversias públicas, porque sabemos que nuestra Sociedad perecerá si lo
hacemos. Creemos que la supervivencia y el crecimiento de Alcohólicos Anónimos
tiene mucho más importancia que la influencia que colectivamente pudiéramos
tener a favor de cualquier otra causa. Ya que la recuperación del alcoholismo
significa para nosotros la vida misma, es imperativo que conservemos en su
plena potencia nuestro medio de sobrevivir.
Puede que esto cause la impresión
de que los alcohólicos de A.A. han llegado repentinamente a una armonía
perfecta y se han convertido en una gran familia feliz. Claro que no es así.
Por ser seres humanos, tenemos nuestras riñas. Antes de alcanzar un poco de
estabilidad, A.A. parecía más que nada una riña colosal, al menos en la
superficie. El director de una empresa, que acababa de votar en pro de un
desembolso de cien mil dólares, llegaba a una reunión de negocios de A.A. y se
ponía hecho una furia por unos gastos de veinticinco dólares para comprar los
sellos de correo que necesitábamos. Disgustados por el intento de algunos de
dirigir el grupo, la mitad de los hombres se iban airadamente para formar otro
grupo que fuera más a su gusto. Los ancianos, aquejados de un arranque de
fariseísmo, se han puesto enfurruñados. Se han lanzado ataques encarnizado en
contra de la gente sospechosa de tener motivos dudosos. A pesar de todo ese
ruido, nuestras pequeñas desavenencias nunca hicieron a A.A. el menor daño.
Eran una parte integrante del proceso de aprender a vivir y trabajar juntos.
Vale mencionar también que casi siempre tenían que ver con formas de hacer que
A.A. fuera más eficaz, cómo hacer el mayor bien para el mayor número posible de
alcohólicos.
La Sociedad Washingtoniana, un
movimiento de alcohólicos que empezó en Baltimore hace un siglo, estuvo a punto
de dar con la solución del alcoholismo. Al principio, la sociedad estaba
compuesta exclusivamente por alcohólicos que trataban de ayudarse mutuamente.
Los primeros miembros vieron que debían dedicarse a este único propósito. En
muchos aspectos, los Washingtonianos eran parecidos a los A.A. de ahora.
Llegaron a tener más de cien mil miembros. Si se les hubiera dejado en paz, y
si se hubieran aferrado a su único objetivo, es posible que hubieran encontrado
toda la solución. Pero no sucedió así. Los Washingtonianos permitieron que los
políticos y los reformistas, tanto alcohólicos como no alcohólicos, se
aprovecharan de la sociedad para sus propios fines. Por ejemplo, en aquel
entonces la abolición de la esclavitud era una candente cuestión política.
Pronto, los oradores del movimiento Washingtoniano tomaban partido, pública y
apasionadamente, en esta controversia. Quizás la sociedad pudiera haber salido
ilesa de la controversia de la abolición de la esclavitud, pero una vez que se
puso a reformar las costumbres de beber de los norteamericanos, sus días
estaban contados. Los Washingtonianos se convirtieron en cruzados de la temperancia
y, a los pocos años perdieron completamente su eficacia para ayudar a los
alcohólicos.
Alcohólicos Anónimos no ha echado
en saco roto la lección aprendida de los Washingtonianos. Al contemplar las
ruinas de ese movimiento, los primeros miembros de A.A. decidimos mantener
nuestra Sociedad fuera de toda controversia pública. De esa manera, se colocó
la piedra angular de la Décima Tradición: "Alcohólicos Anónimos no tiene
opinión acerca de asuntos ajenos a sus actividades; por consiguiente su nombre
nunca debe mezclarse en polémicas públicas".
Undécima Tradición
"Nuestra
política de relaciones públicas se basa
más bien en
la atracción que en la promoción;
necesitamos
mantener siempre nuestro anonimato
personal
ante la prensa, la radio y el cine".
De no contar con una multitud de amigos sinceros,
A.A. nunca podría haberse desarrollado como lo ha hecho. En todas partes del
mundo, una cantidad inmensa de publicidad favorable de toda índole ha sido el
medio principal para atraer a los alcohólicos a nuestra Comunidad. En las
oficinas, los clubes y las casas de los A.A., los teléfonos suenen
constantemente. Una voz dice, "Leí un artículo en el periódico..." ,
otra dice, "oímos un programa de radio ...", otra más, "vimos
una película ... ", o, "vimos algo acerca de A.A. en la
televisión". No es una exageración decir que la mitad de los miembros de
A.A. han sido dirigidos a nosotros por conductos como éstos.
No todos los que nos llaman
solicitando información son alcohólicos o sus familiares. Los médicos leen
artículos acerca de Alcohólicos Anónimos en revistas profesionales y nos llaman
para obtener más información. Los clérigos leen artículos en publicaciones
editadas por organizaciones más detallada. Jefes de empresas comerciales e industriales
se enteran de que las grandes corporaciones nos han dado su aprobación, y se
ponen en contracto con nosotros, para saber lo que se puede hacer en cuanto al
alcoholismo en sus propias compañías.
Por lo tanto, recayó sobre
nosotros la gran responsabilidad de elaborar la mejor política de relaciones
públicas posible para Alcohólicos Anónimos. Tras muchas experiencias dolorosas,
creemos haber determinado cuál debe ser esta política. En muchos aspectos, es
lo contrario de las acostumbradas tácticas publicitarias. Nos dimos cuenta de
que teníamos que contar con el principio de atracción, en vez del de promoción.
Veamos cómo estas dos ideas
contrastantes - atracción y promoción - funcionan. Un partido político quiera
ganar una elección, así que, para atraer votos, hace propaganda de las virtudes
de sus candidatos. Una noble institución benéfica quiere recoger fondo; en
seguida, aparecen en su membrete los nombres de toda la gente distinguida que
le ha dado su apoyo. Una gran parte de la vida política, económica y religiosa
del mundo depende de la publicidad que se hace a sus líderes. Los
individuos que simbolizan causas e ideas satisfacen una profunda necesidad
humana. Nosotros los A.A. no lo dudamos. No obstante, tenemos que enfrentarnos
seria y sensatamente con la realidad de que el estar a la vista del público es
peligroso, especialmente para nosotros. Por temperamento, casi todos nosotros
habíamos sido promotores tenaces, y la perspectiva de una sociedad compuesta
casi exclusivamente por promotores era algo horripilante. Teniendo en cuenta
este factor explosivo, nos dimos cuenta de que tendríamos que ejercer control
sobre estos impulsos.
Las recompensas de esa forma de
proceder han sido asombrosas. El resultado ha sido más publicidad favorecedora
de la que jamás pudiéramos haber generado por medio de los inventos y talentos
de los mejores agentes de publicidad de A.A. Claro que A.A. tenía
que tener algún tipo de publicidad, así que llegamos a la conclusión de que era
mejor dejar que nuestros amigos nos la hicieran. Y esto es exactamente lo que
ha pasado, hasta un extremo increíble. Los periodistas veteranos, acostumbrados
a poner todo en duda, han hecho todo lo posible por transmitir el mensaje de
A.A. Para ellos, somos algo más que una fuente de artículos de
interés periodístico. En casi toda ocasión, los hombres y mujeres de la prensa
se han unido a nosotros como amigos.
Al principio, la prensa no podía
entender nuestro rechazo de toda publicidad personal. Estaban totalmente
perplejos por nuestra insistencia en el anonimato. Luego, la comprendieron. Se
encontraron ante algo inusitado en el mundo - una sociedad que decía que quería
hacer publicidad de sus principios y sus obras, pero no de sus miembros
individuales. La prensa estaba encantada con esta actitud. Desde entonces,
estos amigos han hecho reportajes sobre A.A. con un entusiasmo que a los
miembros más fervientes les resultaría difícil igualar.
De hecho, había una época en que
la prensa de Norteamérica apreciaba el valor que el anonimato de A.A. tenía
para nosotros incluso más que algunos de nuestros propios miembros. En un
momento dado, unos cien miembros de nuestra Sociedad estaban rompiendo su
anonimato al nivel pública. Con muy buenas intenciones, esas personas decían
que le principio de anonimato era algo anticuado, algo que pertenecía a la
época pionera de A.A. Estaban convencidos de que A.A. podría avanzar
más rápidamente y llegar más lejos, si se valiera de los métodos modernos de
publicidad. En A.A., indicaban, había muchas personas de fama local, nacional o
internacional. Si estaban dispuestos - y muchos lo estaban . ¿por qué no hacer
publicidad de su pertenencia a A.A., y así animar a otros a unirse a nosotros?
Estos eran argumentos plausibles, pero nuestros amigos escritores no estaban de
acuerdo.
La Fundación dirigió cartas a
casi todas las agencias de noticias de Norteamérica, exponiendo nuestra
política de relaciones públicas de atracción en vez de promoción, y haciendo
hincapié en que el anonimato personal es la mejor protección de A.A. Desde
aquel entonces, los editores y redactores repetidamente han omitido los
apellidos y las fotos de los miembros en los artículos que trataban de A.A.; a
menudo, han hecho recordar a personas ambiciosas el principio de anonimato de
A.A. Con este fin, incluso han llegado a sacrificar buenas
historias. Si vigorosa cooperación nos ha sido de gran ayuda. Solo quedan unos
pocos miembros de A.A. que rompen deliberadamente su anonimato al nivel
público.
Este es, en breve, el proceso que
dio como fruto la Undécima Tradición. No obstante, para nosotros representa
mucho más que una sensata política de relaciones públicas. Es más que un
rechazo del egoísmo. Esta Tradición nos recuerda de manera constante y concreta
que en A.A. no hay lugar para la ambición personal. Mediante esta Tradición,
cada miembro es un guardián activo de nuestra Comunidad.
Duodécima Tradición
"El
anonimato es la base espiritual de todas nuestras
Tradiciones,
recordándonos siempre anteponer
los
principios a las personalidades".
La sustancia espiritual del anonimato es el
sacrificio. Ya que las Doce Tradiciones de A.A. nos piden repetidamente que
sacrifiquemos nuestros deseos por el bien común, nos damos cuenta de que el
espíritu de sacrificio - simbolizado muy apropiadamente por el anonimato - es
la base de todas ellas. La buena disposición de los A.A. para hacer estos
sacrificios, demostrada una y otra vez, es lo que hace que la gente sienta gran
confianza en nuestro porvenir.
Pero al principio, el anonimato
no nació de la confianza; era hijo de nuestros temores. Nuestros primeros
grupos de alcohólicos no tenían nombre; eran sociedades secretas. Los nuevos
solo podían encontrarnos por medio de unos cuantos amigos de confianza. La mera
insinuación de publicidad, incluso de nuestro trabajo, nos asustaba. Aunque ya
no éramos bebedores, todavía creíamos que teníamos que escondernos de la
desconfianza y el desprecio del público.
Cuando se publicó el Libro Grande
en 1939, le pusimos el título de "Alcohólicos Anónimos". En su
prólogo aparecía esta reveladora declaración: "Es importante que nosotros
permanezcamos anónimos porque en el presente somos muy pocos para atender el
gran número de solicitantes que pueden resultar de esta publicación. Siendo la
mayoría gente de negocios o profesionales, no podríamos realizar bien nuestro
trabajo en tal eventualidad". Se puede leer fácilmente entre estas líneas
nuestro temor de que una gran afluencia de gente nueva pudiera causar una
ruptura de anonimato de inmensa proporción.
A medida que se multiplicaban los
grupos de A.A., también se multiplicaban los problemas de anonimato.
Entusiasmados por la recuperación espectacular de un hermano alcohólico, a
veces hablábamos abiertamente de los detalles íntimos y angustiosos de su caso,
detalles que estaban destinados únicamente para los oídos de su padrino.
Entonces, la víctima agraviada decía, con razón, que habíamos traicionado su
confianza. Estos episodios, cuando empezaron a circular fuera de A.A.,
provocaron una gran falta de confianza en nuestra promesa de anonimato. Incluso
hacían que a menudo la gente se alejara de nosotros. Claramente, el nombre - y
también la historia - de cada miembro de A.A. tenía que ser confidencial, si él
así lo deseaba. Esta fue nuestra primera lección en la aplicación práctica del
anonimato.
No obstante, a algunos de
nuestros principiantes, con su típica intemperancia, no les importaba en
absoluto la confidencialidad. Querían proclamar a los cuatro vientos que eran
miembros de A.A., y así lo hicieron. Los alcohólicos apenas desintoxicados iban
corriendo enardecidos por todas partes, enganchando a cualquiera que les
escuchara contar sus historias. Otros se precipitaban a colocarse delante los
micrófonos y las cámaras. A veces, se emborrachaban estrepitosamente, poniendo
a sus grupos en un gran aprieto. Pasaron de ser miembros de A.A. a ser
fanfarrones de A.A.
Este fenómeno nos hizo parar a
pensar. Teníamos ante nosotros la pregunta: "¿Hasta qué punto debe ser
anónimo un miembro de A.A.?". Nuestro desarrollo dejó claro que no
podíamos ser una sociedad secreta, pero era igualmente claro que tampoco
podíamos convertirnos en una especie de circo. Tardamos mucho tiempo en trazar
un camino seguro entre estos extremos.
Por regla general, el típico
recién llegado quería que su familia supiera inmediatamente lo que intentaba
hacer. También quería contárselo a otros que habían tratado de ayudarle - su
médico, su consejero espiritual y sus amigos íntimos. A medida que iba cobrando
confianza, le parecía apropiado explicar su nueva forma de vivir a su jefe y as
sus colegas. Cuando se le presentaba la oportunidad de ayudar, le resultaba
fácil hablar de A.A. con casi cualquier persona. Estas
revelaciones privadas le ayudaban a perder el miedo al estigma del alcoholismo,
y a difundir las nuevas de la existencia de A.A. en su comunidad. Muchas
personas nuevas llegaron a A.A. como consecuencia de tales conversaciones.
Aunque estos intercambios no seguían estrictamente el sentido literal del
anonimato, sí se ajustaban al espíritu del principio.
No obstante, nos dimos cuenta de
que este método de comunicación de palabra era muy limitado. Nuestro trabajo,
como tal, tenía que hacerse público. Los grupos de A.A. tendrían que alcanzar a
tantos alcohólicos desesperados como pudieran. Por consiguiente, muchos grupos
empezaron a celebrar reuniones abiertas al público y amigos interesados, a fin
de que el ciudadano medio pudiera ver con sus propios ojos de qué se trataba
A.A. Estas reuniones tuvieron una calurosa acogida. Muy pronto los grupos
empezaron a recibir solicitudes para que miembros de A.A. hablaran ante las
organizaciones cívicas, asociaciones religiosas y sociedades médicas. Con tal
que en estas ocasiones se guardara el anonimato y se advirtiera a los periodistas
presentes que se abstuvieran de usar los apellidos y las fotos, el resultado
era bueno.
Luego tuvimos nuestras primeras
experiencias en el campo de la publicidad a gran escala, y fueron asombrosas.
Como consecuencia de los artículos acerca de nosotros publicados en el
Cleveland Plain Dealer, el número de miembros en esta ciudad pasó de la noche a
la mañana de unos pocos a varios centenares. Las crónicas que aparecieron en la
prensa sobre la cena que el Sr. Rockefeller dio para Alcohólicos Anónimos
contribuyeron a que se duplicara el número de miembros en el plazo de un año.
El famoso artículo de Jack Alexander en el Saturday Evening Post convirtió a
A.A. en una institución nacional. Tributos como éstos nos brindaron otras
oportunidades para darnos a conocer. Más periódicos y revistas querían publicar
reportajes acerca de A.A. Algunas compañías cinematográficas querían
filmarnos. La radio y después la televisión nos acosaban con solicitudes de
entrevistas. ¿Qué debíamos hacer?.
Al ver crecer esta marea que
podría traer consigo una gran aprobación pública, nos dimos cuenta de que
podría hacernos un bien incalculable o un tremendo daño. Todo dependería de
cómo se canalizara. Simplemente no podíamos exponernos al riesgo de que algunos
miembros autonombrados se presentaran a ellos mismos como los mecías y
portavoces de A.A. ante el público en general. Nuestros instintos promotores
podrían ser nuestra destrucción. Si uno solo de esos miembros se emborrachara
en público, o se rindiera a la tentación de utilizar el nombre de A.A. para su
propio nivel (la prensa, la radio, el cine, la televisión), la única respuesta
posible era el anonimato - un cien por cien de anonimato. Es este caso, los
principios tendrían que anteponerse a las personalidades, sin excepción alguna.
Estas experiencias nos enseñaron
que el anonimato no es sino la auténtica humildad en acción. Es una cualidad
espiritual que hoy día caracteriza todos los aspectos de la forma de vida de
A.A. en todas partes. Animados por el espíritu de anonimato, nos esforzamos por
abandonar nuestros deseos naturales de distinguirnos personalmente como
miembros de A.A., tanto entre nuestros compañeros alcohólicos como ante el
público en general. Al poner a un lado estas aspiraciones eminentemente humanas,
creemos que cada uno de nosotros participa en tejer un manto protector que
cubre toda nuestra Sociedad y bajo el cual podemos desarrollarnos y trabajar en
unidad.
Estamos convencidos de que la
humildad, expresada por el anonimato, es la mayor protección que Alcohólicos
Anónimos jamás puede tener.
Las
Doce Tradiciones
(Forma
Larga)
Nuestra experiencia en A.A. nos ha enseñado que:
1.
Cada miembro de Alcohólicos Anónimos no es sino una pequeña parte de una gran
totalidad. Es necesario que A.A. siga viviendo o, de lo contrario, la mayoría
de nosotros seguramente morirá. Por eso, nuestro bienestar común tiene
prioridad. No obstante, el bienestar individual le sigue muy de cerca.
2.
Para el propósito de nuestro grupo, solo existe una autoridad fundamental - un
Dios amoroso tal como se exprese en la conciencia de nuestro grupo.
3.
Nuestra Comunidad debe incluir a todos los que sufren del alcoholismo. Por eso,
no podemos rechazar a nadie que quiera recuperarse. Ni debe el ser miembro de
A.A. depender del dinero o de la conformidad. Cuandoquiera que dos o tres
alcohólicos se reúnan en interés de la sobriedad, podrán llamarse un grupo de
A.A., con tal que, como grupo, no tengan otra afiliación.
4.
Con respecto a sus propios asuntos, todo grupo de A.A. debe ser responsable
únicamente ante la autoridad de su propia conciencia. Sin embargo, cuando sus
planes afecten al bienestar de los grupos vecinos, se debe consultar con los
mismos. Ningún grupo, comité regional o individuo debe tomar ninguna acción que
pueda afectar de manera significativa a la Comunidad en su totalidad, sin
haberlo discutido con los custodios de la Junta de Servicios Generales. En
cuanto a estos asuntos, nuestro bienestar común es de máxima importancia.
5.
Cada grupo de Alcohólicos Anónimos debe ser una entidad espiritual con un solo
objetivo primordial - el de llevar el mensaje al alcohólico que aún sufre.
6.
Los problemas de dinero, propiedad y autoridad nos pueden fácilmente desviar de
nuestro principal objetivo espiritual. Por lo tanto, somos de la opinión de que
cualquier propiedad considerable de bienes de uso legítimo para A.A. debe
incorporarse y dirigirse por separado, para así diferenciar lo material de lo
espiritual. Un grupo de A.A., como tal, nunca debe montar un negocio. Las
entidades de ayuda suplementaria, tales como los clubs y hospitales, que
suponen mucha propiedad o administración, deben constituirse en sociedad
separadamente, de manera que, si es necesario, los grupos las pueden desechar
con completa libertad. Por consiguiente, tales instalaciones no deben utilizar
el nombre de A.A. La responsabilidad de dirigir estas entidades debe
recaer únicamente sobre quienes las sostienen económicamente. En cuanto a los
clubs, normalmente se prefieren directores que sean miembros de A.A. Pero
los hospitales, así como los centros de recuperación, deben operar
totalmente al margen de A.A. - y bajo supervisión médica. Aunque un
grupo de A.A. puede cooperar con cualquiera, tal cooperación nunca debe llegar
a convertirse en afiliación o respaldo, ya sea real o implícito. Un grupo de
A.A. no puede vincularse con nadie.
7.
Los grupos de A.A. deben mantenerse completamente con las contribuciones
voluntarias de sus miembros. Nos parece conveniente que cada grupo alcance este
ideal lo antes posible; creemos que cualquier solicitud pública de fondos que
emplee el nombre de A.A. es muy peligrosa ya sea hecha por los grupos, los
clubs, los hospitales u otras agencias ajenas; que el aceptar grandes
donaciones de cualquier gente, o contribuciones que supongan cualquier
obligación, no es prudente. Además, nos causa mucha preocupación aquellas
tesorerías de A.A. que siguen acumulando dinero, además de una reserva
prudente, sin tener para ello un determinado propósito A.A. A
menudo, la experiencia nos ha advertido que nada hay que tenga más poder para
destruir nuestra herencia espiritual que las disputas vanas sobre la propiedad,
el dinero, y la autoridad.
8.
Alcohólicos Anónimos debe siempre mantenerse no profesional. Definimos el
profesionalismo como la ocupación de aconsejar a los alcohólicos a cambio de
una remuneración económica. No obstante, podemos emplear a los alcohólicos para
realizar aquellos trabajos para cuyo desempeño tendríamos, de otra manera, que
contratar a gente no alcohólica. Estos servicios especiales pueden ser bien
recompensados. Pero nunca se debe pagar por nuestro acostumbrado trabajo de
Paso Doce.
9.
Cada grupo de A.A. debe tener el mínimo posible de organización. La dirección
rotativa es normalmente lo mejor. El grupo pequeño puede elegir a su
secretario; el grupo grande, a su comité rotativo; y los grupos de una extensa
área metropolitana, a su comité central, que a menudo emplea un secretario
asalariado de plena dedicación. Los custodios de la Junta de Servicios
Generales constituyen efectivamente nuestro comité de servicios generales. Son
los guardianes de nuestra Tradición de A.A. y los depositarios de las
contribuciones voluntarias de A.A., por medio de las cuales mantienen nuestra
Oficina de Servicios Generales de A.A. en Nueva York. Están autorizados por los
grupos a hacerse cargo de nuestras relaciones públicas a nivel global y
aseguran la integridad de nuestra principal publicación, El A.A. Grapevine.
Todos estos representantes debe guiarse por el espíritu de servicio, porque los
verdaderos líderes en A.A. son solamente los fieles y experimentados servidores
de la Comunidad entera. Sus títulos no les confieren ninguna autoridad real. El
respeto universal es la clave de su utilidad.
10.
Ningún miembro o grupo de A.A. debe nunca, de una manera que pueda comprometer
a A.A., manifestar ninguna opinión sobre cuestiones polémicas ajenas -
especialmente aquellas que tienen que ver con la política, la reforma
alcohólica, o la religión. Los grupos de Alcohólicos Anónimos no se oponen a
nadie. Con respecto a estos asuntos, no pueden expresar opinión alguna.
11.
Nuestras relaciones con el público en general deben caracterizarse por el
anonimato personal. Opinamos que A.A. debe evitar la propaganda
sensacionalista. No se deben publicar, firmar o difundir nuestros nombres o
fotografías, identificándonos como miembros de A.A. Nuestras
relaciones públicas deben guiarse por el principio de atracción y no por la
promoción. No tenemos necesidad de alabarnos a nosotros mismos. Nos parece
mejor dejar que nuestros amigos nos recomienden.
12.
Finalmente, nosotros los Alcohólicos Anónimos creemos que el principio de
anonimato tiene una inmensa significación espiritual. Nos recuerda que debemos
anteponer los principios a las personalidades; que debemos practicar una
auténtica humildad. Todo esto a fin de que las bendiciones que conocemos nunca
nos estropeen; que vivamos siempre en contemplación agradecida de El que
preside sobre todos nosotros
No hay comentarios:
Publicar un comentario