El campo de la Psicología Social.
Por SERGE MOSCOVICI
A. ¿Qué es la psicología social?
a. Todo
resultaría muy sencillo si pudiésemos decir sin dudar: existe el individuo y
existe la sociedad. Evidentemente esto se nos repite innumerables veces y uno
parece comprender e incluso ver lo que indican estas palabras. Todos aceptamos
como algo indiscutible que estos dos términos estén separados, que cada uno sea
autónomo y posea una realidad propia. Esto significa que podemos conocer uno
sin conocer el otro, como si se tratasen de dos mundos extraños entre sí. La
fuerza de esta visión resulta incontestable, al igual que la división que mantiene:
el individuo reducido a su organismo y la sociedad petrificada en sus
instituciones y aparatos. O mejor aún. Por una parte el uno, lo único, por otra
parte lo múltiple o colectivo. Y esta visión tiene un efecto al que nos hemos
acostumbrado desde hace largo tiempo: el tratado de partición que concede el
individuo a la psicología y la sociedad a la economía o a la sociología. Este
resultado se expresa a menudo de una forma más concreta: el psicoanálisis se
ocupa del individuo y el marxismo de la sociedad. Semejante convención
clarifica las ideas y contribuye de manera eficaz a la coexistencia pacífica
entre las diversas ciencias y entre las diversas teorías.
La partición que acabo
de describir, y sobre la que no hace falta insistir por su familiaridad, obedece a una lógica
determinada. Corresponde a la realidad en los casos extremos. Pero resulta
banal reconocer que el individuo sólo existe dentro de la red social y que toda
sociedad se compone de una multitud de individuos diversos, al igual que el más
mínimo pedazo de materia está compuesto por una multitud de átomos. Además,
tenemos derecho a observar que en cada individuo habita una sociedad: la de sus
personajes imaginarios o reales, la de los héroes que admira, la de sus amigos
y enemigos, la de los hermanos y padres con quienes nutre un diálogo interior
permanente. Y con los cuales llega incluso a sostener relaciones sin saberlo.
Así pues, cuando decimos: existe el individuo y existe la sociedad, dejamos de
lado la experiencia compartida por casi todo el mundo.
Se dirá con justicia
que esto no es demasiado grave. Todo análisis y toda explicación exigen una
abstracción. Abstracciones como las que hacemos constantemente en economía al
hablar del mercado separado del poder, o en psicología al describir el
pensamiento separado de las emociones.
Si, no cabe la menor duda. Pero dicha partición tiene sentido. Oculta una
realidad primera, la invariante de existencia cuyos rastros encontramos en
todas partes. Es decir, la oposición entre individuo y sociedad, la feroz
batalla que libran desde tiempos inmemoriales lo personal y lo colectivo. Este
conflicto no excluye, evidentemente, las armonías momentáneas ni las
pacificaciones duraderas.
Si la psicología social
tiene una razón de ser en tanto que ciencia y un lietmotiv que le sea propio,
es ahí donde lo encontraremos. Toda ciencia mayor intenta responder, a través
de investigaciones efectuadas en campos concretos, a alguna de las lancinantes
preguntas que se plantean a los hombres. La física, a la pregunta : ¿Qué es la
materia o el movimiento? La biología, a la pregunta: ¿Qué es la herencia? O
bien ¿Por qué existe la vida? La cosmología, a la pregunta ¿Cuál es el origen
del universo? Y así sucesivamente. De manera similar, La psicología social -en
mi opinión al menos- se ha ocupado y sigue haciéndolo de un solo y único
problema: ¿por qué se produce el conflicto entre individuo y sociedad?
Ninguna otra ciencia aborda este problema de forma tan directa, ninguna siente
una atracción tan profunda por ese conflicto. Y aquellas ciencias que lo hacen
se aproximan a la psicología social, como sucedió con el psicoanálisis
interesarse éste por los fenómenos de masa. También es el caso de la historia
cuando estudia los fenómenos de la mentalidad. Y la recíproca también es
cierta. Siempre que la psicología social olvida este problema para estudiar en
paralelo y con independencia uno de otro, ya sea lo social o lo individual,
como sucede actualmente en los Estados
Unidos, pierde su personalidad,
convirtiéndose en un apéndice, inútil, de otra ciencia.
b. He aquí una
primera fórmula : la psicología social es la ciencia del conflicto entre el
individuo y la sociedad. Podríamos añadir: de la sociedad externa y de la
sociedad que lleva adentro. No escasean los ejemplos de dicho conflicto. La
resistencia a las presiones conformistas de la mayoría, la oposición entre un
líder y su grupo, las desviaciones con respecto a la ortodoxia, las discusiones
dentro de un grupo a fin de llegar a una decisión, la captación de un individuo
por la masa, y otros muchos casos. Hasta aquí hemos considerado el espectro en
toda su extensión. Ahora debemos acotarlo para captar mejor y con mayor
precisión el campo de la psicología social. En pocas palabras, tras haber visto
el problema al que responde consideremos los fenómenos de los que se ocupa. O mejor dicho, los
fenómenos de los que se ocupan los psicosociólogos al salir al terreno o al
encerrarse en sus laboratorios. En una palabra, ¿Cuál es su objeto?
Como es fácil de
imaginar, no existe unanimidad en este punto. Pero creo que en la actualidad,
tras el abandono del conductismo. El número de aquellos que estarían de acuerdo
con la definición que establecí en 1970
sería mucho más elevado: “Y yo formularía, escribía entonces, como objeto central,
exclusivo de la psicosociología, todos los fenómenos relacionados con la
ideología y la comunicación, ordenados según su génesis, su estructura y su
función”1. Por lo que respecta a los primeros, sabemos que consisten en sistemas
de representaciones y de actitudes. A ellos se refieren todos los fenómenos
familiares de prejuicios sociales o raciales, de estereotipos, de creencias,
etc. Su rasgo común es que expresan una representación social que individuos y
grupos se forman para actuar y comunicar. Es evidente que son estas
representaciones las que dan forma a esta realidad mitad física y mitad
imaginaria que es la realidad social.
Por lo que hace a los
fenómenos de comunicación social, éstos designan los intercambios de mensajes
lingüísticos y no lingüísticos (imágenes, gestos, etc.) entre individuos y
grupos. Se trata de medios empleados para transmitir una información
determinada e influir sobre los demás. Empleo intencionadamente la noción
global de “comunicación social” para indicar que incluye tanto los fenómenos de
comunicación de masas de influencia colectiva (propaganda, publicidad, etc.)
como los procesos puramente lingüísticos y los hechos semánticos. También se
relaciona con los signos que circulan en la sociedad, con la semiología que, según
el propio Saussure, forma “parte de la psicología social y, por consiguiente,
de la psicología general”. Este acercamiento se impone, ya que como hacía notar
juiciosamente Mounin “la intención de comunicar” es “el criterio del mensaje
semiológico”2.
Ahora ya disponemos de
una segunda fórmula: la psicología social es la ciencia de los fenómenos de
.la ideología (cogniciones y representaciones sociales) y de los
fenómenos de comunicación. A los diversos niveles (Doise, 1982) de las
relaciones humanas: relaciones entre individuos, entre individuos y grupos y
entre grupos. Para cada uno de estos fenómenos disponemos de un conjunto más o
menos desarrollado de conocimientos, teorías o experiencias, que aunadas nos
permiten comprender las actividades mentales superiores y ciertos aspectos
psíquicos de la vida social de los
grupos.
B. La visión psicosocial.
a. Una vez
comprendido el contenido de una ciencia, también hay que reconocer su
particularidad, saber lo que la distingue de las otras ciencias. Esta es una
pregunta muy difícil a la que jamás se puede dar una respuesta satisfactoria. Y
toda respuesta tiene, además, un carácter ligeramente artificial. Una cosa es
cierta: ningún límite preciso separa a la psicología social de otros campos de
la psicología, como la psicología infantil, la psicología clínica o incluso lo
que se da en denominar psicología general. Tampoco hay frontera precisa entre
la psicología social y la antropología. Todas estas disciplinas comparten en
gran medida un mismo interés por las interacciones humanas y los grupos
humanos. Además, tienen en común un buen número de conceptos como la
representación, la influencia, el aprendizaje, etc. Entonces, ¿Cómo se
distingue la psicología social de estas disciplinas? Para responder a esta
pregunta podría hacer una serie de análisis históricos y lógicos. Todos ellos
resultarían de gran interés pero nos llevarían a adentrarnos demasiado en el
cielo de la teoría de la ciencia. No obstante, yo creo que, una vez acotada la
parte de la teoría, nos damos cuenta de que en realidad nuestra disciplina no
se distingue tanto por su territorio como por el enfoque que le es propio. Esto
es lo que practicantes, investigadores y estudiantes aprenden durante su
trabajo. Es, antes que nada, una manera de observar los fenómenos y las
relaciones. En este sentido podemos afirmar que existe una visión
psicosocial. A continuación intentaré ofrecer una idea de este enfoque.
Comencemos por la
manera con que el psicólogo y, a menudo, el sociólogo, enfocan los hechos.
Utilizan en general una clave de lectura binaria. Esta clave corresponde a la
separación entre sujeto y objeto, que son dados y definidos independientemente
uno del otro. El psicólogo pone de un lado el “ego” (el individuo, el
organismo) y del otro el “objeto”, o bien, de una parte un repertorio de
respuestas y de la otra el estímulo: E- O, o R-S. Así cuando estudiamos la
percepción visual consideramos el aparato visual y el color o la intensidad de
un punto luminoso, por la manera en que el ojo reacciona ante la estimulación
luminosa. De igual manera, al estudiar los procesos intelectuales nos
interesamos por la manera en que el cerebro trata una información proveniente
del mundo exterior. Y deseamos saber cómo la aprende, la organiza y la
transforma en un comportamiento definido. El esquema de la relación queda así.
Sujeto
individual (ego, organismo) Æ objeto (medio ambiente, estímulo).
En sociología
encontramos un esquema muy similar. La diferencia radica en que el sujeto ya no
es un individuo sino una colectividad (el grupo, la clase social, el Estado,
etc.) O bien, podemos tomar en consideración una multitud de sujetos que
cambian, negocian, comparten una misma visión del mundo, etc. Por lo que se
refiere al objeto, éste también posee un valor social, representando un interés
o una institución. Por otra parte, el objeto a veces está
constituido por otras personas, por otros grupos, que forman lo que
denominamos entorno humano. Evidentemente, en todos estos casos nos encontramos
ante un sujeto y un objeto diferenciados según criterios económicos o
políticos, éticos o históricos. Independientemente del tipo de diferenciación,
lo que deseamos saber es cómo se comportan las diversas categorías de
individuos en la sociedad, cómo reproducen la jerarquía existente, como
distribuyen las riquezas o ejercen sus poderes. O bien, cómo la acción de cada
individuo, provisto de sus propios intereses y metas, se transforma en una
acción colectiva. Pero en el fondo de la mayoría de las explicaciones y
análisis presentimos una manera de observar que se guía por el siguiente
esquema:
Sujeto
colectivo _ Objeto diferenciado en social
diferenciado según y no social
criterios económicos
o históricos
b. Sin dudas,
simplifico mucho. Me haría falta un libro entero para justificar cada una de
mis afirmaciones y mostrar hasta qué punto corresponden a la realidad. Me
apresuro a agregar que un gran número de psicólogos sociales recurren a
esquemas análogos, lo que conduce a una serie de errores y malentendidos
(Moscovici, 1983). A pesar de su interés y de la importancia de los trabajos
que inspiraron, siempre han estado marcados por un carácter parcial. Más grave
aún: han reducido los fenómenos psicosociales a fenómenos psicológicos y los
fenómenos sociales a fenómenos individuales. Y no obstante existe una visión
psicosocial que se traduce por una lectura ternaria de los hechos y de las
relaciones. Su particularidad consiste en sustituir la relación de dos
términos, entre sujeto y objeto, heredada de la filosofía clásica, por una
relación en clave de tres términos: Sujeto individual - Sujeto social -
Objeto. Para expresarme de otra manera: Ego-Alter-Objeto, obviamente
diferenciado. Y esto presupone una mediación constante, una “terceridad”, para
utilizar él término del filósofo norteamericano Peirce.
Objeto
(físico, social, imaginario o real)
Ego Alter
Pero esta relación de
sujeto a sujeto en su relación con el objeto puede concebirse de manera
estática o dinámica, es decir, puede corresponder a una simple
“co-presencia” o a una interacción” que
se traduce en modificaciones que afectan el pensamiento y el comportamiento de
cada individuo. A este respecto podemos distinguir dos mecanismos que ilustran
perfectamente esta distinción: la facilitación social de una parte y la
influencia social, por la otra. La primera consiste en que la simple presencia
de un individuo o de un grupo haga que un individuo prefiera o aprenda con
mayor facilidad las repuestas más familiares y las menos originales. Como si se
inhibiese, el individuo expresa o retiene las respuestas dominantes, comunes a
todos. La influencia social consiste en que un individuo sometido a la presión
de una autoridad o de un grupo adopte las opiniones y conductas de dicha
autoridad o grupo. El caso más extremo es la obediencia a la autoridad
estudiado por Milgram: una persona es capaz de infligir descargas eléctricas
dolorosas a un desconocido porque le han pedido que lo haga.
Esto nos lleva a
definir con mayor precisión la manera en que se puede considerar el Alter
(individuo o grupo) para analizar las relaciones con la realidad, con el objeto
social o no social, real o simbólico. De hecho, nos encontramos ya sea frente a
otro similar, un alter ego, ya sea ante otro diferente, un alter
sin más. Dependiendo de que se trate del primero o del segundo, consideramos
fenómenos distintos. Podríamos incluso decir que las corrientes teóricas y de
investigación se oponen según su concepción de este “alter”. Así, la mayoría de
las investigaciones sobre los grupos tienden a considerar a éste como un “alter
ego” similar al “ego”. En el psicodrama o juego de roles se pide a los
participantes que adopten la actitud del otro, que se metan, por decirlo así,
en su piel. Y lo que sucede es analizado en función de la capacidad de
interiorizar semejante actitud. De manera similar, en los estudios sobre la
conformidad se manifiesta en los individuos una tendencia a compararse a
alguien semejante o a alguien al que nos gustaría parecernos. Los
desviados en especial, que en principio carecen de opiniones y posiciones
propias, intentarían juzgar sus opiniones y conductas en función de la mayoría
de los individuos que encarnan el poder. Y se conforman para parecerse a esos alter
egos privilegiados.
Por el contrario, otras
corrientes de investigación consideran un “alter” sin más, marcado por una
diferencia precisa. Me refiero a las investigaciones sobre la innovación, por
ejemplo, donde la minoría, el individuo, expresan una
opinión y un juicio que le son propios. Están confrontados a una mayoría
o a una autoridad que tiene sus propias opiniones y sus propios juicios, y que
representa la norma u ortodoxia. Lo que
intentan estas minorías o estos individuos es hacerse reconocer una identidad
particular y una diferencia evidente. Observamos que los dos mecanismos psicosociales
fundamentales, el de la comparación social y el de el reconocimiento social
(Moscovici y Paicheler, 1973) corresponden a dos maneras de percibir al otro en
el campo social.
De estos contados
ejemplos se desprende una óptica o enfoque que, trascendiendo la dicotomía
“sujeto-objeto”, recorre una gama de mediaciones operadas por la relación
fundamental con los demás. Reconozco que éste no es más que un pequeño
desplazamiento con respecto a la clave habitual de lectura de la psicología, y
en ocasiones, de la sociología. E incluso de la psicología social clásica
marcada por el conductismo. Pero se trata de un desplazamiento que lo cambia
todo. Antes que nada concede su especificidad a la visión psicosocial, de la
que Merleau-Ponty escribió: “Por el solo hecho de practicar la psicología
social nos hallamos fuera de la ontología objetivista, en la que podríamos
permanecer de no ejercer sobre el “objeto” dado una coacción que pondría en
entredicho la investigación...Si la psicología social quiere realmente ver
nuestra sociedad tal cual es, no puede partir de este postulado que en
sí mismo forma parte de la psicología occidental, pues al adoptarlo
presumiríamos nuestras conclusiones”. El desplazamiento operado implica pasar
de una concepción binaria de las relaciones humanas, tan extendida, a una
concepción ternaria que, por ser compleja, no es menos rica.
Pero dejemos estas
cuentas de boticario. Sea cual fuere el sentido de esta visión, puedo decir que
antes que nada la encontramos concretada en las prácticas de psicología social.
En la mayoría de los casos se trata de prácticas de observación directa de
relaciones o gestos, de reacciones afectivas o simbólicas de los individuos
entre ellos en una situación precisa.
Ver es sin dudas más importante que escuchar. El observador, a veces visible, a
menudo invisible, se oculta detrás de un espejo de doble visión, a fin de ver
sin ser visto. El espejo de doble visión situado en nuestros laboratorios es el
emblema de esta visión psicosocial. Pero he encontrado su modelo en el Narrador
de Proust. Considérese este ojo agrimensor, irrigado por las nervaduras de
miles de experiencias y abrigado por la retina de la memoria: memoria de las
cosas leídas, vistas y escuchadas. Este ojo mantiene fijamente a cada uno de los
personajes en el sitio que le es propio: Swann, Odette, Charlus, Albertine, de
manera que sabemos quién es cada uno de ellos. Debería decir que los
individualiza con gran precisión y sin piedad. Basta con parpadear, con un
cambio de luz, para que, en el recodo de una frase recargada, una observación
nos haga saber que el observador lo a visto todo y que su mirada no ha
vacilado, invadida por la ternura, ni ha quedado envuelta en las brumas de la
nostalgia. Emociones que nos hacen confundir los seres del presente con sus
sombras en otros tiempos. Pero este ojo también mantiene fijamente los
acontecimientos que tejen la historia dentro de la historia -el affaire
Dreyfus, la Gran Guerra- con la escrupulosidad del cronista que conoce el peso
de su testimonio. No obstante, personajes y acontecimientos -es decir, los
sujetos individuales y las realidades- tan sólo adquieren su sentido a través
de los sujetos sociales que son, en la obra de Proust, Du côté de chez
Swann, le côté de Guermantes, Sodome et Gomorrhe. Así vemos a cada
personaje refractado y observado en un círculo de hombres y mujeres que revelan
facetas sucesivas de un mismo rostro o las fibras de un mismo corazón. Lo
seguimos, además, de un círculo a otro, de la calle al medio mundo, del medio
mundo al mundo y cada uno descompone y recompone al individuo según sus
convencionalismos. El Narrador lo observa según sus propios convencionalismos,
pero lo ve como lo ven los demás y de la manera que estos últimos reaccionan
respecto a él. Proust escribió: “Nuestra personalidad social es la creación del
pensamiento de los demás”. Al final de esta triangulación del campo social, el
ojo vuelve a encontrar los rastros de una realidad, cuyo autor puede narrar la
teoría. Que el hecho de que el enfoque psicosocial no sea la percepción
inocente de la “comedia humana”, que describe explica y denuncia
simultáneamente con la buena conciencia de ver las cosas tal como son, resulta
evidente. Se trata de la persecución del tiempo y de la persecución dentro del
tiempo de una intriga entre individuos y acontecimientos que crean la sociedad
a medida que la narran. No olvidemos que el proceso es la realidad. El
psicólogo es el punto ciego de ese enfoque; quizá no vea, pero sin él es
imposible ver.
c. El estudiante que
durante sus estudios, pasa de la psicología o de la sociología a la psicología
social debe hacer un esfuerzo para interiorizar esta visión. Me atrevería a
decir que esto es aún más importante que aprender esta o aquella teoría que,
con frecuencia, olvidará más tarde, reteniendo únicamente lo que le es más
necesario de ella. ¿Qué puede ser más necesario y permanente que una manera de
ver las cosas? Esto me lleva a hablar de ciertos “prejuicios” muy extendidos y
que, a mis ojos, constituyen verdaderos obstáculos epistemológicos, en la
acepción de Bachelard, para alguien que desee dedicarse a la investigación y
práctica de la psicología social. Debido a que los he encontrado en múltiples
ocasiones en el curso de mi trabajo docente, me parece útil precisar la
naturaleza de dichos obstáculos. Me gustaría destacar especialmente dos. El
primero consiste en la opinión bastante difundida según la cual hay que agregar
un suplemento espiritual a los fenómenos sociales. En términos claros, esto
significa que se debe explorar el aspecto subjetivo de los acontecimientos de
la realidad objetiva. Por realidad objetiva debemos comprender la realidad
económica y social. En general, las cosas se presentan así. Se comienza por
analizar los diversos aspectos
del sujeto “colectivo”: el poder, las desigualdades económicas, la clase
social, los intereses de los grupos y otros muchos aspectos. Una vez
constituido el marco de esta manera, constatamos las diferencias con respecto a
lo que debería pensar o hacer ese sujeto colectivo si obedeciera a amplios
determinismos económicos o sociales: descuida sus intereses, no vota a la
izquierda en períodos de crisis, no se rebela contra el poder, etc. Para dar
cuenta de estas deferencias se invocan factores de tipo subjetivo: los
sentimientos, los valores, el grado de
conciencia social, la influencia de los medios de comunicación, la imagen
simbólica y así sucesivamente. Entonces nos volvemos hacia la psicología social
y le pedimos que comprenda lo que “la gente piensa y siente” -de ahí la moda de
las encuestas- y que mida sus efectos.
El segundo obstáculo
guarda una simetría perfecta con el primero. Es sabido que la psicología
estudia una suma impresionante de fenómenos: la percepción, el razonamiento, la
ansiedad, es desarrollo infantil, el aprendizaje...para sólo mencionar unos
cuantos. Pero los estudia en el individuo aislado, como si fuese autista. Así,
encargamos a un niño que cumpla una tarea o que rellene un test. Más tarde, en
vista de su diligencia y de sus resultados, concluimos en que su evolución
intelectual sigue efectivamente la teoría de Piaget o de Bruner. Luego pedimos
a un individuo adulto que aprenda una serie de frases de sentido negativo
-Pedro no es hermano de Pablo- o en sentido afirmativo: Pedro es hermano de
Pablo. Con ayuda de un cronómetro medimos el tiempo que necesita para
aprenderlas. Con lo cual, siguiendo la hipótesis constatamos que, en general,
las frases negativas son aprendidas con mayor lentitud que las frases
negativas.
Todo estos
procedimientos son perfectamente legítimos. Nos proponemos una importante
cosecha de hechos, cuya solidez no es puesta en duda por nadie. Y yo sería el
último en hacerlo. Pero también sabemos y nos damos cuenta todos los días en el
laboratorio de que el individuo, por estar aislado, no deja de pertenecer al
grupo, a una clase social. Y sus reacciones más anodinas son influenciadas por
esta pertenencia. Haga lo que haga y tome las precauciones que tome, la
sociedad está ahí. Penetra en las habitaciones más aisladas del laboratorio y
actúa sobre los aparatos más sofisticados. A pesar de todos sus esfuerzos, los
psicólogos no han logrado inventar una jaula de Faraday para el campo social.
Lo mismo que los psicólogos clínicos y los psiquiatras, quienes no han podido
acondicionar habitaciones suficientemente acolchadas para amortiguar los ruidos
del mundo. Al contrario, han arrojado luz sobre lo que hay de abstracto y
surreal en esta situación del individuo.
Así pues, a fin de
aportar un suplemento de materia, de realidad en suma, el psicólogo se cree
obligado a volver a estudiar los mismos fenómenos en el seno de la sociedad,
después de haberlos estudiado en el vacío social. Naturalmente encarga a la
psicología social que añada una dimensión objetiva a los fenómenos subjetivos,
que vuelva a situar en el contexto de la sociedad aquello que ha sido analizado
fuera de dicho contexto. De esta manera, se le pide que analice el juicio social,
la percepción social, etc., que califique lo que aún no lo ha sido.
Evidentemente estoy simplificando, pero no deformando. El hecho es que, para
cada uno de ambos casos, vemos en la psicología social el medio de satisfacer
una carencia: por una parte, llenar al sujeto social de un mundo interior, y
por la otra, re-situar al sujeto individual en el mundo exterior, es decir,
social. Así pues, su naturaleza sería psicológica para unos y sociológica para
otros. Sería, al mismo tiempo, un híbrido y una ciencia de residuos de cada una
de las ciencias vecinas.
Los obstáculos
epistemológicos están ahí e impiden ver lo que esta ciencia tiene de propio.
Pues considerándolo todo, su presente y su pasado, esta imagen de híbrido no es
la suya. El carácter original e incluso subversivo de su enfoque consiste en
cuestionar la separación entre lo individual y lo colectivo, en contestar la
partición entre lo psíquico y social en los campos esenciales de la vida
humana. Resulta absurdo decir que, mientras estamos solos, obedecemos a las
leyes de la psicología, que nos conducimos movidos por emociones, valores o representaciones.
Y que una vez en grupo cambiamos bruscamente para comportarnos siguiendo las
leyes de la economía y de la sociología, movidos por intereses y condicionados
por el poder. O viceversa. Desde hace mucho tiempo, Freud ha hecho justicia y
revelado la inanidad de este absurdo: “La oposición entre la psicología
individual y la psicología social o psicología de muchedumbres, escribía, que a
primera vista puede parecernos importante, pierde mucho de su acuidad al ser
examinada a fondo. No cabe duda de que la psicología individual tiene por
objeto al hombre aislado y que intenta saber por qué vías éste trata de satisfacer sus influjos
pulsionales, pero al hacerlo, raramente está en condiciones -tan sólo en circunstancias
excepcionales- de hacer abstracción del individuo tomado aisladamente, pues el
Otro interviene con gran frecuencia en tanto que modelo, apoyo y adversario, y
por ello la psicología individual es ante todo y simultáneamente una psicología
social en este sentido amplio pero plenamente justificado”.
En realidad, la
psicología social analiza y explica los fenómenos que son simultáneamente
psicológicos y sociales. Este es el caso de las comunicaciones de masas, del
lenguaje, de las influencias que ejercemos los unos sobre los otros, de las
imágenes y los signos en general, de las representaciones sociales que
compartimos y así sucesivamente. Si queremos movilizar a una masa de hombres,
luchar contra los prejuicios, combatir la miseria psicológica provocada por el
desempleo o la discriminación, sin duda alguna mayor que la miseria económica,
siempre
nos encontraremos ante lo individual y lo colectivo solidarios, incluso
indiscernibles. La psicología social nos enseña a observarlos de esta manera,
permaneciendo fiel a su vocación entre las ciencias.
1 D. Jodelet, J Viet, P. Besnard, La
psychologie sociale, Paris-La Haya, Mouton,1970.
2 Saussure, Cours de linguistique
général, Paris Payot
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